jueves, 25 de noviembre de 2010

Gabriel

Mónica Rengifo

Una tarde triste y gris descubrí que tengo algo parecido a un ángel. Su nombre es Gabriel. Alto, de tez blanca, ojos marrones claros. Su cara es similar a la de un gato, yo le digo tigre por su increíble fuerza. Su cabello castaño se parece al color del cacao, es por eso que cada vez que salimos me provoca comer chocolates hasta empalagarme.
Brenda caminaba por el parque comiendo galletas. Sus ojos color caramelo estaban fijados en el horizonte y sus pensamientos en los problemas que tenía en su casa. Observarla daba una sensación, a primera vista, que estaba perdida. El viento comenzó a soplar más fuerte, y su largo cabello negro se movía en dirección de éste. Empezó a garuar, algo típico en Lima. El parque Castilla no tiene zonas techadas; sin embargo, Brenda siempre quiere sentir las gotas de llovizna sobre su cara. Buscó una banca para poder sentarse, y fue en ese pequeño camino que se chocó con Gabriel. Las galletas de Brenda cayeron al piso.
-         Discúlpame, no fue mi intención -dijo Gabriel mirando el empaque de galletas saladas.
-         No te preocupes, está bien.
-         ¿Segura? Te compro otras. Es que no creo que puedas comerte las que se han caído al piso y ahora solo te queda una -Brenda sonrío.
-         Lo que pasa es que…
-         Es que me acabas de conocer y crees que te puedo hacer daño o robar o algo. Te entiendo.
-         Claro, eso mismo -respondió Brenda muy extrañada.
-         Soy Gabriel -dijo sonriendo y estirando el brazo en ademán de saludo-, no tengo planeado hacerte algo, solo quiero comprarte otras galletas y ya.
-         Sé que está mal, pero hay algo en ti que me da confianza –ella corresponde el ademán- . Soy Brenda, un gustazo.
Cómo olvidar nuestra primera conversación. Fue muy rara, lo sé; pero tiene algo que me atrae y me impide decir no. Nos encaminamos hasta la tienda más cercana, y fue ahí que se inició una conversación sobre nuestra familia y lo que nos gustaba. Vaya sorpresa la mía al enterarme que  ambos necesitamos escuchar música en todo momento, nos apasiona el fútbol y  leemos a Stephen King.  Lo más pasmoso fue saber que se acababa de mudar a una cuadra de donde yo vivo. Demasiada coincidencia en un solo día. En ese instante me di cuenta que él era diferente al resto. Me dio una súbita y extraña sensación de querer comer chocolate al ver su cabello de nuevo, y, con muchísima vergüenza, le pregunté si es que en lugar de galletas me podría comprar uno. Sonriendo dijo que sin problemas lo iba a hacer. No sé si es porque es muy carismático o demasiado simpático, pero tiene algo que enamora. Eso es definitivo.
-         Gracias por el chocolate.
-         No te preocupes. Me imagino que te gustan mucho.
-         La verdad… sí. Me encantan, pero hace un ratito quería comer algo salado, no sé qué pasó.
-         Te endulcé el día, Brenda -dijo riéndose.
-         Puede ser, aunque no lo creo felino.
-         ¿Felino? -Gabriel la miró como si le hubiera dicho una palabra en una lengua extraña.
-         Sí, tienes cara de gato. Pero te diré tigre.
-         ¿Por qué tigre?
-         Por tus músculos. Se nota que eres fuerte.
-         Gracias -Gabriel se sonrojó-, pero estos -dijo señalando los músculos de los brazos- se los tienes que agradecer al gym.
-         Si tú lo dices -Brenda comenzó a reírse-. Desde ahora te llamaré así.
-         Bueno, es mejor a que me digas gato. Así me siento más fuerte.
-         No te emociones mucho, aún no he comprobado qué tan fuerte eres.
-         ¿Lo quieres comprobar?
-         ¿Qué harás? ¿Levantar una piedrita?
-         Muy graciosa. Pues no, haré esto -Gabriel cargó a Brenda como si fuera Cenicienta, dio tres vueltas sobre su sitio con ella entre sus brazos, y luego la bajó.
-         Okey, es un hecho. Eres fuerte, no te preocupes. No te molestaré -dijo Brenda tratando de quedarse parada sin tambalear.
-         Bueno mi estimada, con algo necesito defenderte.
-         ¿Defenderme? ¿De quién?
-         Bueno, con lo linda que eres, debe haber un par de idiotas que quieren hacerse la de vivos contigo. Yo lo evitaré -Gabriel le guiñó el ojo y, automáticamente, las mejillas de Brenda se pusieron de color rojo.
-         Qué lindo, gracias -Gabriel se acercó para abrazarla muy cálidamente.
Créanlo o no, así fueron todas nuestras conversaciones. Es tan bueno y amable, creo que yo siempre fui un poco mala con él. Me acompañó hasta mi casa, me dejó en la puerta, me dio un beso en la mejilla y se fue. Esa misma noche lo busqué en “facebook”, lastimosamente no tenía su apellido y no logré encontrarlo. Al siguiente día, saqué a pasear a mi perro al parque con la esperanza de verlo otra vez. Efectivamente, fue así. Mientras los días pasaban, nos íbamos conociendo mejor. Se parecía mucho a mí, no había cosa en la que tuviéramos alguna discrepancia. Todo era tan similar a un sueño, algunas veces sentí que fue demasiado bueno para ser cierto.
Una tarde de febrero, Gabriel y Brenda caminaban por el malecón. La vista hacia las playas, la tranquilidad entre las calles y el sonido de las olas son los responsables de que esas simples veredas se hayan convertido en un ambiente romántico. Se conocieron en agosto, y fue en septiembre que entablaron una relación sentimental. Eran una pareja perfecta. A los padres de Brenda les caía muy bien Gabriel, no tenían problema alguno con él. Después de todo, él era una buena persona. Iban hablando sobre todo lo ocurrido en los cinco meses que llevaban de enamorados. Él la alejaba de patanes, de malos amigos, la había ayudado con sus problemas. Dibujaban y pintaban las paredes de los cuartos, salían al cine o a fiestas con amigos. Todo tan semejante a un cuento de hadas, y Gabriel era mejor que un príncipe, era el ángel que la cuidaba.

Estaban cerca del centro comercial Larcomar cuando todo ocurrió. La brisa del mar y el aire que corría un poco fuerte les provocaban escalofríos. Unos hombres los quedaron analizando con el fin de saber donde guardaban sus cosas de valor. Eran las siete de la noche, y, sentados en unas bancas de madera color marrón oscuro, Gabriel le dio una moneda de cinco soles a Brenda para que comprara canchita dulce donde una señora que estaba a unos veinte metros de ellos. Ella fue caminando hasta la carretilla de la vendedora muy tranquilamente. La sonrisa de Brenda era notoria, debido a que todo el camino no dejo de hacer el gesto, ya que para ella ese día era el mejor. La mujer le dio de vuelto cuatro soles, y en un cono hecho de papel le sirvió la cancha. Antes de que pudiera voltear para regresar donde Gabriel, el sonido de un carro que frenó en seco la asustó. Giró la cabeza atemorizada hacia el lugar en donde se había originado aquel espantoso sonido. Luego de dos minutos, por su mejilla se derramó una lágrima. 
 

3 comentarios:

  1. hola, tengo una crítica constructiva vi que dice:

    "Gracias -Gabriel se sonrojó-, pero estos -dijo señalando los músculos de los brazos-"

    A la coma después del guión que está después de "se sonrojó" no le veo ninguna utilidad

    Quisá sirva para mejorar el ceutno depaso que me apunto para el concurso de críticas :)

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