Lucía Yolanda Alonso Olvera
Todos nos hemos topado con personas que nos hacen daño, nos maltratan, nos insultan o nos agreden. Para muchos, es difícil olvidar las injurias y las humillaciones de las que fueron víctimas. Estos personajes suelen practicar la venganza con sus semejantes o viven infelices bajo el agobio del resentimiento. Llenos de rencor padecen una profunda desolación, ya que las ocasiones para cobrarse una venganza no siempre se presentan.
Otros
dejamos pasar las ofensas, seguimos nuestro camino y disfrutamos de la vida sin
tener presente las injurias. A veces, la casualidad puede ponerse de nuestro lado
y nos ofrece la posibilidad de cobrarnos los agravios. En estas ocasiones la
venganza se presenta como un dulce manjar que se derrite entre nuestros dedos y
que hay que aprovechar para paladearlo en su justo momento.
¿Ha
tenido, querido lector, la oportunidad de cobrarse una venganza sin haber
esperado la ocasión?
María
ha terminado con notas sobresalientes el máster de diseño que vino a hacer a
Madrid gracias a una beca de excelencia otorgada por la Universidad de
Innovación y Tecnología de España. Durante los dos años de su estancia en esta
ciudad se hizo amiga de Lorena, una chica que trabaja como asistente del embajador
de México en España.
Lorena
ha invitado a María para que este verano cubra de manera interina la plaza de
recepcionista en la embajada, ya que la mujer contratada ha pedido permiso por
maternidad.
María
decidió aceptar el trabajo. Con el dinero que ganará planea hacer un viaje por
Italia durante un mes, antes de regresar a México.
La
labor de la recepcionista consiste en atender a todas las personas que tienen
cita con el embajador, hacerlas pasar de la recepción a las salas de juntas y
contestar las llamadas en el conmutador.
Es
una tarde calurosa, durante la mañana hubo muchas reuniones importantes. A las
dos, el embajador ha salido a comer para volver a su última cita a las cuatro de
la tarde. María no se ha despegado de su
asiento atendiendo a las visitas y una gran cantidad de llamadas. Tuvo que
comer con Lorena un sándwich en la cocina de la oficina para volver a sentarse
en la recepción de inmediato.
La
embajada se encuentra en el décimo piso de una moderna torre en el paseo de la
Castellana. Elegante, amplia y sobria, está decorada con exquisitas artesanías
de diversos lugares de México. Esta es la segunda semana de María en su nuevo
trabajo. A las tres y media de la tarde se abren las puertas del ascensor y la
mujer que entra a la recepción es nada menos que Grace Ríos.
María
la observa acercarse a su escritorio, está igual que hace doce años que la dejó
de ver, solo un poco más arrugada. Está segura de que no la reconocerá. Ahora, María
lleva el cabello muy corto y decolorado, tiene un piercing en la nariz y
es muy delgada. Ya no es la niña regordeta, con lentes y trenzas que conoció
Grace, en la secundaria.
Qué
dulce ironía le brinda la vida, una oportunidad inesperada que nunca imaginó.
—Bienvenidas
todas. Este es nuestro primer día de clases. A partir de hoy, a las ocho en
punto de la mañana cada grupo de secundaria deberá estar formado en su lugar
asignado en el patio y en orden alfabético, por apellido. A quienes son las
primeras de la fila de los grupos de primero, se les llamará en el transcurso
de la mañana para que asistan a la dirección y reciban instrucciones por parte
de la prefecta, la maestra Grace Ríos. Ella les indicará sus responsabilidades diarias
por las mañanas —concluyó la directora, Josefina Archundia, con micrófono en
mano en el segundo piso del edificio central, desde donde muy temprano daba
instrucciones y avisos importantes a todo el alumnado.
Nunca
olvidaría el primer día de clases en aquella secundaria. María Alarcón había cursado
la primaria en una escuela pequeña, mixta y activa, cerca del departamento céntrico
donde vivía con sus padres y su hermano Mateo.
María
y Mateo habían llegado a la pubertad y sus padres, Laura y Ernesto, decidieron
que cada uno debía tener su propia habitación, por lo que compraron una casa
amplia y cómoda, pero lejos del barrio céntrico donde vivían, razón por la que
decidieron cambiarlos de colegio.
