viernes, 3 de julio de 2015

Ratzillas

 María Elena Rodríguez 


Flor Ramírez lleva cerca de ocho meses viviendo sola, su casa de dos pisos y cuatrocientos metros cuadrados de construcción, de fina y costosa decoración minimalista, amplios jardines llenos de flores de todas las variedades y colores,  le ha quedado enorme, desde que Anabel, su última hija de veinte y siete años,  se casó.

Voy a tener todo el tiempo para mí, sí… seguro, son tantas las cosas que tengo que hacer…

Era lo que había estado repitiéndose incesantemente durante esos meses, siempre con la mirada perdida en el infinito, cuando solía sentarse al pie del ventanal de su dormitorio  el cual tiene  una salida directa hacia el jardín, pero hasta ahora no  concretaba absolutamente nada que  llene  y  colme totalmente su tiempo, sus  emociones.

Todos  los días se levanta a las siete de la mañana; de forma automática, previo una media hora de divagaciones mientras mira a través del ventanal acurrucada dentro de sus cálidas y satinadas sábanas; a Flor le gusta dormir con las persianas abiertas. Su jornada empieza  con una caminata por los alrededores del  barrio. Antes lo hacía acompañada de  Ágata, una fornida perra pastor alemán,  mascota de Anabel. Le tomó por sorpresa que su hija decida llevársela,  pues Günter, quien es ahora su yerno,  tiene en su casa cuatro perros de igual tamaño y raza.

—Ahora te quedas tranquila, ya no tendrás que  pasear más a Ágata, ni  que desgastarte tanto peinándola, es demasiado  trabajo para ti— dijo Anabel a su madre.

El día que se llevaron  a Ágata, Flor no alcanzó a recordarles sobre las visitas al veterinario, ni de las vitaminas que debe tomar, o del tipo de galletas que le gustan, inmediatamente su hija y su yerno le dijeron que tenían suficiente destreza y organización para cuidar perros grandes. Como fue todo tan rápido, ni siquiera pudo dar un abrazo de despedida a esa mascota que  según entendió, había sido prestada. Se sintió sola.

Era un día miércoles, esa mañana se alargó su tiempo de ejercicio y caminata, en la tienda  donde compró el pan, el periódico y una funda de maní fresco y salado, se encontró con el presidente del barrio quien le dijo  que le harían llegar un documento para que ponga su firma de respaldo, a lo que ella asintió inmediatamente.

—Es el colmo Flor, volveremos a mandar una carta al municipio, los contenedores de basura  que se colocan en cada cuadra deben ser retirados todos lo días, si no, se llenan de moscas;  perros  y gatos  pasan hurgando en los desperdicios, y lo que es peor, seguro que ya mismo aparecerán ratas, ¡sería un desastre!

De regreso  se encontró  después de mucho tiempo con Zoila, una vecina que vivía a dos cuadras de su casa.

—¿Caminando sola Flor? ¿qué pasó con tu perra?

—La dueña de Ágata es Anabel, y sabes que como se casó y…

—¿Se llevó la perra y no te consultó? bueno, los hijos son así, mejor si esperas poco de ellos  Flor, o mejor nada…

Zoila no se detuvo ni dos segundos para conversar, luego de sus frases lapidarias siguió de largo y dejó a Flor con la palabra en la boca, o tal vez ella no tenía nada que responder; se quedó parada sobre la vereda húmeda mientras a su lado pasaban dos niños con uniforme de escuela a quienes  ella quedó mirando por largo tiempo, a la vez que,  junto a una brisa fresca,  perdidas en un eco, le sonaron las voces de sus hijos cuando eran aún niños.

Era miércoles, Flor  tenía dos actividades que cumplir; una era almorzar con sus dos hermanas, y más  tarde iba a encontrarse  con algunas amigas y antiguas compañeras de colegio; hasta que  den las doce del día,  hora de  salir, no tenía nada que hacer.

Al llegar a su casa, inmediatamente se dirigió hacia el dormitorio, el único espacio que le ofrecía algo de calidez, el resto de esa enorme vivienda eran solo lugares fríos y sórdidos para su gusto. Abrió el   enorme ventanal que daba al jardín, colocó un almohadón en el piso y se puso a comer el pan (media palanqueta) y luego el maní salado; decidió que eso sería su desayuno. Flor pensó que debía ser un poco más ordenada con la alimentación; desde que se fue Anabel ella se había vuelto muy informal con el estilo de comer, tal vez era momento de establecer  alguna dieta especial, pero lo pensaría más detenidamente; mañana o tal vez, la próxima semana.  En ese instante no le apetecía hacer nada más.

