viernes, 30 de septiembre de 2011

La ilusión del sueldo mínimo

Marco Antonio Plaza


Julio trabaja como mozo en un restaurante en el centro de Lima, desde  las ocho de la mañana en que atiende el desayuno. Se levanta a primera hora y camina como veinte minutos para poder tomar una combi que lo lleve a su destino pero esto no lo afecta por su juventud. Vive en el cerro San Ignacio de Loyola, más o menos lejos de su trabajo. Regresa por la noche a su casa después de pasarse prácticamente todo el día atendiendo clientes, quienes por lo general, no son muy delicados en la forma de tratarlo.
Junto a su casa vive su buen amigo Enrique, vecino de hace muchos años quien se desempeña como obrero en la industria de la construcción. El trabajo de ambos es similar en muchos aspectos, pues, los dos laboran por horas y no tienen beneficios sociales, es decir, ni salud ni una futura pensión. Los empresarios siempre le manifiestan a ambos que su situación de trabajadores informales se debe a que el sueldo mínimo es muy alto, muy por encima de lo que normalmente se paga en el mercado de gente no calificada y que por el contrario a lo que se cree, esta medida afecta a los más pobres. Todo esto es consecuencia de la pésima política económica implementada por los diferentes gobiernos hace décadas sobre todo en temas laborales.
Ambos no entendían nada de lo que les decían. Pero lo que les importaba a ellos es que el salario que reciben de manera informal, aun siendo muy bajo, les permite mantener un hogar pequeño, de un hijo cada uno. Las esposas colaboran a la economía familiar cocinando en un comedor popular por horas.
Un día, el dueño del chifa, el señor Yan, quien fumaba como chino en quiebra, lo llama a Julio y le dice con un tono de voz ronca y gastada propio de un fumador empedernido:
-Julio, he decidido aumentarte el sueldo a seiscientos nuevos soles y a partir de ahora serás un trabajador formal, y te pagaré tus derechos sociales. Sé que serás más productivo, te vas a identificar más con el negocio y te sentirás mucho mejor. Te iré incrementando tu ingreso por pocos, dependiendo de nuestra eficiencia y sobre todo, del trato al cliente y de la calidad de la comida. Debes tener paciencia, pues estoy dando el primer paso.
-Gracias jefecito, usted se pasa –le dice Julio con mucha reverencia-. No esperaba su intención de hacerme sentir parte de este restaurante. Es verdad, tendré más ganas de chambear. Gracias nuevamente. Se lo contaré ahora mismo a mi familia.
Julio retorna a su hogar de noche, cansado pero contento listo para contarle a su mujer e hija. Una vez conocida la noticia, todos estaban felices porque era la primera vez que se convertía en un trabajador formal y eso lo beneficiaba no solamente por el mayor sueldo sino también en el aspecto sicológico porque se sentiría más integrado a la sociedad.
Después de seis meses, el país se encontraba  dividido en el aspecto político por la campaña electoral. Uno de los  postulantes a la presidencia prometía aumentar el sueldo mínimo vital a la suma de setecientos cincuenta nuevos soles. Julio se ilusionó porque en su trabajo le iban a pagar lo que la ley manda ya que ahora era un trabajador formal.
Terminada la campaña electoral, dos meses después, el candidato que idolatraba Julio ganó las elecciones. La ansiedad era máxima por escuchar el mensaje presidencial. Y justamente, el flamante presidente de la República planteó el incremento del sueldo mínimo tal como lo había dicho en la campaña. En la casa de Julio estaban llenos de júbilo porque sería el segundo aumento en menos de un año.
Una tarde del primer día útil después del mensaje presidencial, el señor Yan lo llama a Julio a su oficina:
-¡Hola Julio!, tengo que hablar contigo y esta vez, al igual que la vez pasada, voy a ser sincero contigo –le dice con una voz de preocupación y con cierto sentimiento de culpa.
-¿Qué pasa jefe, he metido la pata con algún cliente? Usted sabe que yo los trato muy bien y muchos de ellos son mis causas y me quieren.
-¡No Julio, no es eso, es otro tema!, se trata de la nueva medida del gobierno relacionada al sueldo mínimo vital.
-Sí manyo el tema jefe, se lo dejo en sus manos –decía Julio de la boca para afuera, pero en ese mismo instante pensaba «me tienes que subir, no te hagas el loco chino tísico, no puedes zafar esta vez, te jodiste» Sin embargo presentía algo negativo por la manera como le hablaba Yan. No estaba alegre como la vez pasada cuando le dijo que le aumentaba el sueldo a seiscientos nuevos soles. En esta situación difícil, no le quedaba otra cosa a Julio que esperar la noticia por muy mala que sea.
-Julio, he realizado unas cuentas y si te pago setecientos cincuenta nuevos soles, tendría problemas financieros justamente por los beneficios laborales que se incrementan como la espuma de mar; igual me pasaría con el resto de muchachos, pues, realmente yo los quiero tener como trabajadores formales, pero no me queda otra que seguir pagándoles lo mismo, prometo mantenerles el sueldo pase lo que pase, pero regresarían a ser informales. Yo quiero que sigan trabajando conmigo. Ya veremos qué hacer en el futuro.
-Jefe, qué problema realmente, lo entiendo, usted no nos quiere fregar, pero si sube el sueldo a setecientos cincuenta mangos, el negocio peligra y sería peor para nosotros, ¿no?
-Cierto Julio, quisiera saber si deseas seguir trabajando, con el mismo sueldo, pero de manera informal, ¡lo siento mucho!
Julio ya había tomado la decisión de aceptar porque peor era quedarse sin nada de dinero, pero anímicamente se sintió muy mal, y pensaba qué le iba a decir a su familia. Él nunca fue un desempleado, tenía que ganarse la vida trabajando como lo hizo su padre y eso lo llenaba de orgullo.
-¡Acepto jefe! –dijo Julio con una voz tembleque.
Al día siguiente, viernes por la noche, se encuentra con su amigo del alma, Enrique.
-Amigo, vamos a chuparnos unas chelas a la esquina y te cuento lo piña que soy en la chamba.
En eso enrumbaron hacia la cantina hablando de otros temas. Una vez sentados en la mesa, José llama al mesero.
-Oye chochera, tráete un par de pomos al polo como le gusta a la gente brava
- Al toque mister, ya vuelvo.
 Después que ambos se habían tomado casi las dos cervezas y ya un poco picaditos, Enrique le dice:
-José, ¡cuéntame lo del chifa antes que te embombes y te dé la llorona!
- Ja ja ja, no es para tanto cuñadito. Bueno, te cuento que el chino Yan no me pudo subir el sueldo porque de lo contrario el negocio tendría un roche económico.
-¡Qué cosa! – dice de manera sorprendida Enrique- ¡No te atraco! Si ya eres formal tiene que subirte el billete, porque si no lo hace el tío manca contigo. Estás en tu derecho amigo y puedes ir a quejarte al ministerio de trabajo.
-¡No seas monse causita!, tú sabes que el chino no tiene la obligación de darme chamba, y si lo hace, es porque quiere. Además, él me ha dicho que desea seguir trabajando conmigo y que jamás me disminuirá el sueldo. Así que he aceptado seguir en el chifa.
-Oye cuñadito,  ¿vas a aceptar semejante desfachatez? ¡Quéjate! ¡No te me arrugues! ¡Presiónalo a ese chino! ¡No seas conformista!
-¿A quién me voy a quejar causita? Tú sabes que firmo contrato cada tres meses y justo vence en unos días. Además, yo sé que Yan no es mal intencionado, yo soy su chocherita. El chino es buena gente. ¡Créeme carajo, ya me estás llegando con la misma huevada, pareces disco rayado!
- Ja ja  ja, ¡tá bien! ¡tá bien!, ¡no te me achores!  Bueno compadre, haga lo que crea conveniente, al fin y al cabo, “a mí me pasa lo mismo que a usted”, como dice una canción de la época de mi viejo. Somos dos informales ¡y qué! ¡Nunca entenderemos a los políticos ni esas huevadas del sueldo mínimo, de la inclusión social y tanta cojudez! Sigamos disfrutando de estas chelitas y hablemos de fútbol. ¿Qué te parecieron los goles del exterminador de Guerrero contra Venezuela en la última copa América? ¡Excelentes! ¿No? ¡Habla!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Misa de difunto

