martes, 23 de noviembre de 2010

El deseo de Evangelina

Rocío Vallejos

Estaba sentada en el parque, ubicado frente a su casa, bajo un árbol, leyendo un libro y fumando.  La incomodidad que sintió en un principio, debido a que no era su costumbre leer fuera de casa, desapareció en cuanto la historia del libro comenzó a apoderarse de ella.  En ese momento era la Inglaterra del 1900 y  el desarrollo industrial, por el uso de máquinas a vapor había comenzado a cambiar el mundo.  ¿Por qué Inglaterra se preguntó? ¿Por qué no Francia ó Alemania? Se imaginó a los protagonistas franceses o alemanes y como no coincidían con la imagen que tenía de ellos en su cabeza los desechó.  Aceptó a Inglaterra sin ningún tipo de berrinche de allí en adelante.
Dos horas y media más tarde, al concluir su lectura miró a su alrededor y suspiró. 
-¡A mi no me ocurrirán ese tipo de cosas!, dijo en voz alta, sin percatarse que un poco hacia su derecha en otra banca, había un joven leyendo el periódico.
Creo que estas historias de amor sólo ocurren en libros.  En esta época sería imposible que una pareja se conozca de esa forma tan peculiar y con sólo verse sepan que son uno para el otro.  Me encantaría que algo así me pasara a mí.  El amor es lo que quisiera ahora en mi vida, pensaba.
Mientras Evangelina seguía embelesada pensando en las musarañas, recordando la hermosa historia de amor que había leído, Juan Carlos volteó a mirarla y sonrió. 
¡Debería leer a Kafka! pensó Juan Carlos.  ¡No creo que estaría en esa nube en la que está ahora!  ¿Qué demonios habrá leído para ponerse en ese estado de éxtasis? 
Sin darle más importancia al asunto, Juan Carlos, continúo leyendo su periódico muy interesado en una noticia en dónde figuraban las caras de algunos jugadores de fútbol y el titular del periódico decía que iban a botarlos de la selección por una indisciplina, lo que para Juan Carlos era una tragedia.  Juan Carlos era un aplicado estudiante de Literatura en una conocida universidad, pero tenía pasión por el fútbol.  El primer regalo que le hizo su padre fue una pelota, según comentó alguna vez su mamá en uno de los almuerzos anecdotarios que tenían los domingos.
Frente a ellos en el parque, no muy lejos, había un señor que cuando uno lo miraba, pensaba en un tango.  El sujeto tenía un peinado muy engominado, todo para atrás. Dándole a su cabeza un aire moderno, pero añejo por la forma en cómo vestía, como un “compadrito”.  Una que otra mosca revoloteaba sobre él, pero ninguna se paraba sobre su cabello, como presintiendo que no se despegarían.  Este hombre tenía un cuaderno de dibujo sobre las piernas y un carboncillo en las manos que ennegrecía sus dedos al trazar los rasgos de las personas que tenía al frente.   Su frenesí al dibujar era tal, que parecía que iba a romper el papel.  Pasaba el lápiz, luego el dedo, esfumando líneas, dándoles mágicamente tonos de luz a los personajes, sobre el cabello y los hombros, dibujado, el árbol bajo el que estaba la banca de Evangelina, con un detalle digno de Durero.
Evangelina, vio acercarse al pintor que esbozaba una gran sonrisa.
¿Qué venderá éste?, se preguntó Evangelina mientras trataba, inútilmente, de levantarse e irse antes que llegara el indeseado personaje.
-Mi queridísima amiga, le dijo a Evangelina, mi nombre es Joaquín Segovia, pintor, dibujante, poeta y casi literato, porque lo de la narración aún no me sale muy bien.  Vengo aquí a dejarles a usted y a su compañero de parque, un pequeño recuerdo de este momento en que los he visto, atrapados entre las fauces de la palabra escrita.  Bendito Gutenberg que inventó la imprenta, y con la misma sonrisa le alcanzó el dibujo que momentos antes había hecho de ella y de Juan Carlos.
Evangelina, miró el retrato y le pareció lo más bello que había visto.  Algo conocía de pintura y ese carboncillo era una maravilla, no sólo porque ella era la retratada junto a su desconocido compañero, sino porque el “esfumato” estaba deliciosamente realizado.
-Mira, le dijo Evangelina al lector del periódico, un retrato nuestro.
Juan Carlos, miró al pintor, a Evangelina y el dibujo que ella le mostraba y sin dar crédito a lo que veía, se vio igualito, como si se mirara frente a un espejo, pero en esta ocasión en un retrato en blanco y negro.  Pudo apreciar el brillo del cabello de la chica, el árbol, la banca y sobre todo ese rizo que sobre su cabeza caía, que odiaba desde que era adolescente.
