martes, 3 de noviembre de 2015

Iniciación

Teresa Kohrs


No me quiero levantar. Sí, anda, arriba. Encuentra tu voluntad Martha Gabriela. ¡Levántate ya! Palabras mágicas que generalmente funcionaban, aunque a veces una parte de mí deseaba ejercer esa voluntad de forma rebelde, quedándome en cama, tapada hasta las orejas con el edredón, profundamente dormida. En vez de eso me arrastro, tomo mis cosas, zapatos, lámpara y me envuelvo en una cobija. Sin pensar salgo de la rústica cabaña. Una espesa neblina y cerca de cero grados centígrados me reciben. Cualquier rastro de sueño que hubiera quedado se congeló al instante. Las regaderas ecológicas te esperan… sigue avanzando… no te fijes que todavía está obscuro… no pienses en los animales nocturnos… deja de castañetear los dientes. Esto es la verdadera fuerza de voluntad. ¿Quién diablos me manda utilizar mis vacaciones en esta tortura china? ¿Por qué no estoy tirada bajo el sol junto a mi esposo frente al mar como él quería? Recuerda Martita, me digo cerrando los ojos y apretando la quijada, el agua fría activa las terminaciones nerviosas promoviendo salud y energía. ¿A quién se le ocurre bañarse a esta hora al aire libre?

Por supuesto no hay electricidad en las regaderas, sin embargo cuando llego escucho el golpeteo del agua sobre el cemento y se alcanza a ver la tenue iluminación de una lámpara de pilas. Alguien ya está ahí. Me asomo en silencio y lo primero que veo son un par de musculosos y peludos glúteos. Llevo mi mano a la boca para sofocar el grito que quiere salir y doy media vuelta de puntitas hacia el otro lado de la barda. ¡Estos hippies no tienen el menor pudor! Por un momento mis mejillas se sienten calientes a pesar del frío.

Doy vuelta a la construcción y después de torcer ligeramente mi tobillo, encuentro otro acceso que supongo es la zona de mujeres. Por lo menos esta sección tiene cuatro paredes casi completas. Estoy a favor de aceptar tu cuerpo y amarte cómo eres, pero el exhibicionismo no es lo mío. Moviendo la cabeza de lado a lado y exhalando vaho por la boca encuentro por fin donde dejar la cobija y mi ropa. Saco de la bolsita el champú y jabón rezando intensamente porque el congelado piso no albergue ningún tipo de animal rastrero. Estoy en este lugar con un solo propósito, crecer espiritualmente, pero esta íntima relación con la naturaleza me causa cierto conflicto.

Al momento de poner la pierna derecha bajo aquella gélida agua empiezo a pensar cosas horribles del guía quien dijo que el baño matinal era obligatorio. Pero cuando intento meter la cabeza y el aire sale en pequeños jadeos de mi boca, todas las malas palabras que conozco y desconozco circulan por mi mente saliendo en sonidos inteligibles. Desesperadamente meto mis dedos entre el cabello tratando de quitar la espuma. Durante unos segundos pensé que moriría congelada o de un paro cardíaco.

Finalmente, vestida y debo admitir, revigorizada, llego a la palapa, una especie de gran isla de concreto cubierta por un techo elaborado con hojas de palma, construida estratégicamente al centro de una explanada. Todos los candidatos nos sentamos en unos cojines especiales con las piernas cruzadas de frente al maravilloso volcán.

Después de una hora de cantos y meditación cubiertos bajo el manto de aquella misteriosa energía, recibiendo el calor de los primeros rayos del sol, regreso del éxtasis espiritual sintiéndome parte de algo más grande. Hace varios años, antes de casarme y de tener hijos, este tipo de prácticas llenaban mi existencia de propósito. Dicen por ahí que lo único verdaderamente seguro es el cambio. Estoy de acuerdo. Las prácticas de entonces poco tienen que ver con las actuales. A través del tiempo me he vuelto más escéptica, y aunque disfruto intensamente esos momentos de expansión, una parte de mí duda y se pregunta si el ego no se estará identificando con la experiencia.

