Karla Fernanda García Oropeza
Braulio
siente la arena fina y suave deslizarse entre los dedos de sus pies mientras camina.
Su mirada está perdida en el horizonte donde el mar se encuentra con el cielo.
Respira el aire salado del océano y su memoria retrocede quince años.
Era la
primera vez que visitaba Rincón de Guayabitos, Nayarit, México. Con su maleta en
mano buscaba dónde hospedarse, ya que con el exceso de trabajo y no estar
seguro si le permitirían tomar vacaciones, olvidó hacer una reservación.
Preguntó
en varios hoteles; ninguno tenía habitaciones disponibles. Llegó a la plaza
principal y se sentó en una banca de fierro. «Qué fuerte está el sol, ya son
más de las cuatro de la tarde y sigo sin encontrar hospedaje», pensaba. De
pronto alguien se colocó a su izquierda.
—Hola,
señor, yo lo puedo llevar a un hotel —le dijo una voz juvenil muy femenina.
Braulio
giró su cabeza y miró a una jovencita de piel clara con ojos marrones, nariz
pequeña, cabello café oscuro largo y ensortijado. Antes de que él pudiera
hablar, ella agregó.
—Desde
hace un buen rato lo he visto entrar y salir de varios hoteles y no se queda en
ninguno, por eso me animé a acercarme a usted.
—Sí,
señorita, si me hace favor de darme el nombre del lugar —le contestó mientras
contemplaba su hermosa sonrisa.
—Yo lo
llevo, señor.
—Gracias,
señorita.
Caminaron
por veinte minutos hasta llegar a unos bungalós a pie de playa. Entraron y Braulio
hizo su reservación. Al terminar él solo le agradeció y se fue.
—¡Está
súper guapo! ¿Verdad? —le exclamó a Carmen, su amiga la recepcionista.
—Sí,
amiga, pero olvídate a leguas se le ve lo gringo. Esos solo se divierten con
una y luego ya no los vuelves a ver.
El resto
del día Braulio se la pasó durmiendo. «Al fin el celular va a dejar de sonar,
por quince días podré dormir de corrido», pensó en voz alta.
Al día
siguiente por la tarde Braulio descansaba en uno de los tantos camastros que había
sobre la arena frente al mar. Rosa hacía su recorrido de todos los días vendiendo
tostadas de ceviche con sus abuelos cuando lo miró.
—Hola,
señor.
Braulio
levantó la vista y miró a la jovencita de hermosa sonrisa. Se puso de pie.
—Hola, me
llamo Braulio Smith —le dijo mientras se quitaba los lentes de sol.
—Mi nombre
es Rosa. —Con su mirada recorría sus bien definidos músculos.
—¿En qué
te puedo ayudar?
—Solo
quiero invitarlo a este lugar. —Le dio un pedazo de papel con el nombre de un
cabaré.
—No
entiendo.
—Ahí canto
los viernes y sábados, bueno no toda la noche, solo una canción. Ojalá pueda ir
y si va llegue antes de las once. —Sonriente le dio un beso en la mejilla y se
fue.
Braulio, desconcertado,
se dirigió a su habitación y, tendido boca arriba en la cama, se preguntaba qué
era lo que esa joven pretendía. Rosa, en cambio, no podía dejar de pensar en él.
Y todas las noches aparecían en sus sueños los lindos ojos grises de Braulio.
El viernes,
Braulio, no muy convencido, decidió ir al cabaré. A su llegada, Rosa lo recibió,
lo tomó del brazo y lo dirigió muy cerca del minúsculo escenario. Él se sentó
en una de las cuatro sillas que rodeaban la redonda mesa de madera. Ella de pie
acercó sus labios a su oído izquierdo para que pudiera escucharla debido al
volumen de la música.
—¿Le
traigo algo de tomar?
—Una
cerveza —le contestó sin mirarla.
Poco
después Rosa llegó con un par de cervezas, las puso ante él y se fue. Braulio
observaba el pequeño local iluminado con luces bajas. El aroma a licor estaba por
doquier y las risas de los clientes se escuchaban en todo el lugar.
