miércoles, 21 de septiembre de 2011

Agua y jabón…

Nora Llanos

Más temprano que de costumbre, Cristina se despierta  y revisa una lista mental de todo lo que deberá hacer este último día de verano, antes de partir con rumbo a la ciudad, donde pasará los próximos ocho o nueve meses.  A través de la pequeña ventana de la habitación, percibe el rumor del mar y el canto lejano de las gaviotas que empiezan a anidar en el roquerío que resguarda la casa.  La invade una enorme sensación de vacío y de nostalgia y por un momento cede al desánimo y se acurruca bajo la manta, pero “lara” y “tristán” ya saben que está despierta y la rodean con pasitos cautelosos y miradas contentas… ¡quién puede resistirse a tan gentil invitación¡…
-¿Cerraste la puerta? –se pregunta mentalmente – ¿y las ventanas?-  Todo en orden… yo tengo la llave-  susurra en su oído la voz del amado ausente y Cristina inicia la caminata… la misma que durante años ella y Luis,  hicieron cada mañana,  antes del desayuno, cada día que pasaron en su casita de playa.  La recibe un cielo despejado que anuncia un día esplendoroso… apenas a treinta o cuarenta metros de distancia,  el mar azul, bellísimo, tranquilo, arrullador, una vez más la llena de emoción y de tristeza… avanza unos pasos y se detiene,  dirige la mirada hacia la acogedora casita blanca y allí,  desde la terraza, Luis la observa sonriente… y le dice –ya te alcanzo, vida-  a sus pies la dulce y hermosa “Chaska” menea suavemente la cola.
Cristina nació cuando su madre bordeaba los cuarenta años… su niñez transcurrió rodeada de mujeres maduras que vivían en permanente conflicto con la generación más joven, incapaces de salvar la brecha.   Si bien, esta situación contribuyó a que Cristina  tuviera una visión mucho más amplia del mundo,  también la marcó con ideas rígidas, aplicadas a sí misma y a los demás, a veces implacablemente. 
¡Velo y mortaja, del cielo baja! -decían en aquella época y así fue para Cristina… mucho   antes de lo que pensaba, el amor llegó a su vida.   Luis era la personificación del que, aún sin saberlo, Cristina esperaba; un joven de figura sólida, fuerte, ágil y armoniosa, con talento innato para los deportes, artes y manualidades; de abundantes cabellos negros, cejas muy pobladas y mirada intensa, Luis conseguía fácilmente la atención de las muchachas y se ganaba la simpatía de los varones con su gran sentido del humor.
Muy pronto se dio cuenta Cristina que el matrimonio no era el paraíso que había imaginado.  El amor apasionado y la ternura desbordante que compartieron en la primera etapa, poco a poco fue apagándose hasta convertirse ella y Luis, casi en dos extraños; los buenos momentos eran cada vez menos frecuentes y los pleitos pequeños fueron volviéndose grandes conflictos.  La palabra “divorcio” no tardó en aparecer en sus enfrentamientos verbales,  como la única solución posible a una relación infeliz y sin futuro.
- Tenemos que ahorrar para comprarnos una casa, amor
-¿una casa?... preguntaba Luis, desconcertado- ¡cómo podríamos comprar una casa si solo ganamos lo suficiente para vivir bien! ¿porqué tanto apuro?... tenemos tiempo, recién estamos empezando… tú quieres vivir aislada del mundo, siempre ahorrando, evitando hacer gastos… debemos vivir bien, disfrutar, divertirnos, somos jóvenes.  Como nunca quieres salir,  ya no nos invitan ni nos toman en cuenta. Si tú no quieres ir, es tu problema, quédate, yo me voy-… un mudo resentimiento empezaba a crecer  en el corazón de Cristina y obscuros pensamientos la agitaban, robándole el sueño.

 