Víctor Mondragón

Corría la década de mil novecientos setenta y se cumplía un año del  fallecimiento de Jorge Champa Nicho, era la primera vez que Willy  y Pedro Pichilingue,  primos y adolescentes  amayinos (1), asistían a una misa de difunto; un lejano olor a paja quemada y la característica brisa marina del barrio de Amay  besaban el rostro de los deudos, en la puerta de la iglesia recibían   fraternos y solidarios saludos de familiares y amigos respondiendo a cada uno de ellos con  inconfesada y tal vez ignorada tristeza.
-Los esperamos en la casa –era la respuesta común de los familiares del finado.
En la ciudad de Huacho, una misa de difunto era un evento especial, mucho más que una simple  tradición, los deudos se solían preparar con meses de antelación para realizar una digna reunión  que contentara  al finado; los familiares  juntaban  ahorros, viajaban  desde diversos lugares  para conmemorar el recuerdo del ser querido.
Por un camino sin asfaltar y rodeados de árboles de pacaes (2), los asistentes  de la misa transitaron hacia la casa de la familia Champa;  en el trayecto el grupo  se fue engrosando con auto invitados que aparecían en el camino; aquellos  eran conocidos como los invitados a la mesa (muy distintos de los invitados de la misa), solían colarse a  esas reuniones interesados en una segura comilona. Mientras caminaban, dejaban escuchar sus murmullos.
-Fue un gran hombre el finado –decía uno de adelante.
-Era una persona muy buena –comentaba uno del costado.
-Cuanto sentimos su ausencia -decía un auto invitado.
Por su parte, mientras caminaban,  los primos   conversaban:
-Por lo visto  no hay muerto malo –dijo Willy.
-Caramba, nuestro abuelo tenía mal carácter, con los gastos hechos no alcanzará para comprarme zapatos, estoy molido, todo el día hemos estado limpiando la casa de la tía –respondió Pedro.
-¿Es verdad que has repetido el año escolar? –preguntó Willy.
-Los profesores se me prendieron, quiero ir a la capital a trabajar -respondió Pedro; sus padres se habían separado hacía poco.
Ya cerca de la casa se percibía un penetrante olor a leña, propio de un promisorio festín; en una  cocina al aire libre, varias mujeres se afanaban  en la preparación de la comida, por su parte Willy y Pedro  repartían  vino entre los invitados; pasados los minutos, los rostros compungidos y serios se tornarían  en  risueños,  los temas de conversación ya no serían tal o cual finado, sino temas del recuerdo y relatos anecdóticos.
Fuera de la sala, sobre un suelo de tierra aún húmeda, bajo unas parras de uva,   unos vecinos se congregaban  contando historias de brujos y curanderos de la región; el rojizo atardecer había dado paso a la penumbra mientras contados lamparines mezquinaban su  luz.
Varios vecinos  se jactaban de haber conocido a tal o cual chamán, pero al unísono reconocían que no hubo mayor brujo que José Yancunta Santos.
-Señor, ¿Usted ha conocido a Yancunta? –preguntó Willy.
Don Anselmo, anciano de la zona, puso sus manos sobre su cintura y con  voz ronca y pausada manifestó:
-Yancunta nació a fines del siglo XIX,  provenía del barrio de Luriama,   era ciego, revisaba  a sus pacientes  con el tacto,  delicadamente examinaba  los rostros, luego frotaba sus manos sobre sus cueros cabelludos y posteriormente rozaba sus abdómenes, allí Yancunta  parecía escribir extrañas figuras con los dedos, al parecer sus percepciones estaban supeditadas a ritos ancestrales,  yo lo vi hacerlo varias veces.
-¿Y  cómo era ese curandero? –replicó  Willy.
-Tenía tez trigueña, baja estatura, se apoyaba en un bastón de huarango (3) que en su extremo llevaba tallada una cabeza de serpiente –contestó el anciano.
-¿Era ciego? entonces,  ¿cómo curaba ese señor? –contestó Pedro con  tono desafiante.
-Ese curandero solía estar acompañado por un muchacho a modo de lazarillo, su ceguera no era impedimento para ver  más allá del mundo físico, antes de voltear una esquina  decía -ahí veremos a tal o cual persona con tal característica física o psíquica -replicó don Anselmo.
Los adolescentes se miraron haciendo  gestos de incredulidad y desdén, seguidamente intervino otro vecino:
 -Yancunta era aficionado a las peleas de gallos y tan solo escuchando su canto podía inferir quien sería el ganador, sin embargo le atribuyen que su mayor prodigio fue convertirse en cerdo, pato u otro animal, nadie sabe a base de qué sugestión, truco o engaño lograba hacerlo –dijo don Simón.
Las horas transcurrían mientras se congregaban nuevos asistentes fuera de la casa, se les solía llamar los huele-guiso quienes atraídos por el olor de la comida, se conseguían prestado algún traje, se colaban al evento y en el momento oportuno se abalanzarían sobre la comida; argumentarían haber conocido también al difunto, no era para menos, el plato fuerte de la reunión sería la sopa huachana.
–No creo esas cosas, estos ancianos nos están contando historietas para asustarnos –dijo Pedro.
-No importa, hay que creerles solo la mitad -contestó Willy estallando en fuerte carcajada.
-Los huachanos provenimos de pueblos que vivieron como sociedades estado organizadas hace cinco mil años;   Bandurria y Caral (4) son solo una muestra de aquel desarrollo;  el conocimiento sobre plantas curativas, presuntos maleficios y artes esotéricas proviene de tiempos ancestrales -dijo don Anselmo respondiendo a las risas de los mozalbetes.
-Con la conquista española muchos conocimientos se perdieron, otros fueron  guardados por los chamanes para que llegaran a las más apartadas generaciones y que no los tocara el olvido -concluyó.
-La conmemoración de la muerte y la comilona posterior son extensiones del culto a los muertos y provienen de tiempos pre-incaicos, la momificación de los  difuntos en el antiguo Perú es tan remoto como las momias egipcias -añadió don Simón.
Doña Jacinta,  hija del finado, hizo un alto en la cocina, sin disimular su olor a humo, salió a saludar a los asistentes.
-Dinos cual es el secreto de la huachana –dijo un auto invitado.
-El secreto es el agua  de  acequia huachana –respondió la cocinera.
Aquel momento fue aprovechado por un  orador espontáneo, hacía horas  que esperaba el momento propicio, caminó rápidamente  hacia el centro de la sala, con sus brazos llamó la atención a los asistentes y elevó un discurso de recordación para un finado que no conoció
- …y Dios lo tiene  en su santo reino –concluyó el orador quien por el precio de cinco soles brindó sus servicios.
El consumo de bebidas alcohólicas había despertado el apetito de los concurrentes, penetrábales el  olor de las comidas preparadas; Pedro había visto alguna vez un plato de sopa huachana y no le atraía su apariencia; el joven se dirigió a la cocina donde fue reprendido por entrar; a las mujeres no les gustaba que entren hombres a la cocina, peor aún  si las cocineras se estarían aseando o hermoseando,   la ardua tarea había causado estragos en sus maquillajes y menjunjes. 
-¿Hay algún otro plato? -preguntó Pedro.
-Hay  también seviche de pato (6),  pepián de choclo (7) y cerdo asado pero las comidas se servirán por orden de edad -contestó su tía.
Algunos asistentes amparados por la natural impunidad del desorden, se afincaron  cerca de la cocina, lugar de donde salía la cerveza,  bebían con imprevisto entusiasmo, uno de ellos  llamó a Pedro y disimuladamente le entregó un billete doblado,  sellaba un pacto informal, el asistente aseguró así su aprovisionamiento de alcohol.
Willy y Pedro regresaban con frecuencia  al patio donde  fluía entretenida la reunión, la conversación principal y de mayor interés seguía siendo acerca de brujos y curanderos, poco a poco más oyentes se fueron contaminando de curiosidad y se aunaron al grupo.
-En esos años, una vez  a medianoche,  vi un pato subido en un árbol, me  llamó la atención y de repente vi un hombre desnudo que caminaba al borde de una acequia; grande fue mi sorpresa al identificar a Yancunta que se alejaba presuroso -dijo don Anselmo quien  seducía a los jóvenes con el hechizo de sus relatos.
Un conocido vecino intervino diciendo  que no creía en brujos, pero quiso narrar una  experiencia que no podía olvidar pero si contar.
-Hace unos meses  en compañía de tres efectivos cercamos a un  hombre que tenía orden de captura por violación, el  delincuente corrió y se refugió en una casa en el centro de una chacra, no había forma de huir, era de tarde; dos de mis efectivos irrumpieron en la casa de adobe mientras los otros dos cuidaban el exterior.
-¿Nos va a contar que el fugitivo desapareció? -replicó Pedro en tono altanero. El oficial tomó aire, miró a los adolescentes  y prosiguió
-Aquella casa tenía sólo un ambiente, dos ventanas cerradas y encontramos  a nadie, solo vimos un perro negro salir corriendo, buscamos falsos pisos en la habitación pero  nada hallamos.
-Ese fugitivo seguro no entró en esa casa -contestó Pedro. El oficial se sirvió una copa de vino, miró al suelo, levantó la mirada y exhalo un hondo suspiro mientras replicaba.
-Al día siguiente uno de mis subordinados me contó   que el hombre que buscábamos era nada menos que el hijo de Yancunta Santos y que  habría heredado los secretos de su padre -seguidamente el oficial levanto la voz.
 -¡Carajo! yo no creo en brujos pero ese pendejo desapareció.
-Tras la muerte de Yancunta llegaron extranjeros para indagar sobre los legados del chamán, tanto americanos como rusos, estuvieron tras unas hojas de plátano donde  presuntamente habría descrito  como un ser humano podía adquirir la apariencia de animal, dicen que  esas hojas están  ocultas -concluyó don Anselmo.
-Yo no creo –dijo Pedro en tono desafiante.
-Estos tíos nos están meciendo, vamos al cerro colorado, allí van chamanes, yo los he visto –dijo Willy.
-¿Tú también crees en eso? –preguntó Pedro.
-Estamos a un kilómetro de distancia, en poco más de una hora estaremos de regreso, nada perdemos con verlo en persona –contestó Willy.
-El tío de un amigo es brujo y una  vez me pidió que sea su ayudante –añadió.
-¿Y no te asusta? –replicó su primo.
-¡Nada que ver!, hasta me han dado propinas –respondió Willy.
-A veces he ido  a huaquear al cerro colorado y los brujos me compran lo que encuentro. Recogí  cuatro calaveras,  dicen que cuidan la casa de ladrones –añadió.
Los primos marcharon presurosos,  cruzaron chacras, se dirigieron    hacia un cerro  ubicado frente al mar; estando cerca a las faldas del cerro detuvieron sus  pasos y sigilosamente observaron el escenario  tras el amparo de una loma. A lo lejos ubicaron el perfil de un individuo solo, los jóvenes se echaron al suelo a fin de no ser vistos,    escucharon  palabras de un extraño lenguaje; divisaron  un sujeto que levantaba los brazos, cantaba, cogía objetos del suelo  y extraía tierra bajo la luz de la luna.
-¿Esta bailando? –preguntó en voz baja Pedro.
-Es parte de su ritual –contestó su primo.
De pronto el cuerpo del extraño individuo empezó a contorsionarse bruscamente, la luna fue cubierta por nubes y  un viento frío golpeó los rostros de los primos, el lugar donde trabajaba el presunto chamán resplandeció,  una extraña sombra cubrió al  individuo mientras un  olor fétido inundaba el ambiente.
-Corre …von –dijo Willy a su primo.
Como alma que lleva el diablo, ambos jóvenes corrieron mientras percibían  como si  una sombra los persiguiese, minutos después divisaron las luces de las primeras casas del barrio de Amay  y arribaron a la casa de su tía.
-Están sucios, ¿donde han estado? –pregunto don Simón.
-Fuimos al cerro colorado, vimos un brujo  y nos asustó –respondió Willy.
-¡No cometan imprudencias!, en día sábado y a estas horas lo único que allí pueden encontrar son brujos maleros, aquellos que tienen pacto con el maligno –dijo don Simón.
-Los daños suelen hacerse con tierra de muerto y en huacas, ¡Nunca vuelvan por allí de noche! –añadió don Anselmo. 
Minutos después, la tía de los primos les entregó una fuente con cubiertos para  llevar a  los asistentes, aquello era  señal de la pronta repartición de la comida. Pedro y Willy degustaron el apetitoso plato de seviche de pato acompañado de yucas, el sabor ácido conseguido con naranjas agrias, el punto de ají y la suavidad del ave le obligaron a pedir repetición, como la mayoría de comensales que acudieron al breve mar de las soperas; en una misa de difunto podía faltar cualquier cosa menos harta comida; fue todo un festín, los asistentes terminaron satisfechos y había la creencia de que el difunto se alegraría mucho por aquello. En el patio los primos acompañaban a los ancianos.
-Trae más vino para soltarles la lengua a los ancianos –dijo Pedro a su primo.
-Tengan cuidado de los falsos chamanes, esos solo buscan dinero, un verdadero chamán solo pide obsequios o la voluntad de los pacientes –dijo don Simón a los primos.
-¿También me dirá que cree en los amarres y el daño? –preguntó Pedro.
-Es difícil de afirmar o de negar, dicen que los brujos maleros venden su alma al maligno,  consiguen poderes y hacen cosas maravillosas –contestó don Simón.
-Los buenos chamanes dicen poder revertir cualquier maleficio hecho por malas artes y aun más, devolverlo al causante –añadió don Anselmo.
-A mi me han pagado por los objetos que desentierro del cerro colorado –dijo Willy en forma presumida.
-No se dejen embaucar, esos brujos maleros atraen a los incautos y los utilizan –añadió don Simón.
-En pleno siglo XX, ¿Cómo pueden seguir creyendo en esas cosas? –dijo Pedro.
-Todo a su tiempo, la vida les dará sorpresas en el momento menos esperado –contestó don Simón.
El ambiente estaba envuelto de algarabía, se escuchaba bromas de todo calibre mientras otros no se cansaban  de alabar a las cocineras y reconocer las atenciones de la familia del difunto. Tras la comilona y pasadas las horas la gente se fue retirando no sin antes despedirse de los deudos.
-Don Jorge debe estar muy contento –decía un familiar.
-El finado está muy satisfecho –dijo un invitado.
-El muertito ha compartido con nosotros –dijo otro familiar.
Ya de madrugada, de regreso a sus casas,  los primos caminaron entre chacras, por   un descampado,  les alumbraba la luna, los  movimientos  de los árboles o el sonido del viento les llamaban la atención, les inquietaban, angustiaban; de súbito vieron a lo lejos un pato subido en un árbol de lúcuma (8);  los jóvenes sintieron temor y curiosidad a la vez, aquel camino solía ser transitado por ellos, sin embargo decidieron esquivar aquel  árbol.
-El pato ha desaparecido -exclamó Willy.
-¡Mira!, un hombre calato -gritó Pedro.
Vieron un hombre  desnudo que se alejaba presuroso por el borde de una acequia, a  lo lejos escucharon el fuerte canto de un gallo mientras  el espanto hacia presa de los jóvenes.
-¿Viste lo mismo que yo? –dijo  Pedro con un ansia atolondrada por correr y al mismo tiempo por quedarse.
-No jodas, corre …vón –contestó Willy jadeando.
Los primos nunca comprendieron lo sucedido, durante años transitaron por el mismo lugar,  nunca volvieron  a ver pato alguno y mucho menos una persona desnuda; con el tiempo se lamentaron no haber arrancado a los mayores alguna otra confidencia, gozaban en secreto con los recuerdos de aquella noche, solían cuestionarse si lo que vieron había sido producto de una sugestión, acaso su imaginación o alguna broma de mal gusto, mientras estas interrogantes   inundaban  su mente  había  algo que si era muy cierto y  que siempre quedaría grabado en su ilusión de adolescentes: era haber visto al gran chamán José Yancunta Santos.



1.       Amay: barrio de la ciudad de Huacho, a 140 kilómetros al norte de Lima
2.       Pacae: del quechua pacay, fruto de este árbol
3.       Huarango: árbol de la costa peruana, de madera muy dura.
4.       Caral y Bandurria: primeras ciudades estado de América, aproximadamente 3400 años A.C.
5.       Panca: Hoja que cubre el maíz.
6.       Seviche de pato: exquisito plato de Huacho, pato cocido en jugo que contiene entre otros naranja agria.
7.       Pepián: plato peruano a base de choclo molido, arroz u semejante.
8.       Lúcuma: Árbol de Chile y del Perú, de la familia de las Sapotáceas, de hojas casi membranáceas, trasovadas y adelgazadas hacia el pecíolo. Su fruto, del tamaño de una manzana pequeña, se guarda, como las serbas, algún tiempo en paja, antes de comerlo.

Agua y jabón…

Nora Llanos

Más temprano que de costumbre, Cristina se despierta  y revisa una lista mental de todo lo que deberá hacer este último día de verano, antes de partir con rumbo a la ciudad, donde pasará los próximos ocho o nueve meses.  A través de la pequeña ventana de la habitación, percibe el rumor del mar y el canto lejano de las gaviotas que empiezan a anidar en el roquerío que resguarda la casa.  La invade una enorme sensación de vacío y de nostalgia y por un momento cede al desánimo y se acurruca bajo la manta, pero “lara” y “tristán” ya saben que está despierta y la rodean con pasitos cautelosos y miradas contentas… ¡quién puede resistirse a tan gentil invitación¡…
-¿Cerraste la puerta? –se pregunta mentalmente – ¿y las ventanas?-  Todo en orden… yo tengo la llave-  susurra en su oído la voz del amado ausente y Cristina inicia la caminata… la misma que durante años ella y Luis,  hicieron cada mañana,  antes del desayuno, cada día que pasaron en su casita de playa.  La recibe un cielo despejado que anuncia un día esplendoroso… apenas a treinta o cuarenta metros de distancia,  el mar azul, bellísimo, tranquilo, arrullador, una vez más la llena de emoción y de tristeza… avanza unos pasos y se detiene,  dirige la mirada hacia la acogedora casita blanca y allí,  desde la terraza, Luis la observa sonriente… y le dice –ya te alcanzo, vida-  a sus pies la dulce y hermosa “Chaska” menea suavemente la cola.
Cristina nació cuando su madre bordeaba los cuarenta años… su niñez transcurrió rodeada de mujeres maduras que vivían en permanente conflicto con la generación más joven, incapaces de salvar la brecha.   Si bien, esta situación contribuyó a que Cristina  tuviera una visión mucho más amplia del mundo,  también la marcó con ideas rígidas, aplicadas a sí misma y a los demás, a veces implacablemente. 
¡Velo y mortaja, del cielo baja! -decían en aquella época y así fue para Cristina… mucho   antes de lo que pensaba, el amor llegó a su vida.   Luis era la personificación del que, aún sin saberlo, Cristina esperaba; un joven de figura sólida, fuerte, ágil y armoniosa, con talento innato para los deportes, artes y manualidades; de abundantes cabellos negros, cejas muy pobladas y mirada intensa, Luis conseguía fácilmente la atención de las muchachas y se ganaba la simpatía de los varones con su gran sentido del humor.
Muy pronto se dio cuenta Cristina que el matrimonio no era el paraíso que había imaginado.  El amor apasionado y la ternura desbordante que compartieron en la primera etapa, poco a poco fue apagándose hasta convertirse ella y Luis, casi en dos extraños; los buenos momentos eran cada vez menos frecuentes y los pleitos pequeños fueron volviéndose grandes conflictos.  La palabra “divorcio” no tardó en aparecer en sus enfrentamientos verbales,  como la única solución posible a una relación infeliz y sin futuro.
- Tenemos que ahorrar para comprarnos una casa, amor
-¿una casa?... preguntaba Luis, desconcertado- ¡cómo podríamos comprar una casa si solo ganamos lo suficiente para vivir bien! ¿porqué tanto apuro?... tenemos tiempo, recién estamos empezando… tú quieres vivir aislada del mundo, siempre ahorrando, evitando hacer gastos… debemos vivir bien, disfrutar, divertirnos, somos jóvenes.  Como nunca quieres salir,  ya no nos invitan ni nos toman en cuenta. Si tú no quieres ir, es tu problema, quédate, yo me voy-… un mudo resentimiento empezaba a crecer  en el corazón de Cristina y obscuros pensamientos la agitaban, robándole el sueño.

 

- ¿Viniste sola?-
- Sí, es que Luis tenía un partido de fulbito y si lo esperaba, ya no llegaba a tiempo para ir a la plaza  y los chicos estaban ansiosos por ver el desfile-
-Ustedes son como agua y aceite –decía la madre de Cristina con rencor contenido. -Tú necesitabas un hombre maduro, serio y responsable; Luis siempre será un niño; no sabe valorar la mujer que Dios le dio.
-Son polos opuestos –decía su amiga, -no entiendo como terminaron juntos. Todos dicen que él es  divertido, encantador, en cambio tú pareces una vieja, llena de prejuicios,  reservada, todo te lo tomas en serio, siempre preocupada por el futuro, “pegada a la letra” y ¡aburrida!... eres joven Cristina, vístete bonito, salgan con los amigos, dale gusto a tu marido-  Todos tenían razón…. ella y Luis no tenían mucho para compartir, excepto el inmenso amor por sus hijos; para Luis la vida era un eterno carnaval, para Cristina la vida era una tarea importante por cumplir;  sin embargo, no habían dudas en su corazón sobre el amor que Luis le inspiraba; se sentía cómoda siendo quien era,  gozaba de una saludable auto estima y sabía que profesionalmente tendría un buen futuro… pero, tal vez era cierto… no sabía disfrutar la vida, era una vieja en plena juventud…  él con frecuencia  parecía ausente y melancólico, malhumorado e impaciente y  no perdía oportunidad de ausentarse de la casa… ¿Otra mujer?  –pensaba Cristina… seguramente- 
-“Como agua y aceite” -había dicho su madre,  pero,  ¿acaso no disfrutaban aún de su mutuo contacto con pasión y ternura?... ¿no era cierto, que cuando se enojaban, sufrían en silencio, anhelando el re-encuentro?... y ¿no era también cierto que aunque hablaban de divorcio, en realidad las palabras se lanzaban  como dardos solo  para lastimarse mutuamente…
...¿agua y aceite?... NO.. más bien ¡agua y jabón!,  pensó un día Cristina,  mientras corría el agua por su cuerpo joven, sintiendo la frescura, la suavidad y el perfume del jabón que la envolvía bajo la ducha… y con voz quebrada por el llanto, expresó en voz alta su dolorosa angustia   -¡no somos dos mitades de una naranja, es verdad…  ¡somos agua y jabón… lápiz y papel… pan con mantequilla... llave y cerradura… manos de un solo cuerpo… cielo y mar… luz y sombra del mismo día! - estos pensamientos, cual mano divina,  la calmaron, animándola a buscar aquello que faltaba, naciendo así una nueva esperanza.

Lara y tristán  corretean gozosos a la orilla del mar, aprovechando la fresca brisa y el sol… Cristina los sigue a cierta distancia disfrutando también la hermosa mañana y la arena tibia, bajo sus pies descalzos … la playa está desierta, ya casi no quedan veraneantes…  los perros van y vienen,  procurando seguir el paso lento de Cristina,  atentos a cualquier ruido o presencia,  prestos para protegerla… Cristina acaricia una y otra vez las cabezas mojadas y los anima a volver al agua… cada cierto trecho, voltea, su corazón palpita con más fuerza…  y allí, sobre una roca ó  nadando en el mar,  distingue la silueta familiar de Luis…aún  fuerte y ágil a pesar de sus años, a veces levanta una mano hacia el cielo y sonriendo le señala una nube o una gaviota … otras, desaparece bajo una ola seguido por Chaska… ó tirado sobre la arena,  la observa con ojos somnolientos y  susurra  ya te alcanzo, vida-  los perros lo rodean a saltitos, agitando las colas… van y vienen,  vienen y van.
-Apenas si queda un mes para tus vacaciones y la de los chicos… -¿no sería lindo llevarlos a la playa? – dijo Cristina con timidez, después de algunos días de amargo silencio, - seguro que tu papá nos presta la casa-una inesperada sonrisa se dibujó en el rostro de Luis,   -sí, buena idea - contestó con entusiasmo -a los chicos les va a gustar mucho... habrán muchos niños.  Un mes después, llegaban a la playa, cargados de víveres, sombrillas, juguetes y esperanzas.   

