—Buenos
días, Merci —saluda sonriente Jessica Romero a su secretaria al llegar el lunes
temprano a su oficina.
—Ni tan
buenos, jefa —contesta Merci desde su escritorio, con cara compungida—, me puede
dar unos minutos para hablar con usted, ¿por favor?
La
licenciada Romero, antes de entrar a su privado, se detiene de forma abrupta
frente a su secretaria, la mira a los ojos y le pregunta:
—Pero
¿qué le pasa Merci? ¿Se siente mal? ¿No me diga que otra vez le anda doliendo
el pecho?
—No, licenciada,
gracias a Dios mi corazón está bien. Pero estoy muy mortificada —responde con
voz susurrante para que el resto del personal que trabaja en el área común no la
escuche.
—Déjeme
llegar a mi escritorio y ahora la llamo para que platiquemos.
—Sí,
licenciada, me da mucha vergüenza molestarla con mis asuntos personales, pero necesito
hablar con usted —responde Merci apenada.
Jessica
Romero llega a su oficina ubicada en el quinto piso del edificio colonial Sor
Juana Inés de la Cruz, a dos cuadras del Zócalo de la Ciudad de México. La
mañana esta soleada, es un día caluroso de primavera y sorprendentemente no hay
mucho ruido en la calle que suele ser muy transitada. Ella es directora general
de Gestión de Proyectos Culturales, en la Secretaría de Cultura del Gobierno de
la Ciudad de México. Soltera, delgada, atractiva y casi llegando a los cuarenta,
es licenciada en gestión cultural, muy eficaz en sus labores, lleva diez años ocupando
el puesto.
Mercedes
García, a quien todos llaman Merci, es secretaria de la Dirección General y
este año cumplió cinco sexenios de servicio. Llegó a la capital desde su natal Puerto
de Veracruz, cuando acababa de cumplir veinticuatro y recién había terminado la
carrera técnica de secretaria ejecutiva. Su madre, Dolores Perales, se quedó viuda
muy joven, y a duras penas pagó, con los escasos ingresos que ganaba como
mucama en el Hotel Emporio, los estudios de sus tres hijas.
Las
cuatro mujeres vivieron siempre muy apretadas y con muchas carencias, en dos cuartos
de azotea, uno para dormir y otro para cocinar y comer, usando un baño común. Pero
el esfuerzo y sacrificio de Dolores valió la pena, sus tres hijas lograron
terminar sus carreras y conseguir un empleo mucho mejor pagado que el de su
madre.
Merci fue
la única de sus hermanas que decidió ir a trabajar a la capital y, aunque ya
cumplió sus años de servicio no pretende jubilarse. Y no es porque quiera
seguir levantándose a las seis de la mañana para hacer casi dos horas hasta llegar
al trabajo, es que su pensión no le alcanzaría para pagar sus gastos: la luz,
el gas, el internet, el transporte, su teléfono celular, algunos caprichos que
se da y sus medicamentos, que cada mes suben de precio, así como mantener su vivienda
en buenas condiciones. No es despilfarradora, vive en su modesto departamento,
que ya terminó de pagar y que tiene bien cuidado, ubicado en un barrio popular,
al oriente de la ciudad.
Y es
que Merci, divorciada, a sus cincuenta y cuatro, todavía tiene ganas y ánimo de
gozar la vida, le gusta salir los sábados en la noche a echarse unas copas y bailar
con sus amigas al salón Los Ángeles, preparar exquisitas comidas en su hogar
los domingos para sus hijos y sus respectivas novias; e ir algunos días especiales
al teatro de variedades con sus compadres. Pero sobre todo necesita dinero para
cuidar su frágil corazón. Este padecimiento le sale caro, no solo por los
medicamentos, sino porque debe hacerse dos estudios anuales, que cuestan una
fortuna. En la seguridad social ya no se los hacen, porque los equipos que
tenía el Hospital General están descompuestos desde hace varios años, y no hay
presupuesto para arreglarlos y mucho menos reponerlos.
—¡Merci!,
pase por favor —la llama Jessica sentada tras el escritorio mientras enciende
su computadora.
—Ay, licenciada,
le juro que no le voy a quitar mucho tiempo —dice acongojada sentándose frente a
ella, muy acalorada—. No se va a creer lo que pasó este fin de semana, estoy
muy nerviosa. Fíjese que el sábado por la noche asaltaron el despacho del señor
Montes, donde trabaja Sergio, mi chamaco.
—¡No me
diga! ¡Qué barbaridad! ¿Qué pasó? ¿Estaba él ahí cuando llegaron los
asaltantes? —cuestiona alarmada la jefa.
—No,
¡qué va, licenciada!, en ese negocio no trabajan los fines de semana. Pero ayer
domingo fue la policía a casa a buscar a Sergio y casi se lo llevan detenido —comenta
afligida—. Afortunadamente estaban mis compadres, porque los invitamos a comer.
Como sabe usted, mi compadre Paco, es abogado en la Secretaría de Salud y él se
entendió con la policía, les exigió la orden de aprehensión, y como no traían ningún
papel, se acabaron yendo. Estoy muy preocupada, porque como mi Sergio es el
mensajero, le van a echar la culpa y a ver si no termina en la cárcel, ya ve
que a los que menos tenemos, siempre nos toca la mala suerte. Pero le juro que
no hizo nada, es un buen chico incapaz de hacerle daño a nadie. Usted sabe cómo
somos, licenciada. —Solloza la secretaria mientras escurren lágrimas por sus mejillas.
—Ay,
Merci, no se preocupe —contesta Jessica contrariada, al entregarle un pañuelo
desechable para secarse las lágrimas—. Yo sé bien que Sergio es un muchacho
estupendo, trabajador y honrado como su madre y sus dos hermanos. Pero cuénteme,
¿qué se llevaron?, ¿ya pudo hablar su hijo con su jefe?
—No ha
podido hablar con él, pero conversó anoche por chat con su asistente y dice que
el domingo en la mañana un vecino llamó por teléfono al señor Montes, porque
encontró la puerta abierta de la casa donde está el despacho. Parece que
abrieron la caja fuerte y se llevaron todo lo que había adentro. Dice que tenía
más de setecientos mil pesos, dos mil dólares, las escrituras de las casas y
departamentos de Montes y varios pagarés de algunos clientes morosos. También
se llevaron cinco computadoras portátiles y una impresora. Ay licenciada, dígame,
¿cómo se va a robar eso mi chamaco?, eso lo hizo una banda de delincuentes. Ahora,
quieren culpar a mi hijo, que es un escuincle menso, que anda en camión y en
metro a todas partes y trabaja de mensajero hace menos de un año, porque es un
burro en la escuela y no pudo entrar a la universidad —afirma Merci, sin parar
de llorar.
—¡Qué
barbaridad, qué cosas tan espantosas estamos viviendo! ¡Cada día más
delincuencia y estamos indefensos! —exclama Jessica—, pero usted no se agobie,
ahorita llamo al maestro Santacruz para pedirle que, cuando citen a Sergio a
declarar, lo acompañe alguno de sus abogados de confianza y lo asesoren, porque
el sistema de justicia en este país es la pura injusticia.
—Le
agradezco, licenciada, yo sé que usted es una persona de buen corazón. Le
quiero pedir permiso para que, me deje salir para acompañar a Sergio en este
asunto tan delicado, no vaya a ser que se vayan a aprovechar de él, porque este
niño no tiene malicia —replica, más tranquila.
—No se
preocupe. Si necesita salir, avíseme para estar al pendiente y apoyarla en lo
que pueda —contesta rotunda—. Ahora mismo le estoy enviando un mensaje a
Santacruz para que la apoyen con un abogado, en cuanto me pase el contacto del
licenciado que recomiende, se lo reenvío —dice mientras acaba de teclear el
mensaje—, y por favor, Merci, manténgame informada de cómo va resolviendo el problema
para que, en caso de que algo se le complique, podamos encontrar la solución.
—Gracias
de nuevo, jefecita, es usted una persona de una gran calidad humana —afirma
mientras se dirige hacia la puerta de la oficina.
—¡Ay,
Merci, ya déjese de lisonjas!, ya le he dicho que no me gustan los halagos,
hago lo que está en mis manos para ayudarla, porque la aprecio —remata tajante.
Jessica
se dispone a comenzar sus labores, debe revisar su correo electrónico para atender
los asuntos y gestiones urgentes del día. Tiene mucho trabajo, está por
inaugurarse la feria del libro en la Plaza de la Constitución, y aún no han
confirmado su participación algunas editoriales. Además, el equipo de logística
tampoco ha presentado el plano de organización del evento, y urge remitirlo
a aprobación de la Secretaría de Gobierno. Se siente muy presionada, como siempre
la ciudad nunca se detiene. Antes de
empezar a enviar correos y mensajes, se levanta a observar las dos tórtolas que
están comiendo del bebedero que puso en el balcón. Casi a diario vienen a esta
hora a tomar agua y comer el alpiste que les deja en el platito de talavera,
que compró en la feria artesanal. Ver a las aves saltar en el agua, le produce
un gran regocijo y le da un respiro para calmar su mente y reflexionar.
Ahí de
pie, mientras mira los pájaros, piensa en Merci, en lo dura que ha sido su vida:
«Ella siempre tan alegre, jacarandosa y positiva, como buena veracruzana. Nunca
olvida las celebraciones de cumpleaños de todo el personal. Atenta a todos los
detalles, organiza las coperachas y manda comprar los pasteles, planea las
comidas y los intercambios de regalos de fin de año, cubre a sus compañeras
cuando tienen que pedir permiso para atender los asuntos escolares de los hijos,
o las enfermedades de sus familiares. Siempre pendiente de pedirme comida, los
días que tengo tanto trabajo y servírmela para que no me malpase. Con tres
hijos a cuestas, ha salido adelante. La vida es injusta para tantas mujeres que
hay en esta oficina, a quienes las han abandonado sus maridos, dejándolas solas
a cargo de los hijos. No entiendo cómo los hombres pueden ser así y no tener
remordimientos. Me conmueven todas ellas,
que trabajan aquí hace tantos años y tienen tantas deficiencias en su educación
y son cada vez más prescindibles, pero son solidarias y humanas como pocas de
mis amigas. Además, no me puedo imaginar cómo le hacen con esos miserables
salarios, con tantas necesidades, y es increíble que nunca se quejan. Son admirables,
tienen una gran complicidad, siempre se apoyan, comen juntas, se cuentan sus
vidas, se ríen y encubren sus negocios clandestinos, aunque también son bien
chismosas y argüenderas. Ellas creen que no me doy cuenta, pero aquí se vende
de todo por catálogo: zapatos, ropa, perfumes, cosméticos y Tupperware. Sin
duda, todas son luchonas, valientes y echadas para adelante y aunque su trabajo
no sea significativo, hacen agradable la vida para todos. La oficina sin ellas
sería horrible, aburrida y fría».
También
reflexiona: «En cambio yo, tan afortunada. Hija única, niña bien a quien nunca faltó
nada. Al contrario, siempre tuve de más. Mi padre médico y mi madre profesora
de francés, me mandaron a la universidad privada más prestigiosa de la ciudad y
gracias a su apoyo y a mi esfuerzo, salí con honores y recibí mención
honorífica el día de mi examen profesional. No cabe duda de que nací con estrella.
Además, con mi compromiso, responsabilidad y esfuerzo en el trabajo, he podido
mantenerme diez años en este puesto, sorteando dos cambios de gobierno, a cargo
de los proyectos culturales más importantes de la ciudad, como la feria de las culturas,
la del libro, la artesanal anual, el festival de teatro callejero y el desfile
de día de muertos. Eventos masivos que han sido premiados internacionalmente y
que requieren una compleja gestión de recursos, con una difícil organización
logística para la participación de instituciones, empresas privadas y organizaciones
de la sociedad civil. No me puedo quejar, soy una mujer exitosa, ha valido la
pena mi vida profesional que me ha dado muchas recompensas y satisfacciones, y por
la que he sacrificado todo. Hasta haberme quedado soltera y haber dejado a
Javier, quien le hizo lo mismo a su mujer y la acabó abandonando con un bebé
recién nacido. Menos mal que no me casé con él. Pero todo tiene sus pros y sus
contras, nunca seré madre y no tendré las satisfacciones que disfrutan y las preocupaciones
que sufren. Lo bueno de estar soltera es que puedo hacer lo que me da la gana, y
no tengo que preocuparme más que por mí, y ahora también por mis padres».
Merci,
sentada en su lugar, espera con ansiedad que su jefa le envíe a su WhatsApp el
contacto del abogado, que la va a ayudar en el problema de Sergio, su hijo más
pequeño. Este chico terminó la
preparatoria el año pasado, y por flojo, no aprobó el examen de admisión a la
universidad, por lo que tuvo que ponerse a trabajar.
Como de
costumbre, se empieza a sentir culpable por Sergio, al que tanto le afectó la
separación y luego el divorcio. De nuevo piensa en el canalla de Agustín. Ella
que tanto lo quiso y él tan cínico que la engañó con Isabel, la única prima que
tenía en la capital.
Maldice
de nuevo para sus adentros, tanto a Isabel como a Agustín, de quienes no sabe
nada hace once años. ¿Qué será de ellos? Desaparecieron de manera muy extraña, Agustín
no volvió a buscar a sus hijos, después de haber sido un padre cariñoso y
ejemplar. Nunca se podrá explicar qué bicho le picó y por qué los abandonó. De
inmediato, aleja de su mente estos pensamientos que le causan tanto dolor, y la
lastiman en lo más profundo de su alma porque sabe que le pueden perjudicar su
salud, como le ha dicho el cardiólogo.
Por fin,
le llega el mensaje de su jefa. Le ha enviado el contacto de Arturo Pérez, abogado
que lleva mucho tiempo en el área jurídica de la secretaría y que tiene fama de
ser serio, profesional y formal. Afortunadamente su jefa, tiene buena relación
con todos los directores, y siempre que pide ayuda se la dan. Esta no ha sido la
excepción.
¡Cuántas
cosas buenas ha aprendido de Jessica!, tan brillante y amable, quien llegó muy jovencita
a este cargo importante y sacrificado. Piensa que el precio que ha tenido que
pagar esta muchacha ha sido muy alto, ha dejado todo por su trabajo, no tiene pareja
y muy probablemente se quede soltera y sin hijos el resto de su vida. Cuando
sea vieja, no tendrá la compañía, el amor y el apoyo de sus hijos, como los
tiene ella ahora. La compadece.
De
inmediato le manda un mensaje al licenciado Pérez, para contarle su problema y
acuerdan verse por la tarde.
Lleva
tres días sin poner un pie en la oficina, yendo de una junta a otra y comiendo
con los directores de las editoriales, o de pisa y corre, en algún restaurante,
una sopa y una ensalada con pescado o carne asada. Está agotada. Además, ha ido
todos los días al club a nadar y al gimnasio para mantenerse en forma y no
perder la condición física que necesita para aguantar las maratónicas jornadas
de trabajo que tiene que cumplir antes de los eventos masivos de la ciudad.
Merci
la ha mantenido informada por el WhatsApp. Sabe que ayer en la tarde fue Sergio
a declarar al ministerio público. Hoy irá después del mediodía a la oficina y
tendrá oportunidad de enterarse del asunto. Cuando estaba pensando en ello, le entra
un mensaje a su celular:
—Buenos
días, jefa, muchas gracias por el apoyo que me ha dado. El licenciado Pérez se
ha portado de maravilla. Ayer, Sergio dio su declaración, lo trataron fatal, ya
le contaré. Para acabarla de fregar, esta tarde irán al departamento a hacer una
inspección, para verificar si encuentran algo de lo que robaron. ¡Imagínese!, ¡van
a ir a esculcar todo! Me voy a tener que salir de aquí antes de comer, Pérez me
va a acompañar. Ya le pedí a Margarita que se siente en mi escritorio y la
apoye con lo que necesite. Avíseme si viene a comer para que le pida un menú.
—Muchas
gracias, Merci, por favor pídame una sopa de verdura y una pechuga asada con
ensalada de espinaca, aguacate y jitomate, para comer en cuanto llegue porque a
las cuatro tengo otra reunión. Esos del ministerio público son unos patanes,
menos mal que Arturo la está apoyando. Ya verá que todo saldrá bien, no tiene
que temer, porque su hijo es inocente y no encontrarán nada que no sea suyo. Suerte
y póngase trucha con la visita del inspector, trátelo bien y no se ofusque.
—En
este momento, le pido su comida y se la dejo a Margarita para que se la sirva en
cuanto llegue. Gracias, licenciada, aprecio mucho su apoyo y sus consejos. Hasta
mañana.
Ha
pasado antes de llegar al trabajo a comprar un ramo de flores. Quiere estar
temprano para arreglárselas en un florero y ponerlas encima de su escritorio.
No tiene palabras para agradecer las atenciones de su directora. Ayer, el
inspector del ministerio público, que hizo la visita, no se portó tan mal y casi
está segura de que se convenció que Sergio es inocente.
A sus
hijos nunca les ha faltado lo necesario, ella ha luchado para que tengan lo indispensable
y se forjen un buen futuro. Además, desde que empezaron a trabajar los gemelos,
aumentó el ingreso familiar y han podido, entre los tres, renovar los aparatos
electrodomésticos. Hace dos años cambiaron el refrigerador y el microondas, la
navidad pasada compraron el centro de lavado y este año estrenaron una pantalla
y un horno eléctrico. Asimismo, Merci y sus hijos pintan el departamento en las
vacaciones de fin de año y hace dos meses, cuando le dieron su tanda, ordenó retapizar
la sala y compró cortinas nuevas. El inspector quedó sorprendido de lo bien que
está equipado el departamento.
—Buenos
días, Merci, —saluda Jessica, llegando a la oficina—. Tráigase dos cafecitos
para que me cuente como le fue ayer, hoy no tengo juntas en toda la mañana.
—Buenos
días, jefa, ahorita mismo le llevo su café y platicamos.
—¡Merci,
qué hermosas flores!, además son Lilis, mis preferidas —grita la jefa en cuanto
entra y ve el ramo en su escritorio—, qué bárbara, qué lindas están, no se
hubiera molestado.
—No es
ninguna molestia, es para agradecer su apoyo incondicional, se las compré con harto
cariño. Pasé al mercado de Jamaica esta mañana y están muy frescas. Ojalá le duren
toda la semana —contesta contenta.
—Muchas
gracias, están preciosas y tienen un aroma espectacular —responde Jessica
acercándose al ramo para disfrutar su fragancia.
—Le
tengo que contar, jefa. —Empieza a hablar, al entregarle la taza de café y
sentándose frente a ella—. El día que Sergio fue a declarar al ministerio público
pasamos con el escrutador que lleva el caso, y lo primero que le preguntó a mi
hijo fue: «¿Ya te vienes a entregar?, porque tu jefe está seguro de que estás
implicado en el robo». Por poco me muero y mi chamaco se puso lívido y se quedó
paralizado, no pudo responder. Menos mal que nos acompañó el licenciado Pérez quién
contestó que, su cliente, o sea mi hijo, venía a hacer su declaración y qué de
ninguna manera podían inculparlo si no tenían pruebas. Después este fulano, trató
varias veces de confundir a Sergio en la descripción de los hechos del sábado, que
fue el día del asalto. Sergio explicó
que estuvo toda la mañana en la escuela donde hace el curso de regularización para
su ingreso a la universidad. Y si quieren corroborar, hay pruebas, porque los
alumnos se registran a la entrada y a la salida de la escuela. Luego contó que,
por la tarde, se fue con sus amigos a jugar basquetbol al deportivo de la
colonia, y como ganaron el juego, se tomaron varias fotos y las subieron a las
redes sociales y ahí mismo se las enseñó en su teléfono. Y esa noche estuvo en
la casa con la novia jugando videojuegos y yo fui testigo, ya que estuve hasta
las once y media metida en la cocina haciendo el pozole, porque el domingo invitamos
a comer a mis compadres. Mientras cocinaba estuve escuchándolos jugar y reírse,
y cuando terminé de guisar, su novia se despidió y nos fuimos a dormir rendidos
de cansancio.
—Menos
mal que el licenciado Pérez los acompañó y Sergio pudo hacer su declaración y
comprobar lo que había hecho el sábado —comenta sorprendida.
—Pero
no le he platicado lo más horrible. Saliendo del ministerio, nos encontramos a Mónica,
la asistente del señor Montes, que también fue a declarar y nos contó lo que
realmente pasó. El vecino que le llamó al señor Montes para avisarle que la
casa estaba abierta, le mandó la foto que tomó desde su ventana. En ella, aparece
estacionada la camioneta de Juan, el hijo menor de Montes, quien se integró al
negocio hace dos años. Cuando el señor Montes llegó, la camioneta no estaba y
obvio, Juan tampoco. Mónica sabe que el hijo de su jefe está muy endeudado,
porque le gusta el juego y las apuestas, y era el único en la oficina que tenía
la combinación de la caja fuerte. Además, parece que Juan está enredado
sentimentalmente con la nueva contadora que contrataron este año, y ahora todos
los empleados suponen que estaban coludidos y fueron ellos.
—¡No lo
puedo creer! —exclama impresionada Jessica—, ¿el hijo del dueño asalta la
oficina de su padre? ¡Qué infeliz y mal hijo! Ha de tener miles de deudas.
—Dice
Mónica que habló con el señor Montes y lo escuchó muy deprimido, porque ya sabía
en que líos andaba metido su hijo, y que es muy probable que detenga la
investigación, porque no quiere afectar a su nuera y a sus tres nietos, hijos
de este desgraciado —concluye Merci.
—No me
puedo imaginar lo que estará sintiendo ese señor y lo que irá a hacer, no creo
que vaya a meter a la cárcel al hijo —contesta compungida Jessica.
—Lo más
probable es que suspenda el proceso legal. Debe sentirse defraudado. Pero vaya
usted a saber qué historia familiar haya y cómo habrá tratado y educado a su
hijo para que sea capaz de estafarlo —replica la secretaria.
—Nada
justifica cometer un delito así. Ese hombre debería ir a la cárcel, es
comprensible que su padre no lo inculpe, después de todo nunca dejará de ser su
hijo. ¡Qué historia tan espeluznante!
—No
cabe duda de que la gente que tiene dinero muchas veces carece de escrúpulos.
Esa familia es muy rica y ya me había comentado Sergio que, el hijo, cuando iba
al despacho se portaba como un patán. Es un junior y un bueno para nada —concluye
Merci—. Bueno licenciada, ya la dejo trabajar. Me llamó el abogado Pérez y me dijo
que ya no van a citar a Sergio a declarar. Le pido por favor, que le hable al maestro
Santacruz y le agradezca de mi parte el apoyo. Me da vergüenza hacerlo
personalmente, porque no me conoce y sé que está muy ocupado y no lo quiero
molestar.
—Ahora mismo
le marco. Me alegra que Sergio esté libre de culpa y que todo se haya resuelto.
Cierre por favor la puerta al salir, que debo concentrarme en redactar el
discurso del alcalde para el día de la inauguración de la feria. Si me llaman o
me buscan dígales que no puedo atenderlos hasta que termine —concluye.
Al quedarse
sola, Jessica se asoma a la ventana y ve tres tórtolas y un gorrión dándose un
festín en el balcón. Sonríe, le alegra verlas comer el alpiste y darse un chapuzón,
cae en la cuenta de que ha estado haciendo muchísimo calor esta primavera, y
que ojalá empiece pronto el verano lluvioso. Mientras observa a los pájaros, le
marca a Roberto Santacruz.
—¡Hola,
Robert!, ¿cómo te va?
—Mi
querida Jessi, ¡que alegría escucharte! Estaba por llamarte. Me acaba de contar
Pérez, que el asunto de tu secretaria en el ministerio público se puso color de
hormiga, y está seguro de que el escrutador estaba comprado por Montes o por su
hijo, para inculpar al muchacho.
—Sí,
eso me imaginé. ¡Muchas gracias por el apoyo! Menos mal que Arturo los acompañó.
Este país está jodido con su sistema de justicia. Robert, te llamo más tarde
con más calmita porque tengo la feria del libro encima, y hay que mandar en un
rato el discurso del alcalde. A ver si vamos a comer después de la
inauguración.
—¡Me
encantaría!, gusto en saludarte y te deseo mucho éxito con la feria de este año.
Por fin, ya está todo listo para que dentro de dos semanas se inaugure el evento, se siente satisfecha y contenta. Toma asiento y se concentra para redactar el discurso en su computadora.
¡Muchísimas felicidades Lucía, eres una escritora estupenda!
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarMuy buen relato Yoli, felicidades !!!!
ResponderEliminarMuchas gracias!!
EliminarLic. Alonso, me encantó su relato no puedes dejar de leerlo. Describes perfectamente una oficina burocrática, La Licenciada y sus colaboradoras con sus tandas y vendimias. Me gusta la descripción que haces de los personajes y su entorno.
ResponderEliminarEnhorabuena!!
Muchas gracias! Me alegra que te haya gustado!
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