miércoles, 25 de julio de 2018

La gringa Mara


Luz Hernández Plazas


Nace en un pueblo de Medallo, la Gringa. Mara, de baja estatura, piel acaramelada, ojos grandes, negros con una expresión de grandiosa serenidad. Sus rizos abundantes caen sobre la frente, orejas y espalda, su boca, fina. Muy atractiva.

Le encanta la arepa con frijoles y el chicharroncito, la carnita asada, el guacamole. El chocolate negro sin leche, las gaseosas.

Desde niña, como hasta los quince años, corretea descalza en el agua con sus hermanos y primos por la cascada llamada Santo del Buey, del río Piedras, el Pantanillo, el charco en la vereda Higuerón para bañarse y pescar. Los vendedores de pastelillos y frutas ofrecen sus productos en canastillos y tienen excelentes ventas, los mayores compradores son estos niños. Luego pasan al centro de la plaza e ingresan al parque central y juegan alrededor de la fuente parisina, rodeada de árboles, cerca del centro vacacional La Montaña.

Su madre, Rox, con su fino rostro. Sus singulares ojos soñolientos, ahora expresan cansancio y nostalgia porque un día cualquiera, se queda sola, con la responsabilidad a cuestas de criar a sus hijos. Solo les queda la casa fabricada por papá y el recurso de venta de arepas con chorizo que ofrece Rox a restaurantes y a la comunidad barrial. Mara la anima a salir del encierro y del desasosiego, con la esperanza del ardor del sol y del regreso de su padre que se va de viaje por otros lares y se pierde en el trayecto. Ella lo añora a diario, a veces se queda ensimismada viéndose bailar tango veinte años atrás con Humberto, su compañero de vida; quien le enseñó a rumbear cada sábado en la taberna de su suegro… y en cada tono, deleitaban su corazón. De nuevo recuerda que está sola…

Ahora cada uno de sus ocho hijos debe buscar el camino de la sobrevivencia.

Cuando el sol comienza a ponerse, sale Mara, a sus dieciséis años de la casa materna, cavilando acerca de la seriedad y trascendencia de la vida. Con una maleta sencilla, atraviesa las calles, se devora las avenidas en una flota y llega a la agitada capital.

Allí trabaja con la señora Gil, ayudando en los quehaceres de la casa a cambio del hospedaje, la alimentación y el estudio. La dama con la que vive es un poco frenética, había estado casada y ahora separada. Vive con su hermano Octal, un poco ansioso por conquistar a Mara. Pero ella siempre le hace el quite. Como Caperucita Roja huyendo del lobo feroz.

Al finalizar su carrera universitaria Mara decide irse a vivir a la casa de su hermana mayor, Luna. Quien ha logrado comprar un lote e integrarse al grupo de autoconstructores del barrio Fontana y dedicar por un año los fines de semana a cumplir el sueño de tener vivienda propia. Luna labora en un hotel como ama de llaves. Ahora Mara está más feliz, a la luz de un ánimo sereno por tener un espacio favorable. Organiza la habitación con una cama, mesa, armario de madera verde clara como la puerta. Ella misma los guarnece.

Sobre la pared estampa su sueño de conocer el mar: un paisaje de un gran océano, palmeras, un sol ardiente, unos niños jugando en la playa. Y su anhelo de formarse artísticamente.  

En el gran ventanal coloca una cortina de color violeta, un tapete anaranjado y en una esquina el estante de madera donde organiza la biblioteca, con apreciados libros y cartas idílicas que ella atesora. Sobre la pared reposa un pequeño televisor.

Su baño privado, detrás de la puerta, aromatizado con plantas de azucenas colocadas en la ventana y cerca al balcón. Todo impecable y debidamente organizado.

Labora con los padres Claret durante quince años con los niños más chiquilines de experiencia callejera. Los chicos la quieren mucho y le dicen: Manina. Ella les da la colada, gelatina; canta, baila, dramatiza cuentos con ellos. Se disfrazan. Tiene el dulzor para enseñarles y los niños se le adhieren como golosina, los acuna en sus cortos brazos. Y los arrulla para serenarlos.

Fue cortejada y piropeada por varios galanes. Pero uno solo atrapó sus sentimientos. Quizás por su envestidura oficial con sombrero blanco, con el escudo nacional, blusa y pantalón de dacrón, camiseta de poliéster del mismo tono, corbata lisa de color negro opaco y zapatos negros encharolados.

