lunes, 21 de septiembre de 2015

De lo cotidiano… del amor

Héctor Luna


—¿Te sirvo otra igual? —me preguntó Mike, el barman del lugar.

Sabía algunas de él, me platicó que llevaba siete años trabajando ahí, empezó como ayudante y fue aprendiendo hasta que un día le ofrecieron el puesto y aceptó.  Ha sido su primer trabajo, empezó a los diecinueve años cuando tuvo que dejar su año inicial de universidad por falta de dinero y porque tenía que mantener a su mamá, enferma de cáncer, y a su hermana menor que entonces cursaba la secundaria.  

—Sí, por favor —respondí.

Era temprano aún, casi las ocho de la noche.  Todavía se escuchaba más la música que el bullicio de los clientes.  Apenas empezaba el desfile de aromas, conforme iban llegando al lugar el perfume y la loción de cada uno se mezclaban para darle un olor agradable al lugar.

“El Pata Negra” es un famoso bar en la colonia Condesa de la Ciudad de México. Entrando por la puerta principal, la barra de aproximadamente unos diez metros de largo queda de frente.  Está cubierta de madera y rodeada por treinta bancos de un lado y del otro Mike, el barman y sus dos mujeres ayudantes.  Tras de ellos hay una pared del mismo largo que la barra y en la que están empotradas varias repisas del doble o tal vez el triple de ancho, en donde ponen todas las botellas de vino, licor y demás tipo de alcoholes que sirven todas las noches.

Del techo, por encima y a lo largo de la barra, cuelgan seis lámparas de plástico en forma de medio cascarón de huevo. Siempre a media luz, dándole un toque especial y más cálido al lugar.

Desde la primera vez que entré en el bar, al principio por azar, luego así lo solicitaba, me sentaba en la esquina de la izquierda de la barra, justo donde daba la vuelta tipo escuadra para topar con la pared.  Era un espacio pequeño y atrás de mí estaba una pared angosta y una puerta grande de cristal que hacía de salida de emergencia.

—Mike, sírveme otra por favor.

—En seguida  me respondió mientras preparaba un par de perlas negras para la pareja de al lado.

—Aquí tienen sus perlas —dijo Mike.

—Muchas gracias —respondieron.

Mike volteó a verme y me dijo, ya llegará.  Mientras ponía mi cuba delante de mí.
De fondo se escuchaba “Feel what you want” de Phonique.

En los bancos tres y cuatro, llevando una numeración de izquierda a derecha estaban Luis y Paola.

—¡Salud! —dijo Luis.

—¡Salud amor! —respondió Paola— que sean muchos años más juntos.

Chocaron los vasos y ambos tomaron por completo las perlas negras.

Sonrieron y se dieron un beso en la boca.

—Han sido dos años maravillosos a tu lado, eres una mujer talentosa, guapa y estoy muy orgulloso de ti —dijo Luis mientras se quitaba el saco del traje azul marino que llevaba puesto y se aflojaba un poco la corbata de color rojo.

—Contigo he vivido cosas que nunca pensé vivir, me has hecho sentir, me has enamorado, eres un gran hombre, con muchas cualidades y nunca me gustaría perderte, ¡te amo! —respondió Paola.

—Y yo a ti —contestó Luis, la tomó por las mejillas y le dio otro beso.

—Mike, puedes traernos, para ella un Jack daniel´s con coca y para mí un whiskey con manzana por favor.

—Con gusto, ahora se los sirvo.

—Deberíamos planear un viaje de novios, ¿qué te parece irnos a París y luego a una playa? —preguntó ella.

—Estaría increíble, si lo planeamos ya, podríamos irnos en febrero.  Así nos da tiempo de buscar y ahorrar, ¿te late?

—Me encanta la idea, ¡vamos!-respondió Paola con una sonrisa pícara tomando a su novio de la mano.

—Aquí tienen sus bebidas —dijo el barman.

Ambos tomaron sus vasos para brindar.

Mike se pasó a la altura de los bancos ocho, nueve y diez.

Pedro desde hace siete meses quedó desempleado, hubo un recorte en la empresa donde colaboraba y no ha encontrado trabajo a pesar de haber ido a varias entrevistas.  Afortunadamente lo liquidaron bien y con eso ha sobrevivido este tiempo.  La situación en el país no es fácil y los trabajos son escasos y mal pagados.  Llevaba viviendo un año solo pero ha tenido que regresar a vivir a casa de sus papás quienes lo recibieron con mucho cariño.  Pero todo eso no le ha impedido salir a festejar el cumpleaños de su mejor amigo Giovanni.

Isabel, diseñadora de interiores, trabaja para una de las más prestigiosas tiendas departamentales del país, lleva un año y medio y aunque quisiera tener su propio despacho no se queja.  No le va tan mal y adquiere experiencia. Terminó hace tres meses con el novio que llevaba dos años y con el que ya vivía y tenía planes de boda.  Un día antes de terminarlo, ella salió como siempre a su trabajo pero olvidó una carpeta con los nuevos diseños que tendría que presentar, regresó al departamento y escuchó algo vibrar sobre la mesa del comedor. Era el celular de su novio que mientras se bañaba lo había puesto a cargar.  Después de leer unos mensajes se dio cuenta que su pareja le ponía el cuerno, lo demás hoy es historia.

Giovanni, licenciado en relaciones internacionales, es, de los tres, al que mejor le ha ido en lo profesional y en el amor.  Vive su vida como él quiere, no rinde cuentas a nadie.  Es consultor en la Secretaría de Relaciones Internacionales. Su papá murió hace un par de años de enfisema y su mamá cuando él tenía diez años.

Los tres salieron a festejar el cumpleaños treinta y siete de Giovanni.  

Mike, en lugar de pastel, le preparó un dragón: una mezcla de anís con licor de 43. Se le pone también Beiley´s dejando que flote encima de la mezcla. Después se le agrega un chorrito de licor triple de Larios dejando que flote sobre el Beiley´s. Una vez teniendo lista la bebida, Mike le prendió fuego con un mechero al licor triple que queda flotando, Giovanni se lo tomaba mientras con popote.

Este coctel llamó la atención de todos los que estaban en la barra, mientras la canción de fondo se estaba terminando.

En los asientos veinte y veintiuno.  En el bar se escuchaba “Sexual Healing” de Marvin Gaye.

—¿Cómo te va con tu Mauricio? —preguntó Claudia para ponerse al día debido a que por un viaje de trabajo no habían podido platicar, después le dio un trago a su mezcal.

—Bien, estamos muy contentos, me trata súper, es muy detallista. En mi familia lo quieren mucho –respondió María.

Claudia y María se hicieron amigas en la primaria y desde entonces han sido inseparables.

Además de la música, ya se empezaba a oír más el ruido de las pláticas de los clientes del lugar y el choque de los vasos y botellas a cada que brindaban.

A través de las puertas de cristal y las ventanas se podía ver la intensa lluvia y los efectos del fuerte viento.

Caminando a prisa para evitar mojarse, riendo y con sus abrigos sobre la cabeza entraron tres mujeres, de unos treinta y tantos años.  De estatura aproximada de un metro con sesenta y cinco centímetros aproximadamente, delgadas, una con cabello rubio, otra negro y la tercera de pelo castaño, todas con buen cuerpo, vestían ropa de marca e iban muy perfumadas.

—¡Son ellas! —le dije a Mike emocionado, sírveme otra por favor, tengo que agarrar valor.

—¡Seguro! —me dijo con una sonrisa.

Desde hace tres semanas Luz, Pamela y Sofía habían convertido el “Pata Negra” en su lugar de convivencia.  Todos los martes iban, se tomaban un par, platicaban y se iban a descansar.  Y por coincidencia y luego por gusto siempre pedían los bancos que estaban a la mitad de la barra.

—¿Te vas a animar ahora sí? —me preguntó riendo Mike y regalándome un shot para seguir envalentonándome.

—Me encanta —le dije mientras la veía sentarse.  La semana pasada me topé con ella afuera del bar y no supe qué decirle, me pone muy nervioso.  ¡Es la mujer de mis sueños! —pensé.

—La que ahora está riendo, ella es…—le señalé a Mike

—Ella es Sofía —respondió.

Sofía mide casi un metro con setenta, de piel apiñonada, de cabello castaño, delgada, ojos cafés y su sonrisa enamoraba a cualquiera.  Vestía pantalón negro, blusa blanca, suéter rosa, collar plateado y un reloj blanco.

—Sírveme otra por favor —dije mientras la veía embobado.

Le di un trago a mi bebida y me dirigí al baño.

Mientras me lavaba las manos, veía que mi peinado estuviera bien y que no pareciera estar tan borracho.  Saqué de mi saco una muestra de loción y me la puse.

Salí rápido del baño y de repente choqué con alguien.

—¡Mil disculpas! ¡Perdóname por favor!

—No te preocupes, yo también venía distraída.

Desde la barra Mike había visto el choque, pero no supo quiénes eran, apenas vio un suéter rosa.

—¡Hola soy Manu! —le dije titubeando y sonriendo.

—Ella con otra sonrisa me respondió: ¡Hola, yo soy…

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