-Muy bonito le dijo Juan Carlos, ¿Pero ahora como hacemos? ¿Lo partimos por la mitad?, preguntó sonriente al pintor.
-De ninguna manera caballero, le contestó casi ofendido Joaquín Segovia, si el retrato ha salido con los dos, con los dos debe quedarse.  ¡Hay veces en que las cosas salen porque el destino así lo quiere! ¿Usted hermosa dama, le preguntó a Evangelina, cómo se llama?
-Evangelina, señor Segovia.
-Usted caballero, ¿Me haría el honor de decirme su nombre? Le preguntó a Juan Carlos.
Juan Carlos, riéndose por dentro, por la exagerada forma de hablar del dibujante le contestó –Juan Carlos, distinguido señor.  Haciendo sorna.
-Señorita Evangelina, permítame presentarle aquí al señor Juan Carlos, amante de los deportes.
Evangelina, que ya no sabía cómo reaccionar, le tendió la mano a Juan Carlos diciéndole –Hola Juan Carlos, encantada de conocerte.  Mientras pensaba ¡Que chico más guapo, creo que ya me enamoré! y lo miró fijamente.
Juan Carlos le devolvió el saludo.  Pensó en lo hermosa que era aunque leyese historias de amor. Se le ocurrió que tendría que educarla y se sorprendió de ese pensamiento.
-Evangelina es un gusto conocerte, le dijo mirándola fijamente.  Me agradan los deportes, es cierto, pero tampoco tanto como para que se me pueda catalogar como amante de ellos.  Lo que ocurre es que siempre me interesa la selección de fútbol.  ¿A quién no?  A fin de cuentas representa a nuestro país.
-Bueno, le dijo Evangelina, yo no conozco mucho de fútbol.  Me interesan otro tipo de cosas.  Como las carreras de autos, como fórmula uno, que obviamente veo por televisión.
-Ya vieron ustedes, les dijo Joaquín Segovia, ahora se conocen y tienen en común los deportes y la lectura y dando una mirada de reojo al libro que tenía Evangelina añadió, ¿Tal vez a Don Juan Carlos le gusten las artes amatorias?  ¿Qué caballero, hecho como Dios manda, no languidece ante los hermosos ojos de una mujer, como los que tiene aquí nuestra bellísima Evangelina?
Juan Carlos no respondió a esa pregunta y Evangelina se sintió ridícula, sonrojándose como cuando era adolescente.
-¡Ah!, mejillas encarnadas, símbolo de pureza y bondad.  ¿No lo cree así Don Juan Carlos?
Juan Carlos mirando a Evangelina y viendo su rubor, sintió pena por ella.  Realmente es muy bonita pensó y repentinamente contestó:
-Por supuesto señor Segovia. Tal como usted lo indica, símbolo de pureza y bondad. 
-¡Ay jóvenes, si yo tuviera su edad!, decía Joaquín Segovia, levantando la cabeza y añorando el pasado.  Ustedes ya se conocen, saben que tienen algunos gustos afines, lo que venga sólo Dios lo sabe, así que el dibujo les pertenece a los dos.  La decisión de que harán con él depende exclusivamente de ustedes.
-¿Se le debe algo por el dibujo?, preguntó Evangelina, un tanto dudosa porque tenía algo de dinero en el bolsillo del pantalón, pero, sabía que no mucho.
-Absolutamente nada, dijo Joaquín Segovia, los dibujos son inspiración divina. ¡Sólo para cumplir sueños!  Igual podría haber pintado a la parejita del fondo, dijo, señalando a un par de tórtolos que estaban besándose varias bancas más allá.  Pero el carboncillo comenzó a pintarla a usted, bajo este hermoso palto, por lo que le recomiendo que mejor se pase a la banca de Don Juan Carlos, ya que parece que el árbol quiere regalarle uno de sus apetecibles frutos y no vaya a ser que sea el más jugoso.
Evangelina, que no tenía la menor idea que estaba bajo un palto, levantó la mirada y vio una hermosa y gran palta justo sobre ella y siguiendo las recomendaciones del señor Segovia, se sentó al lado de Juan Carlos, quien miraba la palta incrédulo.
-Gracias señor Segovia dijo Evangelina, tanto por el dibujo como por el aviso.  No vaya a ser que me hubiese caído eso encima, le dijo.
-Gracias las que la adornan apreciada señorita, no creo que los dioses hubiesen sido tan poco gratos con usted de permitir que tamaño fruto cayese sobre su hermosa cabeza, cuando podrían permitirnos a los pobres, en especial a este, desayunar con tan suculento prodigio de la naturaleza y sin pensarlo mucho se subió en la banca y ayudado de un felino salto, se quedó con la palta en las manos a la que todavía le faltaba algún tiempo para madurar.