Braulio ordenó
dos cervezas más y cuando estaba por beber la última escuchó la voz de Rosa por
los altavoces. Alzó la vista y ahí estaba sobre el pequeño escenario. Vestía un
pegado vestido azul que le llegaba arriba de las rodillas y dejaba al
descubierto sus hombros.
Después de
saludar al público empezó a entonar la canción Secuéstrame, de Nadia. Su
preciosa voz embelesó a todos incluido Braulio. Parecía que ella cantaba solo
para él, ya que su mirada estaba clavada en esos bellos ojos grises que le
robaban el sueño.
Al
terminar la canción Rosa agradeció a los espectadores sus gritos y aplausos
llenos de júbilo. De cuatro pasos llegó a la mesa donde Braulio sentado la
seguía con la mirada.
—Me paso a
retirar —dijo él dejando sobre la mesa dinero.
—¿Lo puedo
acompañar, por favor?
Braulio no
pudo negarse, salieron del local y caminaron en silencio hasta que él lo
rompió.
—¿Y tus
padres te dejan trabajar en ese lugar?
—Mi mamá
falleció cuando nací. Vivo con mis abuelos maternos y no tienen problema con
que yo cante ahí.
—¿No vas a
la escuela?
—No. Terminé
la secundaria hace un año.
—O sea
que… ¿tienes dieciséis años?
—Sí, ¿y usted?
«Soy mayor
que ella por casi veinte años, es una niña», pensó Braulio.
—Eh… te
voy a pedir un favor no me vuelvas a hablar de usted, solo dime Braulio —contestó
evadiendo la pregunta.
—Está
bien, Braulio.
Poco antes
de llegar a los bungalós Rosa tomó la mano de Braulio y le pidió que se quedara
un rato más con ella. Se sentaron en la arena mirando la espuma del mar.
—Cantas
muy bonito, me gustó mucho la canción —le expresó él y giró su cabeza para
mirarla.
—Te la
dediqué a ti —musitó—. Tienes unos ojos hermosos.
Braulio le
tomó la mano, se pusieron de pie y la atrajo hacia él, uniendo sus cuerpos. El
abrazo la sorprendió. Mientras él le acariciaba sus hombros desnudos, Rosa
sintió un escalofrío a pesar del calor: su olor a cerveza y piel limpia, el
roce áspero de sus manos. Cerró los ojos, intentando memorizar esa sensación.
«No debo sentir
este deseo», pensó Braulio, «es muy joven para mí». Jamás se había sentido tan
atraído por una mujer. Sintió el impulso conocido, la alarma interna que le
avisaba que era momento de encontrar un pretexto, de soltarla e irse, como
siempre hacía antes de que algo lo atara. Pero esta vez sus manos no
obedecieron. Siguió aferrado a ella, a esa sensación que mezclaba peligro y
fascinación.
El sábado,
después de que Rosa cantó en el cabaré, se metieron al mar solo en ropa
interior a petición de Braulio.
—Las aguas
de aquí son tan tranquilas y cálidas —dijo Braulio.
—Sí, es la
alberca natural más grande.
—El otro
día solo mencionaste a tu mamá y a tus abuelos, ¿qué hay de tu papá?
—Mi papá
se fue con una mujer cuando yo tenía tres años y desde entonces no volví a
saber nada de él.
Braulio se
acercó a ella y mirándola fijamente le confesó.
—¡Tengo
muchas ganas de besarte!
—Y yo de
que me beses.
Lentamente
juntaron sus labios, fue un beso que se prolongó por varios minutos. Rosa
deslizaba sus manos por la blanca espalda de Braulio. En el calor del momento
él intentó quitarle el sujetador, pero ella no lo permitió.
—Discúlpame,
linda, no quise…
—Lo que
pasa es que yo nunca he estado con ningún hombre y…
—No te
preocupes, linda, yo entiendo.
—¿Tú has
tenido relaciones sexuales con muchas mujeres?
—Mmm… sí,
bueno no tantas, quizá unas, la verdad no recuerdo bien el número exacto.
