Horacio Vargas Murga
Bastaba ver a Cora una sola vez para darse cuenta de que
era realmente bella. Rubia, tez blanca y una silueta envidiable. Los jóvenes de
la vecindad la miraban con impaciencia, unos con deseo, otros con aquel
semblante de quien se enamora por primera vez. Sus diecinueve años, su
encantadora figura, podían hacer perder la cabeza a cualquier hombre. Cada vez
que caminaba por la calle, sentíamos su perfume exquisito y escuchábamos su
suave caminar por la vereda. Su sola presencia, cambiaba el color del paisaje,
mientras saboreaba un dulce y espontáneo sabor en mis labios.
—¿Por qué él tiene esa cosa que yo no tengo? —preguntó
la niña molesta.
La tía se ruborizó de pies a cabeza. Le empezaron a
temblar las manos. Un sabor ácido inundó su boca, mientras hormigueos intensos
se expandían por toda su piel. Escondió el rostro un momento tratando de
recobrar la calma. El niño las miró contrariado. A sus cuatro años, no podía
salir de su asombro.
—Sobrinita, esa cosa es su pipí, la tienen solo los
varoncitos. Las mujercitas en vez de pipí tenemos nuestra cosita.
—¿Y por qué no tenemos pipí?
—Porque… porque la naturaleza nos hizo así, ¿cómo te
lo explico? Eres aún muy pequeña. Mira, yo te prometo que otro día
conversaremos.
Grandes conquistadores se convertían en unos niños
torpes ante su presencia. A mí también me pasaba lo mismo. Ella no tenía amigos
muy cercanos, la mayor parte del tiempo andaba sola. Respondía a todos los
saludos, pero jamás se quedaba a conversar largamente con ninguna persona.
Raúl, el apodado Galán de Galanes, buscó la forma de acercarse a ella. Siempre
vestía muy elegante y caminaba dando un toque especial a su caminar. La noche de
la fiesta de la vecindad intentó sacarla a bailar, pero Cora rehusó la
invitación y no bailó con nadie. Raúl insistió llenándola de obsequios sin
lograr su cometido. Incluso en una oportunidad, Cora le lanzó una mirada de desprecio
y le dijo que no quería volver a verlo.
La niña lo descubrió de casualidad, cuando el niño fue
al baño y olvidó cerrar la puerta. Él podía orinar parado y ella no. Él tenía
algo que ella no.
—Tía, yo también quiero tener pipí.
—Sobrinita, eso no es posible, yo te voy a explicar.
Pero las explicaciones fueron en vano. Además la tía
no se sentía preparada para hablar del asunto, a ella tampoco le habían
explicado nada sus padres. Su ansiedad aumentó la desconfianza en la niña.
—Yo quiero tener pipí, como él.
—Pero, niñita…
—Yo quiero tener pipí, yo quiero, yo quiero, yo
quiero.
Se tiró al suelo y empezó a patalear descontrolada. La
tía no sabía qué hacer.
Lo mismo sucedió con Aldo, hijo del alcalde, Braulio,
médico de la vecindad: Arturo, afamado comerciante y otros tantos que corrieron
la misma suerte. ¿Qué había de oculto en ella? Nadie lo sabía. Aquella idea me
tuvo obsesionado por un tiempo. No lograba entender qué era lo que estaba
ocurriendo. Durante varios meses, nadie más se acercó a Cora, temerosos de
terminar como los anteriores interesados.
La niña recortó con una tijera un pedazo de esponja y
lo sostuvo a la altura de su pubis.
—Yo ahora soy hombre y este es mi pipí.
De esta manera caminaba por toda la sala haciendo
prevalecer su masculinidad artificial. La tía miraba confundida. Ella había suplido
a su madre, que falleció en un accidente automovilístico. La niña jamás conoció
al padre, la abandonó apenas nació.
La tía, preocupada por la situación, consultó con sus
amigas.
—Son cosas de niñas, ya se le pasará, no te preocupes.
En cierta ocasión la encontré limpiando la ventana de
su casa.
—¿Te ayudo, Cora?
—No gracias, no necesito ayuda.
—Vamos, te doy una mano.
—He dicho que no, vete y no me molestes.
Hay un gran alboroto en el jardín de la casa. El niño
y sus amiguitos están jugando a los volatines. La niña pide que la dejen jugar
con ellos, pero nadie le responde. Todos están entusiasmados. La niña entra al
juego, hace un volatín y se le levanta la falda. Los niños explotan en
carcajadas.
Cora me miró completamente molesta.
—Pero, Cora, yo solo quería ayudarte.
—Pues no quiero tu ayuda, ni la de nadie. No necesito
la lástima de ustedes.
—¡Lástima! No entiendo, ¿por qué nos tratas así a
todos en la vecindad?, ¿qué te hemos hecho?, ¿acaso nos detestas porque no
somos adinerados?
—Porque son hombres.
Los niños se ven muy contentos.
—Hay que jugar a quien orina más alto.
—¡Sí, sí! —gritan todos.
—Yo también quiero jugar —suplica la niña.
—¿Tú? —pregunta uno de los niños con sorna.
Todos empiezan a reír sin parar. La niña se retira
triste. Alguien del grupo sale corriendo y le jala de las trenzas. La niña hace
un gesto de dolor y llora. En sus oídos las risas crecen desesperándola.
Quedé más confundido. Nos miramos un momento sin
pronunciar palabra alguna.
—Lo siento, no quise decir eso, vete por favor.
—Cora, quizás algún hombre te haya hecho daño, pero no
todos somos así.
—Retírate, no quiero seguir conversando.
—Cuéntame qué te sucede, yo te puedo ayudar.
—Vete de una vez, por favor.
Se puso a llorar amargamente. Yo me retiré sin saber
qué hacer.
Es la fiesta de promoción del colegio. En un amplio
salón, alumnos y alumnas se encuentran vestidos de gala. Fragancias de perfumes
exquisitos invaden todo el ambiente. La música intensa y variada, los envuelve
al igual que la alegría y el entusiasmo juvenil. Los niños, ahora adolescentes,
miran a las damas con otros ojos, sobre todo a aquella que siempre quería jugar
con ellos. Se pelean por sacarla a bailar, pero la adolescente se rehúsa la
mayoría de veces. En un momento de la fiesta, se retira para ir al baño. Al
encontrarse sola, aprovecha para mirarse al espejo y apreciar el bello rostro
que todos halagan, así como su cuerpo escultural. Sin embargo, en su mente, se
observa con un terno blanco bien acicalado, un cabello corto y un cuerpo
atlético y distinguido. Sale del baño confundida, pero es interceptada por un
muchacho, algo pasado en copas, que pretende seducirla. Intenta escabullirse,
pero él la coge de los brazos y se precipita a besarla. Forcejean varios
minutos, durante los cuales, las manos del varón llegan a coger sus pechos y
muslos de forma desesperada. Ella le propina un rodillazo en el escroto. El
joven queda tendido en el suelo. La joven regresa al salón, tratando de
disimular su disgusto por lo sucedido.
Pocos meses después Cora se fue de la vecindad, sin decir
nada a nadie, ni siquiera dejó una nota. Pobrecita, quizás algún canalla la
trató mal. Si me hubiera dado una oportunidad, yo la hubiera hecho muy feliz. La
extraño mucho. Ojalá regrese algún día. Jamás conocí mujer más hermosa que Cora.
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