Cristina  casi había olvidado cuanto amaba el mar y el verano… los paseos a la playa habían sido la principal diversión en su niñez… ¡qué suerte, a Luis también le encantaba el mar!
  Aquellos treinta días, rodeados de sol, arena, agua y cielo, se sintió completa, más fuerte, más bella; allí no importaba quien era, como vestía, cuanto tenía o cuanto sabía…  descubrió que entre ellos, eran muchas más las coincidencias que las diferencias… ambos amaban profundamente la naturaleza, especialmente el mar… los animales, sobre todo los perros…. La buena comida y mucho más los frutos del mar… el buen vino, y mejor si era tinto… ¡y también las fogatas!..  Allí, en la simplicidad del entorno, las reuniones con los amigos le parecían a Cristina más amenas, menos forzadas, se sentía más contenta, estaban siempre juntos y se retiraban todos a dormir temprano,  deliciosamente agotados por tanta diversión… allí descubrió que Luis la amaba más de lo que ella y él mismo creían y aprendieron que eran una familia, antes que nada.  El mar y la playa los habían unido de manera inesperada y de allí en adelante su relación se hacía más fuerte, más sólida, más completa… la playa los atrapó para siempre y pasaron muchos veranos recorriéndola,  buscando una casa al alcance de sus recursos pero que además cumpliera con un requisito indispensable… estar frente al mar. Pasaron los años, crecieron los niños, pero ellos  nunca dejaron de buscar…
-La verdad que es fea y está mal hecha, no tiene acabados  –decía Luis, contemplando la fea estructura que se anunciaba EN VENTA – además  ni siquiera tiene playa, solo rocas… no hay donde bañarse-  … pero Cristina ya se había enamorado irremediablemente  de la zona…  la casita estaba ubicada a menos de cuarenta metros de la orilla, en una explanada que se levantaba unos tres metros sobre el nivel del mar, en suave pendiente… la línea costera,  resguardada por un roquerío imponente, capturaba una lengua de mar formando una poza, casi enfrente de la casa.  La vista del mar, desde la casita, abarcaba  180 grados de impresionante belleza, además, al no haber una orilla  de arena, la gente no prestaba atención a esa parte de la playa, brindándole a la zona una privacidad privilegiada, aunque también un cierto aislamiento que preocupaba a Luis y encantaba a Cristina.
- Tenemos que reforzar bien las puertas  -decía Luis, desanimado, - y  cambiar  las ventanas, levantar el muro posterior, hacer una terraza,  poner algunas rejas y además siempre debemos traer por lo menos un perro, y hay que limpiar, recoger desmonte, retirar deshechos y aplanar el terreno, rellenarlo con conchuela, los cuartos son estrechos, tendremos que tirar paredes y el patio…el patio no tiene remedio, es pura roca… -¿Estás segura que quieres esta casa?

-Podemos hacer todo eso, mejorar la casa, limpiar la playa y ya tenemos el perro, más aún, ¡podemos tener dos!.. mira, trescientos metros a la izquierda hay una playa de arena y casi tan cerca, a la derecha, otra!... el precio está bien, podemos comprarla sin necesidad de préstamo… ¡nadie mejor que tú para arreglarla¡…  -Sí, sí -dice Cristina,  ¡me encanta… esta es la que quiero¡.
 Los siguientes meses, Luis y Cristina dedicaron todo su esfuerzo y cariño a la casa;  Luis con su innata habilidad para hacer cosas, transformó puertas y ventanas, construyó hermosos muebles de rústico encanto y entre todos, limpiaron, pulieron, lijaron y pintaron...  -¡Qué linda casa! – decían los familiares y amigos… ¡qué acogedora¡… ¡qué lindos muebles, qué hermosa playa¡.  Ese verano, estrenaron la casa.

 Si tuviera que vender todo lo que tenemos, lo último que vendería sería esta casa –decía Luis… cuando yo ya no esté, seguirás viniendo a la playa?-... y en tono burlón… -vas a tener que conquistar a un galán fortachón para que abra y cierre la casa.
-Cuando yo no esté - replicaba Cristina –¡ninguna mujer ocupará mi casa!...
 Nunca, nunca –respondía Luis con una sonrisa… - ¡mentiroso! –replicaba Cristina con coquetería fingida.

Cristina ya casi llega al final del recorrido y piensa con deleite en el desayuno, apresurando la marcha para volver a casa…  A lo lejos se divisa la última casita y en la distancia se recorta la figura cansada del viejo guardián de la zona, patrullando la playa.  Cristina levanta la mano en un cordial saludo y emprende el retorno… -¡qué rico…nos espera un cafecito! - susurra la voz amada.

No puede evitarlo, los recuerdos no la abandonan, sacude la cabeza tratando de ahuyentarlos, pero vuelven una y otra vez, cual aves de presa… no le dan tregua.  ¿Porqué la vida le permitió recuperar a su compañero, para luego arrebatárselo, arrancándole el alma?... siempre hablaban de envejecer juntos, de amarse por siempre, de ayudarse y protegerse cuando las fuerzas faltaran y partir juntos adondequiera que Dios los llevara…

Dos días después del sepelio, un día de invierno, Cristina había vuelto a la playa, buscando en la casa el eco de la voz amada… de pie frente al mar, solloza y suplica… el mar se levanta furioso y un viento frío la  azota y la envuelve cual aliento espumoso de una boca monstruosa… las olas retumban, golpeando la orilla, amenazando la casa.   Cristina maldice, perjura, reclama y luego se pierde envuelta en el agua…
Tres veranos pasaron desde aquel día, del cual Cristina no recuerda nada… dicen que un pescador la vio caminando como ausente por la playa… este verano, Cristina había vuelto por fin a la playa… refugio y fortaleza - le había dicho Luis un día- esta casa es nuestro refugio y fortaleza-  y aquí estaba Cristina, sintiendo que poco a poco llegaban la serenidad y la calma
-¡Es hora de partir chicos, se acabó el verano¡ -anuncia Cristina a los perros que obedientes se preparan.
  -¿cerraste la puerta, aseguraste las ventanas? –se pregunta en voz alta… - todo listo, yo tengo la llaveya te alcanzo, vida –susurra la voz amada.


…Cayo la lluvia a torrentes, sopló el viento huracanado contra la casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre la roca. (LC.6.47-13.26 MC.1.22- Mateo 8)

martes, 20 de septiembre de 2011

La universidad del mercader



Marco Antonio Plaza
Gerónimo acaba de ser presionado por Tula, la coordinadora del área de administración, para que sea evaluado durante las clases de su curso que viene dictando hace diez años habiéndose inclusive convertido en el profesor más experimentado de la facultad. Gerónimo es una persona muy colaboradora de las que no pide nada a cambio. Había asistido a varios eventos y congresos académicos nacionales e internacionales, y publicado sendos documentos de investigación dejando muy bien a la universidad a nivel internacional. 
Él vive cerca a la universidad y se siente identificado con su trabajo. Sus hijos estudiaron en la misma institución. Gerónimo es un profesor que prepara su material didáctico, lee diferentes libros, hace resúmenes, los estudia y con todo este conocimiento lleva a cabo su clase. Las experiencias vividas, tanto en su antigua profesión, donde destacó y fue brillante, como en su nueva actividad, la docencia universitaria, lo han convertido en un intelectual de primer nivel.
Gerónimo fue oficial de la Marina de Guerra del Perú. Se retiró con el grado de Capitán de Fragata. Destacó en el curso Básico de Estado Mayor, obteniendo el primer puesto, estuvo en Francia en la comisión para recibir una corbeta misilera y traerla navegando al puerto del Callao y al final de su carrera fue  comandante de buque habiendo llevado a cabo varias operaciones de desembarco con infantes de marina y del ejército peruano a lo largo del litoral. En tal sentido, Gerónimo tiene un perfil poco común en la sociedad limeña, una mixtura de hombre de acción e intelectual. Él sospechaba que ésta sería la causa por la cual lo veían como bicho raro.
Después que Gerónimo le había dado la respuesta a Tula, se reunió para tomarse un cafecito y conversar sobre el trabajo, con su hermano menor, José, quien también enseñó en la misma universidad años atrás,
-¡Hola hermano! ¿Cómo estás? –saluda Gerónimo.
-Bien compadre, ¿y tú? ¿Y cómo te va en la “fábrica?
-¿En la fábrica? ja ja ja ja, tú siempre tan sarcástico en tus expresiones. Bueno, lo mismo de siempre. He llegado a la conclusión que la universidad donde trabajo y enseño nunca tendrá espíritu de cuerpo.
-¿Cómo es eso de espíritu de cuerpo? Me imagino que tú conoces muy bien ese tema por haber sido oficial de la Marina de Guerra-, pregunta José.
-Es verdad, lo que sucede es que no se percibe un esfuerzo conjunto, sino por el contrario, aislado, y tus aportes no los consideran para nada.  Los objetivos no están bien  establecidos sobre todo en la facultad de administración y ni que decir de la misión y visión, y lo más triste es como esta institución maltrata a su personal al no reconocer su empeño. ¡Siento que la organización ha caído en una mediocridad espantosa donde campea el afán de lucro dejando de lado la razón de ser, la formación de mentes humanas! -manifestó Gerónimo con tono de voz de preocupación.
-Si pues, cuando enseñaba también sentía lo mismo, recuerda lo que te conté en una oportunidad, que me hacían lío porque usaba los ejercicios del libro que había escrito para el curso de matemática financiera, y el coordinador me exigía que utilice los problemas que ellos habían venido usando en los últimos años. Y de ahí surgió el conflicto y como tú bien sabes, no podía seguir enseñando. Al final, les interesó un pito que yo haya aportado conocimiento. Lo más importante para ellos es que se cumpla lo que ellos querían. Su mentalidad es concreta y formateada.
-Es un tema de fondo. La vez pasada te conté que Tula quería evaluarme y hacer un diagnóstico, según ella, para ayudarme a mejorar el método de la enseñanza. Y bueno, le contesté simplemente  que no podía seguir enseñando por motivos personales, dejándole entrever que no aceptaba la evaluación por estar fuera de lugar bajo todo punto de vista.
En dicho momento, Gerónimo estaba preparando la sustentación de su tesis para optar el doctorado de administración en la Escuela de Negocios de la misma universidad y era cuestión de meses. Él sentía una contradicción porque estando a punto de obtener el mayor grado académico, en la facultad lo maltrataban.
Todo esto sucedió en una universidad llamada San Jacinto que cada vez estaba más lejos del motivo para la cual fue creada, que consistía en que los académicos generen conocimiento a través de sus investigaciones.  Pero muy por el contrario, en este centro de estudios el esfuerzo principal estaba dirigido a ganar dinero sin importarles la exigencia y  excelencia académica. Esta filosofía venía desde el dueño de la universidad que  odiaba la intelectualidad. Y esta actitud se dispersaba por toda esta casa de estudios cual virus contagiando a poblaciones enteras.
-Tú sabes que la facultad de administración tiene un director, Eusebio, que por no tener el grado de doctor, no lo pueden nombrar decano y eso lo mortifica. Pero como es amigo del dueño de la universidad, lo han nombrado director. Y cómo es la vida, de haber sido un mediocre funcionario de una empresa de aviación comercial, ahora dirige una facultad sin la menor capacidad profesional-, dijo Gerónimo.
-¿Acaso Eusebio no se esfuerza para ser un intelectual cómo le corresponde?
-No, el problema del director es que en los últimos años de su existencia no se ha cultivado intelectualmente y eso se nota por la manera como se expresa con los profesores. Los temas que toca solamente son administrativos relacionados al control de procesos pero nunca de asuntos de investigación. Jamás se le escucha hablar de una teoría ni de un descubrimiento intelectual.
-Ja ja ja ja, sabemos que eso pasa en la mayoría de universidades que se han vuelto comerciales, pues, prácticamente son un buen negocio, una especie de fábrica, pero ni siquiera eso, porque en éstas, si no eres un buen ingeniero, te vuelan al toque.
 - El problema es a nivel nacional. Y mira, para que no le hagan sombra, el susodicho se ha rodeado de una serie de incompetentes. ¿Sabías que al ayudante del coordinador del área de finanzas,  es hijo del que fue chofer en su anterior cargo?
-Ni idea, a ver cuéntame eso-, dice José con los ojos abiertos.  
-Este muchacho, de apenas veinte y cuatro años lo han nombrado profesor ordinario, a tiempo completo sin tener ninguna experiencia profesional ja ja ja,  increíble ¿no? ¿Cómo te explicas esto?
-Bueno, se podría decir que es el hijo del dueño ja ja ja ja.
-Y te sigo contando para que veas y saques tus propias conclusiones. En el área de administración, la coordinadora  se acaba de divorciar, y siempre refleja en su expresión facial un gesto de insatisfacción; tiene una nariz ancha y ojos chicos hundidos, camina de manera jorobada, siempre tiene el pelo mal pintado  y  desteñido y viste casi todos los días unos trajes antiguos con colores opacos, oscuros, tapándose siempre los brazos y el cuello, sin ningún escote, y siempre anda con unos zapatos viejos,  que nunca están a la moda como no es natural en las mujeres jóvenes. En síntesis, esta mujer no tiene pero ni un gramo de sexualidad ¿No te acuerdas de ella?