- ¿Viniste sola?-
- Sí, es que Luis tenía un partido de fulbito y si lo esperaba, ya no llegaba a tiempo para ir a la plaza  y los chicos estaban ansiosos por ver el desfile-
-Ustedes son como agua y aceite –decía la madre de Cristina con rencor contenido. -Tú necesitabas un hombre maduro, serio y responsable; Luis siempre será un niño; no sabe valorar la mujer que Dios le dio.
-Son polos opuestos –decía su amiga, -no entiendo como terminaron juntos. Todos dicen que él es  divertido, encantador, en cambio tú pareces una vieja, llena de prejuicios,  reservada, todo te lo tomas en serio, siempre preocupada por el futuro, “pegada a la letra” y ¡aburrida!... eres joven Cristina, vístete bonito, salgan con los amigos, dale gusto a tu marido-  Todos tenían razón…. ella y Luis no tenían mucho para compartir, excepto el inmenso amor por sus hijos; para Luis la vida era un eterno carnaval, para Cristina la vida era una tarea importante por cumplir;  sin embargo, no habían dudas en su corazón sobre el amor que Luis le inspiraba; se sentía cómoda siendo quien era,  gozaba de una saludable auto estima y sabía que profesionalmente tendría un buen futuro… pero, tal vez era cierto… no sabía disfrutar la vida, era una vieja en plena juventud…  él con frecuencia  parecía ausente y melancólico, malhumorado e impaciente y  no perdía oportunidad de ausentarse de la casa… ¿Otra mujer?  –pensaba Cristina… seguramente- 
-“Como agua y aceite” -había dicho su madre,  pero,  ¿acaso no disfrutaban aún de su mutuo contacto con pasión y ternura?... ¿no era cierto, que cuando se enojaban, sufrían en silencio, anhelando el re-encuentro?... y ¿no era también cierto que aunque hablaban de divorcio, en realidad las palabras se lanzaban  como dardos solo  para lastimarse mutuamente…
...¿agua y aceite?... NO.. más bien ¡agua y jabón!,  pensó un día Cristina,  mientras corría el agua por su cuerpo joven, sintiendo la frescura, la suavidad y el perfume del jabón que la envolvía bajo la ducha… y con voz quebrada por el llanto, expresó en voz alta su dolorosa angustia   -¡no somos dos mitades de una naranja, es verdad…  ¡somos agua y jabón… lápiz y papel… pan con mantequilla... llave y cerradura… manos de un solo cuerpo… cielo y mar… luz y sombra del mismo día! - estos pensamientos, cual mano divina,  la calmaron, animándola a buscar aquello que faltaba, naciendo así una nueva esperanza.

Lara y tristán  corretean gozosos a la orilla del mar, aprovechando la fresca brisa y el sol… Cristina los sigue a cierta distancia disfrutando también la hermosa mañana y la arena tibia, bajo sus pies descalzos … la playa está desierta, ya casi no quedan veraneantes…  los perros van y vienen,  procurando seguir el paso lento de Cristina,  atentos a cualquier ruido o presencia,  prestos para protegerla… Cristina acaricia una y otra vez las cabezas mojadas y los anima a volver al agua… cada cierto trecho, voltea, su corazón palpita con más fuerza…  y allí, sobre una roca ó  nadando en el mar,  distingue la silueta familiar de Luis…aún  fuerte y ágil a pesar de sus años, a veces levanta una mano hacia el cielo y sonriendo le señala una nube o una gaviota … otras, desaparece bajo una ola seguido por Chaska… ó tirado sobre la arena,  la observa con ojos somnolientos y  susurra  ya te alcanzo, vida-  los perros lo rodean a saltitos, agitando las colas… van y vienen,  vienen y van.
-Apenas si queda un mes para tus vacaciones y la de los chicos… -¿no sería lindo llevarlos a la playa? – dijo Cristina con timidez, después de algunos días de amargo silencio, - seguro que tu papá nos presta la casa-una inesperada sonrisa se dibujó en el rostro de Luis,   -sí, buena idea - contestó con entusiasmo -a los chicos les va a gustar mucho... habrán muchos niños.  Un mes después, llegaban a la playa, cargados de víveres, sombrillas, juguetes y esperanzas.   

Cristina  casi había olvidado cuanto amaba el mar y el verano… los paseos a la playa habían sido la principal diversión en su niñez… ¡qué suerte, a Luis también le encantaba el mar!
  Aquellos treinta días, rodeados de sol, arena, agua y cielo, se sintió completa, más fuerte, más bella; allí no importaba quien era, como vestía, cuanto tenía o cuanto sabía…  descubrió que entre ellos, eran muchas más las coincidencias que las diferencias… ambos amaban profundamente la naturaleza, especialmente el mar… los animales, sobre todo los perros…. La buena comida y mucho más los frutos del mar… el buen vino, y mejor si era tinto… ¡y también las fogatas!..  Allí, en la simplicidad del entorno, las reuniones con los amigos le parecían a Cristina más amenas, menos forzadas, se sentía más contenta, estaban siempre juntos y se retiraban todos a dormir temprano,  deliciosamente agotados por tanta diversión… allí descubrió que Luis la amaba más de lo que ella y él mismo creían y aprendieron que eran una familia, antes que nada.  El mar y la playa los habían unido de manera inesperada y de allí en adelante su relación se hacía más fuerte, más sólida, más completa… la playa los atrapó para siempre y pasaron muchos veranos recorriéndola,  buscando una casa al alcance de sus recursos pero que además cumpliera con un requisito indispensable… estar frente al mar. Pasaron los años, crecieron los niños, pero ellos  nunca dejaron de buscar…
-La verdad que es fea y está mal hecha, no tiene acabados  –decía Luis, contemplando la fea estructura que se anunciaba EN VENTA – además  ni siquiera tiene playa, solo rocas… no hay donde bañarse-  … pero Cristina ya se había enamorado irremediablemente  de la zona…  la casita estaba ubicada a menos de cuarenta metros de la orilla, en una explanada que se levantaba unos tres metros sobre el nivel del mar, en suave pendiente… la línea costera,  resguardada por un roquerío imponente, capturaba una lengua de mar formando una poza, casi enfrente de la casa.  La vista del mar, desde la casita, abarcaba  180 grados de impresionante belleza, además, al no haber una orilla  de arena, la gente no prestaba atención a esa parte de la playa, brindándole a la zona una privacidad privilegiada, aunque también un cierto aislamiento que preocupaba a Luis y encantaba a Cristina.
- Tenemos que reforzar bien las puertas  -decía Luis, desanimado, - y  cambiar  las ventanas, levantar el muro posterior, hacer una terraza,  poner algunas rejas y además siempre debemos traer por lo menos un perro, y hay que limpiar, recoger desmonte, retirar deshechos y aplanar el terreno, rellenarlo con conchuela, los cuartos son estrechos, tendremos que tirar paredes y el patio…el patio no tiene remedio, es pura roca… -¿Estás segura que quieres esta casa?

