jueves, 20 de agosto de 2015

Sal

María Elena Rodríguez 


Ve dibujarse ligeramente al padre,
 después todo se borra, en definitiva, no hay nada.
 Así ocurría siempre en esta tierra.
El Primer Hombre – Albert Camus



En esa pequeña capilla, su madre participa de uno de los preceptos del tradicional rito católico; contesta afirmativamente cuando el sacerdote le pregunta si desea “renunciar a Satanás y todas sus pompas”. Humberto la mira tan bella y feliz que se conmueve hasta las lágrimas; en medio de varios jarrones rebosantes de flores blancas,  luce para él angelical. Está sentado en primera fila con Margot, su esposa,  desde ahí puede divisar cada gesto de su madre en el  altar; su primo Nicolás le había pedido  que sea la madrina de bautizo de su tierna hija. 

Antes de concluir con la celebración,  es decir,  derramar el agua sobre la inocente frente de  Claudia, el sacerdote toma una pequeña caja de madera donde está depositada sal,  con delicadeza,  entre sus dedos índice y pulgar, saca una pizca  de ese polvillo blanco y la  coloca  en la lengua de la niña como “señal de bienvenida a la Iglesia Católica”, y según reza la costumbre cristiana, “para recordarle el gusto por las cosas de Dios”. 

Carmen Piedad, ahora madrina de la pequeña Claudia, tía de Nicolás y madre de Humberto, recibe  de manos del sacerdote el recipiente para que lo coloque otra vez en la mesa charolada ubicada junto a la pila bautismal; luego de hacerlo, ella, con disimulo, lame su pulgar izquierdo que quedó impregnado con restos de sal. De pronto, todo aquello que parece una sinfonía de coros celestiales, ante los ojos de Humberto se torna lúgubre y sombrío.  Su  corazón empieza  a latir  más fuerte, y la corriente de sus  de nervios alterados se activa por  todo el cuerpo; el pánico, satanás  tal vez, y todas  sus pompas, la angustia, el  miedo,  entran en escena… ¡su madre está saboreando  la sal!.

¡No puede ser! ¿cuál es la necesidad de hacer eso?¿será posible? 

Margot mira a su esposo, lo nota  inquieto,  pero no se atreve a decirle nada, no quiere llamar la atención de las otras personas que comparten con ellos la misma banca. Termina  la ceremonia, a la salida se celebran los abrazos, ahí están, en ese día de sol radiante: risas, efusivos  saludos, parientes que se encuentran después de mucho tiempo; el  bautizo es un buen pretexto para reunir a la familia. Asisten  los padres, abuelos, primos, amigos. Carmen Piedad está reluciente, lleva con elegancia sus sesenta y dos años. 

—¿Qué te pasa mi vida, por qué estás nervioso? —pregunta Margot a Humberto.

—¡Nada, nada! que te lleve alguien a la fiesta, yo voy luego —responde.


La angustia gana otra vez a Humberto y llega con flojera estomacal;  entra de nuevo al templo para pedir un baño, pero no encuentra nada, sale por la puerta que conduce al patio trasero,  se tropieza con un hombre  que al parecer es  el cuidador de la casa parroquial, le pide un servicio higiénico, su estómago está en guerra,  él le indica donde es el baño;  está en el segundo piso, debe correr, le recomienda que lo haga despacio porque la baldosa está mojada, pero es demasiado tarde, se resbaló, se echó a perder su terno,   todo se vuelve para él simplemente  desastroso. 

Ha pasado cerca de una hora, Humberto llega aturdido a la recepción, con el traje salpicado de agua, pero no parece importarle. 

Ya estoy atrasado, ya estoy atrasado ¡maldita sea!

—Humberto, te perdiste el brindis y las palabras de tu mami,  ¿qué te pasó?— es el reclamo Margot, él no le contesta nada y sigue de largo.

Empieza  a buscar con la mirada a su madre;  Carmen Piedad   está  parada con la niña en sus brazos, Nicolás muy entusiasmado y feliz, busca los mejores ángulos para  fotografiarles. Luego es invitada a sentarse en  la mesa central que está  finamente decorada para la ocasión, van  a servir la comida. Humberto mira  como su madre dice  algo al oído de un camarero, éste asiente con la cabeza, se retira, parece que se dirige  a la cocina. Humberto  camina hacia él, tropieza  con un invitado  quien derrama su  copa de champán  sobre el vestido beige de su acompañante, sigue  descontrolado, no pide disculpas, alcanza a tomar del brazo  al  empleado, el charol con vasos y copas vacías que llevaba, cae al piso.

—¿Qué te pidió que le traigas esa señora?, ¡dime, dime!— reclama amenazante Humberto, sus ojos están enrojecidos y su cabello despeinado le cae en la frente.

—Si caballero, la señora desea que le sirva más agua mineral.

Humberto se siente  aliviado, le invade  la vergüenza. Se relaja y empieza a entender que no era necesario ponerse así, total, es una reunión, un festejo,  de los que él aún no puede disfrutar del todo. Aparece Margot y lo invita a  compartir la mesa con algunas parejas de amigos y primos, todos están muy animados. Suena la música. Nicolás saca a bailar a Carmen Piedad, a lo lejos  se ve que Margot dice  algo a Humberto, él no le presta atención, se  levanta para sacar a bailar a Lupe, esposa de Nicolás, quien  estuvo  sentada antes junto con su madre. En el momento en que se acerca a la mesa, alcanza a ver un salero junto al plato de Carmen Piedad, se descompone, para él la fiesta ha terminado, permanece el resto del tiempo sentado en un rincón, mira fijamente  a todos como  se divierten y por sus ojos pasan otras imágenes, las de siempre…

Desfila en su turbada mente  la difusa silueta que un día abandona el cuadro familiar. Solo sabe que fue una tarde, que  había poco sol. Llevaba una maleta color negro, estaba mal cerrada, arrastraba una manga de camisa y parte de una corbata a rayas; al pasar junto a él,  nada más  recibió una suave caricia en la mejilla, luego escuchó  un portazo que se ahogó en un  eco intenso.  Nunca más supo de él; su nombre y existencia se volvió un   secreto oculto durante su niñez y adolescencia, hasta que en un instante,  en medio de una discusión,  al calor de sus rebeldías, Carmen Piedad  decidió contarle todo.

—¡Él se fue, él nos dejó!, tenía otra mujer,  descubrí que llevaba otro matrimonio, me mintió, nos mintió.

Carmen Piedad,  arrancó de su pecho esa confesión que la liberó de un tormento reprimido, de una verdad que permanecía guardada solo para ella,  “por salvar la figura paterna”. 

Los recuerdos del niñoadolescentehombre son una cadena interminable de sucesos inexplicables todavía. Vuelve la silueta de Carmen Piedad. Ella decorando otro dormitorio: una cuna, un pequeño armario, una lámpara, ropa, delicadas cosas; esas eran memorias infantiles que a Humberto le gustaban y que también fueron arrebatadas de su vida. 

Evoca la estancia por  unas semanas en casa de sus abuelos maternos;  él colmado de mimos, las visitas de todos los familiares, las miradas fijas, los vagos comentarios; de súbito, el retorno al hogar, el abrazo intenso  de su madre.  En su casa, la cuna  y todos esos lozanos enseres  desaparecieron; en medio de otra discusión y reclamo adolescente, Carmen Piedad  volvió a hablar, a decir lo suyo:

—¡Tu padre no quiso que me embarace, él no resistió; cuando se fue, cuando nos dejó, mi dolor fue tan grande que perdí el bebé! 

De   ahí en adelante, lo permanente  y siempre presente  para Humberto fue el rostro de su madre demacrado, sus ojos rojos e hinchados, llenos de lágrimas. 

Ella “salió adelante”, como solía decir al unísono la familia al verla trabajar y recuperar sus ánimos.  Existencia dedicada a su hijo, algún romance, y también, por qué no decirlo, mucha ayuda psicológica, la cual, Carmen Piedad, pudo canalizarla, en medio de altibajos, para hacer “una vida normal”. Sin embargo, la mirada a toda esa historia era otra para Humberto.

Él ingresó a la escuela, pasaba el tiempo llorando, sus abuelos eran los encargados de retirarle,  permanecía con ellos  hasta que su madre iba  a retirarle al caer la tarde. Ya en casa,  Carmen Piedad le atendía con prolijidad y ternura, le daba de comer, veían la televisión, le ayudaba a hacer los deberes y  si había tiempo iban al parque. Cuando Carmen Piedad se iba a bañar, él sabía que  ella necesitaba de  un momento para esconderse y llorar, así fueron los primeros años cuando su padre se fue. Humberto solía  entrar a hurtadillas al baño de su madre, como encontraba el piso mojado,  ingenuamente pensaba que eran sus lágrimas.  Esa se convirtió en  su incesante película, que él no deja de contarse aunque estén de fiesta y ella luzca feliz. 

*  *  *

—Cancele la reunión de esta tarde Julieta, no voy a asistir, voy a casa de mi madre— dice Humberto a su secretaria

—Ingeniero, en la línea dos está su esposa—  le responde.

Humberto salió de la oficina sin decir una palabra más, se tropezó con un empleado que le saludó muy atentamente, pero el no le respondió, estaba preocupado por su madre;  le llamó por teléfono y le dijo que iría a almorzar con ella.

—Humberto, pero si sabes que los lunes no tengo nada de comida, no he ido al supermercado.

—No importa, yo paso comprando algo. Llama al Belky’s y haz un pedido,  yo retiraré la  comida.

Belky´s Delivery es una servicio de comida a domicilio. Cuando Humberto llega al local ya está  lista la orden. Le recibe en el mostrador  Román, el dueño del negocio. Hombre maduro y afable, demasiado meloso para su gusto.

—¿Qué tal Humberto? ¿almuerzas lunes con tu mami?

¡Qué te importa, metiche de un cuerno! 

—Tengo listo el pedido desde hace rato, pensé que vendrías antes. Mira, aquí le mando un trozo de torta a Piedad —le decía mientras terminaba de empacar con mucho decoro el pedido.

¿Piedad? ¡qué te crees confianzudo de mierda!

Humberto solamente sonríe pero no dice una sola palabra,  paga y se retira, cuando va a encender el carro aparece inmediatamente Román y le entrega el cambio y unas pequeñas bolsitas, él lee las grandes letras azules que dicen… SAL  

—Es la sal Humberto, a Piedad siempre le gusta ponerse un poco más.

Humberto quiere   hablar con su madre, mientras maneja piensa de qué forma  decirle lo que le preocupa.

Tiene que moderar su consumo de sal, a su edad no es conveniente ese exceso que me enferma, es una manía, pero no quiero hablarle de su edad, se puede molestar, pero no está bien, todo sal, todo sal…¡qué manía!...¡no quiero verla llorar! 

En esos momentos de silencio, de largos trayectos al volante, le sobrevenían también los recuerdos de su madre llorando, como siempre;  es que su niñez irremediablemente está ligada a esa memoria, al profundo dolor que causaba en ese niño tímido y solitario que siempre fue,  el ver llorar a su madre.

—Mami vamos al parque.

—Más tarde Humberto ¿sabes? ya mismo viene tu tía Elvia, llegó de sus vacaciones.

Elvia, hermana de Carmen Piedad, había ido  de vacaciones a un lugar muy especial en Bolivia, llamado el salar de Uyumi.

—Es una maravilla Piedad, el hotel es construido con bloques de sal…

Elvia empezó a contar a Carmen Piedad la leyenda de ese paradisiaco lugar, y Humberto, siendo niño, empezó a ver las imágenes  en su mente,  a figurarse el sitio con  su madre como protagonista de la historia:

“El sitio tiene su origen en un volcán  llamado Thunupa. Contaba la leyenda que Thunupa era una bella dama que estaba casada con Cuzco. Cuzco había traicionado a su esposa por una joven Cosuña. Al ver esto, Thunupa se dio a la fuga por el sector al que llamaban Kachipampa,   allí cayó justo donde se encuentra el volcán que lleva su nombre. En ese páramo, antes de morir, Thunupa, quien poco antes había dado a luz, lloró con lágrimas tan saladas que éstas, más la leche que brotaba de su seno materno, convirtieron el lugar en un majestuoso salar, el salar de Thunupa, actualmente conocido como el salar de Uyumi”. 

Cuando escuchaba a su tía Elvia, Humberto  se quedó impregnando con la apariencia de su madre; esa noche tuvo un sueño que se le grabó para siempre en su cabeza. Eran imágenes de su   casa  donde había montones de sal desperdigados por todas partes. Con inocencia e ingenuidad llegó a creer que tanto llanto de su madre le hizo perder la sal de todo el cuerpo, y que si ella empezaba a recuperar sus reservas de sal volvería a llorar como antes, entonces él debía esconder todos los saleros de la casa y del mundo.

Con candor infantil Humberto,  aún siendo ya  un hombre adulto, cree que su madre está recuperando toda la sal perdida,  y si logra recobrar  esas reservas volvería a sufrir, y él no permitiría eso ¡jamás!. 

Al llegar a la casa de  su madre, Carmen Piedad le recibe muy contenta, antes de sacar la comida  y ponerla en la mesa,  él,  al disimulo, esconde los paquetitos con sal.

Carmen Piedad entró a la cocina, Humberto se sentó en el comedor,  y alcanzó a divisar a lo lejos,  junto a la chimenea un pequeño jardín zen, se acercó a mirarlo,  era un nuevo adorno, le pareció delicado, lo miró casi con indiferencia pero luego poco a poco las alarmas se activaron en sus sentidos, tomó con los dedos parte de esa arena blanca y se la  llevó a la boca, pensó que era sal, el sabor era horrible, se atoró, tosió con mucha fuerza y empezó a brotar de su boca una saliva espesa y muy blanca.

Carmen Piedad salió alarmada de la cocina, Humberto, una vez más, interiormente, se siente avergonzado, le dice que se tragó una pastilla para el catarro.

Humberto, hombre de treinta y seis años, profesional, casado desde hace dos con Margot, no deja de buscar refugio  junto a Carmen Piedad. Cuando ella habla, él se queda largo espacio de tiempo mirándola, pendiente de que en su mirada no se filtre una mínima señal de dolor y angustia.

Luego se dirige a su casa, llega,  Margot está molesta, resentida.

…siempre es lo mismo, no termino de entender a este hombre…

—Te esperé toda la tarde Humberto, apagaste el móvil… 

Humberto  se disculpa, le  da abrazo un poco indiferente, empieza a  recitarle, como casi siempre, su largo historial de actividades que le tocó cumplir, entonces Margot, decide callar.

Más tarde, en la enorme cama, listos para dormir,  él hace zapping con el control remoto, y solo asiente a lo que su esposa le dice, e inmediatamente, sin intermediar una despedida apaga la televisión, se cobija y se da la vuelta; final de la jornada.

Al día siguiente Humberto va temprano a la oficina, es gerente-propietario de una empresa de software, tiene  veinte y cinco empleados.

—Qué suerte que ha tenido Carmen Piedad después de todo, estando sola su hijo le salió estudioso y muy emprendedor —comentaba la gente.

Ese día de trabajo transcurrió normalmente, incluso, tuvo la  precaución de llamarle a Margot para decirle que no  iría a almorzar. Ella no le reclamó.Volvió donde susu madre.

—Humberto, ¿qué te pasa hijo, tienes algún problema con  Margot?, me dijo que tenías un almuerzo importante. Acabo de hablar con ella, está muy contenta, quiere que vaya el viernes a tomar un té en la tarde, también van a estar Nicolás, Lupe y la nena, supongo que sí estarás.

—Ah, sí…claro… ¿por qué no me consultó Margot…?

Es  viernes en la tarde,  Humberto llega atrasado, su madre lamenta su ausencia  en ese pequeño festejo. 

—Andas muy nervioso Humberto, y con esto te toca tranquilizarte.

—¿De qué me hablas? ¿qué se festeja? —preguntó sorprendido Humberto.

 Todos lucían muy  felices, Margot le entregó un papel.

—Será la primera y última vez que no me acompañes donde el ginecólogo Humberto— le dijo su esposa.

Humberto empezó a leer,  era el texto inentendible con  los típicos diagnósticos médicos, solo algo le parece claro: 

—Gemelar…gemelar…¿serán gemelos?, o sea dos. ¡Margot embarazada de gemelos! dos hermanos, de una sola…y Margot, Margot… 

Los ojos de Humberto están llenos de lágrimas, en segundo plano se ve a su madre y Margot felices conversando;  también están Lupe, la esposa de Nicolás con la pequeña Claudia;  mira a su primo;  bueno, le aprecia mucho, pero ahora su madre tendrá que ocuparse de sus nietos, la verdad es que no  se sentía muy a gusto  con  las atenciones  hacia su sobrina. Hubo aplausos, todos lloraron; Margot empieza a servirles un poco de té.

—Humberto, por favor ¿me traes la cartera que dejé en la sala?— le solicita Carmen Piedad a su hijo.

Mientras seguían las risas y las bromas, los cálculos, las fechas, los posibles nombres que llevarían los bebés, Humberto que ya se había dirigido a la sala se queda un momento pensando, se mira siendo un  niño, recordando la espera de su hermanito que le dijeron  que “se fue directo al cielo”. Al tomar  la cartera de su madre,  ésta se le cae al piso y salen del  bolsillo unas funditas pequeñas con letras azules, vuelven sus temores, sus angustias.

¡No puede ser! ¿Hasta cuándo esa manía? ¡Ayúdame Dios mío!

El momento que se agacha a recogerlas se fija lo que decían las letras pequeñas y azules  de los empaques:  endúlzate naturalmente con stevia… Humberto se transforma,  empieza a reír, mira a su madre y a Margot,   se siente libre  desde muy adentro de sí, observa  cuanto las quiere… vuelve a llorar..

1 comentario:

  1. Interesante, no sé por qué pensé en un cuento doCortázar... Me gustó mucho

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