Como preparación para la ceremonia de iniciación tomaríamos un desayuno frugal consistente en fruta, semillas e infusiones. Desde nuestra llegada ayer por la tarde nos informaron que deberíamos mantener un estricto silencio evitando el contacto con las demás personas, por lo que en el comedor solo se escuchaba el sonido de los cubiertos chocando con los platos, una que otra masticación y los sorbidos de alguna persona que tomaba el té demasiado caliente. En otra ocasión ya me había tocado comer en silencio. La verdad es que cuando te concentras en lo que toca tu paladar el alimento sabe mejor y no solo eso, los aromas son fascinantes pues se distinguen más claramente, sobre todo las especias fuertes como la canela, clavo, cardamomo y jengibre. La fruta es más jugosa, se percibe más dulce, además de que se hace evidente cómo las almendras y nueces satisfacen plenamente el apetito aumentando la energía natural del cuerpo.

He intentado llevar este tipo de alimentación a mi hogar con frustrantes resultados. Los sentidos pueden llegar a ser armas de dos filos y el placer emocional que un platillo rico en grasa animal provee es difícil de vencer. La desconexión que existe entre el alimento que el cuerpo realmente necesita y lo que le damos es alarmante. Una vez más pienso en la fuerza de voluntad y no puedo evitar observar a mis compañeros. La mayoría de aspecto hippy, de veinte a treinta años, delgados, con un físico escuálido pero curiosamente manifestando una piel luminosa, digna de cualquier anuncio de cremas. La minoría compuesta de personas desde rellenitas hasta obesas. Es curioso, no me identifico con ninguno de los dos grupos.

Estaba preocupada por la ceremonia que se llevaría a cabo en algunas horas. Los candidatos eran elegidos a través de un comité de maestros los cuales invitaban a sus mejores alumnos a enviar la solicitud, proceso que parece ser incongruente con la búsqueda de elevación espiritual. Había escuchado historias sobre rechazos, pleitos, egos sobrevaluados. También conocía personas que evitaban el tema pero que evidentemente habían logrado un cierto grado de paz ya que se les veía emocionalmente estables, manifestando una personalidad sencilla pero a la vez muy atractiva. El contacto con ellas logró encender una chispa dentro de mí, motivándome a dar el paso y aceptar la invitación.

Pocas cosas son tan gratificantes como escuchar el sonido de las hojas secas bajo los pies al caminar en fila india por el bosque, sentir la protección de enormes pinos y aspirar su esencia. Una ardilla lanzó un proyectil desde lo alto llamando mi atención. Por un momento miré la punta de aquel gran árbol, los rayos de sol buscaban acariciarlo y una palabra se dibujó en mi imaginación. Detente. Parpadee y desapareció.

Una advertencia de mi subconsciente aterrado, pensé. Había escuchado relatos sobre personas fallecidas durante pruebas emocionales, pero nada se decía de este grupo en particular. Nos dirigíamos hacia el lugar de la ceremonia, una cueva, decían. ¿Será verdaderamente peligroso o solo mis dudas manifestándose? Por unos segundos la aprensión me detuvo. ¿En qué me metí? Decidí no hacerme caso. Un aspecto de mi carácter es la parálisis por miedo, algo mío que reconozco pero que lucho constantemente por superar. Me forcé a seguir caminando antes de perder de vista a mis compañeros.

Más adelante el espeso follaje obscureció el camino y el viento frío del volcán nevado comenzó a circular. Con él llegaron las voces y susurros entre las hojas. Detente, parecían murmurar. La piel se me erizó en la nuca, pero una vez más hice el esfuerzo de vencer la sensación y avanzar.

Una hora o dos después, cansada, sudando a pesar del clima y con el comienzo de un dolor de cabeza, por fin nos detuvimos. Diez minutos para descansar, ir al baño entre los árboles comer frutas secas y tomar agua. El nerviosismo estaba tan a flor de piel en todos mis compañeros que era casi palpable. Aun así, en silencio, aprovechamos el tiempo.

Posteriormente nos congregaron en un pequeño claro al frente de la entrada a una cueva, la cual se veía obscura y húmeda. Tan solo imaginarme dentro de ella me provocó un escalofrío.

—Candidatos —dijo uno de los maestros de mayor edad— han sido elegidos entre muchas solicitudes para esta ceremonia de iniciación. Antes de seguir adelante, es necesario que firmen una carta en la cual nos eximen de cualquier responsabilidad. La cueva es profunda y podría haber accidentes. Solo si están seguros se les permitirá seguir adelante, de otra manera les pediremos se retiren.

La firma de un papel de esa naturaleza podía significar muchas cosas, desde pruebas verdaderamente peligrosas hasta un juego de la mente. El hormigueo subiendo por mis piernas manifestaba claramente mi temor. Nos volteamos a ver unos a otros, algunos con asombro, otros mostrando desconfianza o incredulidad, pero finalmente la mayoría nos paramos con determinación. Un compañero de edad avanzada y con problemas de sobrepeso fue el único que partió, probablemente dudando de su fortaleza. Volví a sentir ese escalofrío recorriendo mi cuerpo y escuché el miedo gritando dentro de mi cabeza: detente, detente, detente. Rechacé los pensamientos inseguros, reprimí las dudas recordándome las capacidades que me permitieron estar dentro de este selecto grupo. Me quedé en mi lugar, entre mis compañeros.

—Hay una diferencia entre querer y desear —continuó el mismo maestro cuando nuestro compañero se perdió de vista—  el deseo es más profundo —hizo una pausa deteniéndose en cada uno de nosotros, atravesándonos con su mirada— la intención es un deseo expresado fuertemente a través de una acción. Si este es puro, podrán entrar por ese portal —dijo señalando la entrada de la cueva— para lo cual tendrán que contestar una pregunta correctamente.

Tras ese pronunciamiento cinco personas vestidas de blanco portando un antifaz del mismo color salieron de entre los árboles caminando hacia nosotros. En una mano traían las cartas, las cuales firmamos. En la otra cargaban telas gruesas que empezaron a colocar frente a nuestros ojos dejándonos en la obscuridad, aumentando la sensación de vulnerabilidad. Estaba prohibido hablar. Varias preguntas se atascaron en mi garganta. Me quedé ahí, parada, no sé cuánto tiempo. Solo se escuchaba el rozar de la ropa de mis compañeros que parecían alejarse y algunos susurros que no sabía si eran debido al viento entre los árboles o la voz de alguien murmurando.

Brinqué al sentir una mano en el brazo. El toque era suave pero firme. Me guío unos pasos hacia abajo. Sentí de pronto su aliento cálido y húmedo en mi oreja.

—¿Cuál es el camino hacia la verdadera felicidad?

Ah, la famosa pregunta. El primer filtro. No sé qué cara habré puesto que se volvió a acercar y la repitió de forma más pausada. Asentí para confirmarle que había escuchado. Hm, por supuesto que es una que me he hecho miles de veces y la respuesta ha variado durante el tiempo. Podría hablar de la familia, amigos, trabajo y estudios, pero estaba segura que en esta ocasión no iba por ahí. Visualicé todo lo que hicimos hoy para llegar hasta aquí. En la mañana quería quedarme dormida, deseaba agua caliente para bañarme, café y panecillos para desayunar. Durante el trayecto sentí incertidumbre, dolor de piernas y cansancio. Tuve miedo al firmar la famosa carta responsiva y sin embargo elegí libremente seguir los pasos necesarios para esta iniciación. Ejercí mi voluntad. También recordé los cambios a mi estilo de vida a través de varios años de prácticas meditativas y estudios espirituales, los cuales me han llevado a una existencia cada vez menos agresiva, más sencilla, tanto en mi forma de pensar y sentir como en cada una de mis relaciones. Este tipo de vida, inevitablemente me ha llevado a ser más consciente de todo cuanto me rodea. Sin lugar a dudas ahora soy más feliz. A tientas, busqué el rostro de mi acompañante y me acerqué a su oreja esperando el permiso de hablar.

—Es utilizar la libertad de ejercer un autocontrol en todo lo que hacemos, cultivando hábitos de una vida sencilla con un pensamiento elevado –dije con más seguridad de la que sentía y agregué otra frase de mi maestro— la felicidad depende principalmente de las condiciones creadas por nuestra propia mente.

No pude evitar la mueca al finalizar mis palabras. Di dos respuestas en vez de una sola. ¿Me penalizarían por eso? La persona se quedó tanto tiempo en silencio que pensé que tal vez ya se había ido y yo no me di cuenta. Estaba segura que las respuestas eran correctas, aunque parecían diferentes, en realidad eran complementarias. Volví a brincar cuando sentí su toque. Me tomó con más firmeza y me llevó hacia arriba reafirmándome con un apretón antes de dejarme de pie en un lugar completamente silencioso. Tiempo pasó y como nadie me quitaba la venda de los ojos supuse que las respuestas habían sido aceptadas, pero no me atreví a cantar victoria hasta que otra persona, o tal vez la misma, vino por mí para llevarme a lo que claramente se sentía como la entrada a la cueva. Ahí escuché una voz masculina en un tono alto y claro. No supe si solo me hablaba a mí o si éramos varios.