-Podemos hacer todo eso, mejorar la casa, limpiar la playa y ya tenemos el perro, más aún, ¡podemos tener dos!.. mira, trescientos metros a la izquierda hay una playa de arena y casi tan cerca, a la derecha, otra!... el precio está bien, podemos comprarla sin necesidad de préstamo… ¡nadie mejor que tú para arreglarla¡…  -Sí, sí -dice Cristina,  ¡me encanta… esta es la que quiero¡.
 Los siguientes meses, Luis y Cristina dedicaron todo su esfuerzo y cariño a la casa;  Luis con su innata habilidad para hacer cosas, transformó puertas y ventanas, construyó hermosos muebles de rústico encanto y entre todos, limpiaron, pulieron, lijaron y pintaron...  -¡Qué linda casa! – decían los familiares y amigos… ¡qué acogedora¡… ¡qué lindos muebles, qué hermosa playa¡.  Ese verano, estrenaron la casa.

 Si tuviera que vender todo lo que tenemos, lo último que vendería sería esta casa –decía Luis… cuando yo ya no esté, seguirás viniendo a la playa?-... y en tono burlón… -vas a tener que conquistar a un galán fortachón para que abra y cierre la casa.
-Cuando yo no esté - replicaba Cristina –¡ninguna mujer ocupará mi casa!...
 Nunca, nunca –respondía Luis con una sonrisa… - ¡mentiroso! –replicaba Cristina con coquetería fingida.

Cristina ya casi llega al final del recorrido y piensa con deleite en el desayuno, apresurando la marcha para volver a casa…  A lo lejos se divisa la última casita y en la distancia se recorta la figura cansada del viejo guardián de la zona, patrullando la playa.  Cristina levanta la mano en un cordial saludo y emprende el retorno… -¡qué rico…nos espera un cafecito! - susurra la voz amada.

No puede evitarlo, los recuerdos no la abandonan, sacude la cabeza tratando de ahuyentarlos, pero vuelven una y otra vez, cual aves de presa… no le dan tregua.  ¿Porqué la vida le permitió recuperar a su compañero, para luego arrebatárselo, arrancándole el alma?... siempre hablaban de envejecer juntos, de amarse por siempre, de ayudarse y protegerse cuando las fuerzas faltaran y partir juntos adondequiera que Dios los llevara…

Dos días después del sepelio, un día de invierno, Cristina había vuelto a la playa, buscando en la casa el eco de la voz amada… de pie frente al mar, solloza y suplica… el mar se levanta furioso y un viento frío la  azota y la envuelve cual aliento espumoso de una boca monstruosa… las olas retumban, golpeando la orilla, amenazando la casa.   Cristina maldice, perjura, reclama y luego se pierde envuelta en el agua…
Tres veranos pasaron desde aquel día, del cual Cristina no recuerda nada… dicen que un pescador la vio caminando como ausente por la playa… este verano, Cristina había vuelto por fin a la playa… refugio y fortaleza - le había dicho Luis un día- esta casa es nuestro refugio y fortaleza-  y aquí estaba Cristina, sintiendo que poco a poco llegaban la serenidad y la calma
-¡Es hora de partir chicos, se acabó el verano¡ -anuncia Cristina a los perros que obedientes se preparan.
  -¿cerraste la puerta, aseguraste las ventanas? –se pregunta en voz alta… - todo listo, yo tengo la llaveya te alcanzo, vida –susurra la voz amada.


…Cayo la lluvia a torrentes, sopló el viento huracanado contra la casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre la roca. (LC.6.47-13.26 MC.1.22- Mateo 8)

1 comentario:

  1. ¡Maravilloso! Gracias por la experiencia de esta lectura, ¿publicarás pronto otro? Lo espero con ansias...

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