martes, 20 de septiembre de 2011

Loco por Wilson

Clara Pawlikowski

         Su mujer y sus hijos no se cansaron de darle razones para evitar que se fuera, le dijeron que no se iba a acostumbrar, que aún le faltaba educar a sus hijos menores, que era una irresponsabilidad de su parte. Arturo Ríos no escuchaba, se limitó a informarles que se iba y que no sabrán más de él.
         Antes de realizar ese anuncio, metió en una pequeña mochila  un par de polos, un jean y su laptop. Allí estaba todo lo que le interesaba: sus cuentos. Por ellos había podido soportar su vida seca y sin mayores altibajos en su trabajo del ministerio, apuntando a las personas atendidas en los servicios de salud, haciendo estadísticas año tras año.
         Arturo  vivía obsesionado con su cuento sobre el Wilson, noche a noche quería encontrar, aunque sea en sueños, un final contundente, quería de ese modo impresionar  al jurado del COPE, llevaba varios años intentando el premio y no conseguía ni siquiera llegar a finalista. Este premio dado por la Petrolera Estatal, era uno de los premios apetecibles a nivel nacional para todos los cuenteros.
         Por esto decidió buscar refugio en la selva, quería estar cerca de todo lo que se imaginaba y era materia de sus cuentos. Pedro, otro de los miembros del taller, lo consideraba un experto en cuentos de selva, un oidor fino de gazapos, bastaba que Arturo  tintinee suavemente con una cucharita su copa de vino para llamar la atención de su cansancio de escuchar errores y esta sutileza era captada de inmediato por Pedro que se plegaba a las observaciones del colega.
         Poco antes de partir Arturo, participó en una reunión para juzgar uno de mis cuentos. En esa ocasión, Arturo  al ser preguntado del porque de su tintineo, arrancó con una perorata que ni él se comprendía, la repetición decía pero no explicaba cual repetición; la descripción del personaje está confusa, pero no precisaba a cual personaje se refería, todo hacía pensar que se había dormido durante la lectura. Cuando ya no tenía nada que decir Pedro dio por terminada la ronda de comentarios y nos sirvió helados. Si, helados para bajarnos la temperatura, enfriar los ánimos y, sobre todo para justificar los siete soles que yo había pagado en el taxi para llegar a tiempo ávida de encontrar alguna ruta concreta para mi cuento.
         Hablemos de Arturo: es blanco, podíamos decir que nunca le cayó un rayo de sol en su  cuerpo, es como la leche y su cabello está totalmente blanco, sin embargo no sé si esa blancura se deba a canas o porque es rubio tipo albino. Ahora se nota en su cabeza grandes espacios transparentes con fondos rojizos como en una calvicie prematura.
             El color de su piel, sus ojos celestes y la gran pilosidad de sus brazos nos hacen pensar que Arturo  viene de alguna mezcla un poco rara de esas que ocurren en nuestro país. Tiene bastante de ario o es el resultado de alguna mutación genética, porque si analizamos su procedencia, su apellido Ríos no nos dice mucho, quizás su apellido materno sea Beckenbauer o Rashmaninoff. Ahí dejamos esa posibilidad.
         Voy a conectarme con Jaime Tejada, un amigo que se ocupa de genealogía para que investigue, él se sentirá feliz que sus aportes sean ansiosamente esperados para definir cabalmente a nuestro personaje. Digo esto porque Arturo  Ríos, haciendo una parada de rigor en su huida a la selva mandó un correo a todos los integrantes de la mesa negra, nuestro taller de literatura, con cuatro páginas de indicaciones precisas para describir a los personajes en los cuentos, si las sigo, quizás convierta este cuento en una novela.
         Ustedes se preguntarán que es eso de la mesa negra, voy a desviarme un poco del tema pero para que conozcan mejor al personaje de este cuento siento que estoy obligada a decirles algunas palabras sobre este grupo. Grupo quizás no, personas que se juntan con relativa eventualidad y tienen en perspectiva ser famosos algún día escribiendo cuentos, algunos ya ganaron premios nacionales pero aspiran a alguno mayor, me refiero de renombre internacional, claro nadie lo dice pero está cantado que quisieran alcanzar el Nobel.
         El mentor, jefe y guía acoge a estos cuentistas y da el material detonador para escribir los cuentos. Algunos salen fáciles como con vaselina, otros como este cuestan algunas solitarias tardes buscando a quien seguir: a Arturo  Ríos, el personaje que se escapa a la selva o al maestro de la mesa negra.
         Volvamos sobre Arturo  Ríos, me gusta recordar sus facciones mientras se concentraba para escuchar mi cuento; me fascina sentir aún en mi memoria los golpecitos en su copa de vino, por eso con gran respeto a esos recuerdos y de alguna manera provocativa, ya que quisiera volver a escucharlos, voy a decirles que escribo este cuento escuchando La Valquiria. Es una ópera larga, grabada en tres discos compactos.
         Wagner escribió La Valquiria como parte de una tetralogía, le llevó veintiséis años escribirlas, desde sus esbozos en prosa en 1848 hasta los retoques finales de la partitura del Ocaso de los Dioses, la última de ellas, en 1874. Una empresa genial pero agotadora cuya presentación en cuatro veladas demora quince horas. Wagner deseaba producir algo que lo liberase. De allí la analogía con Arturo, nuestro personaje, que espera también liberarse de sus obsesiones sobre El Wilson, pero lo quiere de inmediato, no trabajar 26 años como Wagner.
         Basta de disimular mi distracciones sobre Arturo  Ríos, ya dijimos algo sobre su físico pero no todo, hablé de sus canas pero no dije que su cabello es liso; no es miope, usa gafas para leer como todo cincuentón; viste “normal” como diría mi hija, es decir pantalón de dril en colores claros, camisas a cuadros y una chamarra que la lleva sobre los hombros, nunca lo vi ni con casacas de cuero ni con gomina en sus cabellos.
         Si adivinaría sus problemas de salud diría que tiende a ser un tipo estítico, porque se guarda muchas cosas, pienso que recibió seguido varias nalgadas de sus padres y de allí sus temores a expresarse. Es un buen amigo. Por las mañanas al levantarse intuyo que ronronea por la casa aún sin sacarse las legañas.
           Le gustan las mujeres, digo esto porque su pareja no sólo está devastada por la fuga de Arturo  sino porque encontró muchas cartas comprometedoras que olvidó destruir antes de su  partida.
            En cuestión de mujeres, en un bar por ejemplo, Arturo  se limitaría a mirar su entorno y beber, él ya tenía suficiente con su mujer, sus hijas, su secretaria y la chica que le tipiaba sus cuentos.
           Esta última era una chica joven que trabajaba en un estrecho corredor lleno de tiendas que ofrecen diversos servicios cerca de su domicilio. Ella copiaba correctamente sus cuentos, tenía una excelente puntuación y gramática. De ese modo, Arturo  presentaba impecable sus cuentos y el maestro siempre los ponía de ejemplo: por el ancho de la caja, por las separaciones entre líneas, por el acomodo perfecto de cursivas, en el uso de las barras antes o después de iniciado el diálogo.
                Arturo  nunca daba crédito a esta joven  cuando recibía los halagos del profe. Con esta señorita salía de tanto en tanto cuando le sobraban algunos cobres. Bueno digamos “salía” para no entrar en detalles que quizás ni él mismo estaría dispuesto a contar.
              No fuma ni juega fútbol, es zurdo y tiene pie plano o sea que desde chico sólo miraba desde la banca cuando sus amigos sudaban con la pelota. Eso sí, nadie le convencía que ver a Magaly era una pérdida de tiempo, se sentaba todas las noches religiosamente y miraba el programa acompañado de una cerveza. Magaly se había ganado el rechazo de una parte de la población por los chismes faranduleros subidos de tono de su programa, la mujer de Arturo  estaba en este grupo.
         Cuando fue joven, Arturo  militó en Patria Roja, uno de los partidos de la izquierda unida, era el agitador de su distrito, durante los mítines previos a la candidatura de “Frejolito” era el que llegaba temprano a los lugares de las concentraciones  y con un micrófono portátil arengaba a los raleados asistentes. Todos le aconsejaron que se cuide; seguro aparecía, le decían muchos, en todos los videos de seguridad del Estado y podrían meterlo preso por subversivo. De ese modo, camuflado en su puesto de servidor público, se pasó toda la dictadura de Fujimori sin “hacer olas”.
         Bueno, si falta que les diga algo sobre Arturo  Ríos les diré al final del cuento, porque estoy atrasada en su recorrido, él salió la semana pasada de Lima. Sabía que por su color no iba a pasar desapercibido, en la selva no hay nadie como él.
         Por eso cuando llegó a Callería, a tres horas bajando el río Ucayali desde Pucallpa y se enfrentó con el jefe nativo, lo miraron sin mayor interés, creyeron que era uno más de esos gringos que vagan por la selva buscando aventuras con el ayahuasca o con las ribereñas.
         Arturo  les manifestó su deseo de quedarse, hasta les dijo el nombre nativo que le gustaría tener y todos lo observaron con asombro, las mujeres lo hicieron con picardía, lo miraron por todos los costados y cada una le trajo un pate de masato fermentado. Lo emborracharon y lo dejaron tirado en el lodo.
          Arturo  llegó en época de lluvias, el río estaba crecido y el agua estaba muy cerca de las casas. Permaneció adormecido durante todo un día, cuando despertó se sintió desorientado no vio a nadie.
         Buscó a los nativos de casa en casa, la cabeza le daba vueltas, había ingerido demasiado masato y no podía mantenerse en pie. Se encontró cara a cara con Wilson, no supo que decirle, se palpó el bolsillo trasero del pantalón buscando su libreta de nota con los posibles diálogos, sólo sintió la masa gelatinosa del barro que lo cubría. Entonces, quiso huir. Un fuerte sacudón del camión en que viajaba lo despertó súbitamente, aún no llegaba a Pucallpa.
         Cómo hay un compromiso con Arturo  de enviarle mi cuento para que lo lea y critique a su llegada a Pucallpa, debo finalizar diciendo que aunque La Valquiria en su época agitó al mundo burgués presentando pasiones irresistibles, amores adúlteros e incestuosos, a mi me acompañó esta tarde plácidamente rememorando a Arturo  y sintiendo el tintineo de su copa.

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