En una calurosa tarde, soplaban vientos de tierra seca. Ingresa a la escuela un joven llamado Willi: moreno, encantador, infante de marina. Se presenta con su traje que brilla por su blancura. Pretende ayudar en algunas tardes a recrear a los estudiantes con otros compañeros que se han ofrecido para esta labor principalmente a  jugar ajedrez y son bien recibidos.

A la hora de salida aparece Mara, vestida con una bata azul claro y un vestido de rayas de colores, sale con sus estudiantes y Willi fija su mirada en ella, quien se ruboriza y pasa la mano por la frente para disimular también la emoción.

Logran acercarse, conocerse, salen a diferentes lugares y se enamoran, cuando deciden vivir  juntos, al cabo de siete meses de relacionarse, aparece una muchacha de la costa diciendo que se llama Emily y que tiene ocho meses de embarazo y que el hijo es de Willi. Él lo niega. Pero ella muestra fotos juntos.

Mara languidece, siente que le falta el aire, aparece en su rostro una braveza de cólera y desprecio y le dice con voz temblorosa, atropellada, confusa, agringada y ronca: «¡Ahola, les…  lesponda pol su hijo!.. Ya no deseo volvel a verlo». Esa tarde el cielo se torna gris y el aire se humedece, al cabo de media hora empieza a llover, como las lágrimas que  corren por las mejillas de esta pareja que se abraza despidiéndose por última vez.

En el espacio queda el vacío de la proximidad, las palabras de quimera, que se esfuman. Willi, le dice:

«Es la primera vez que me enamoro, me voy de esta región con el ánimo destrozado de viajero, que ha caído en una vil trampa. Siempre he dicho que no quiero tener hijos. Ahora sigo sin rumbo fijo, de puerto en puerto, a donde el destino me lleve y solo quiero estar contigo. Espero que me llames, perdones y nos demos una oportunidad de compartir la vida juntos. Nunca me voy a casar. Solo quería un hogar contigo. Eternamente voy a amarte». Sus corazones laten fuertemente.

Mara mueve la cabeza de un lado a otro, sin poder evitar el llanto, con las palabras contenidas. Pero sin soltarse de sus brazos.

Piensa «Desearía huir contigo a otro lugar… Pero tu hijo te necesita… Esta es la última vez que te veo, amor»… Y así transcurre el tiempo. Amándolo y queriéndolo olvidar.

Willi, sale perturbado cavilando y perdido en el infinito. Su frente con pliegues de líneas, se contraen sus labios en expresión de ira, frunce las cejas en actitud rabiosa. Deseando desaparecer de la tristeza, sintiendo una carga encima. Emily sale detrás. Él le dice: −Usted, me engañó. Dijo que estaba planificando y además yo usé precauciones. Al nacer el bebé, hacemos la prueba de la paternidad. Por ahora vamos a comprar lo que necesita… Ella baja la mirada silenciosa. Pensando «¡Urra!… logrado por ahora»

Algunos años más tarde la madre de Mara, enferma. Ella viaja a verla. Pero al mes fallece. Luego una hermana en el transcurso de dos años y un hermano posteriormente. Cada vez que Mara se altera, entristece, su lenguaje se enreda y por eso los compañeros le apodan cariñosamente: la Gringa.

Cuando el provincial de los padres claret en el año mil novecientos noventa y nueve cierra la escuela de los niños, al final del año, por quiebra económica. Mara viaja invitada con una compañera, su esposo e hijo, a conocer el océano. Durante esos cinco días disfruta del encantamiento infinito e hipnótico del mar a plenitud. Sale solamente para almorzar e irse a dormitar. Ella hace saltar el agua en espuma al levantar las piernas, con la cabeza echada hacia atrás. Jugando con las olas y riendo a carcajadas. Luego se acuesta boca abajo y se deja arrastrar por las marejadas; que azotan a su paso ostras, cangrejos, estrellas, caballitos de mar. Los días soleados transitan sonrientes ante ella. En la mañana el sol es suave y el mar tiene la blancura deslumbrante de los sueños matutinos. La atrae la bulla de los chiquillos que juegan con cúmulos de arena. Hace calor, el sol aún no logra traspasar las nubes que cobijan el cielo. Las noches son deliciosas, frescas; las plantas del jardín esparcen su perfume penetrante y se escucha el murmullo suave del mar y de la brisa.

Al regresar Mara busca trabajo en otros colegios de diferentes zonas de la ciudad. Y se ubica en la escuela El Parejo, a la cual suben los niños del centro, al Cañaveral y otras por un lapso de doce años. Con su voluntad orgullosa y terca, con ansias de obtener cosas nuevas: como de viajar.

Diariamente se desplaza por dos horas en el servicio de transporte masivo de transmilenio con la gente que se apeñusca y atropella en la estrechez para entrar o salir, en la transpiración multitudinaria. En la tardecita los ojos quieren cerrarse del cansancio y del gentío que se apretuja nuevamente al regreso.

En una helada noche ingresan tres atracadores a su casa a robarlas y las hieren. Quedando lesiones en Luna (poca visión), afectación de las caderas, por lo cual usa bastón. En Mara, afección en la columna, dificultando su movilidad. Logran superar parcialmente estas dificultades. Porque aun así requieren seguir trabajando.

Mara, anhela que una de sus hermanas adquiera vivienda y pide prestado un dinero para ayudarla, pero al quedarse sin trabajo, solo aumentan las cuotas bancarias. Afortunadamente la señora Tere, que aprecia a Luna y es su jefe, le presta el capital. Pero siguen aumentando las deudas por su sobrevivencia.

 Mara aintentar cumplir los requisitos para pensionarse, se le presenta un obstáculo por la falta de pago del seguro social durante cuatro años por parte de los padres Claret. 

Desde ese momento a Mara le van aumentando sus dolencias emocionales, físicas, económicas. Sin embargo, aún siente el entusiasmo que enciende su sangre, la alegría, el dolor de alma. Su boca se dilata en una sonrisa que expresa goce espiritual. El agotamiento creciente, ya sospechado, sus anhelos de pagar las deudas, liberarse de la ansiedad, descansar se van disolviendo. Se interna seis veces en la clínica. Dos urgencias por coma diabético. Al salir de nuevo renace la esperanza de una decisión justa del clero. Se sienta en una butaca y busca en un directorio a otro jurista. Pero de nuevo la esperanza se desvanece…

Adormecida, va pasando por su memoria cada una de las personas que han estado en su vida: el apoyo de su hermana Luna, de la dama Tere. La familia Santos: Peter quien buscó los abogados que perdieron desafortunadamente los procesos de demanda ante el clero, porque se declararon en quiebra. Truncándose el sueño de Mara de obtener su pensión para pagar deudas y viajar. Recuerda a sus compañeras de trabajo: a Astro, bailando las rondas con los niños; Clema, modelando con plastilina diferentes figuras que enseñan a los chiquilines; Nor, que elabora cuentos en frisos y Mara los dibuja; Maisa, dirigiendo los talleres de «aprender- haciendo», elaborando colombinas, derritiendo la panela con cáscaras de limón cernidas, que todos disfrutan al paladar; Toño mostrando a Mara cómo dibujar a través de figuras geométricas gráficos sencillos para realizar con los pequeños. Todos son compañeros de trabajo de la escuela de los chicos de reeducación y rehabilitación de los curas claret. Ellos le ayudan con los niños que tenían hermanos, para que aprendan los mayores a cuidar a los menores a través de ser padrinos y madrinas principalmente en las salidas a parques, a huertas; También en los talleres de expresión artística. Y en los momentos difíciles de  enfermedad la auxilian en su economía. Olivia la señora de oficios generales y culinarios cuidando a Mara, brindándole los alimentos diarios. Y les ofrece a todos un tinto muy sabroso al iniciar el día.

Cuando finaliza el trabajo con los padres claret. Mara evoca imágenes de la escuela del Parejo ubicada en el centro oriente de la montaña los Laches, uno de los barrios más pobres de Bacatá, cuyos habitantes construyeron sus propias casas. Y la escuela; la cual recibe a los muchachos de la escuela del centro de los padres claret. Laborando con ellos nuevamente Mara encuentra un gran oasis y conquista los corazones de este nuevo grupo de compañeras maestras: Azur coopera con los niños del grado de aceleración, en el cuidado de los niños de preescolar que dirige Mara; Luzmar, les enseña decoración con elementos de reciclaje; Yaqui, creando modelados en plastilina; Marisita, enseñando a pintar cuadros con materiales de la naturaleza: hojas de árboles, flores, piedras, arena; Soni, le cooperaba con elementos para construir títeres. Y Lulú la apoya para que siempre se vincule a la labor educativa y cuando pueden se recrean en el cine. Este grupo también le colaboran con el padrinazgo para los niños de preescolar, que Mara dirige, en las salidas y talleres. Así mismo en los momentos de crisis económica.

Por su vida transcurren estas imágenes y sensaciones que se esfuman fácilmente en un mundo sin justicia. Ahora solo queda el trémulo silencio de una batalla perdida. Se detiene un momento su corazón de alegría y decide adentrarse de nuevo en el mar y dejarse llevar por las olas para encontrar los brazos de su amado Willi que la espera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario