miércoles, 10 de mayo de 2023

«¡Lo lograremos!»

Cecilia Escobar


El muchacho mostró su documentación. La mochila fue registrada minuciosamente por los guardias de seguridad. Después de pasar los estrictos controles se dirigió aliviado a la sala de espera, introdujo unas monedas en la máquina automática y obtuvo un café caliente y bastante ralo. Sus manos morenas estaban casi congeladas, afuera hacían tres grados bajo cero. Era la mañana del diez de enero de dos mil veintitrés en la ciudad de Berlín. Él había esperado junto a otros casi una hora en la puerta de entrada de la institución pública. Sus almendrados ojos contemplaron con curiosidad a su alrededor. La amplia sala estaba llena, mujeres embarazadas, familias enteras, menores de edad no acompañados. Un pequeño grupo de niños, con la cara embadurnada de chocolate, jugaban en una esquina. Muchos de los que esperaban tenían su primera audiencia aquel día. Se quitó la gruesa chaqueta y el gorro que aún llevaba puesto, después de acomodar su cabello se sentó a esperar tranquilamente su turno. 

¿Quién tiene que lograr qué? Se preguntaba Claudia al llegar ese día a su oficina en el sexto piso del moderno edificio. Su área no tenía contacto directo con los solicitantes de asilo, por lo que era posible organizar de manera flexible los horarios de trabajo. Las dificultades laborales habían empezado a repercutir en su vida privada. Aquel día sintió el ambiente más recargado que de costumbre y tuvo ganas de volver a casa. La serenidad y el genuino interés por los demás había desaparecido en muchos de sus compañeros. Casi todos se habían convertido en personas mentalmente agotadas, era imposible trabajar con eficacia. Cientos de expedientes por revisar, información y documentos por clasificar llegaban vía correo escrito o electrónico. Ella y sus colegas estaban siempre en contacto con los centros de acogida, intérpretes, traductores, la policía federal y extranjería. Demasiadas tareas para muy pocos empleados, eso hacía que los ánimos se alteraran cada vez que alguno se reportaba enfermo. 

En el año dos mil diecisiete, durante la crisis de refugiados en Alemania, Claudia había terminado sus estudios y buscaba empleo bien remunerado. Envió su currículum a la Oficina Federal de Migración y Refugiados, que para entonces necesitaba varios empleados administrativos. El país teutón apuesta desde hace años por la diversidad cultural dentro de sus entidades públicas y ministerios. Después de una exitosa entrevista y un estupendo contrato de trabajo, se embarcó en la aventura que hasta ese momento desconocía: los procedimientos de asilo. 

Alemania se había convertido en el país de la esperanza para quienes huían de la guerra y la miseria en Oriente medio y África. La situación en los campos de refugiados de sus países vecinos se había vuelto insoportable, lo que hizo que miles de ellos avanzaran a pie por la ruta de los Balcanes cruzando las fronteras de Serbia, Hungría y Croacia, países que son considerados la puerta de entrada a la Unión Europea. 

Durante años Alemania bloqueó la distribución de exiliados dentro de la Comunidad Europea y defendía que los solicitantes debían quedarse en el país al que llegaban, como establece el convenio de Dublín. 

El sistema Dublín indica que el primer estado de Europa al que ingresa un refugiado es responsable de la solicitud de asilo y del procedimiento, lo que significa que países del mediterráneo como Grecia, Italia o España cargan con la mayor parte de solicitantes. 

Los medios internacionales dijeron en aquel entonces que el mayor desastre de refugiados, el sirio, estaba teniendo lugar en las fronteras de Europa. En el año dos mil quince, la canciller alemana a través de su conocida frase: «¡Lo lograremos!» había permitido el ingreso de miles por razones humanitarias. Angela Merkel prometió en aquel momento recibir medio millón. Aquello fue mal interpretado, Alemania recibió novecientos mil, eso significaba una tarea hercúlea para la cual sus instituciones no estaban preparadas. Desde entonces varios países como Hungría o Croacia fueron cerrando sus fronteras gradualmente, dificultando con ello el acceso a pie hacía la Unión Europea. 

Claudia saludó a su compañera y cerró la puerta de su oficina para no soportar el mal humor y las caras largas del resto de sus colegas. Se hizo rápidamente un café y cuando se disponía a iniciar sus tareas recibió una llamada telefónica interna. 

—Buenos días señora Guzmán, en sala de espera tenemos un solicitante que viene a traer su nueva dirección. 

—Por favor deme el número de expediente electrónico —respondió. 

Introdujo el número al sistema. El expediente se encontraba en su bandeja de trabajo. Observó rápidamente la información más relevante: 

—Solicitante con paradero desconocido desde hace unas semanas. Su petición ha sido rechazada —murmuró. 

—Exactamente —respondió la voz al teléfono—. ¿Podría usted preparar los documentos y traerlos a la planta uno? 

—Por supuesto —respondió con voz casi apagada. 

—Gracias. Hasta luego. 

Claudia supo de antemano lo que eso significaba, cuando los solicitantes abandonan las casas de acogida, se ausentan y aparecen después de muchas semanas, no están enterados de la evolución de su petición. En este caso, el responsable de la toma de decisiones en la Oficina Federal había elaborado tres días antes el documento con la negativa de asilo. Al observar los diferentes escritos que conformaban el expediente, encontró una carta hecha a mano que incluía una traducción oficial, en ella el joven expresaba su deseo de no ser deportado otra vez a Hungría donde había vivido muchos meses sin la perspectiva de poder quedarse. También estuvo cinco años viajando de un país a otro de la Unión Europea con la esperanza de no ser expulsado a Afganistán. Bajo el régimen talibán me espera una muerte lenta pero segura, decía el último párrafo de la carta. Alemania le denegaba por segunda vez asilo, alegando que Hungría era responsable del procedimiento y de darle protección. 

Sintió un vacío en el estómago, el muchacho solo tenía veintidós años, no quiso ser portadora de tan lamentable mensaje. En su área casi siempre se enviaban por correo respuestas negativas a las peticiones. Era una constante evaluación para determinar y contactar al país responsable, seguidamente enviar a los solicitantes de regreso lo más rápido posible. El criterio establecido por el convenio Dublín, no siempre coincide con las preferencias de los propios solicitantes. 

Imprimió los documentos adjuntando una instrucción sobre cómo podría ser impugnada la decisión mediante un recurso legal, además de ello una traducción en dari, la lengua materna del solicitante. Firmó y estampó el sello con el águila que otorgaba legalidad al documento. Le tranquilizaba saber que en Alemania los solicitantes tienen derecho a asistencia jurídica y lingüística. Hizo una honda respiración mientras se dirigía al primer piso. Entregó los papeles dentro de un sobre al personal responsable, echó una mirada a la sala, para luego dirigirse al sexto piso a continuar con sus tareas. 

Mientras subía en el ascensor le vino a la mente el caso Amri, el tunecino simpatizante del Estado Islámico, que atacó el mercado navideño berlinés tras negársele asilo y que fue abatido a tiros días después por la policía italiana. 

No todos los refugiados son una bomba de tiempo, se dijo a sí misma al revisar los expedientes que quedaban en su bandeja electrónica. Quería concentrarse en sus tareas con todas sus fuerzas para no pensar más en tragedias, ni en el destino de los que lidiaban con una burocracia hostil europea o los que vivían en el limbo en los centros de acogida esperando durante meses una respuesta. 

Lentamente fueron pasando las horas entre sorbos de un segundo café y unas galletas de chocolate, hasta que oyó la voz chillona de su colega y compañera de oficina. 

—Hey, sobrina del chapo —le dijo mientras sonreía—. ¿Me acompañas a fumar? 

—Ya quisiera yo tener un tío narco —respondió Claudia sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador—. ¡No tendría que trabajar más! 

Luego de unos segundos la miró a la cara y añadió: 

Sabes que no fumo, ¿por qué querría acompañarte? 

—Porque estás tan «quemada» como yo y necesitas una pausa. Además, los del área de integración también bajan a fumar —le dijo guiñando el ojo. 

—Ese es un buen argumento —respondió riendo—. Vamos, así me compro unas galletas en el automático. 

Mientras tanto en el primer piso y después de una larga espera, el muchacho afgano sostenía en sus manos la respuesta a su petición de asilo, el temido Dublin-Bescheid. Al no entender lo que decía y no habiendo un intérprete disponible, buscó las hojas adjuntas que contenían la traducción en su idioma materno. Con mano temblorosa empezó a leer: 

Señor Haidar: 

Se rechaza la petición por ser inadmisible. No hay prohibiciones de deportación bajo la sección 60 párrafos 5 y 7 cláusula 1 de la Ley de Residencia. Según los hallazgos de la Oficina Federal al comparar las huellas dactilares con la base de datos EURODAC, existen indicios de responsabilidad de otro estado de acuerdo con el Reglamento No. 604/2013 del Parlamento Europeo y del Consejo (Dublin-III). 

El 22 de diciembre de 2022, se envió una solicitud de adquisición a Hungría de conformidad con el Reglamento Dublín III. 

Las autoridades húngaras declararon su responsabilidad para la tramitación de la solicitud de asilo. Se ordena la deportación a Hungría. 

Los papeles se le escaparon de las manos, se sintió derrotado. Dejó caer los hombros, bajó la cabeza y gruesas lágrimas inundaron sus mejillas. En Austria, Suecia y Países Bajos, su petición había sido también denegada. Él sabía que los solicitantes cuya petición hubiera sido denegada, debían abandonar Europa, según las estadísticas, la inmensa mayoría. 

El guardia de seguridad le pidió amablemente que abandonara la sala. Lo ayudó a poner sus cosas en la mochila acompañándolo a la salida. Como un autómata el muchacho salió despacio por la puerta, miró a su alrededor, atrás quedaban los días de euforia cuando junto a otros, llegó a la estación central de Múnich y luego a Berlín. Recordó que en Hungría la policía había tomado sus huellas digitales, si Alemania lo devolvía allí, podría ser deportado a su país de origen. Miró hacía adentro del edificio a través de la puerta de cristal, de pronto tomando un trozo de navaja de afeitar que llevaba escondida en las botas, se cortó sin vacilar las venas de la muñeca, la sangre salió a borbotones. En la entrada y el pasillo se oyeron gritos de pavor de los expectantes. Claudia y su compañera de oficina salían en aquel momento del ascensor y fueron testigos involuntarios de lo que en ese instante sucedía. La alarma especial fue activada por unos segundos en todo el edificio para que el personal designado de primeros auxilios acudiera a la planta baja a socorrer al suicida. Los guardias de seguridad le quitaron la navaja e intentaron tranquilizar a los solicitantes y a los empleados que estaban en el lugar. Diez minutos después una ambulancia y la policía llegaron al lugar. Claudia y su colega salieron a la calle por la puerta de emergencia, en aquel momento deseó ser fumadora y poder distraerse con la sensación placentera que da la nicotina, necesitaba con urgencia algo que calmara sus alterados nervios.

«¡La muerte es más misericordiosa!», había gritado el muchacho mientras se desangraba. El macabro espectáculo quedaría en la memoria de muchos durante varias semanas y la eterna interrogante:  acto premeditado o reacción espontánea y desesperada al ver como se evaporaba su remota posibilidad de quedarse en el país.

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