Flor no era muy interesada en  las noticias, pero igual se leyó todo el periódico. Se enteró de la política, la economía, la cultura;  nada le  resultó novedoso,  se distrajo más tiempo con las secciones de variedades, vida de artistas y casos curiosos, ese día,  el gran suceso era un listado de las diez especies  de animales que habían desarrollado tamaños extraordinarios, se informó sobre estrenos de obras de teatro, descubrimientos médicos,  y más primicias. Estuvo tan distraída que el tiempo le pasó sin que se dé por enterada, así que de un brinco se levantó, cerró el ventanal dejando el periódico, los restos de pan y maní  regados en el piso;  inmediatamente entró al baño a ducharse, tenía los minutos contados para estar lista, salir y llegar a tiempo, no le gustaba hacerse esperar.

En sus incesantes reflexiones en solitario, Flor pudo definir y conceptualizar su estado de ánimo —estaba en reposo— cual agua mansa, silenciosa, como ella misma solía decir. A veces le colmaba un mutismo total; era común que si alguien le hablaba se perdía en medio de una conversación.

Manejando el carro  rumbo a la casa de Rocío, su hermana mayor, pensó en Pedro y José Antonio, los hijos mayores que se mudaron  hace cuatro y seis años respectivamente; por un momento abrigó la ilusión de pasar gran parte de su tiempo cuidando a nietos que nunca llegaron; entonces se activaban en su memoria las gastadas muletillas repetidas, unas veces por sus hermanas y otras, por sus amigas:

Verás Flor, la tarea de madre nunca se termina, te encontrarás siempre preparando almuerzos para tus yernos o tus nueras el fin de semana, porque ellos quieren descansar, no dejarás nunca de ser la mamá que les atiende en todo.

Llevarás  a sus hijos a todas partes, tendrás que comprarles juguetes y todo lo que se les antoje, ya verás, ser abuela también cansa.

Alguna vez le alertaron con esa idea, pero no fue ese su caso.   Sus hijos  eran muy informales, no tenían expectativas de hacer crecer sus respectivas familias, y  si bien le visitaban con sus parejas, no se concretaron con frecuencia esas escenas tradicionales que ella imaginó,  además, en general, los muchachos y Anabel, por cuestiones de trabajo constantemente estaban de viaje.

¿Qué quisiera?, sí, tener mis nietos, mis amigas hablan mucho de eso… ¿y si de pronto la decisión de mis hijos es no ser padres? , ahora las parejas de jóvenes son muy diferentes, tienen otra visión y otros intereses, además yo pienso que eso está muy bien…

Flor llega a la casa de su  hermana Rocío,  la mayor. Era la clásica mujer de rutinas y estilos de vida convencional, con tres hijos casados, seis nietos y tres nueras a quienes controlaba —en el buen sentido—, según ella mismo decía;  tenía ocupado la mayor parte de su tiempo, y el que le sobraba era utilizado para interpelar  al prójimo y dar consejos, que mucho se parecían  a dictámenes  y preceptos,  esa tarde no fue la excepción.

—Estás muy sola Flor, de pronto una pareja te haría bien.

Después de su viudez luego de ocho años, tuvo dos relaciones con las que no llegó a nada, fue muy discreta en las mismas, sus hijos siempre se mantuvieron alertas, y eso hizo que  en ella se desvanezca en cualquier pretensión de “rehacer la vida”.

¿Rehacer la vida?...como que mi vida estuviera rota.

—Esperemos que Anabel se embarace rápido, y mejor si tiene hijos seguidos, eso te ocupará bastante el tiempo. Así sucede cuando uno se queda sola Flor, no te preocupes.

No estoy preocupada…

Flor no dijo nada, era muy prudente cuando se trababa de los “consejos” de Rocío, atribuciones que ella se las tomaba  de buena manera, sabía que en el fondo se inquietaba por ella. Cuando  llegó Cristina, la menor de las  hermanas y  también abuela, almorzaron.

—Come Flor, no me dirás que estás cuidando la figura, ¿a tu edad? ¡por favor!

Rocío era una excelente cocinera, no había dudas. Se había esmerado con una lasaña de pollo y otra de carne,  así que prácticamente  les exigió que coman de las dos,   le acompañaron  con una ensalada mixta y champiñones, más cuatro rebanas de pan de ajo, jugo de fruta,  luego pastel  de manzana,  para terminar,  un café con alfajores, Flor comió seis.

—Flor, parece que estás comiendo más de la cuenta, tanto dulce no es bueno, los alfajores son pesados para el estómago— le dijo Rocío.

Poco a poco Flor sabía que iba a  superar esa sensación de vacío que le invadía por la presión que ejercía sobre ella, todo  su entorno más cercano. Luego del almuerzo, decidió no volver a la casa, prefería hacerlo en la noche, su vivienda  era tan enorme, que llegar pasado el medio día solía deprimirle un poco. Cuando dieron las cuatro de la tarde se retocó el maquillaje y recibió los últimos consejos de Rocío; Cristina, la hermana menor, salió inmediatamente después de comer.

Flor se dirigió a la casa de Lisbeth, su querida amiga desde cuando estaban en la escuela, quien ahora se hallaba empeñada en reclutar a las compañeras de la vida estudiantil; ella también  ejercía  el cargo desinteresado de consejera.

—Ojalá tengas suerte con tu hija mujer  Flor. Es que entre mujeres es diferente. Ella se dará cuenta de lo sola que estás  y te dará nietos.

—¿No almuerza Anabel  con su marido en tu casa?

—Ponte más guapa y búscate un novio.

Eran las insistentes expresiones que casi se había acostumbrado a oír durante esos meses. Su silencio y sobrecogimiento no le complicaron la vida.

En la reunión las amigas hablaron de muchas cosas, no solo de los típicos temas que endilgan de forma estereotipada  a las mujeres  que han sobrepasado los cincuenta años: las cirugías y los calores de la menopausia. Realmente se divertía, estaban planificando hacer un viaje juntas, un viaje largo, una excursión, libres de hijos y esposos.

—Tú te libraste de eso Flor, por suerte. Es difícil mantener un matrimonio después de tantos años.

—Mejor estar sola Flor, que alivio no tener que dar cuenta de tu vida a nadie.

—El tiempo de una mujer es sagrado, de eso no de se dan cuenta ni los hijos y peor los esposos ¡es terrible!...

Lizbeth se  afanó en la atención  a sus invitadas; les sirvió sushi, canapés, variedad de quesos y jamones, empanas rellenas de carne, varios bocaditos, pastel de chocolate,  agua, gaseosas y té;  con esa  diversidad de comida satisfacía  los diferentes  gustos de todas sus amigas. Para evitar levantarse a cada momento y llenar su plato con tan deliciosos entremeses,  Flor optó por sentarse junto a la mesa y probar de todo, mientras  las miraba y escuchaba conversar, quejarse de la vida, y recibir unas cuantas críticas.

—Qué manera de comer tienes Flor, bueno, la suerte es que no te engordas.

—Si un hombre te ve comer sale corriendo.

—Preferible darte de vestir y no de comer.

Flor no se tomaba a mal los comentarios, más bien le provocaba risa  que le hagan broma con eso.

 Ya voy a moderarme en la comida, haré más ejercicio también.

La jornada se extendió casi hasta las nueve de la noche. Cuando llegó a su casa, Flor encendió la luz de entrada de la puerta principal, la cual quedaba prendida hasta el día siguiente,  fue directamente al baño, se aseó, se puso la pijama y luego se metió  en la cama. Tenía cansancio y mucha pesadez. Dio varias vueltas para acomodarse, no encontraba una posición que le haga sentir holgada, entre conciliar el sueño y despertarse por varias ocasiones , le pasaron algunas horas, no se sentía bien.

En su intento por dormir, poco a poco empiezan a desfilar sobre su cabeza las imágenes de todo lo sucedido durante ese día, desde la mañana muy temprano cuando se encontró con el presidente del barrio, y luego todo se repite de forma casi automática. En medio de un absoluto y total silencio, Flor se levanta de la cama y sale directamente al jardín, la hierba está mojada de rocío y ella siente  la humedad en sus pies descalzos.

Aprecia  dentro de sí misma el  vacío,  la nada, pero se da cuenta de que es diferente, seguramente está vaciada de todo lo que no le hace falta, se siente fluir en medio de esa fresca noche, y se deja llevar por las sensaciones que le invaden…está muy oscuro pero los pájaros cantan y las flores lucen sus colores de forma más intensa, llenas de escharcha…es algo inusual pero ella no se sorprende.

