jueves, 21 de mayo de 2015

Vecinos

Margarita Moreno


Carmen siente un recio golpe en la cabeza, destellos de luz distorsionan su visión, por impulso se escuda la nuca entre las manos, le escurre sangre entre los dedos, aturdida se tambalea e intenta apoyarse en algún mueble cayendo torpemente al piso; todo vira a su entorno, un dolor agudo punza sus sienes, está desorientada,  no recuerda qué sucedió, ni sabe dónde se encuentra.

Unos meses antes,  cuando ella y su esposo vuelven de una cena, los asombra el centelleo de dos torretas que giran al final de la calle. 

―¡Ramiro, es la policía! ¿Qué habrá pasado?

―No lo sé querida, vamos a preguntar. ―dice, al tiempo que se encaminan al sitio.

Al llegar ven a Edmundo y  Alice Montiel,  los amables vecinos del número 75,  a Niven Soto del 56, residente extraño y conflictivo, a otros afincados y algunos curiosos con los que han cruzado el saludo,  sin conocerlos.

―¡Buena noche a todos!, ―Saluda Ramiro. Disculpe oficial ¿Siguen las pandillitas robando sanitarios y tubos de cobre?

―No señor, esta vez es algo más serio, no es obra de raterillos de poca monta. Yo soy el teniente Roy Páez y estoy a cargo de la investigación. ¿Ustedes son avecindados?

―Soy Ramiro Galván y ella es mi esposa Carmen, vivimos en el número 78. ¿Qué pasó ahora?

―¡Nos robaron!  ―dijo hipando Julia Ruíz (casa 104) ―se llevaron mis muebles, aparatos eléctricos, pantallas, laptop,  todo lo sacaron en un camión de mudanzas y… ¡Nadie vio nada! ¡No puedo creerlo!

Señores Galván ustedes, ¿vieron algo o a alguien sospechoso hoy? ―inquirió Páez.

―¡No oficial! ¡Nunca ven nada! ―Interrumpió Niven, ―ellos salen temprano y no vuelven hasta muy tarde, dejan al estúpido perro ladrando todo el maldito día y…

―Usted es quien ha informado de los robos anteriores, ¿verdad?

―Sí, teniente, estoy en alerta permanente, me levanto al alba y veo lo que nadie ve. Salgo diario a caminar con mis perros; desde que mi madre murió son mi única familia,  siempre llego primero al lugar del ilícito  y notifico de inmediato.  ―Afirma orgulloso.

―¿Hoy también? ―preguntó Ramiro irónico.

―¡Sí,  lo hice! Yo descubrí la puerta abierta y lo denuncié, por eso están todos aquí o ¿no?

―¡Mira, qué oportuno!

―¡Oye!, no me gusta lo que estás insinuando. Lo que pasa es que madrugo, no soy haragán ni me quedo en cama hasta tarde.

―Muchos saltamos de la cama amaneciendo, ¿Qué tanto podrías tener de ventaja? ¿De qué hora estás hablando?

―Tres, cuatro de la mañana a medio sereno, recibo las bendiciones de mi dios, la energía del universo, alineo mis chakras, equilibro mi centro. A esa hora,  bien podría trotar desnudo y nadie se daría cuenta.

―¡Bueno! ¡Nadie querría! ―dijo Montiel chanceando, con la mirada filosa de Niven encima. ―¡Vamos hombre! no lo tomes a mal, todos estamos atemorizados y reconocemos que estás pendiente del vecindario, especialmente nosotros que solo venimos los fines de semana, imposible protegernos a distancia.

―¡Bueno, señores! Creo que ya estamos divagando, ¡Por favor! vuelvan a sus casas, tomen precauciones y recuerden, “la ocasión hace al ladrón”. Si notan algo sospechoso, lo que sea, no vacilen en llamar.  ―finalizó el teniente.