—Quiero
saber de ti, Braulio; tú ya sabes mucho de mí.
—¿Cómo qué
te gustaría saber?
—Todo.
—Vivo en
Estados Unidos en la ciudad de Nueva York. Mis padres se divorciaron cuando yo
tenía cinco años, tengo una hermana mayor, se llama Kelly, trabajamos juntos y…
no sé, ¿que más te puedo decir?
—Hablas
muy bien el español para ser gringo.
—Eso es
porque mi mamá es mexicana y yo siempre he sido muy apegado a ella. Mi papá es
gringo, así que afortunadamente domino muy bien el inglés y el español.
—¿Y en qué
trabajas?
—Soy
detective del departamento de policía.
Los días
pasaban. Ellos buscaban cualquier oportunidad para estar juntos. Braulio no
podía quedarse quieto cuando nadie los veía, siempre sus manos terminaban en
los senos, nalgas o debajo de la falda de Rosa. Pero ella, aunque se moría por
hacer el amor con él, se resistía.
El último
viernes que Braulio estaría ahí en Rincón de Guayabitos, fueron en lancha a la
isla del coral. Sentados en la arena miraban el hermoso atardecer, escuchaban el
grito de las gaviotas que sobrevolaban la costa y comían coco picado.
—¿Entonces
te vas el lunes? —preguntó con un tono triste.
—Sí,
linda, quisiera quedarme para siempre, pero no puedo.
—¡Te amo,
Braulio! —Recargó su cabeza en el hombro de él.
—Dímelo
otra vez. —Con su mano tomó su mentón y alzó su rostro hacia él.
—¡Te amo!
¡Te amo! ¡Te amo!
Apasionados
se besaron mientras las manos de Braulio recorrían las finas piernas de ella.
Esa noche
Rosa daba vueltas en la cama de su habitación y hablaba en su mente:
«Quiero
ser suya, pero tengo miedo. Él se va a ir y quizá no lo vuelva a ver nunca,
pero deseo tanto que me posea. No sé lo que va a pasar después, pero mañana me
voy a entregar a Braulio».
El sábado
en el cabaré Rosa miró entrar a Braulio, vestido con una playera blanca, pantalón
de mezclilla y su cabello oscuro peinado hacia atrás. Sintió un cosquilleo que
le recorrió todo el cuerpo cuando ese hombre, que le parecía el más guapo del
mundo, clavó sus ojos grises en ella.
Esa noche
Rosa entonó la canción Me lo pide la piel, de Myriam. Braulio al igual
que toda la audiencia, se dio cuenta de que la cantaba para él, e
inmediatamente supo que al fin pasaría lo que tanto deseaba.
Bajo la luna
llena, acompañados del sonido de las hojas de las palmeras movidas por el
viento y el rumor del mar, Braulio y Rosa hicieron el amor sobre la arena.
El lunes
Braulio partió y aunque pudo regresar antes no lo hizo.
Hoy quince
años después el destino lo puso nuevamente en Rincón de Guayabitos.
El mar
sigue siendo el mismo, pero el pueblo es tan diferente. El cabaré ahora es una
tienda de artesanías. En el lugar de los bungalós hay un resort. Y Rosa, ¿dónde
está? Quiero verla para decirle que nunca pude olvidarla. Mis dos matrimonios
fracasaron, porque siempre la recordé y nadie me llenó tanto como ella en esos pocos
días. La tengo que encontrar, gritarle cuánto la amo y no soltarla nunca.
Hay muchas
cosas que desconoces Braulio, pero hoy mismo al anochecer te pondrás al tanto.
Vas a entrar a un club nocturno donde una chica con antifaz va a bailar
eróticamente sobre tu mesa. Te tomará de la mano y te llevará a la planta alta dónde
vende sus caricias. Y mientras en las bocinas suena a todo volumen la canción Luces
de Nueva York, de La Sonora Santanera, te vas a quitar los lentes de sol y al
mismo tiempo ella la careta. Y no tendrás que buscar más.
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