miércoles, 21 de septiembre de 2011

Misa de difunto

Víctor Mondragón

Corría la década de mil novecientos setenta y se cumplía un año del  fallecimiento de Jorge Champa Nicho, era la primera vez que Willy  y Pedro Pichilingue,  primos y adolescentes  amayinos (1), asistían a una misa de difunto; un lejano olor a paja quemada y la característica brisa marina del barrio de Amay  besaban el rostro de los deudos, en la puerta de la iglesia recibían   fraternos y solidarios saludos de familiares y amigos respondiendo a cada uno de ellos con  inconfesada y tal vez ignorada tristeza.
-Los esperamos en la casa –era la respuesta común de los familiares del finado.
En la ciudad de Huacho, una misa de difunto era un evento especial, mucho más que una simple  tradición, los deudos se solían preparar con meses de antelación para realizar una digna reunión  que contentara  al finado; los familiares  juntaban  ahorros, viajaban  desde diversos lugares  para conmemorar el recuerdo del ser querido.
Por un camino sin asfaltar y rodeados de árboles de pacaes (2), los asistentes  de la misa transitaron hacia la casa de la familia Champa;  en el trayecto el grupo  se fue engrosando con auto invitados que aparecían en el camino; aquellos  eran conocidos como los invitados a la mesa (muy distintos de los invitados de la misa), solían colarse a  esas reuniones interesados en una segura comilona. Mientras caminaban, dejaban escuchar sus murmullos.
-Fue un gran hombre el finado –decía uno de adelante.
-Era una persona muy buena –comentaba uno del costado.
-Cuanto sentimos su ausencia -decía un auto invitado.
Por su parte, mientras caminaban,  los primos   conversaban:
-Por lo visto  no hay muerto malo –dijo Willy.
-Caramba, nuestro abuelo tenía mal carácter, con los gastos hechos no alcanzará para comprarme zapatos, estoy molido, todo el día hemos estado limpiando la casa de la tía –respondió Pedro.
-¿Es verdad que has repetido el año escolar? –preguntó Willy.
-Los profesores se me prendieron, quiero ir a la capital a trabajar -respondió Pedro; sus padres se habían separado hacía poco.
Ya cerca de la casa se percibía un penetrante olor a leña, propio de un promisorio festín; en una  cocina al aire libre, varias mujeres se afanaban  en la preparación de la comida, por su parte Willy y Pedro  repartían  vino entre los invitados; pasados los minutos, los rostros compungidos y serios se tornarían  en  risueños,  los temas de conversación ya no serían tal o cual finado, sino temas del recuerdo y relatos anecdóticos.
Fuera de la sala, sobre un suelo de tierra aún húmeda, bajo unas parras de uva,   unos vecinos se congregaban  contando historias de brujos y curanderos de la región; el rojizo atardecer había dado paso a la penumbra mientras contados lamparines mezquinaban su  luz.
Varios vecinos  se jactaban de haber conocido a tal o cual chamán, pero al unísono reconocían que no hubo mayor brujo que José Yancunta Santos.
-Señor, ¿Usted ha conocido a Yancunta? –preguntó Willy.
Don Anselmo, anciano de la zona, puso sus manos sobre su cintura y con  voz ronca y pausada manifestó:
-Yancunta nació a fines del siglo XIX,  provenía del barrio de Luriama,   era ciego, revisaba  a sus pacientes  con el tacto,  delicadamente examinaba  los rostros, luego frotaba sus manos sobre sus cueros cabelludos y posteriormente rozaba sus abdómenes, allí Yancunta  parecía escribir extrañas figuras con los dedos, al parecer sus percepciones estaban supeditadas a ritos ancestrales,  yo lo vi hacerlo varias veces.
-¿Y  cómo era ese curandero? –replicó  Willy.
-Tenía tez trigueña, baja estatura, se apoyaba en un bastón de huarango (3) que en su extremo llevaba tallada una cabeza de serpiente –contestó el anciano.
-¿Era ciego? entonces,  ¿cómo curaba ese señor? –contestó Pedro con  tono desafiante.
-Ese curandero solía estar acompañado por un muchacho a modo de lazarillo, su ceguera no era impedimento para ver  más allá del mundo físico, antes de voltear una esquina  decía -ahí veremos a tal o cual persona con tal característica física o psíquica -replicó don Anselmo.
Los adolescentes se miraron haciendo  gestos de incredulidad y desdén, seguidamente intervino otro vecino:
 -Yancunta era aficionado a las peleas de gallos y tan solo escuchando su canto podía inferir quien sería el ganador, sin embargo le atribuyen que su mayor prodigio fue convertirse en cerdo, pato u otro animal, nadie sabe a base de qué sugestión, truco o engaño lograba hacerlo –dijo don Simón.
Las horas transcurrían mientras se congregaban nuevos asistentes fuera de la casa, se les solía llamar los huele-guiso quienes atraídos por el olor de la comida, se conseguían prestado algún traje, se colaban al evento y en el momento oportuno se abalanzarían sobre la comida; argumentarían haber conocido también al difunto, no era para menos, el plato fuerte de la reunión sería la sopa huachana.
–No creo esas cosas, estos ancianos nos están contando historietas para asustarnos –dijo Pedro.
-No importa, hay que creerles solo la mitad -contestó Willy estallando en fuerte carcajada.
-Los huachanos provenimos de pueblos que vivieron como sociedades estado organizadas hace cinco mil años;   Bandurria y Caral (4) son solo una muestra de aquel desarrollo;  el conocimiento sobre plantas curativas, presuntos maleficios y artes esotéricas proviene de tiempos ancestrales -dijo don Anselmo respondiendo a las risas de los mozalbetes.
-Con la conquista española muchos conocimientos se perdieron, otros fueron  guardados por los chamanes para que llegaran a las más apartadas generaciones y que no los tocara el olvido -concluyó.
-La conmemoración de la muerte y la comilona posterior son extensiones del culto a los muertos y provienen de tiempos pre-incaicos, la momificación de los  difuntos en el antiguo Perú es tan remoto como las momias egipcias -añadió don Simón.
Doña Jacinta,  hija del finado, hizo un alto en la cocina, sin disimular su olor a humo, salió a saludar a los asistentes.
-Dinos cual es el secreto de la huachana –dijo un auto invitado.
-El secreto es el agua  de  acequia huachana –respondió la cocinera.
Aquel momento fue aprovechado por un  orador espontáneo, hacía horas  que esperaba el momento propicio, caminó rápidamente  hacia el centro de la sala, con sus brazos llamó la atención a los asistentes y elevó un discurso de recordación para un finado que no conoció
- …y Dios lo tiene  en su santo reino –concluyó el orador quien por el precio de cinco soles brindó sus servicios.
El consumo de bebidas alcohólicas había despertado el apetito de los concurrentes, penetrábales el  olor de las comidas preparadas; Pedro había visto alguna vez un plato de sopa huachana y no le atraía su apariencia; el joven se dirigió a la cocina donde fue reprendido por entrar; a las mujeres no les gustaba que entren hombres a la cocina, peor aún  si las cocineras se estarían aseando o hermoseando,   la ardua tarea había causado estragos en sus maquillajes y menjunjes. 
-¿Hay algún otro plato? -preguntó Pedro.
-Hay  también seviche de pato (6),  pepián de choclo (7) y cerdo asado pero las comidas se servirán por orden de edad -contestó su tía.
Algunos asistentes amparados por la natural impunidad del desorden, se afincaron  cerca de la cocina, lugar de donde salía la cerveza,  bebían con imprevisto entusiasmo, uno de ellos  llamó a Pedro y disimuladamente le entregó un billete doblado,  sellaba un pacto informal, el asistente aseguró así su aprovisionamiento de alcohol.
Willy y Pedro regresaban con frecuencia  al patio donde  fluía entretenida la reunión, la conversación principal y de mayor interés seguía siendo acerca de brujos y curanderos, poco a poco más oyentes se fueron contaminando de curiosidad y se aunaron al grupo.
-En esos años, una vez  a medianoche,  vi un pato subido en un árbol, me  llamó la atención y de repente vi un hombre desnudo que caminaba al borde de una acequia; grande fue mi sorpresa al identificar a Yancunta que se alejaba presuroso -dijo don Anselmo quien  seducía a los jóvenes con el hechizo de sus relatos.
Un conocido vecino intervino diciendo  que no creía en brujos, pero quiso narrar una  experiencia que no podía olvidar pero si contar.