—Satanás es la fuerza consciente del engaño que hace parecer lo infinito finito, constantemente transformando el primero en lo segundo. Todas las creaturas animadas e inanimadas, en vez de darse cuenta que son inmortales, se sienten solas y separadas, por lo que tienen origen y fin. Las almas individualizadas se sienten apegadas al estado temporal de vida. Si todos actuáramos en sintonía con el Infinito, no habría miedo, enfermedad o muerte, solamente ilusiones sugeridas, no más que un sueño común —dijo con una voz grave que retumbaba en su pecho— si renuncias a tus apegos temporales podrás continuar.

¡Qué! Grité en mi mente. ¿De qué está hablando? Abrí la boca como para reclamar pero recordé a tiempo que antes de entrar me reafirmaron que no debía hacerlo. La cerré en una línea delgada, por un momento enojada con todo esto. No entendía qué debía hacer y no podía preguntar, tenía frío y miedo. Calma Martha Gabriela, me dije a mí misma. Me forcé a respirar pausadamente, poniendo especial atención en la inhalación y exhalación. No era que no hubiera comprendido el discurso. Sí lo entendí, y no solo eso, estaba de acuerdo. ¿Cuáles eran mis mayores apegos? No tenía que pensarlo mucho. Mi esposo e hijos. ¿Qué me estaban pidiendo? En mi mano izquierda siempre llevaba mi argolla de matrimonio y colgando de una cadena un dije en forma de candado dentro del cual guardaba una pequeña foto de mis tres hijos. ¡No! Grité en mi cabeza. No me voy a deshacer de estas dos cosas, nunca me las quito, ni siquiera para dormir. Mi marido me apoyó para venir aquí, es mi mejor amigo, mi amante, además del mejor compañero del mundo. ¿Cómo voy a renunciar al símbolo de nuestra unión? Empecé a sentir el pecho apretado y lágrimas detrás de los ojos. Cerré con fuerza la quijada. La humedad y falta de aire dentro de la cueva me hicieron sentir mareada. Por un momento pensé que me iba a desmayar.

Escuché movimiento y una persona se acercó. Levanté la mano evitando que me tocara. Respiré despacio una vez más. Estos símbolos, el anillo y el collar, eran importantes. Pero el amor que sentía por mi familia no estaba atado a ningún objeto. Era un amor libre. Tiempo atrás había ya comprendido que entre más espiritual era mi experiencia de vida, mayor capacidad tenía de amarlos a ellos y a los demás. Temblando levemente desaté el collar y quité el anillo extendiendo la mano. Escuché una exhalación y alguien los tomó. Por un segundo me creí vacía, pero luego sentí una expansión en mi corazón que me hizo sonreír.

Circulamos un poco más entre pasajes estrechos, teniendo que agachar la cabeza para no golpearme, hasta detenernos en un lugar cerrado. Pequeñas gotas de agua comenzaron a caer sobre mi rostro. Una voz femenina me habló.

—El cuerpo y la mente son solo dos aspectos del Espíritu. El océano sigue siendo océano dentro de una tormenta, en la calma o durante un tsunami. Cuando navegamos en el océano del Espíritu en forma de pequeñas olas no podemos ver su inmensidad. Frente a ti hay un vaso que contiene veneno. Tienes el poder de decidir tomarlo.

Uf. Ya me habían advertido de este tipo de pruebas en donde te enfrentan a romper paradigmas y te obligan a ver más allá. La mano que chocó con la mía parecía contener una copa. ¿El veneno? Empecé a sentir resequedad en la boca e imaginé el sabor amargo que experimentaría al darle un trago. Utilicé la punta de los dedos para palpar lo que me ofrecían. El vidrio estaba helado, pero curiosamente la copa se sentía ligera. Acerqué mi nariz para confirmar mis sospechas. No había nada dentro, solo aire. La toma del veneno no era real, solo un símbolo. Exhalé un aire que no sabía estaba conteniendo. Supuse que lo importante ahora era mi respuesta, la cual tendría que manifestar esa comprensión de algo que va más allá de la materia separada del todo. Otro empujón a mis dedos invitándome a tomar. Moví la cabeza en negación.

—Puedes hablar —me dijo la misma voz.

Carraspeé un poco pues sentía la garganta cerrada. Busqué contestar desde mi centro.

—Mi meta es vivir cada vez más a través del poder de la mente. Sin embargo, no me siento espiritualmente tan avanzada para vivir solamente de ella, por lo tanto, aun sabiendo que podría contrarrestar el efecto del “veneno” en el cuerpo tomándolo solo como la ilusión que es, no he llegado al punto de poder lograrlo con éxito. Decido no tomarlo.

El corazón me palpitaba tan fuerte que lo podía escuchar en mis oídos. Las pequeñas gotas ya habían mojado mi cabello haciendo pesada la cabeza. Me tomaron otra vez del brazo y continuamos avanzando. Atrás quedaron las gotas de agua. Después de atravesar un pasillo muy estrecho llegamos a un espacio que parecía ser muy grande pues se escuchaba el eco de pasos y la respiración de más personas. Me dijeron que me sentara. El suelo estaba duro, húmedo y rocoso, pero mis pantalones de algodón grueso podían soportarlo. Una vez sentada, alguien se acercó a susurrarme una nueva pregunta cuya respuesta requería tiempo, concentración y profunda meditación. Me costó trabajo encontrar la paz necesaria para comenzar. Estaba incómoda, tenía hambre, sed y ganas de ir al baño además de que empezaba ya a titiritar. Con gran fuerza de voluntad hice todo a un lado. Fui apagando cada uno de los sentidos y empecé la práctica que llevaba años realizando. Estoy casi segura que pasaron horas. Algunas señales en mi cuerpo me lo confirmaban, pero estaba determinada a superar esta prueba, así que cada vez que me distraía regresaba una y otra vez a mis técnicas hasta que finalmente alguien me sacó de ese estado a través de un pequeño toque en el hombro. Con las piernas dormidas, tuve que detener a mi ayudante hasta que la sensación regresó a ellas para poder levantarme. En un murmullo me pidió la respuesta. De la misma forma se la di.

Al empezar a caminar me di cuenta que otros hacían lo mismo. Se escuchaban sus movimientos, palabras en secreto y en ocasiones hasta nos rozábamos. De pronto un sonido empezó a vibrar. Nuevos sonidos lo acompañaron. Música que nacía de tazones de cristal de cuarzo, utilizados especialmente para sanar, cuya resonancia en las paredes cavernosas aumentaba exponencialmente su efecto en el cuerpo, empezando por la piel, palpitando hacia adentro, llegando hasta lo profundo, haciéndome sentir aún más en armonía. Era como un instrumento que poco a poco se va afinando, provocando un indescriptible efecto de libertad.
Seguimos avanzando y la música quedó atrás. Al primer paso fuera de la cueva me sorprendí al recibir un fuerte abrazo, luego otro y otro, muchos de ellos, cada uno parecía ser más poderoso que el anterior. Una luz se expandió detrás de mis párpados, blanca y clara, tan intensa que sentí el impulso de volver a taparme los ojos. Al mismo tiempo experimenté la felicidad absoluta, irradiando de mi pecho como una bomba en expansión. Seguía en medio de abrazos, cuerpos que olían a la cueva, sudor, pino y aire fresco. La potencia de la unión en altísima frecuencia. Un canto entre gutural y nasal comenzó a circular, palabras en un idioma antiguo, suaves como un murmullo, se transmitieron de persona a persona en menos de un minuto. Cantábamos en armonía provocando una sensación de absoluta paz. Al terminar me sorprendí a mí misma limpiándome las mejillas con el dorso de la mano. Había llorado.


Posteriormente recibimos la instrucción de escuchar atentamente. Hablaron de la importancia de mantener los detalles de la iniciación de forma hermética. Finalmente nos permitieron quitar las vendas. Me devolvieron el anillo y collar, los cuales guardé en la bolsa de mi pantalón. Estaba amaneciendo, el bosque ya no se veía igual, nosotros tampoco éramos los mismos. Las repercusiones del cambio lograrían su cometido. Habíamos alcanzado una elevación en la consciencia. Partimos sin despedidas, agradecidos, de vuelta a nuestras vidas.

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