viernes, 12 de marzo de 2021

Todo es un malentendido

Omar Castilla Romero

 

Miguel sacó el teléfono móvil de su bolsillo para hacer una llamada con el rostro cargado de angustia durante la espera. De pronto se oyó una dulce voz femenina del otro lado.

Aló, buenos días, hermanito, ¿cómo estás?

—Aló manita, bien ¿y tú? ¿Cómo amaneciste? ¿Ya te sientes mejor?

—No he tenido más fiebre y toso menos, pero todavía me duele mucho el cuerpo. Ah y otra cosa, tengo un antojo —Se oyó una risa.

—¿Qué quieres que te lleve?

—Vale gracias, quiero unos caramelos, el problema es que el portero de la clínica no deja entrar nada, ayer mami trajo uvas y no las pudo ingresar.

—No te preocupes, ya veré como hago.

—Bueno vale, espero tu visita.

Alejandra era la hermana menor y adoración de Miguel. Hacía una semana se había enfermado con el virus y aunque se supone que a los jóvenes no los ataca de forma agresiva, los síntomas en ella fueron tan intensos que obligaron a hospitalizarla. Miguel lucía marcadas ojeras producto del insomnio asociado a la preocupación. Incluso solicitó al alcalde en cuyo despacho trabajaba como secretario, permiso para ausentarse unos días. Este, entendiendo su situación le permitió un descanso gracias a la alta estima que le tenía, pues con su ayuda logró depurar de corruptos su administración. Aquella labor les granjeó muchos enemigos que intentaban por todos los medios destituir al alcalde y a Miguel, hombre sin tacha en parte por idealista, en parte por ser nuevo en política. Su madre se preocupaba pues pensaba que al meterse con gente tan peligrosa ponía en riesgo su vida, sin embargo, él parecía no tener miedo o si lo tenía lo compensaba con la satisfacción de hacer lo correcto. Ingresó a un supermercado cercano y se dirigió al área de golosinas agarrando un paquete de caramelos de marca Andina, que sabía eran los favoritos de su hermana, pero vio que era un tanto grande y pensó que no podría ocultarlo en el bolsillo de su chaqueta, por lo que lo guardó a ver si cabía y notó que lo hacía sin inconvenientes, así que sería difícil que el portero de la clínica lo detectara. En ese momento cayó en cuenta de que cualquier persona que lo estuviera observando pensaría que estaba robando, así que sacó las golosinas de inmediato y se dirigió a pagar a la caja.


Para Damián Fernández su día de trabajo transcurría igual que cualquier otro del último mes desde que asumió el cargo como jefe de seguridad en la sede local de almacenes La Cima. Su rutina era vigilar las instalaciones del accionar de los ladrones, por lo que pasaba la mayor parte del tiempo posando su regordete trasero en una silla de la cabina, desde donde observaba lo que ocurría en el almacén a través de las diferentes cámaras de seguridad instaladas en el edificio, a la vez que escuchaba música para escapar del aburrimiento. De pronto vio en uno de los pasillos a un hombre que se introducía un paquete en la chaqueta y luego lo palpaba para evaluar si se notaba.

—Vaya, vaya —dijo y señaló el segundo monitor de arriba a la derecha —Mira lo que tenemos allí.

—Parece que se quiere robar algo —dijo el asistente —, oh, pero mira, lo acaba de sacar del bolsillo, como que se arrepintió.

—Te equivocas —le espetó Damián—, el robo fue consumado.

—Pero ¿cómo? Si lo volvió a sacar y no sabemos si irá a pagar.

—Mira si yo digo que el tipo fue sorprendido robando es porque así fue. Si tienes alguna objeción recuerda que dormir en horas laborales está prohibido y hay en mi poder más de un video que atestigua que lo has hecho.

El ayudante hizo una expresión de indignación, pero guardó silencio. Luego Damián se levantó de la silla y salió hacia el pasillo de tecnología.


Miguel pensaba en que tendría que regresar a sus actividades al día siguiente. Le agradaba su trabajo, pero se había vuelto extenuante por cuenta de la presión que ejercían los poderosos a los que había desbancado de sus privilegios. En ese momento vio como dos individuos le cerraban el paso.

