Antonio Sardina Cecine
Me llamó mi hermano para decirme que Baie había muerto. Lo velarán
en Gayoso de la colonia Del Valle. La verdad es que ya lo esperábamos. Estaba
muy enfermo y solo era cuestión de que sucediera.
Baie era el esposo de
la hermana de mi madre, le decíamos así tanto sus hijos como nosotros sus
sobrinos, e inclusive, muchos conocidos y vecinos. Baie quiere decir «mi papá» en árabe.
Soy el mayor de cuatro hermanos y para nosotros, Baie fue un segundo
padre (a veces el primero). Mi madre y su hermana fueron muy unidas y las dos
familias siempre convivimos como una sola. Su casa era mi casa y a mis cuatro
primos, aunque mayores, los considero mis hermanos.
Se llamaba Assaf y nació en el Líbano, en un pueblo cerca de Beirut. Llegó
a México invitado por sus tíos para forjarse un futuro aquí, como la mayoría de
los inmigrantes, sobre todo libaneses y españoles, que poblaban el centro de la
ciudad de México y muchos estados del país.
Todos mis recuerdos de Baie son los de un hombre tranquilo, risueño
y buena persona. En muy pocas ocasiones lo vi discutir y no recuerdo una sola
vez que perdiera el control. Conmigo era especialmente cariñoso. De niño jugaba
a darme volantines y siempre tenía en su bolsa dulces de mantequilla y de café,
los cuales repartía tanto a niños como a adultos. Recuerdo especialmente cómo
le quitaba la cáscara a las manzanas y naranjas, manejando diestramente un
cuchillo formando una serpentina.
Llegué al velorio, con tristeza les di el pésame a mi tía y primos, nos
abrazamos. Al terminar, discretamente me senté en un sillón grande al fondo de
la sala. Me distraje escuchando las conversaciones alrededor, mayormente en
árabe, idioma que no entendía, aunque Baie intentó siempre enseñarme a
hablarlo y escribirlo. Nunca le dediqué el tiempo necesario.
Se sentó junto a mí el tío Tufik, (en la comunidad libanesa se le dice tío a cualquier persona mayor, no
importando el parentesco) a quien siempre había ubicado como el mejor amigo de Baie,
considerado parte de la familia.
—Que tristeza —me dijo—, siento que mi corazón se desmorona.
Comentario que sonaría sin duda mejor en árabe, ya que es una lengua más apasionada
y teatral que el español. Aunque, decía mi madre, los árabes estuvieron
ochocientos años en España y los españoles quinientos años en México, o sea que
somos lo mismo, apasionados y teatrales.
Lo siguiente que dijo despertó mi
interés de manera súbita:
—Que pena que no viniera nadie del partido,
después de todo lo que hizo por ellos y el Caudillo.
«El Caudillo», ese nombre me vibró inmediatamente como
parte de la vida de mi tío, recordé de pronto como en muchas ocasiones, en su casa
se realizaban reuniones en la sala, siempre entre hombres, hablando en árabe, a
las que mi tía nos prohibía acercarnos excepto para llevar bebidas o bocadillos
a los participantes. —Es una junta del partido—decía mi tía. Y al pedirle que me
explicara qué significaba, me decía que era una organización muy importante de
la que Baie era el presidente. Siempre me pareció que algo tendría que
ver con el Club Libanés al cual pertenecía toda la familia, pero en realidad
nunca me quedó claro a qué se refería.
Ahora al mencionar Tufik a el Caudillo, quise aprovechar la oportunidad y
le pedí que, como homenaje a mi tío, me contara su historia con el partido y a quién
se refería con ese nombre o adjetivo.
Secó sus ojos con un pañuelo y tomando una de las tazas de café turco que
nos repartían durante el velorio, sonrió y me dijo:
—Claro hijo, si alguien conoce esa historia soy yo,
y debo decirte que me enorgullezco de haber participado con él en esa
maravillosa aventura.