Juan Carlos, quien no salía de su asombro al ver la gran palta sobre la cabeza de Evangelina, quedó sin habla al ver como saltó el señor Joaquín Segovia para apoderarse de ella.
¿Viste eso?, le preguntó Evangelina a Juan Carlos.
-Sí, le contestó Juan Carlos.  Bastante ágil resultó el pintor.
-Como un gran arquero, acotó Evangelina.
Joaquín Segovia, quien estaba frente a ellos con la palta sobre la mano y una gran sonrisa entre los labios le dio la mano a cada uno de ellos, despidiéndose.
-No se olviden que ustedes tienen que decidir quién se queda con el dibujo.  ¡Ya Dios se encargó de pagármelo! y dándose media vuelta continuó caminando hacia el fondo del parque, pensando en que había reunido a una hermosa pareja y que ya sólo de ellos dependía que floreciese el amor.  Bueno, pensó Joaquín Segovia, misión cumplida.    No es fácil encontrar a la persona adecuada, pero estoy seguro que ese retrato tiene que juntarlos.  Los ángeles podemos hacer encargos, pero no milagros y volteando la cabeza los vio irse y saludó a Retaniel, el ángel de Juan Carlos quien consiguió que finalmente ese muchacho saliera el domingo de su casa, aunque sea a leer el periódico.  Evangelina ha leído infinidad de libros sobre miradas de amor que le han producido suspiros.  Hoy le ha pasado lo mismo que a sus personajes y creo que aún no se ha dado cuenta.
Evangelina y Juan Carlos se miraron y comenzaron a reírse.
-¡El tipo parecía sacado de un libro de García Márquez!, le dijo Juan Manuel a Evangelina.
Evangelina, quería ponerse seria pero no podía.  No paraba de reírse.
-Mira, le dijo Evangelina a Juan Carlos, cuando pudo ponerse seria nuevamente, no soy una experta, pero este señor es muy buen dibujante y volteándose, puso el carboncillo sobre la banca, entre ellos dos.
Juan Carlos lo tomó y empezó a mirarlo con seriedad.
-Me gusta, le dijo.  ¿Te has dado cuenta que también dibujó la palta sobre tu cabeza?
-No, no vi eso le contestó Evangelina quién se acercó a Juan Carlos para ver el dibujo de la palta con detalle.
-¿Crees que nos pintó más por la palta para el desayuno, que por nosotros mismos?, preguntó mirando fijamente a Juan Carlos.
Juan Carlos hundiendo los hombros y haciendo un gesto con la boca le contestó
-Ni idea Evangelina.  Pero nos miró bien, el dibujo prueba eso.  Yo no me di cuenta de que estaba dibujándonos.  Es más, no me di cuenta ni de que estaba allí sentado frente a nosotros.
-Yo pensé que era un vendedor o algo así, cuando se acercó.  Pero su verbo florido, me impidió irme.  Y comenzó a reír nuevamente.
Juan Carlos quedó embelesado con la risa de Evangelina.  Era como la risa de una sirena de cuento de hadas. Y con mucha seriedad la miraba fijamente.
Evangelina, ajena a los pensamientos de Juan Carlos, pensando que él estaba riéndose con ella del señor Segovia, volteó a mirarlo y se encontró con su fija mirada llena de seriedad.  Que hermosos ojos tiene, pensó Evangelina y quedó mirándolo tan seriamente como él a ella.
-Te invito a tomar un café Evangelina.  ¿Qué te parece?  Tal vez allí podamos decidir quién se queda con la pintura.
-Te acepto un jugo.  Odio el café.  Tal vez podríamos turnarnos el dibujo, una semana tú y otra semana yo.
-Eso me parece complicado Evangelina, ¿dónde vives?
-Aquí, le señaló una casa.  Esa es mi casa.
-Que curioso dijo Juan Carlos, yo vivo en la esquina.  Jamás te había visto.  Tal vez un día sí y otro no, dijo sonriendo pícaramente a Evangelina, quien le devolvió la sonrisa en señal de complicidad.  Evangelina sentía su corazón latir con fuerza y tenía una extraña sensación en el estómago.  Juan Carlos sentía un vacío en el pecho, no sabía qué era, pero sabía que lo producía la cercanía de Evangelina.
Ellos iban conversando y caminando a lo largo del parque hacia el “Cafetín Amore”.
En la banca había quedado el libro de amor que estuvo leyendo Evangelina y el viento movía las hojas de éste a su antojo.

1 comentario:

  1. Hola, pensando en el concurso ;) se me ocurre algo: lo que se dice de inglaterra, francia, alemania y la revolución industrial no siento que le aporte nada al texto y si se lo sacases no siento que perdiese nada

    ¿sería esto un caso de ruido?

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