-Hace unos meses  en compañía de tres efectivos cercamos a un  hombre que tenía orden de captura por violación, el  delincuente corrió y se refugió en una casa en el centro de una chacra, no había forma de huir, era de tarde; dos de mis efectivos irrumpieron en la casa de adobe mientras los otros dos cuidaban el exterior.
-¿Nos va a contar que el fugitivo desapareció? -replicó Pedro en tono altanero. El oficial tomó aire, miró a los adolescentes  y prosiguió
-Aquella casa tenía sólo un ambiente, dos ventanas cerradas y encontramos  a nadie, solo vimos un perro negro salir corriendo, buscamos falsos pisos en la habitación pero  nada hallamos.
-Ese fugitivo seguro no entró en esa casa -contestó Pedro. El oficial se sirvió una copa de vino, miró al suelo, levantó la mirada y exhalo un hondo suspiro mientras replicaba.
-Al día siguiente uno de mis subordinados me contó   que el hombre que buscábamos era nada menos que el hijo de Yancunta Santos y que  habría heredado los secretos de su padre -seguidamente el oficial levanto la voz.
 -¡Carajo! yo no creo en brujos pero ese pendejo desapareció.
-Tras la muerte de Yancunta llegaron extranjeros para indagar sobre los legados del chamán, tanto americanos como rusos, estuvieron tras unas hojas de plátano donde  presuntamente habría descrito  como un ser humano podía adquirir la apariencia de animal, dicen que  esas hojas están  ocultas -concluyó don Anselmo.
-Yo no creo –dijo Pedro en tono desafiante.
-Estos tíos nos están meciendo, vamos al cerro colorado, allí van chamanes, yo los he visto –dijo Willy.
-¿Tú también crees en eso? –preguntó Pedro.
-Estamos a un kilómetro de distancia, en poco más de una hora estaremos de regreso, nada perdemos con verlo en persona –contestó Willy.
-El tío de un amigo es brujo y una  vez me pidió que sea su ayudante –añadió.
-¿Y no te asusta? –replicó su primo.
-¡Nada que ver!, hasta me han dado propinas –respondió Willy.
-A veces he ido  a huaquear al cerro colorado y los brujos me compran lo que encuentro. Recogí  cuatro calaveras,  dicen que cuidan la casa de ladrones –añadió.
Los primos marcharon presurosos,  cruzaron chacras, se dirigieron    hacia un cerro  ubicado frente al mar; estando cerca a las faldas del cerro detuvieron sus  pasos y sigilosamente observaron el escenario  tras el amparo de una loma. A lo lejos ubicaron el perfil de un individuo solo, los jóvenes se echaron al suelo a fin de no ser vistos,    escucharon  palabras de un extraño lenguaje; divisaron  un sujeto que levantaba los brazos, cantaba, cogía objetos del suelo  y extraía tierra bajo la luz de la luna.
-¿Esta bailando? –preguntó en voz baja Pedro.
-Es parte de su ritual –contestó su primo.
De pronto el cuerpo del extraño individuo empezó a contorsionarse bruscamente, la luna fue cubierta por nubes y  un viento frío golpeó los rostros de los primos, el lugar donde trabajaba el presunto chamán resplandeció,  una extraña sombra cubrió al  individuo mientras un  olor fétido inundaba el ambiente.
-Corre …von –dijo Willy a su primo.
Como alma que lleva el diablo, ambos jóvenes corrieron mientras percibían  como si  una sombra los persiguiese, minutos después divisaron las luces de las primeras casas del barrio de Amay  y arribaron a la casa de su tía.
-Están sucios, ¿donde han estado? –pregunto don Simón.
-Fuimos al cerro colorado, vimos un brujo  y nos asustó –respondió Willy.
-¡No cometan imprudencias!, en día sábado y a estas horas lo único que allí pueden encontrar son brujos maleros, aquellos que tienen pacto con el maligno –dijo don Simón.
-Los daños suelen hacerse con tierra de muerto y en huacas, ¡Nunca vuelvan por allí de noche! –añadió don Anselmo. 
Minutos después, la tía de los primos les entregó una fuente con cubiertos para  llevar a  los asistentes, aquello era  señal de la pronta repartición de la comida. Pedro y Willy degustaron el apetitoso plato de seviche de pato acompañado de yucas, el sabor ácido conseguido con naranjas agrias, el punto de ají y la suavidad del ave le obligaron a pedir repetición, como la mayoría de comensales que acudieron al breve mar de las soperas; en una misa de difunto podía faltar cualquier cosa menos harta comida; fue todo un festín, los asistentes terminaron satisfechos y había la creencia de que el difunto se alegraría mucho por aquello. En el patio los primos acompañaban a los ancianos.
-Trae más vino para soltarles la lengua a los ancianos –dijo Pedro a su primo.
-Tengan cuidado de los falsos chamanes, esos solo buscan dinero, un verdadero chamán solo pide obsequios o la voluntad de los pacientes –dijo don Simón a los primos.
-¿También me dirá que cree en los amarres y el daño? –preguntó Pedro.
-Es difícil de afirmar o de negar, dicen que los brujos maleros venden su alma al maligno,  consiguen poderes y hacen cosas maravillosas –contestó don Simón.
-Los buenos chamanes dicen poder revertir cualquier maleficio hecho por malas artes y aun más, devolverlo al causante –añadió don Anselmo.
-A mi me han pagado por los objetos que desentierro del cerro colorado –dijo Willy en forma presumida.
-No se dejen embaucar, esos brujos maleros atraen a los incautos y los utilizan –añadió don Simón.
-En pleno siglo XX, ¿Cómo pueden seguir creyendo en esas cosas? –dijo Pedro.
-Todo a su tiempo, la vida les dará sorpresas en el momento menos esperado –contestó don Simón.
El ambiente estaba envuelto de algarabía, se escuchaba bromas de todo calibre mientras otros no se cansaban  de alabar a las cocineras y reconocer las atenciones de la familia del difunto. Tras la comilona y pasadas las horas la gente se fue retirando no sin antes despedirse de los deudos.
-Don Jorge debe estar muy contento –decía un familiar.
-El finado está muy satisfecho –dijo un invitado.
-El muertito ha compartido con nosotros –dijo otro familiar.
Ya de madrugada, de regreso a sus casas,  los primos caminaron entre chacras, por   un descampado,  les alumbraba la luna, los  movimientos  de los árboles o el sonido del viento les llamaban la atención, les inquietaban, angustiaban; de súbito vieron a lo lejos un pato subido en un árbol de lúcuma (8);  los jóvenes sintieron temor y curiosidad a la vez, aquel camino solía ser transitado por ellos, sin embargo decidieron esquivar aquel  árbol.
-El pato ha desaparecido -exclamó Willy.
-¡Mira!, un hombre calato -gritó Pedro.
Vieron un hombre  desnudo que se alejaba presuroso por el borde de una acequia, a  lo lejos escucharon el fuerte canto de un gallo mientras  el espanto hacia presa de los jóvenes.
-¿Viste lo mismo que yo? –dijo  Pedro con un ansia atolondrada por correr y al mismo tiempo por quedarse.
-No jodas, corre …vón –contestó Willy jadeando.
Los primos nunca comprendieron lo sucedido, durante años transitaron por el mismo lugar,  nunca volvieron  a ver pato alguno y mucho menos una persona desnuda; con el tiempo se lamentaron no haber arrancado a los mayores alguna otra confidencia, gozaban en secreto con los recuerdos de aquella noche, solían cuestionarse si lo que vieron había sido producto de una sugestión, acaso su imaginación o alguna broma de mal gusto, mientras estas interrogantes   inundaban  su mente  había  algo que si era muy cierto y  que siempre quedaría grabado en su ilusión de adolescentes: era haber visto al gran chamán José Yancunta Santos.



1.       Amay: barrio de la ciudad de Huacho, a 140 kilómetros al norte de Lima
2.       Pacae: del quechua pacay, fruto de este árbol
3.       Huarango: árbol de la costa peruana, de madera muy dura.
4.       Caral y Bandurria: primeras ciudades estado de América, aproximadamente 3400 años A.C.
5.       Panca: Hoja que cubre el maíz.
6.       Seviche de pato: exquisito plato de Huacho, pato cocido en jugo que contiene entre otros naranja agria.
7.       Pepián: plato peruano a base de choclo molido, arroz u semejante.
8.       Lúcuma: Árbol de Chile y del Perú, de la familia de las Sapotáceas, de hojas casi membranáceas, trasovadas y adelgazadas hacia el pecíolo. Su fruto, del tamaño de una manzana pequeña, se guarda, como las serbas, algún tiempo en paja, antes de comerlo.

2 comentarios:

  1. Me gusta pero a ratos te vas por las ramas centrate mas

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  2. Hola Renata.
    Gracias por tus comentarios, tomaré en cuenta tu consejo. Veré que puedo recortar o aligerar.
    Saludos,

    VICTOR MONDRAGON

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