»Cuando vivíamos en el Líbano, el país como siempre era un polvorín. Los
libaneses no nos consideramos árabes, sino fenicios, lo que nos confiere una
genética y cultura diferentes, más cosmopolitas. El Líbano es un pequeño país
rodeado por el mundo árabe, influido y dominado principalmente por Siria, y
aunque hasta los años cincuenta no existía el estado de Israel, siempre
consideramos al pueblo judío como invasores y enemigos.
Tomando un dulce de piñón
de la mesa frente a nosotros continuó:
»En ese tiempo se formó y creció el Partido Nacionalista Sirio, el cual
abogaba por la unión de todo el mundo árabe en lo que llamábamos la «Gran Siria», y sin duda influido por las teorías
fascistas que florecían en Alemania, Italia y otros países, este movimiento lo
comandaba un líder carismático, vehemente y populista a quien se conoció como «el Caudillo».
Nunca me dijo el nombre del personaje ni se lo pedí, me conformaba con este
atractivo y estridente título. Recuerdo también el símbolo del partido, ya que Baie
siempre traía un pin en la solapa de los trajes que todos los días usaba: Un
suástica estilizado, con las aristas redondeadas, en un círculo ribeteado en
negro.
Noté que también él tenía
un pin igual. Ajeno a mis pensamientos continuó:
»Desde que conoció Assaf a el Caudillo, quedó impactado por su personalidad,
su profunda convicción y la seguridad que era el tiempo de la revolución del
mundo árabe, para ser la potencia mundial que alguna vez había sido y que
estaba destinada a ser hasta el fin de los tiempos.
»Destino que había sido truncado por sus enemigos, el principal de estos los
judíos, repartidos por el mundo en la diáspora, desde donde se habían hecho del
poder económico y político de muchos países, con el fin de sojuzgar desde esos
cotos al mundo y principalmente a los árabes. Es por eso por lo que era
importante unirse en la «Gran Siria», la cual debía
renacer gracias al nuevo partido.
»Assaf se enfrascó en reclutar seguidores del partido, desde luego empezando
por mí y lo hizo con gran éxito, gracias a la educación que tenía, ya que era
un hombre culto con carrera de profesor. Cuando fue evidente su liderazgo,
llamó la atención de el Caudillo y lo invitó a sumarse a su equipo más cercano.
»Fue en ese tiempo que recibió la invitación de irse a México a trabajar con
sus tíos y al comunicárselo al Caudillo, en lugar de pedirle que la rechazara,
le adjudicó la misión de llevar el mensaje del partido a América, destino de una
gran mayoría de inmigrantes árabes.
»Assaf llegó a México inflamado del espíritu del partido y con el orgullo de
cumplir con la misión encomendada por el Caudillo. Sus tíos empezaban a
progresar económicamente y lo colocaron en una fábrica de camisas, donde en
realidad no destacó, ya que la mayoría del tiempo lo dedicaba a promover la
idea de la «Gran Siria» con sus coterráneos. Esto molestaba a la
familia, ya que además de no comulgar con sus ideas, la mayor parte de sus
negocios los realizaban con la también extensa y progresista comunidad judía
del país, gracias a lo cual lograron gran éxito comercial e inclusive fundaron
un banco que principalmente manejaba cuentas de las dos etnias.
»A esto se agregó que, en contra de las creencias de la familia, que profesaba
la religión ortodoxa, Assaf se enamoró de tu tía, católica maronita que venía
también del Líbano.
»Su matrimonio ocasionó que se le aislara de los
negocios y de la convivencia familiar, pero no afectó al gran amor que se
profesaban tus tíos, prosperando sobre todo gracias a que tu tía era
extremadamente hábil en los negocios, y por su lado, Assaf ganó prestigio y
respeto con la parte de la comunidad que comulgaba con las ideas dell Caudillo
y lo reconocía como su representante.
Tufik hizo una pausa para servirse un plato de bocadillos libaneses (kepe,
tabule y hummus) abundantes como siempre en los velorios libaneses y sin dejar
de comer continuó su relato.
»Cuando tu tía esperaba su cuarto hijo, Assaf recibió un mensaje directo del
Caudillo, pidiéndole regresar a el Líbano, pues se avecinaba un acontecimiento
clave para los intereses del partido y se requería su presencia.
»Me pidió acompañarlo y partimos inmediatamente con dos objetivos,
cumplir con lo que pedía el partido por una parte y una vez instalados
nuevamente en nuestra patria, mandar por las familias para vivir nuevamente en
el Líbano, la Suiza del Medio Oriente.
Se notaba en los ojos a
Tufik la nostalgia cuando recordaba su patria.
»Al llegar lo recibieron cálidamente y en una reunión con el Caudillo, le
comunicaron que las condiciones eran propicias para dar un golpe de estado y
hacernos con el poder en el Líbano, en premio a su militancia, Assaf comandaría
una cuadrilla de revolucionarios fieles, con la misión de apoderarse del cuartel
cercano al palacio nacional.
»Orgulloso tomó el cometido con optimismo y seriedad, aunque no tenía idea
de la situación actual del país, ni política ni militarmente, pero confiando
absolutamente en la visión de el Caudillo. Le fueron asignados los
combatientes y entregadas las armas ese mismo día, comunicándole la decisión de
dar el golpe al día siguiente. Al revisar las armas se dio cuenta que en la
caja del parque estaban revueltas las balas de distintos calibres, lo que era
una clara muestra de la mala organización del golpe. Pero tu tío sin amilanarse
repartió los fusiles, pistolas y granadas, encargando a los combatientes tomar
de la caja las que consideraran las balas adecuadas.
»Esa misma noche nos dirigimos de acuerdo a las ordenes a cortar la luz del
cuartel. No bien nos acercamos a la toma eléctrica, fuímos inmediatamente
sorprendidos por las fuerzas nacionales, que al parecer nos estaban esperando. Sin
piedad dispararon a los pocos que se resistieron y apresaron a los restantes.
No llevábamos ni tres días en el país cuando fuimos conducidos a la prisión militar,
en el golpe de estado peor planeado de la historia.
Por pláticas con mi madre, yo sabía que en ese tiempo mi tía recibió las
noticias del frustrado golpe dando a luz a su cuarto hijo, sin saber si su
esposo estaba vivo o muerto. Acompañada
solo por mi abuela, mi madre y mis tres primos y agobiada con la ruptura del
sueño familiar de viajar a El Bled a reunirse con Baie, angustiada
sin saber de donde obtener fuerzas y recursos para sacar adelante a sus hijos.
Tufik continuó su relato:
»Al llegar a la cárcel del cuartel los sobrevivientes del fallido golpe, la
suerte de cada uno de nosotros se decidió en una partida de Taule (juego de mesa que con alguna variación se
conoce como backgammon) entre el comandante del cuartel y el jefe
de la prisión. Si ganaba el comandante, el prisionero era fusilado y si el jefe
vencía entraba a la prisión. Tanto Assaf como yo fuimos bendecidos por la
suerte y el buen juego del jefe. Muchos otros no.
»Después de unos meses en prisión, sucedió otro evento que definiría la
historia de tu tío y en buena parte la mía, nuevamente gracias al jefe de la
prisión. Este se había enterado por los guardias de que, en la celda de los
rebeldes, el que al parecer era su líder, había sido profesor de matemáticas. Assaf
se había ganado el respeto de prisioneros y guardias por manifestar un carácter
tranquilo y pacifico, además de que el hecho de haber sido nombrado comandante
por el Caudillo le confería autoridad. Dado que el hijo del jefe tenía serios
problemas en la escuela precisamente en esa materia, acordó con él que le
permitiría ir tres veces a la semana a su oficina a darle clases a su hijo.
»Esto propició que naciera poco a poco una gran amistad entre Assaf y el
jefe, logrando que se fuera dando el libre tránsito del prisionero por el
cuartel y la mejoría de las condiciones de su celda, donde estábamos sus
compañeros de aventura.
»Con ello también tuvo acceso Assaf a información importante, ya que no solo
daba clases al hijo del jefe, sino que se convirtió de hecho en su consejero.
Fue así como se enteró que la razón del fracaso del golpe había sido directamente
la traición de el Caudillo, quien, al ser descubierto por un espía infiltrado en
el partido, a cambio de su libertad informó donde y cuando serían las acciones
planeadas para el ataque, culpando a Assaf de ser el creador del plan.
»Al conocer esta información, se rompió el corazón de Assaf, pero no su fe en la idea central del partido: la unión del mundo árabe en la «Gran Siria», así que si bien renunció a la idea de una revolución armada, siguió alentando en su interior lograr este objetivo, de ser posible por el camino de la política, siendo fiel al partido.
»Salimos de la cárcel después de dos años, gracias a un indulto directo del
primer ministro al desintegrarse por completo la insurgencia y con la intención
de retornar a la calma y el progreso del país.
»Al darnos cuenta, después de varios intentos fallidos, de la imposibilidad
de generarnos un futuro en el Líbano para traer a la familia, decidimos
regresar a México, para lo que, gracias a algunos militantes generosos del
partido, conseguimos pasajes en tercera clase de un barco que salió del puerto
de Trípoli y un pasaje de avión en Barcelona.
»Lo que siguió en México tu lo sabrás mejor que yo, ya que tal vez por la
desilusión o simplemente los rumbos de la vida, dejé de ver a tu tío varios
años, y solo esporádicamente, asistí a las juntas del partido que seguía
organizando en su casa y que acabaron siendo solo unas tristes reuniones de
unos pocos viejos libaneses resentidos.
De acuerdo con historias que me contó mi madre y las que yo mismo presencié,
después de múltiples intentos fallidos de negocios, principalmente relacionados
a importaciones de productos difíciles de conseguir en México, legalmente a
veces y otras no tanto, Baie se hizo cargo de un hotel comprado por su
cuñado en Acapulco, donde vivió tranquilo. Yo lo visité muchas veces y recuerdo
siempre un aire taciturno, que, ahora entiendo, era por la profunda tristeza de
haber truncado su misión, la «Gran Siria».
—Pero tío Tufik —pregunté—, ¿qué pasó con el Caudillo?
Frunció las cejas, suspiró y con mirada baja respondió:
—Para nuestra sorpresa, en el barco que tomamos en
Trípoli viajaba también el Caudillo, desde luego que en primera clase. Assaf desde
que se enteró decidió que tenía que verlo a los ojos para echarle en cara su
traición, así que, gracias a su natural don de gentes, pudo colarse un día al
caer la tarde en la primera clase. Yo vigilaba desde la puerta de acceso de la
tripulación y los vi hablando en la barandilla de la cubierta por más de una
hora hasta que cayó la noche, perdiéndolos de vista. Después de un tiempo
regresó Assaf y al preguntarle qué había sucedido, solo me miró a los ojos y
guardo silencio, nunca más me habló de esa conversación.
»Al día siguiente llegamos a Barcelona donde nosotros viajaríamos en un
avión a México. Al bajar del barco me llegó un rumor entre marineros y personas
conocidas en el viaje, acerca de un pasajero que no apareció esta mañana y se
especulaba que tal vez había caído al mar en la noche. Se lo comenté a Assaf,
pero no tuvo ninguna reacción.
El tío Tufik se despidió de mí con un beso en la mejilla y lo vi salir
después de despedirse de mi tía, con paso taciturno y cansado, dejando sus
memorias junto al féretro de su querido amigo.
Sentado en este sillón, el pensamiento me lleva a algunos caudillos
como Francisco Franco en España y aquellos de este México surrealista e intenso;
caudillos de la conquista, de la independencia, de la revolución: Cuauhtémoc,
Morelos, Zapata, Villa y tantos más. Todos traicionando, todos al final
traicionados.
Al final como decía mi mamá... somos lo mismo.
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