-¡Claro, cómo no me voy a acordar la manera cómo habla, pareciera que le pesa la lengua y siempre con un tono de voz deprimente! Pero eso sí, debe ser mosca, por algo tiene poder en la facultad, y tú sabes que no es bella, ni sexy, pero tiene que tener algún contacto con un peso pesado.
-¡Pero si ella ha sido mi alumna!
- ¿Y ni con esas te trata mejor que al resto?
-¡No!, eso no importa ahora. Pero lo que te quería contar es que apenas asumió el cargo de coordinadora, comenzó a hablarme de manera cortante y siempre buscando su beneficio propio. ¿Sabías que ella es hija de una señora que fue empleada de confianza en una de las empresas del dueño de la universidad?
-Ja ja ja ja increíble, de eso se trataba entonces.
-Bueno compadre, me quito porque tengo que hacer.
-Ok, mas bien, me cuentas cómo acaba esta novela, está muy interesante, la podemos llamar «la rebelión en la fábrica » ja ja ja ja.
- ¡Graciosito! ¿no? Ja ja ja ja, ¡qué buena!
Así se despiden los dos hermanos luego de charlar animadamente como era usual en ellos.
El ambiente entre Gerónimo y Tula, así como con Eusebio se volvió cada vez más tenso y hostil toda vez que Gerónimo demostraba ser más competente que los adulones del director de la facultad. Éste siempre recordaba lo que le decía su padre cuando estaba vivo «¡Hijo, en las organizaciones siempre hay mucha mediocridad y si una persona destaca por sus habilidades es visto como un bicho raro, y no solo eso, sino, es expectorado lo más pronto posible!» Pero Gerónimo, como toda persona vehemente y muy competente, quizás en demasía,  hizo caso  omiso, y siguió luchando para ganarse un lugar de prestigio en la universidad, aun sintiendo que desde hacía muchos años ya le habían puesto la puntería justamente por su competitividad, la que no era tolerada en una organización que seguía el compás del dueño, «primero el negocio y segundo, lo académico». Era cuestión de años para salir de la facultad ya sea por decisión de él mismo o de la organización la que estaba encabezada por un mercader.
Días antes que los hermanos charlaran personalmente, Tula cita a Gerónimo  a su oficina lo que le hacía presagiar un desenlace fatal. Éste ni zonzo ni perezoso  intuía lo que Tula le diría porque en los últimos años cada vez que lo habían citado, incluyendo a Eusebio, nunca fue para felicitarlo, darle las gracias por haber asistido a los congresos de escuelas de negocios y representar a la universidad  y sobre todo por el esfuerzo intelectual que desplegaba en sus clases y en todas sus actividades académicas. Siempre lo llamaron para darle las quejas de los alumnos, que exige demasiado, que no los ayuda, que los trata de manera descortés y así, cómo si el profesor estuviera a cargo del alumno, desvirtuándose la función académica y el liderazgo que debiera tener todo profesor universitario. Realmente el profesor estaba harto.
Y resultó ser lo que esperaba.  Tula lo recibe:
-Buenos días profesor.
-Hola Tula.
-Profesor, lo he citado para explicarle una delicada situación que se ha presentado en los últimos meses. Se trata de lo siguiente. Mire, hemos observado, yo y Eusebio, que su rendimiento académico ha sufrido una merma, y algunos alumnos  se han quejado manifestando que no lo entienden y por tal motivo hemos decidido ayudarlo para que pueda seguir enseñando. Para esto, tenemos que seguir algunos pasos previos. El primero es someterlo a un programa de supervisión y evaluación durante sus clases de tal manera de poder detectar los problemas comunicacionales que tiene con los alumnos.
 Gerónimo no podía tolerar semejante atrevimiento. Él suponía que el fin era sacarlo de la universidad y no solo eso, sino humillarlo, bajarle su autoestima, convencerlo que estaba enseñando mal y por último decirle que ya no querían sus servicios y que sería reemplazado por otro profesor.
-Ok Tula, dame unos días para pensarlo y contestarte -dijo Gerónimo de manera muy calmada, más de lo normal aun teniendo en consideración la tensión entre ambos personajes,  pero pensando dentro de si «¡esta es una maniobra perfecta para sacarme de la universidad creando todo un ambiente ficticio, pero no caeré en su juego, de ninguna manera voy a permitir que esta chola de mierda me maltrate!»
- Profesor, tómelo como una ayuda, ya se ha aplicado a  varios profesores y los resultados han sido magníficos, pues, han mejorado enormemente. Creemos que a usted le haría mucho bien, ¡anímese! Lo que si, por favor, no se demore porque tengo que cuadrar los horarios.
-No te preocupes Tula, pierde cuidado, como máximo, en un par de días te contesto, ¿está bien?
-Muy bien profesor, ya que insiste, así quedamos –le contesta la coordinadora.
 Gerónimo hizo las consultas del caso con su familia y amigos y todos le aconsejaron que no permitiera aquella humillación disfrazada de evaluación pedagógica. 
Gerónimo, luego de dos días, le envía un correo a Tula diciéndole:
-Estimada Tula, por medio de la presente he decidido no dictar clases este ciclo por razones personales. En tal sentido, mucho te agradeceré que no me consideres. Más bien, si me necesitan el siguiente ciclo, me avisas. Saludos. 
Al día siguiente Tula le contesta por el mismo medio con el siguiente párrafo:
-Profesor, es imposible volverlo a llamar a menos que sea evaluado nuevamente como si fuese un profesor nuevo, pues, le damos una última oportunidad para que pueda seguir enseñando. Caso contrario, se le complica la posibilidad de retornar como profesor. Espero su respuesta lo más pronto posible.
Gerónimo leyó el correo y decidió no contestar porque pensaba «que se cree esta huevona, que me va a venir a amenazar, que se vaya a la mismísima mierda»
Luego de unos días, y al  no haber respuesta de Gerónimo, Tula lo llama a su casa.
- Buenos días, por favor ¿está el profesor Gerónimo?
- Buenos días, espere un momento por favor, voy a ver si está, creo que ha salido -contesta la mujer de Gerónimo, y en voz baja y tapando el fono le  dice a Gerónimo -¡te llama Tula!, ¿qué le digo? 
Gerónimo, que estaba leyendo animosamente su periódico favorito, la parte de negocios, levanta la cara, y con la vista por encima de su montura de lentes, mira a su mujer frunciendo el ceño y grita con voz fuerte y clara:
-¡Dile a esa cojuda de mierda que no quiero hablar con ella!
Fue así que se cumplió lo que Gerónimo  de alguna manera sentía en lo más hondo de su ser. Un sentimiento que fue madurando con el pasar de los años. El rompimiento era inevitable. Finalmente él acabó diciéndole de una vez por todas a la coordinadora que no aceptaba sus condiciones para seguir enseñando en la universidad.