—Buenos días, señor —nos permitiría una requisa le dijo el que parecía ser el jefe, que sin mediar palabra metió la mano en el bolsillo de su chaqueta—. ¿Qué hace este teléfono móvil en su bolsillo?, ¿acaso se lo piensa robar?

—Pe... pero ¿cómo?, ¿no sé cómo ha llegado allí? —respondió Miguel sorprendido.

—Eso no es lo que atestigua la cámara donde se ve claramente cómo usted introducía un paquete en la chaqueta, el mismo que ahora encuentro en su bolsillo, ¿qué más pruebas quiere? —preguntó Damián.

—Oh por Dios señor por qué hace esto, si en verdad vio el video completo, pudo observar que yo lo saqué del bolsillo enseguida.

—¿Entonces, reconoce que lo ocultó?

—Sí… ósea no, es que usted no entiende.

—Qué quiere que entienda que es un ladrón de supermercados. Lo peor es que el señor Miguel no se ve de mala procedencia.

—¿Cómo sabe usted mi nombre?

—Eee… el sistema de cámaras es muy avanzado —respondió titubeando, luego se dirigió a su asistente, quien lo miraba perplejo —vigílalo mientras hago una llamada.

Miguel se quedó un momento mirando lejos y luego se dirigió al encargado de cuidarlo.

—Oye, mira esto es un malentendido yo no he hecho nada, te lo puedo jurar —notó en sus ojos nerviosismo y entonces agregó—. Sabes que no estoy mintiendo, por favor ayúdame.

—Aunque quisiera no puedo, me tiene amenazado.

—Por favor no permitas que cometan una injusticia, por lo menos dime por qué sabe mi nombre.

—No tengo idea —respondió a la vez que se encogía de hombros.

—Entonces, ¿cómo se llama?

—Damián el Zorro Fernández.

—Damián Fernández, ese nombre me suena familiar.

 

—Señor Truco, le tengo una primicia —decía por teléfono Damián mientras hacía una pausa para respirar—, sí señor, tengo al perro de Miguel cogido de las pelotas y esta vez no veo como se pueda escapar —de nuevo tomó una bocanada de aire y agregó— claro que sí, esta vez es verídico, fíjese las cosas de la vida, lo he agarrado robando en el supermercado… Sí, en el que trabajo desde que me despidieron de la administración de impuestos; sí señor, robando, bueno más o menos, en todo caso eso no importa, el punto es que tengo una grabación, entonces creo que esto debe interesarle. —Se oyó otra pausa y luego preguntó— ¿Qué?, sí, se la puedo pasar, pero usted entenderá que después de esto es posible que pierda mi trabajo, así que no estoy tan seguro de hacerlo. —De nuevo hubo un silencio— Gracias señor Truco, pero me pregunto qué haré mientras usted me devuelve el trabajo, no sé, no estoy convencido…, claro que sí señor, pero con cuánto… ¿Cuánto?, señor agradezco su oferta, pero preferiría que fuera el doble… Entonces, ¿trato hecho? Perfecto, hace la consignación a mi cuenta bancaria y de inmediato le envío la grabación.


Cinco minutos después regresó el supervisor llevando a Miguel y al asistente a través de un pasillo que terminaba en unas escaleras, las cuales conducían a una oscura oficina en el sótano del almacén en cuyo interior había multitud de cajas desde donde se oía el chirrido producido por las ratas que vivían allí. Mientras Damián jugaba al policía malo para intimidarlo, Miguel se desconcentraba con el ruido de la respiración entrecortada del supervisor debida a su extrema gordura. Luego intentó aclararle que se trataba de un malentendido, pero no sirvió de nada. Sonó el teléfono, era su hermana, desvió la llamada. Sonó otras dos veces. Empezaron a llegarle mensajes de texto cada vez más frecuentes, al punto que tuvo que silenciar las notificaciones. Cuando terminó de escuchar a Damián abrió el celular para ver de dónde venían tantos mensajes. Le habían escrito unas veinte personas, entre ellas su novia, su hermana, su madre y el alcalde. Se preguntó cuál podía ser la causa y decidió abrir primero los de su hermana temiendo que le hubiera ocurrido algo grave, pero se encontró con un panorama diferente: ¿Hermanito te encuentras bien? —escribía. Él respondió que sí, que por qué se lo preguntaba, entonces ella le envío el video donde se veía guardando un paquete en su bolsillo en el supermercado. No es lo que tú piensas aclaró, es un malentendido, pero ya lo estoy resolviendo. Cualquiera que viera el video podría creer que estaba robando, puesto que solo se veía la primera parte. Sabía que esto causaría un daño irreparable en su reputación y que debía estar circulando en las redes sociales, entonces pensó en la posibilidad de que fuera una treta de sus enemigos políticos, pero abandonó la idea creyendo que se estaba volviendo paranoico. En todo caso si ya el alcalde lo había visto, debía estar furioso. En ese momento sonó el teléfono.

—Aló Miguel, me parece increíble que hayas caído tan bajo, mis ojos lo ven y no lo creen, has echado en saco roto el trabajo de dos años, ¿ahora qué credibilidad va a tener mi administración que dice luchar contra los corruptos y ladrones?

—Señor alcalde, puedo asegurarle que es una confusión y ya lo estoy resolviendo, luego le marco —y le colgó.

De nuevo abrió la aplicación y vio el mensaje de su novia Silvana, quien le preguntaba si él era quien aparecía en el video. Si soy yo, pero no es lo que piensas. Ella respondió lo siento eres alguien especial, pero esto no lo puedo tolerar, además si en mi trabajo se enteran de que mi novio es un cleptómano, no podré obtener el ascenso que vengo esperando hace meses. Cuando le escribió pidiendo que se vieran para explicarle personalmente lo sucedido, notó que su mensaje no cargaba. Marcó a su teléfono, pero se iba a buzón de voz. Intentó escribirle por medio de las redes sociales, sin embargo, era tarde, ya lo había bloqueado en todas. Era increíble, su novia lo estaba goshteando. No quiso ni siquiera abrir los mensajes de su mamá imaginando la perorata: Así es como me pagas, ¿acaso esta es la crianza que te hemos dado? ¡Cómo nos haces esto Miguel! En fin.

Esperaba en la oficina sudando a cantaros por el calor infernal que reinaba a pesar del viejo aire acondicionado que trabajaba a expensas de un ruido insoportable. En ese momento llegaron dos agentes de policía.

—Buenos días, señores —dijo uno de ellos a la vez que se acomodaba el quepis. Luego giró y se sorprendió al ver allí a Miguel—. Señor secretario, ¿qué hace usted aquí?

—Es una larga historia, me tiene retenido el jefe de seguridad del almacén acusándome de haber robado un celular.

—¿Cómo puede ser eso?, de seguro no lo conoce, pero dígame algo, ¿de verdad no lo robó?

—Por supuesto que no, teniente, no sé por qué me está pasando esto —entonces se le vino a la mente que sí era posible que todo fuera un complot en su contra.

—Creo que puedo ayudarlo, pero señor secretario, usted sabe cómo se mueve esto, siempre se necesitan recursos para poder estimular a la gente —dijo frotando el índice contra el pulgar.

—¿Recursos? —se encogió de hombros y luego agregó—, ah ya entiendo, le agradezco teniente, pero prefiero mantenerme firme en mis convicciones. Soy inocente y lo demostraré.

El policía hizo un ademán despreocupado y procedió a tomar los testimonios, luego de lo cual se marchó junto a Damián a legalizar la denuncia. Unos minutos después lo llamaba Fercho su mejor amigo, pensó en desviar la llamada, pero al final contestó. 

—¿Ajá llave cómo anda todo?, te tengo la última, ahora eres famoso.

—Oye Fercho tu eres la patada —le respondió Miguel, sorprendido ante su capacidad de convertir hasta la peor tragedia en un acontecimiento—. No te das cuenta de que esto puede hacerme la vida cuadritos.

Ombe Migue quién dijo, fama es fama, buena o mala. Es más, deberías aprovechar tu cuarto de hora y volverte influencer para que te llenes de billete. Mira cuantas personas te siguen en las redes sociales.