El primero en retirarse es Soto, a prudente distancia lo siguen Alice y Carmen muy alarmadas por la situación y tras ellas sus esposos hablan de lo sucedido:

—¿Sabes Ed? A mí este tipo me parece muy sospechoso, saluda uniendo sus manos en el pecho, baja la cabeza y recita “Namasté”; habla de Dios, el universo, la bondad y sin embargo, no es negociable contradecirlo, se pone “loco” usa un léxico terrible, es soez y muy vengativo. Creo que los rayones en la pintura de mi auto y otras “travesuras” tienen su firma. ¿Casualmente llega primero al lugar del robo?  Igual él es el ladrón o informa a los atracadores todo lo que hacemos, parece espiarnos siempre. No trabaja que yo sepa.  

—No Ramiro, no lo creo, mira, es un hombre solitario y muy atormentado, recién murió su madre, está jubilado. Ciertamente no resulta fácil tratarlo pero, es buen hombre. Hablo con él siempre que puedo y sí, en verdad vigila en las madrugadas, yo mismo lo he acompañado un par de veces; me armó con un palo de beisbol y recorrimos todo el fraccionamiento. Se trata de un bravucón amargado, más digno de compasión que de cuidado, créeme.

—Tal vez tengas razón, pero, algo me dice que no es tan inocente de todos estos delitos. No sé, será que esto nos tiene a todos muy nerviosos.

A la mañana siguiente, los muros de algunas viviendas amanecen garabateados con pintura negra, Niven es el primero en notarlo, luego advierte a los vecinos que han sido marcados como próximas víctimas y los convoca a una reunión en las canchas de básquet bol para esa misma tarde.

En la asamblea, les presenta un plan de guardia ciudadana, con un grupo de amigos ex policías, quienes harían rondas en todo el suburbio, las veinticuatro horas del día,  durante los trescientos sesenta y cinco días del año. Esto desde luego, con el pago de trescientos pesos mensuales por cada vivienda, por concepto de sueldos y supervisión.

—¿Por qué contratar seguridad a un particular? Cuando el módulo de policía está a menos de seiscientos metros. Lo que tenemos que hacer es una solicitud formal de vigilancia, exponiendo nuestro caso y signada por todos nosotros. —Cuestiona Armando Villa (casa 65).

—Podríamos cooperar con veinte pesos cada uno, como estímulo para los patrulleros que hagan los rondines. Ochenta pesos mensuales, es más razonable que trescientos.―Sugiere Jorge Lugo (casa 84).

―Cierto, además las patrullas cuentan con radio comunicación directa a centrales de emergencia y tienen la facultad de usar armas y  efectuar  detenciones. ―Opina Ramiro.

―¡De ninguna manera! ¡Eso jamás! ¡No contribuiré para sobornos!  ―Grita Niven. ―No estoy de acuerdo, prefiero pagar a los custodios que conozco y puedo controlar.

― ¿Tú los vas a controlar? ―pregunta Armando.

―¡Por supuesto!, yo me encargaré de colectar las mensualidades de cada colono,  para integrar salarios, pagarlos y exigir que mi grupo realice su trabajo.

―¿Su grupo? y ¿Qué pasa si se accidentan o los lastiman? ¿Quién va a pagar por sus servicios médicos? ¿Quién va a responder ante las autoridades si ellos,  hieren o matan a algún maleante? ―plantea Carmen.

―Es verdad, nos meteríamos en serios problemas, terminaríamos con una demanda y saldría peor el “remedio que la enfermedad”. ―Admite el señor Lugo (casa 84).

―¡Por Dios! Puedo inscribirlos en el Seguro Popular y asunto arreglado, yo mismo los llevaré al servicio médico, tengo vehículo. ¿No se dan cuenta? Tenemos que defendernos nosotros mismos, las autoridades nunca nos ayudarán, esos cabrones no tienen madre ―bufa iracundo.

―Pues nos guste o no, nuestro deber es avisar a las autoridades, si no nos hacen caso insistiremos, hay que redactar un pliego petitorio al ayuntamiento, recurrir a la prensa o las televisoras. Opciones sin alejarnos de la ley hay muchas. ―declara Carmen.

―Mira “chaparrita”…

―¡Carmen! Es mi nombre.

―¡Perdón! Carmen entonces… esos hijos de pu…

―¡Suficiente,  modere su vocabulario!

―¡Uh! Ofrezco un disculpa, es que me encabrono tanto que no puedo contenerme y…

―¡Pues debería! Hay niños y damas aquí. Si estamos pidiendo respeto, hay que comenzar por respetarnos a nosotros mismos.

―¡Calma amigos! La situación ya es bastante crítica.  Pelear no nos lleva a ningún lado,  busquemos una solución, vamos a estar unidos.  ―Apela conciliador Galván.

―¡Por favor!, mi esposo está muy enfermo, hago un gran esfuerzo en venir hasta aquí para ponernos de acuerdo, les ruego nos concentremos en lo más importante. ―solicita impaciente Romina Torres (casa 73).

― ¡Qué ciegos están!, no entienden nada… mejor me voy o “reviento”,  cuando se den cuenta que mi propuesta es la mejor, me avisan. Mientras, compren “alarmitas” chillonas, ármense con palos y piedras, escriban cartas a “Santa Claus” o esperen milagros. Las rapacerías seguirán y ¿quién sabe? “Dios no lo quiera” hasta habrá “muertito”. ―vaticina al retirarse.

Confortados lo ven alejarse y continúan con la reunión. Al final, aprueban conseguir precios de alarmas vecinales, entregar un pliego petitorio al municipio y acuerdan reunirse la semana siguiente a la misma hora.

Una mañana a eso de las ocho cincuenta, una pareja camina del brazo por la acera, un auto pasa aprisa sobre la avenida, ellos saludan a la conductora que sonríe amablemente, se trata de Andrea Díaz (casas 92 y 94) está llevando a sus hijos al colegio. La pareja detiene su paso en el jardín del número 99 para besarse, luego caminan hacia la finca espían por una ventana y confirman que la casa está sola, echan a correr hacia atrás del inmueble, trepan hábilmente por el muro hasta la azotea, desprenden un domo y entran, ya en el interior violentan la chapa principal; él, localiza una maleta de lona en un armario y empieza a llenarla con objetos de valor, ella hace guardia apoyada en el resquicio de la puerta. A las nueve con diez minutos, ve regresar el auto que pasó antes, ahora transita despacio, el sol le cae a plomo en el parabrisas, en ese instante, ella echa correr a la vía con los brazos en alto pidiendo ayuda, Andrea impresionada reduce la velocidad, estaciona y baja del carro.

―¿Qué te sucede?  ―le pregunta.

―Mi esposo tuvo un ataque epiléptico, ¡Ayúdame por favor! soy Celia tu nueva vecina… de hecho, nos saludaste esta mañana al pasar en tu auto.

―Sí…  te recuerdo,  te he visto antes con Alice… Tranquila, vamos a ayudarlo. 

―¡Mil gracias! ―dice Celia, mientras se apresura a entrar a la vivienda, Andrea la sigue de cerca y en cuanto cruza el acceso,  un golpe impacta su cabeza dejándola inconsciente. La muchacha sale de nuevo y comprueba que la calle está vacía, no hay testigos de esta infamia; su cómplice sella la boca inerme con cinta adhesiva, le atan manos y pies, inyectan un narcótico en su cuello, la lían con el tapete del recibidor, recogen las llaves del auto que escaparon a sus dedos, al punto salen y ocultan a la víctima en la cajuela, finalmente abordan el transporte y escapan. ―Me reconoció. ―Rezonga ella. ―Él, aprieta los labios y conduce en silencio.

Esa tarde,  Carlos Díaz notifica a la policía la desaparición de su esposa, ella no volvió por sus hijos al colegio, tampoco visitó a familiares o amigos, ni está en casa. Presiente que algo muy grave le ha sucedido. La policía se niega a levantar un reporte de persona desaparecida antes de setenta y dos horas del hecho. Díaz desesperado ofrece una importante recompensa y la búsqueda comienza “ipso facto”. Por la noche, un grupo de oficiales examina cuidadosamente la casa de los Díaz e interrogan aleatoriamente a los vecinos.

Soto declara: ―Yo estaba regando mi jardín y vi a la señora Díaz conduciendo su carro, me saludó al pasar y yo seguí en lo mío, se estacionó enfrente de su casa y entró, más tarde salió con un hombre, subieron al auto y  se fueron tan rápido que olvidaron cerrar la puerta.

―¡Que buena vista amigo! Hay de menos doscientos metros de distancia desde su jardín y a esa hora con el sol de frente, es difícil distinguir bien.  Y la casa de donde salió la pareja es la número 99, la inquilina está en el hospital, ¿qué dice de esto señor? ―señala el teniente Páez.

―Yo digo que Andreita tiene un amante y huyó con él.  ―dice burlón.

―¿Está  afirmando, que la señora Díaz se fugó con un enamorado?

―Él soltó una risotada. ―No hombre,  es un chiste.

―¿Le parece que estamos para chacotas?

―¡No, no, no!, yo no sé si se escapó, yo nomás vigilo y alerto por si algo está pasando.

―Bueno, ya que es un “vigilante”,  le voy a agradecer que me informe a mí directamente, si ve algo sospechoso o si nota algún posible delito a punto de ocurrir.

―Sí ¡Claro! Ahora resulta que yo debo hacer su tarea y usted recibe su sueldo, ¿no? Mejor, que cada quien “se rasque con sus propias uñas” ―dice antes de irse.

El teniente y sus agentes, vuelven a interrogar a uno por uno a los residentes,  Ramiro Galván y  Edmundo Montiel, tienen más preguntas que respuestas.

―¿Alguna noticia del caso de Andrea teniente? ―pregunta Ed.

―Lamentablemente todavía no, en un principio sospechábamos del esposo, pero la desaparición de la señora Díaz rebasa nuestros temores; parece obra de un organizado grupo criminal, interesado en este sector de la ciudad. Aún no hemos conseguido ningún rastro, pero los encontraremos, denlo por hecho.

―La realidad teniente es que ahora los pillos ya no son improvisados, están mejor equipados que ustedes, se han preparado, tienen una gran industria de delitos, estamos a merced de gente educada, acaudalada, herederos de delincuentes de antaño, asisten a la universidad con nuestros hijos o son profesionistas como usted o yo, se desplazan tranquilos en la sociedad,  puede ser cualquier ciudadano, ya no podemos, ni debemos confiar en nadie. Es francamente espeluznante. Temo que mi viejo bate, ya no será suficiente ―expone Edmundo.

―Tienes razón vecino, esto es horrible, no lo había visto de ese modo, lo mejor será tener cuidado y tomar todas las previsiones. Tal vez hasta compre un arma. ―dice preocupado.

―Lo conveniente señores es confiar en nosotros, no pretendan hacer justicia por mano propia, jamás resulta bien. Sean precavidos, observen, denuncien. Cualquier detalle puede ser importante. Tengan la certeza de que seguiremos trabajando hasta resolver este caso.

Tres días después, se localiza el cadáver de la señora Díaz. El informe pericial de la autopsia revela sus extremidades atadas con cintilla plástica, la zona antero lateral del cuello presenta dos heridas profundas por instrumento cortante de poco espesor (navaja o bisturí) que escindieron parcialmente vías aéreas de la región superior de la laringe. El diagnóstico diferencial, determina que fue degollada, el punto de iniciación de la herida con trayectoria oblicua derecha a izquierda, hace inferir que el asesino es zurdo o ambidiestro; asimismo, se encuentran cortadas ligeras en hombros, mejillas y parte media de la barbilla. El cuerpo de la occisa estaba oculto en el interior de su propio auto, disimulado en un angostillo umbroso, justo en los divisorios del fraccionamiento. El teniente Paéz está encrespado,  se siente como un perfecto imbécil. ―¡Todo el tiempo estuvieron tan cerca, jamás salieron del rumbo, la secuestraron y mataron prácticamente en “mis narices”! ―se reprocha a sí mismo. Lo asombroso del caso, es que no hay rastros que permitan evidenciar algún indicio; el lugar del crimen fue aseado meticulosamente. Finalmente, él no tiene más remedio que llevar la inexorable noticia al esposo. 