…soltar, soltar la vida, desapegarse, fluir,  vaciarse de todo, no tengo odios, no hay rencores, nada me falta,  hay algo más, la vida entera es algo más, esta es la soledad, la edad del sol, me siento bien, estoy bien…

Flor siguió con esas reflexiones, a su jardín le llegaba casi por completo la luz del poste de la calle, pero era de color violeta muy fosforescente; cuando en medio de sus cavilaciones sobre la belleza de la vida y el tomar conciencia de lo observado, le pareció extraño que todos los contenedores de basura del barrio estén en su casa, ¡en su jardín! no tenían tapas y estaban totalmente repletos.

¿Qué raro? ¿por qué habrán hecho eso sin pedirme permiso?

Inexplicablemente percibió los  aromas de todo lo que había comido ese día, lo que  le provocó un agria sensación en el estómago,  luego le llegó el pestilente  olor del  basural, automáticamente  aparecieron desperdicios con formas extrañas, en  porciones gigantescas, gelatinosas y brillantes.

En breves  segundos Flor sintió una presencia,  bajó  la vista  hacia la hierba y  se encontró acechada de manera fija y profunda, era la mirada de  un ser mutante, enorme,  tendría alrededor de sesenta centímetros de largo, con una cola extensa y puntiaguda, era un roedor negro y monstruoso que permanecía frente a ella en posición de alerta, listo para atacar.

Flor se quedó paralizada, empezó a sentir frío, la luz violeta del poste se transformó en un rojo intenso, su corazón parecía que le  iba a  salir del pecho, escuchaba sus latidos a un volumen  agudo y estridente, inmediatamente desató la  lluvia  con una fuerza inusual, su pijama blanca se manchaba con gotas de agua color negro, también le caían trozos de maní, pero tenían el peso similar al de piedras pequeñas, además  de restos de pan;  el animal  mojado que  lucía más repulsivo, seguía vigilante como si estuviera preparado para saltar sobre ella.

Retrocediendo  mucha con habilidad  y  cautela, Flor, de un  solo brinco entró a su dormitorio y cerró con fuerza el ventanal contra el cual se estrelló el roedor. Se quedó mirando a través del cristal  con la respiración entrecortada, a los pocos segundos  vio como sorpresivamente apareció en el jardín Ágata, su bella Ágata, valiente e intrépida se  enfrentaba con ese roedor repulsivo.

—¿Te devolvió la perra tu hija?

¡Qué extraño era eso! Flor regresó a ver hacia atrás, no sabía de donde salió  la voz de Zoila, su amiga con la que  se encontró en la mañana mientras hacía su caminata diaria.

Es jueves,  Flor ha dormido más de la cuenta, tuvo una noche espantosa, recién  alrededor de  las cinco de la mañana pudo conciliar el sueño, se levantó casi a las cuatro de la tarde con un intenso dolor de estómago, tenía  pesadez, aturdimiento,  y una  jaqueca insoportable; con mucho desgano abrió el ventanal, se fijó que del día anterior quedó en el piso la almohada que puso para sentarse, el periódico, migas de pan y restos del maní salado;  los recogería luego,  era urgente ir  al baño.

Después de unos minutos sonó la regadera, mientras tanto, en el suelo, sobre el periódico, un pequeño  roedor negro   comía esos residuos, sus patas merodeaban  encima de  una de las noticias que Flor leyó ayer, aquella relacionada con los  seres mutantes:


Ratzillas’, ratas gigantes mutantes resistentes a venenos que azotan Inglaterra

Un tipo de rata mutante está causando dolor de cabeza y temor entre los británicos. Es   una rata gigante, mide hasta unos 60 centímetros de largo, razón por la que muchos la han apodado "Ratzilla".  Lo que más sorprende de este raro animal no es su tamaño, sino una mutación que hace que sean resistentes a los venenos para eliminar ratas que son utilizados desde los años 50 del siglo pasado…



Pronto timbrarán en la puerta de la casa  de Flor; por tercera vez en el día llega  Clemente, el asistente del presidente del barrio, en la mañana fue dos veces pero nadie atendió a su llamado, lleva la carpeta con las firmas de respaldo que presentarán en el municipio, falta su rúbrica; paralelamente, han pasado los filtros de seguridad  de ese conjunto residencial, Anabel y Günter;  ella tiene una sorpresa para su madre, en el asiento posterior del vehículo duerme plácidamente una cachorrita de dos meses, la parió Ágata. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario