Clara Pawlikowski
Aquella
mañana, mi padre se presentó temprano. Lamenté haberle dado el duplicado de la
llave.
Esquivó algunos platos y tazas que lancé de ira contra la puerta después de la intempestiva salida de Mario, mi novio. Mi padre me encontró dormida con la cabeza apoyada sobre la mesa junto a una taza de café, con la mano entumecida por estrujar un fragmento de la foto de una mujer con la falda entallada y los tacones negros. Atormentada por el olor que percibia.
La
noche anterior discutí con Mario porque últimamente lo encontraba extraño, nos
habíamos distanciado, nuestros trabajos no nos dejaban tiempo libre y reñíamos por cualquier cosa.
Le pedí que me preste su I pad y sin esperar
respuesta abrí su maletín y en uno de sus compartimentos encontré la
foto de una mujer en tamaño postal. Cuando la saqué del maletín él se abalanzó
sobre mí y en el forcejeo rompimos la foto. Yo resulté con la parte inferior. Después
de todo esto, Mario se quedó mudo y decidió irse.
A
Mario lo conocí el día que mis padres celebraron sus bodas de plata matrimonial.
Es hijo de uno de sus colegas, trabajan en una transnacional de computadoras.
Mi padre un día refiriéndose a él, mientras almorzábamos con mi madre, me dijo
que era un buen partido; a sus 32 años ya era gerente de una conocida empresa minera.
Me
sorprendió ver a mi padre, él nunca vino a mi departamento. Desperté por el
ruido que armó pateando los platos caídos y al coincidir nuestras miradas, sin
más preámbulos, me dijo:
—Tu
madre se fue anoche de la casa.
Sin
pensarlo dos veces, me estiré y entré en la ducha para despertarme. Cuando salí
ya no lo encontré. Me pregunté si sería verdad lo que me dijo mi padre. Algunos
años antes, me independicé cuando me harté de sus peleas; mi madre le reclamaba
porque tenía amantes, porque se desaparecía algunos fines de semana o porque se
inventaba viajes y cosas por el estilo. Mis hermanos, Jaime y Javier, mucho
mayores que yo deben haberse ido de la casa por la misma razón. Hace muchos
años que viven en Canadá.
Sintonicé,
como todas las mañanas, radio Capital.
El
tema del día —dijo la locutora— es sobre el comando Chavín de Huantar que
recuperó los rehenes de la embajada de Japón hace quince años.
Recordaba
que todo el país se alzó contra esa acción militar. Estoy exagerando quizás.
Levantaron su protesta aquellos ciudadanos que siguen atentos las noticias en
los programas radiales y televisivos. Hay otros que viven en el país de Peter
Pan, sin los piratas ni los indios salvajes por supuesto, por último sin el
cocodrilo que se comió la mano del Capitán Garfio. Otros viven en Chile o en
España escribiendo y cuidando perros tratando de ganar algún concurso literario
Y
ustedes estarán curiosos —siguió hablando la locutora— por saber qué fue lo que
provocó la reacción de una parte de los peruanos. Mucho más sensato sería decir
de los limeños. Primero porque Perú es Lima y segundo porque los provincianos
se dedican a sobrevivir y los problemas capitalinos ni les llegan.
Ahí
voy —continua la presentadora— alguien alertó a los periodistas sin dar mayores
detalles, que volverían a investigar a los comandos que liberaron a los
secuestrados por los terroristas en la residencia del Embajador Japonés.
—
¿Cómo es posible? — preguntó un oyente.
—Ellos
hicieron lo mejor del mundo y son héroes —dijo otro.
—No
serán juzgados los integrantes del comando sino los “Gallinazos” dirigidos por
Vladimiro Montesinos —aclaró uno de Pueblo Libre.
—
¿Gallinazos? —preguntó alguien que vive en Bolivia, como decía mi abuela cuando
alguno estaba en las nubes.
—Así
los denominó uno de los secuestrados. Ellos fueron los que mataron a los
terroristas rendidos —explicó uno más leído.
—Si
fue la versión del japonés no es válida, ese era de la misma ideología que los
terroristas —dijo otro para mostrar que sabía el tema.
—¿Estás
seguro? —preguntó la locutora.
No
tenía cerca mi cuaderno de notas, si inventé parte de lo anterior fue por
descuido. Lo asumo. Hace unos meses me dedico a escribir. Trabajo en la revista
dominical de un periódico, me encargo de la página de las mascotas y doy clases
de literatura en un colegio particular en Zárate. Después de cinco años en la
universidad estudiando literatura es lo único que he podido encontrar, con las
justas sobrevivo, por eso muchos días voy a almorzar a casa de mis padres.
Siempre
sintonizo Radio Capital mientras arreglo mi cama por las mañanas, hoy quiero
demorarme un poco más para organizar mis ideas.
Mis
obligaciones apremian y no van con el problema de la radio que continúa con el
famoso comando. La noticia de mi padre me taladra el cerebro. Siempre suponía
que ese sería el final: la separación. Pero de allí a que mi madre fuera quien
decida abandonar la casa, nadie lo había previsto.
Seguía
la radio con el volumen alto:
Llámenos
al dos, dos, dos, cero, cinco, ocho, siete o al dos, dos, tres, cero, tres,
cinco, cuatro —continúa la locutora— y díganos qué piensa usted, su opinión
importa en Radio Capital.
—Aló,
aló ¿quién llama?
—Soy
Flor de Lince.
—Dígame
doña Flor, su opinión importa
—Bueno
yo no soy tan drástica ¿Por qué los llaman gallinazos?
—Aló,
por favor baje el volumen de su radio para escucharla.
—
¿De dónde nos llama?
—Soy
Lucy de Supe, ¿los gallinazos tenían plumas?
—Señora
Lucy, le aclaro, quizás usted no entendió, gallinazos son los que mataron a los
terroristas vencidos.
—Señorita
me interesa saber si tenían plumas porque me quedé con la curiosidad de conocer
qué pasó con el abuelo, ¿se lo comió Pascual, el cerdo de la obra Gallinazos
sin plumas de Julio Ramón Ribeyro?
—Esta
señora se fue por la tangente —opina la locutora.
—Aló,
aló ¿me escuchan? Estoy en mi taxi, soy Pedro de San Borja.
—Dígame
Pedro, le escuchamos.
—¿Sabes?¿No
hay noticias más recientes?, el asunto de los comandos pasó hace 15 años.
—Aló,
aló, soy Cherry de Miraflores.
—Si,
le escuchamos Cherry, buenos días, su opinión importa.
—Le
llamo para sugerirles noticias: el viaje de Humala a España; el blindaje que le
hicieron a Chejade en el Congreso; la
desaparición de la chica que apuñaló a su madre.
—Aló,
soy Nadine Heredia, cofundadora del Partido Nacionalista Peruano.
—Su
opinión importa señora Nadine
—Y
¿ahora también van a reprocharme que haya llevado a mi esposo a la madre
patria? ¡No se pasen!
Hacemos
una pausa, porque la hora es la hora en Radio capital, son las diez de la
mañana y aquí los titulares que todo el mundo comenta:
Nos
visitaron los Príncipes de Asturias, Alan García paseó a Letizia por la
alfombra roja, llevaba un moño despeinado con rizos marcados y un imperdible; la
joven que contrató un sicario para matar a su madre; detuvieron al creador de
Megaupload; no pueden caminar las “nanas” en condominio chileno.
Perdí
la paciencia, confundí tiempos y
noticias, apagué la radio.
Saliendo encontré un sobre blanco con
mi nombre en letras grandes, aparentemente tirado por la rendija de la puerta.
Al recogerlo reconocí la letra de Mario.
Lo rompí en un tris, era un pequeño mensaje:
“Ayer
vine a hablar contigo, no se pudo. Quería explicarte que las circunstancias me
acercaron a tu mamá de quién me siento enamorado. Hemos decidido vivir juntos. Muchas gracias
por todo”.
Sentí
vértigo, no lo podía creer, recién entendí las preguntas y comentarios que mi
madre hacía sobre Mario. Sin ninguna duda,
la mujer de la fotografía era ella, con el tipo de falda que acentúa su
figura y los tacones que solo se quita para ducharse. Siempre caminó con pasos
firmes, la energía de sus pisadas nos decían sobre su estado de ánimo. ¿No será
que mi padre vino a mi departamento para decirme que mi madre se fue con Mario?
Se
me fueron las ganas de salir, estuve paralizada durante un buen rato. Al darme
cuenta del Ipad de Mario lo abrí y entré a mi correo, tenía un mensaje. Era de
Javier, mi hermano mayor, él ya conocía la
noticia pero no los detalles. Lo que me desarmó fue lo que dijo de mi padre:
“Ahora no tendrá problemas para salir del
closet”.
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