―Siento mucho su pérdida señor Díaz ―murmura el oficial bajando la cabeza.

―¿Por qué matarla teniente? ¡Yo pagué el rescate! ¿Por qué?

―Desgraciadamente amigo mío, su esposa debe haberlos visto o los conocía y eso le costó la vida. ¡Le prometo que voy a dar con esos miserables y recibirán un castigo ejemplar!

―¡Cállese! ¡No creo en sus versiones oficiales! ¡No prometa lo que no sabe cumplir! ―le grita entre sollozos.

En la siguiente junta, los colonos, pactan colocar una alarma vecinal con sirena de 160 decibeles y luz estroboscópica; la carta para el municipio se firma por todos los presentes, se notifica que la policía ya está haciendo rondas en todo el vecindario y acuerdan reunirse puntualmente la semana siguiente.   
Carmen, sale de la reunión charlando con Alice y Ed quien le pregunta:

―¿No pudo venir Ramiro?  Me gustaría comentar algunas ideas con él. 

―Está de viaje, llegará en cualquier momento, seguro podrán conversar.

―¡Claro! La semana pasada me platicó que viajaría para cerrar la venta de un terreno. ¡Felicidades! Con más razón quiero que vea las medidas de seguridad que he puesto en casa, podría interesarle, nunca sobran las precauciones, sobre todo ahora que sabemos el gran riesgo que corremos todos.

―Querido,  podemos mostrarle ahora y luego que le comente a su esposo cuando vuelva ―sugiere Alice al momento que llegan afuera de su edificio.

―Buena idea mi amor, ¡Ya estamos aquí!, ¡Vamos vecina acompáñanos por favor!, me adelanto para abrir e irte explicando.

Ella dudó un momento,  pero no quiso ser descortés y los siguió. La reja de la entrada lucía un diseño muy elaborado que permitía ver parte de la fachada, los remates superiores semejaban manojos de afiladas navajas,  el marco de la puerta principal tenía una especie de refuerzo metálico alrededor, velado con pintura del mismo color que la pared.

―¿Colocaron una placa de metal rodeando todo el marco? ―pregunta.

―Sí, la intención es que resulte imposible abrir la chapa desde el exterior, pasa por favor, ―la invita, mientras gira los siete tiempos en el picaporte de la puerta. ―Como podrás observar, colocamos herrería de protección interior en ventanas y puertas,  el patio trasero, está protegido por una jaula de aluminio anodizado que solo tiene acceso por  una escotilla, imposible entrar o salir. ¿Qué te ha parecido?  Carmen siente que un escalofrío angustiante le escurre por la columna vertebral, pero se domina y responde:

―¡Dios mío amigos! ¡Estoy asombrada!,  literal,  han construido un “búnker”, una “casa de seguridad” ¿no? Disculpen, no quiero ser impertinente pero, con franqueza pienso que han sacrificado en un buen porcentaje la iluminación. 

―Tienes razón,  la inseguridad  nos ha vuelto paranoicos. Mi esposo insistió en proteger los domos por dentro con vitroblock, el resto lo cegó con cemento, ciertamente quedó muy oscuro, pero,  a prueba de transgresores. ―Aclara al tiempo que un claxon suena en la calle.

―¡Es Ramiro! ¡Regresó! voy a buscarlo para que hablen con él ―dice con emoción en la voz.

―¡Perfecto! Vamos, tiene que darnos su opinión ―propone Alice.

―Vuelvo enseguida ―murmura acercándose a la salida.

―Oye, espera un segundo amiga, antes tengo que abrir porque aquí todo tiene “truco” ―advierte amable la señora Montiel. Carmen sonríe, pero, se siente incómoda, el lugar es asfixiante, la luz mortecina, ella  comienza a sentir claustrofobia, desea salir corriendo para abrazar a su marido. Disimula su ansiedad y fija su atención en la sofisticada cerradura que resulta tan complicada para abrir; a su espalda,  Ed en silencio toma un bate apoyado en un muro, lo eleva lentamente y con ímpetu de un rayo libera su iniquidad en el parietal derecho de la señora Galván.

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