Eligieron
para María el Instituto Femenil del Bosque, un bachillerato muy reconocido de la
ciudad y en donde planearon que cursara la secundaria y la preparatoria para que
después pudiera entrar a una universidad de excelencia. Sin duda, Laura y
Ernesto, siempre aspiraron a darles a sus hijos la mejor educación, sabían que su
futuro dependería de su formación escolar.
El
Instituto Femenil del Bosque, tenía dos planteles con instalaciones modernas y
extensos jardines. La secundaria albergaba alrededor de quinientas alumnas,
divididas en cuatro grupos por grado. Las alumnas debían portar el uniforme de
diario que incluía blusa blanca, suéter y falda azul marino, mocasines cafés y
calcetas blancas. Dos días a la semana llevaban el uniforme de deportes: bermudas,
pantalón y chaqueta azul marino, playera, calcetines y tenis blancos.
Para
María el cambio de escuela resultó muy impactante, ya que, en la primaria, no portaban
uniforme y la disciplina era muy relajada, mientras que, en este instituto
había infinidad de reglas que había que acatar con mucho rigor.
Al
ser la primera de la lista de su grupo, María se dirigió a la dirección a
recibir las instrucciones que había mencionado la directora.
—Buen
día, soy María Alarcón del grupo Primero B, vengo a ver a la prefecta para que
me diga qué tengo que hacer todas las mañanas.
—Pasa.
La oficina de la maestra Ríos, es la segunda puerta del lado derecho, ya están
ahí otras niñas de primero esperándola —contestó la secretaria de la dirección.
La
oficina de la dirección era austera y silenciosa y daba al pasillo de acceso de
la planta baja del edificio principal. La secretaria, una señora mayor de unos
sesenta años y cara de pocos amigos, vestía de negro y llevaba el cabello
recogido en un moño.
Grace
Ríos tiene aproximadamente cuarenta años, es alta con buena presencia, viste
una blusa blanca abotonada hasta el cuello, blazer y pantalón negro, el cabello
rubio muy corto peinado hacia atrás, tiene una mirada severa detrás de las
gafas y su trato es cortante y seco.
—Buen
día, niñas. ¿Quién es Ana Acosta? —pregunta la prefecta leyendo el nombre en las
listas de asistencia de los grupos de primer año que tiene en la mano derecha,
mientras se ajusta los lentes con la mano izquierda.
—Soy
yo —contesta una niña morena y menuda que está al lado de María.
—Se
contesta: presente, maestra —corrige la prefecta alzando la ceja mirando a Ana
inquisitivamente.
—María
Alarcón.
—Presente,
maestra —contesta asustada María.
—Lucero
Andrade.
—Presente,
maestra.
—Y
tu debes de ser Alejandra Anaya, ¿cierto?
—Presente,
maestra —contesta la más larguirucha de todas.
—Al
ser las primeras de la lista de su grupo les tocará todas las mañanas registrar
asistencia y hacer la revisión de higiene y buena presentación de todas sus
compañeras. ¿Entienden a que me refiero?
—No,
maestra —contesta María, mientras las demás no responden.
—¿Qué
es lo que no entiendes? ¿Tú cómo te llamas?
—Soy
María Alarcón de primero B y no entiendo qué es lo que tenemos que hacer
exactamente.
—Lo
voy a explicar una sola vez, pongan mucha atención. Es muy sencillo y hay que
hacer esto todos los días. En cuanto se forme la fila de su grupo a primera
hora de la mañana van a tener muy poco tiempo para pasar lista y hacer la
revisión. ¿Entendido? —pregunta la prefecta con tono autoritario y sin dar
oportunidad a que contesten.
»Cada
una de ustedes tendrá un cuaderno como este —mostrando el cuadernillo de uno de
los grupos en la mano y prosigue—, es la lista de su grupo. Todas las niñas deberán
estar formadas siempre en orden alfabético por apellidos. En cuanto suene el
timbre, estén todas formadas y la directora empiece a dar los buenos días y los
avisos matutinos; ustedes tendrán que revisar una por una a sus compañeras para
calificar su higiene y presentación. La revisión consiste en: peinado con el
cabello bien recogido; boca y dientes limpios; uniforme completo y en buen estado;
manos y uñas impecables y zapatos relucientes. Si sus compañeras asisten a la
escuela aseadas marcarán en cada casilla un uno, o si, por el contrario, no
cumplen deberán poner un cero. Semanalmente sumarán los puntos que cumple cada una
y entregarán las listas con los resultados. Las niñas que mayor puntuación
tengan son las que vienen aseadas y con buena presentación. ¿Alguna pregunta?
—Sí,
yo tengo una —dice María mientras mantiene la mano levantada.
—¡Otra
vez tú! ¿Cuál es tu duda?, creo que expliqué claramente lo que deben hacer.
—Sí,
maestra, lo explicó muy bien, pero ¿por qué tenemos que hacer este trabajo de
revisión nosotras con nuestras compañeras? Eso debería ser una responsabilidad
de la maestra titular del grupo, ¿no le parece?
—Mira,
niña, esta práctica se ha hecho en este instituto desde hace muchos años, y nadie
va a venir a cuestionar nuestras reglas y nuestras costumbres. Es una
obligación que tienen las primeras de la lista de cada grupo y te parezca bien
o no, lo tendrás que hacer. Es una orden, ¿entendido? —concluye la prefecta muy
molesta.
Ante
la regañina, todas se mantienen en silencio.
—Tomen
su cuaderno con las listas y vayan de inmediato a su salón, que a estas horas
habrá empezado su primera clase —les dice la prefecta entregándoles a cada una
el cuadernillo —, y tengan cuidado de no perder los cuadernos, porque eso les
puede ocasionar expulsión.
María
ha llegado a casa el primer día de clases desanimada y sin apetito. Laura, su
madre, ha percibido que no está contenta como cuando volvía de la primaria.
—¿Cómo
te fue hija? Te noto rara.
—No
sé si me va a gustar esta escuela, mamá. Me choca que no haya niños y llevar
uniforme y, además, como soy la primera de la lista me toca hacer de policía
con mis compañeras y diario tendré que revisarles sus uniformes, la boca, las
manos y las uñas y en caso de que no vayan impecables, tendré que bajarles
puntos.
—¡Ay
hijita!, qué raras prácticas tienen en ese colegio. Tú tranquila, a todas tus
compañeras ponles siempre buena calificación, no creo que haya niñas que vayan
sucias y mal presentadas, es una institución muy cara y con fama de ser muy
estricta y seguramente todas las familias mandan a sus hijas impecables.
María
siguió el consejo de su madre, aprovechó ser la responsable de pasar lista para
conocer a todas sus compañeras y hacer amigas. María era sonriente, amiguera y
simpática, todos los días marcaba uno en todas las casillas, nunca revisaba los
uniformes y mucho menos la higiene de las chicas, todas las mañanas chacoteaba con
todas.
Al
cabo de tres meses de entregar semanalmente el cuadernillo de asistencia, la
mandó llamar la prefecta a la dirección.
—María,
he revisado las listas de asistencia de tu grupo cada semana y veo que no estás
haciendo bien tu trabajo —le espetó la prefecta en cuanto entró a su oficina,
sin saludarla siquiera.
—Maestra,
todas las mañanas paso lista y las reviso con cuidado. Las chicas del salón
cumplen perfectamente, traen el uniforme completo, los zapatos, las uñas y las
manos limpias y vienen muy bien peinadas —contestó María sonriendo.
—No
te rías de mí, no es gracioso. Te voy a dar esta semana para que rectifiques y
hagas bien tu trabajo, si la semana próxima me vuelves a entregar el
cuadernillo con estas estupendas calificaciones, voy a tomar medidas al
respecto, ¿entendiste, niña?
—Sí,
maestra, pondré más atención en la revisión —contestó María tímidamente.
María
siguió cotorreando con sus compañeras mientras pasaba lista, siempre pensó que
esa tarea no le correspondía, y no quería ser la pesada del salón que pusiera
malas notas.
Dos
semanas más tarde, la volvió a llamar la prefecta a la dirección. Esta vez no
estaba sola, la acompañaba la niña Juliana Casillas, la más odiosa del salón y quien
siempre se mostraba hosca.
—Mira,
niña, como no quieres hacer la revisión de higiene y presentación, he tomado
una decisión —afirmó la prefecta molesta —. Desde mañana, Juliana, revisará que
lo hagas bien, ¿entendiste?
—Pero,
maestra, eso no me parece justo —dijo María observando a Juliana, quien
mostraba una sonrisa burlona.
—¿Qué
es lo que no te parece justo?
—Que
Juliana me vigile y yo tenga que hacer este horrible trabajo. Ninguna niña
debería calificar la presentación e higiene de sus compañeras. Son las autoridades
las que ponen las reglas y ustedes deberían hacerlas cumplir. Además, si yo no
lo hago bien y Juliana quiere hacerlo, pues sería mejor que lo haga ella.
—¿Cómo
te atreves a hablarme de esa manera y cuestionar las reglas? —gritó la prefecta
furiosa—. Eres una escuincla insolente, mal educada y rebelde. Te mereces tres
días de expulsión por objetar las reglas y contestarme de ese modo. Hoy mismo
les llamaré a tus padres para reportar tu mal comportamiento. A partir de
mañana cuenta tres días de no aparecerte en el instituto y cuando vuelvas
tendrás que hacer tu trabajo con la supervisión de Juliana. Se acabó esta
discusión. ¡Vete de inmediato a tu salón y no vuelvas más por aquí! —concluyó Grace
Ríos con la cara enrojecida de cólera.
Esa
expulsión fue el inicio de incontables problemas en la escuela. Sus padres se
empeñaron en que terminara ahí la secundaria y María tuvo que lidiar con el
odio que le profesó desde entonces la prefecta, quien le hizo la vida
imposible.
—Buenos
días, señorita, soy la maestra Grace Ríos, tengo una cita con el embajador.
—Buenos
días. ¿A qué hora tiene su cita? ¿Me repite por favor su nombre y el asunto que
viene a tratar con él?
—Soy
la maestra Grace Ríos y tengo cita a las cuatro, o sea en treinta minutos. El
asunto que vengo a tratar es para solicitarle su apoyo para formalizar un
convenio entre el Instituto Femenino del Bosque en México y la Universidad
Complutense de Madrid, para que nuestras alumnas de bachillerato hagan
estancias de verano en España.
—¡Qué
extraño! —contestó María sonriéndole—. El embajador hoy no dio citas porque
tuvo que ir a El Escorial a un evento con el rey. ¿No se habrá confundido de
día, maestra Ríos?
—Por
supuesto que no, señorita. Tengo programada esta cita desde hace un mes. La
hice desde la Ciudad de México y me la dio su asistente, la licenciada Lorena
Gómez.
—¡Qué
raro!, permítame llamar a Lorena para preguntarle.
María
le marca desde el conmutador a Lorena y le dice que, si le puede dar unos
minutos. Cuelga y se levanta de su silla y le pide un momento a Grace para ir a
hablar directamente con la asistente del embajador y aclarar el asunto.
—Lore,
me acaba de llamar la señora Ríos para cancelar la cita que tenía hoy con el
embajador a las cuatro de la tarde, avísale a tu jefe que esta mujer no vendrá
y si no tiene más citas, ya no tiene caso que regrese.
—¡Qué
bien!, ahora mismo le mando un mensaje para que se relaje y ya no vuelva, hemos
tenido una mañana de locos. Apurémonos a cerrar este changarro y nos vamos a
tomar unas cañas y un pincho en el bar de abajo. Lleno estos formatos y en unos
diez minutos nos vamos, ¿te parece?
—¡Me
parece perfecto! —contesta entusiasmada María cerrando la puerta de la oficina
de Lorena para dirigirse bailoteando de alegría hacia la recepción.
—Ya
hablé con la licenciada Gómez —comenta María—. Me dice que no le pudo haber
dado ninguna cita con el embajador el día de hoy, porque, cómo le comenté, desde
hace más de dos semanas tenía programado este evento en El Escorial. Lamento
mucho su situación, pero el día de hoy el embajador no dio citas.
—No
puede ser, señorita. ¿Y no me podría dar una cita para mañana jueves?, ya que
regreso a México el viernes temprano.
—Eso
no va a ser posible, porque el embajador no regresa de su viaje hasta el lunes
próximo.
—¡Qué
barbaridad, señorita! Esto nunca me había pasado, ¿qué le voy a decir a la
directora?
—Pues
que no pudo ver al embajador. Pero seguramente en su próximo viaje la recibirá
—contesta María mientras Grace ya está de espaldas oprimiendo el botón del
elevador para marcharse furiosa.
En
cuanto Grace entra al ascensor, María se siente pletórica y comienza a reír a
carcajadas. De pronto Lorena llega a la recepción lista para irse al bar.
—¿De
qué tanto te ríes, chamaca? —pregunta cariñosamente.
—De
una tontería. Vámonos ya, Lore. Hoy yo invito los pinchos y las cañas porque
estoy de muy buen humor.
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