viernes, 15 de mayo de 2015

La anoréxica

 Frank Oviedo Carmona


Adriana era hija única, de treinta años de edad, arquitecta, de mediana estatura,  cabello corto y ojos  marrones.  Juan, su esposo, era ingeniero, alto, atlético, cabello corto, solía vestir jeans y botines gap  porque, debido a su trabajo,  visitaba obras de edificios. Vivían en San Isidro, en una calle angosta, pista de ladrillo rojizo y veredas de un verde grisáceo.  La casa tenía una puerta de dos hojas ovalada, ventanas a los lados de color madera, a la izquierda tenían una enredadera de buganvillas de color amarillo que trepaba por encima de la puerta.

Ella no podía concebir hijos por debilidad en los ovarios.  Había recibido muchos tratamientos, los cuales, la dejaron maltratada física y emocionalmente.  Tuvo tres abortos y subió más de diez kilos.

Por consejo e insistencia de su esposo, ya no lo volverían a intentar más, quizás con el tiempo adoptarían un bebé.

Un día de otoño,  Adriana se encontraba en su cocina, rodeada de  reposteros amarillos con paredes naranja, sillas y mesa color turquesa,  apoyada en el lavadero, mirando por la ventana como caían  las hojas de los árboles. Cuando de pronto,  comenzó a sentir mareos y ganas de vomitar. Se le secaba la boca y le provocaba tomar gaseosa helada; esto ya le había ocurrido en dos ocasiones anteriores, pero no le dio importancia. Sin embargo, esta vez el mareo la asustó tanto que llamó a su esposo quien llegó en unos minutos; ella estaba pálida con la frente sudorosa. Le explicó lo sucedido, inmediatamente la llevó a su médico de cabecera;  luego de una serie de análisis, les afirmó que Adriana tenía diez semanas de gestación. Ellos recibieron la noticia sorprendidos, se quedaron sin habla por unos  segundos.

—¡Debe haber un error! —exclamó  Juan.

—No hay ningún error, ya hemos visto  la ecografía.

Juan, miró a su esposa y vio como se le caían las lágrimas de emoción, se levantó del asiento,  se arrodilló ante ella y la tomó de las manos.

—Amor, Dios escuchó nuestras plegarias.

El médico les dijo que lo esperaran unos minutos para explicarles algo  importante. Les pareció extraña la seriedad de su rostro. 

Al reunirse, les aconsejó un aborto porque habían pocas posibilidades de que naciera sano; podría tener alguna malformación o alguna enfermedad. Los padres se negaron diciendo que era un regalo de Dios y aceptarían a su bebé como naciera.

Sin muchos malestares, pasó el tiempo y nació una niña que pusieron por nombre Esperanza.   La cuidaron con mucho amor y dedicación;  siempre estaba llena de obsequios traídos por su papá, le compraban los mejores coches de paseo y ropa de última moda.

Fue al nido, a la escuelita y después al colegio donde las cosas comenzaron a cambiar.  Quizás porque los padres trabajaban mucho para darle sus gustos, pues  ella  les pedía la ropa más cara y viajar en las vacaciones. De no obtener lo deseado, Esperanza se encerraba en su cuarto y no comía hasta que sus padres  aceptaran  sus caprichos.  El arduo trabajo solo les permitía ver a su hija por las noches y los fines de semana salían de paseo.

Al cumplir los catorce años, Esperanza  ya comenzaba a tener problemas en la escuela; cuando no le caía bien una compañera o no estaba de acuerdo con ella, le hacía la vida imposible; le escondía las tareas o le echaba  goma a su asiento; pero eso no lo hacía sola, tenía tres amigas con las que andaba de arriba para abajo y les decía; si me traicionan, haré lo mismo con ustedes, no olviden que se hace lo que yo digo y luego las cuatro se reían.

A sus padres los llamaban de la escuela para hablarles de la conducta de Esperanza, pero ellos no creían;  decían que a su hija le tenían envidia por sus buenas calificaciones y por eso mentían.

Después de muchas riñas en el colegio, la tutora Julia citó a  los padres a una reunión.  Les explicó punto por punto la mala conducta de Esperanza, y no solo eso, les dijo que dos veces se había desmayado. Según afirmaron sus compañeras, porque corría hora y media y tomaba desayuno solo agua y un café negro. Los papás sorprendidos  dijeron que  hablarían con ella  para saber la verdad; pero, sí  reconocieron haberla visto  pálida en alguna oportunidad. 

Al llegar los padres a su casa, encontraron durmiendo a Esperanza y  decidieron hablar con ella el fin de semana.  En realidad,  le dedicaban muy poco tiempo a su hija sólo hablaban por teléfono y algunas veces conversaban un rato en la noche.

Al llegar el fin de semana, muy temprano, cuando Esperanza aún dormía.

—Hija nos urge que hablemos de un tema importante de tu escuela, no demores por favor.

—Ya mis papis lindos, enseguida bajo.

—La señorita Julia nos ha informado de tu conducta en la escuela; dice que le has pegado chicle en el cabello a tu compañera, también le robaste un trabajo que presentaría, ¿qué  nos puedes decir sobre este tema? —pregunto Adriana.

Esperanza inclino el rostro  y se puso a llorar.

—Mamita, tú me conoces, sabes bien que soy incapaz de hacer daño a alguien; Maricarmen estaba a mi costado, mientras yo leía, quizás ha sido ella pero yo no he visto nada.

—Y ¿Por qué la señorita Julia asegura que fuiste tú? ¡Necesito saber  la verdad sin rodeos! —preguntó  su  padre con el ceño fruncido.

—No fui yo papito, ya dije que no fui yo, o ¿No me creen?

—Si dices la verdad no tienes de que preocuparte hija; deja de llorar y ve hacer tus cosas  —le respondió  Adriana.

Esperanza se levantó del asiento e hizo una mueca de risa misteriosa.

Adriana no quedo satisfecha con lo conversado; por su parte, continuó indagando en el colegio y se dio con la sorpresa que su hija andaba con tres compañeras a las cuales manipulaba con no ayudarles en sus tareas y trabajos, por esta razón ellas accedían a hacer travesuras, como esconder los libros de alguna compañera que simplemente no le caía bien o se quejaba de profesores que no le gustaba su enseñanza.  Lo bueno de Esperanza era que sacaba buenas calificaciones y sus amigas  no.

Esperanza, tenía temor de ser descubierta,  andaba nerviosa y ansiosa, hacía más ejercicio de lo habitual y tomaba energizantes para ir a correr al parque; tanto así que un día le dio un mareo y un joven que pasaba por ahí la auxilió. Ella se reincorporó y le dijo,  ¡no es nada!  Se paró y se  fue trotando lento.

Al llegar a su casa encontró a su mamá preocupada.  Adriana no imaginaba que su hija casi no probaba alimento y por consiguiente, se había desmayado varias veces.

—¿Qué te pasa hija, estas pálida y con los ojos rojos? ¿Por qué estás tan delgada, nunca te había visto así?

—Claro, si nunca paran en casa ustedes —lo dijo en tono sarcástico.

—Esperanza no me gusta que me hables así, nosotros trabajamos mucho para darte tus gustos y salir de vacaciones los tres, no voy a permitir que te expreses  de esa manera, ¿me has entendido?

—Perdona mamita, sé que ambos me quieren mucho y desean lo mejor para mí —le respondió y abrazó a su mamá.

—Bueno, dejo tu desayuno listo, me voy a trabajar quiero que a mi regreso dejes todo en orden. ¿Está claro?

—Si mamita y gracias, te quiero mucho.

—Hasta más tarde.

Luego que la madre se fue, Esperanza echó el desayuno al tacho de basura, tomó un café puro sin azúcar, un laxante y se fue a estudiar.

Su instinto de madre la hizo desconfiar que algo le pasaría a su hija, no solo era su mala conducta,  además estaba muy  delgada, pálida y transparente. No entendía cómo bajó tan rápido de peso si la había visto con su uniforme más gruesa.

Lo que no sabía Adriana era que su hija se ponía doble ropa para que no notara lo delgada que estaba, solo  el día que llegó de improviso y la vio  regresar de correr, se dio cuenta de su delgadez.

A la hora de recreo, Esperanza se reunió con sus amigas para ver que le hacían a su tutora Julia por haber llamado a sus padres y decirles de su mala conducta. Mientras afirmaba que no se lo perdonaría y pagaría muy caro el haberla dejado al descubierto  comenzó a sentirse mareada hasta caer al piso.

Sus amigas llamaron a la auxiliar y después fue llevada a la clínica más cercana. Le hicieron una serie de análisis. Al poco rato llegaron sus padres completamente preocupados.

—¿Qué le ha pasado a nuestra hija? —preguntaron  al mismo tiempo Adriana y Juan.

—Buenas tardes, soy el doctor Harold Hamilton, le están haciendo chequeos y lavado gástrico, al parecer ha ingerido laxantes y energizanates, esta deshidratada y la van a  estabilizar.

—No puede ser, nuestra única hija, que tanto amamos, no puedo creer que ahora este así,  ¿qué  hemos hecho mal, si todo le dimos? ¿Qué haremos?  —se preguntaba Adriana en voz alta abrazada de su esposo.

—¡No sé! ¡No sé qué vamos a hacer? Quizás la descuidamos, no puedo creer por lo que estamos pasando, mucho tiempo estaba sola; maldición como no nos dimos cuenta de lo que le sucedía  —le respondió Juan.

Pasó una semana en la que a Esperanza le continuaron realizando  una serie de chequeos médicos y siquiátricos. Seguía con suero, medicamentos y no probaba alimento, su cuerpo rechazaba todo lo que le daban. Sus padres seguían preguntándose,  cómo no se habían dado cuenta.

La psicoterapeuta, doctora Mary del Carpio  llamó a sus padres para explicarles lo que tenía su hija.

—Señores, su hija tiene un desorden  denominado anorexia, no solo es un problema con la comida, también es la forma de usar el ayuno para sentir que se tiene el control de todo, aun de su propia vida, eso le ayuda a aliviar la ira y la ansiedad. Esta enfermedad, dicen los estudios,  tiene que ver con las hormonas y con el deseo de no querer crecer, de seguir siendo niñas, sin responsabilidades. Sugiero que su hija siga medicada y con terapia ambulatoria.

—¡Desorden alimenticio! ¡Anorexia! ¿Cómo es eso? No entiendo nada de lo que me dice doctora, hábleme claro por favor —preguntó  Juan alterado.

—Esperanza es anoréxica, ansiosa, trata de llamar la atención, quiere que todo lo que ella dice se haga si no se vuelve en contra tuya;  Es una buena estudiante porque  busca ser admirada.

—No, no puede ser, nuestra pequeña hija que tanto luchamos para tenerla. ¿Qué  vamos a hacer? Tengo miedo que le pase algo malo. ¿Se pondrá bien no es cierto doctora? Le dimos  todo nuestro amor ¿En qué fallamos?  —preguntó

La doctora quiso responder, pero no pudo porque los padres seguían hablando sin dar tiempo a su respuesta.

—Creo que tuvimos miedo que algo le pasara y la sobre protegimos, la deseamos  tanto y no supimos criarla, por trabajar la dejamos mucho tiempo sola  —ambos sollozaron.

Esperanza volvió a su casa con tratamiento psicoterapéutico y psiquiátrico. Unas semanas después,  le pidió permiso a sus padres para dar una vuelta al parque ya que se sentía acalorada, ellos accedieron.

Al caminar unas cuadras sintió un dolor en el pecho pero no le prestó  atención hasta que se fue acentuando, le faltaba el aire; trató de alcanzar una banca para sentarse pero estaba lejos, aun así continuó; sus pasos eran más lentos, sentía como si le hubieran golpeado el pecho con una piedra,  no pudo más y cayó al piso inconsciente.

Al ver que su hija no llegaba, Adriana con su esposo fueron a buscarla y la encontraron tirada en  la vereda.

—¡Hija! —gritó la madre.

No te mueras por favor, no me dejes sola, ¿qué  voy a ser sin ti?  No, nunca me repondré si me faltas hijita. ¿Por qué nos pasa esto Juan? Éramos tan felices hasta hace unos meces, pero todo cambió repentinamente;  no nos dimos cuenta lo que a ella le pasaba.

—¿Cálmate Adriana!

—¿Qué me calme? Tú fuiste el culpable; me decías que los jóvenes son así, que no le haga caso a sus reclamos; que comprándole  un regalito se pondrá contenta. Yo tonta, te creía.

Adriana estaba inconsolable, ya no había nada que hacer,  Esperanza había muerto de un paro cardíaco.

Juan trató de abrazar a su  esposa, pero ella no quiso; se quedó al lado de  su hija y él  de rodillas.

1 comentario:

  1. Tema real, situacion cotidiana de padres e hijos consumistas. Me gustó el relato. Final sin paños tibios.

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