Miguel abrió su Instagram y notó que de ciento cincuenta seguidores que tenía el día anterior, pasó a más de veinte mil, de seguro para mirar la vida de rey que se daba el nuevo ladrón de la ciudad. Notó que en la mitad de los comentarios le recriminaban y en la otra lo exaltaban como el héroe que robó al infranqueable supermercado que abusaba de sus precios.

—Vale, luego hablamos, debo resolver algo —y le cerró la llamada.

Sacó una caja de chicles de menta que tenía guardada en el bolsillo, se metió uno a la boca y lo masticó. En ese momento se le vino de nuevo la idea de que lo que pasaba, estaba relacionado con su trabajo, pero solo podía demostrar que era inocente teniendo el video completo. Quizás el único que podía ayudarlo era el asistente que se había quedado a vigilarlo. El problema era el pánico que le tenía al supervisor, así que debía encontrar la forma de convencerlo. Pero ¿quién era aquel hombre que se le hacía familiar? Empezó a hacer memoria y cayó en cuenta de que uno de los analistas que tenía contratado Truco, el político corrupto, se llamaba Damián. Solo hasta ese momento pudo atar cabos.

—Oye si te ayudo a deshacerte de tu jefe, ¿me apoyarías?

—No creo que sea posible, ese tipo es muy astuto, por algo le dicen el zorro.

—Resulta que ya recuerdo quien es y sé por qué está haciendo esto. Es por venganza, debido a que yo revelé todos los desfalcos que hizo a la administración municipal, así que puedo desenmascararlo ante los dueños del almacén.

—¿Y por qué no usa eso para para que lo deje en paz?

—Porque quiero limpiar mi nombre y en eso solo tú me puedes ayudar.

—Le voy a confesar algo, antes de detenerlo él fue al área de tecnología y tomó un teléfono móvil que fue el que introdujo en su bolsillo.

—Eso puede ayudar, pero sería tu palabra contra la de él, a menos que consigamos la grabación de las cámaras de ese pasillo.

—De seguro ya la borró, es muy astuto, sin embargo…

—Sin embargo, ¿qué?

—Hay una cámara que mira hacia ese sitio, que no se puede borrar desde la cabina, así que podríamos ir y extraer la memoria.

—Entonces, vamos allá.

Salieron de la desvencijada oficina e hicieron el recorrido de vuelta hasta llegar al pasillo donde se encontraba la cámara. Tomaron una escalera rodante que había al final de este, gracias a la cual el asistente se subió para abrir con un destornillador el compartimento que guardaba la memoria. En ese momento notaron que Damián se acercaba por lo que el asistente la extrajo a toda prisa y se la entregó a Miguel quien acto seguido empezó a correr. Detrás de él iba el supervisor que hacía un esfuerzo sobrehumano debido a su obesidad. Miguel podía oír el jadeo de la respiración cerca de él, cuando hizo un ágil giro a causa del cual Damián chocó con un estante atestado de envases de salsa de tomate que se quebraron contra el piso. Miguel aprovechó la confusión y entró en la cabina de seguridad asegurándola con el cerrojo, desde donde insertó la tarjeta de memoria en su celular y cargó el video en las redes sociales para que todos lo vieran completo. Mientras tanto pensaba como su vida había cambiado en un día, siempre había actuado conforme a la ley y nunca nadie le había reconocido nada, pero en el momento en que se puso un manto de duda encima suyo, todos lo acusaron y le dieron la espalda: el alcalde decepcionado, la madre avergonzada, la novia ingrata; quizás su amigo Fercho tenía razón y en el mundo de las redes sociales lo más importante era tener seguidores sin importar como se conseguían, quién sabe, con el tiempo podría volverse influencer, aunque en realidad en ese momento no le importaba lo que iba a ser de su vida.

1 comentario:

  1. Excelente reflexión!!
    nos deja un claro mensaje que estamos acostumbrados a ver las cosas superficialmente no indagamos solo sabemos juzgar a los demás sin darle siquiera la oportunidad de hablar, pasa muy seguido en la vida cotidiana.
    También el tema de las venganzas aunque a veces no sabemos quienes son nuestros enemigos hay personas que están hay esperando el instante preciso para hacerte daño.
    Me encantó!!!
    Mil felicitaciones al autor.

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