martes, 2 de diciembre de 2014

El mundo mágico de Ton

Juana Ortiz Mondragón


Sus sueños eran cada vez más extraordinarios.  Se veía rodeado de unicornios de diversos colores pastando en las verdes praderas. En las noches lo visitaban Alicia y El Sombrerero. Cuando se asomaba al patio de casa observaba al gato de Chesire aparecer y desaparecer entre los árboles frutales: mandarinos, cerezos, brevos y naranjos en flor llenaban la casa de dulces aromas. Solía jugar allí cuando era chico al escondidijo. Era un espacio de sesenta metros cuadrados, en el que había también flores y unas bancas de madera para descansar bajo la sombra. Algunos de sus  cuentos fueron inspirados por los colibríes y los azulejos que iban a nutrirse del néctar de las flores. Además de soñador, amaba la naturaleza, no comprendía en qué momento había empezado a confundir la realidad con las historias que leía desde que era chico.

Se llamaba Ton. Sus padres y conocidos lo llamaban “mil cuentos”, apodo que se había ganado con orgullo, debido al planeta que solía habitar, que poco o nada tenía que ver con el de la cotidianidad. Ton era un chico de veinte años, estudiante de literatura de una prestigiosa universidad al norte de Bogotá. Entre sus más preciados deseos estaba ser un reconocido escritor de novelas fantásticas y desde muy niño se había puesto en esta tarea. Como rutina leía muchas horas en el día y luego practicaba la escritura. Hacía salidas de observación por el campo y la ciudad, para nutrir su imaginación y los personajes de sus cuentos. Para él, el perro de María su vecina, tenía características fantásticas: podía tocar su cola con la nariz, perseguía gatos por cuadras sin cansarse y siempre dormía con los ojos abiertos como un buen perro vigilante. María era rolliza, de buen tamaño y rostro hermoso. Ton se había inspirado en ella para escribir su primer cuento infantil, llamado “La tía María”.

Pensando en otras cosas parecía no escuchar a las personas que estaban cerca a él. Así fue quedándose solo, rodeado por las palomas de la plaza principal y los ancianos que se sentaban en las bancas. Era este otro de los espacios favoritos, un lugar tradicional, de forma circular, adornado por una bella arquitectura italiana. Fresco para pasar las tardes de verano, vendedores ambulantes colmaban el lugar de un ambiente festivo. Las noches lo tomaban por sorpresa en el umbral de la puerta, contemplando la salida de la luna. Contaba ovejas de uno a mil hasta quedarse dormido y en sus sueños recorría montañas, lagos, castillos y parajes encantados. Lo acompañaban duendes y elfos, danzaba con las más hermosas princesas. Se despertaba con una sonrisa en el rostro y empezaba a escribir. Luego se marchaba a la universidad, lugar en el que su imaginación se expandía, a merced de Lewis Carroll, Edgar Allan Poe y los clásicos que sus maestros compartían con él. Ton trabajaba en las tardes en la biblioteca pública cercana a casa, incentivando a jóvenes y adolescentes por el camino  de  la lectura y  la escritura. Esta edificación, considerada como un importante patrimonio cultural era visitada diariamente por los habitantes del barrio. Un sitio antiguo de varios pisos, cubierto por maravillosos ventanales. Muy bien amoblado y provisto con las mejores colecciones infantiles, juveniles y  para adultos. Allí, tenía un taller de creación literaria  que se llamaba “Los duendes laboriosos”. Además de escribir, jugaban ajedrez y se divertían con otros pasatiempos que agilizaban la mente y la memoria.

Una mañana, mientras caminaba absorto en sus sueños y próximas líneas, se tropezó con una hermosa joven, que vestía un largo traje azul ceñido al cuerpo. El cabello ensortijado le caía a media espalda y sus ojos claros lo dejaron en shock. Ella se llamaba Alicia, veintiún años de caminar por el mundo y ahora deseaba seguir su camino con Ton.  Cariñosa como ninguna, Alicia  empezó a ser para Ton, inspiración y maravillosa compañía: recorrían la ciudad en bicicleta en las  tardes de verano, contemplaban el amanecer desde la montaña más alta, escribían a cuatro manos y cocinaban manjares. Pasaron unos maravillosos meses, de cuento quizás, pero se fueron estancando en la rutina, perdieron la esencia de sus personajes y decidieron cada uno continuar su vida por rumbos diferentes.

Ton quedó sumido en la soledad, que no le era extraña, ahora un nuevo sentimiento lo acompañaba, se llamaba amor. El haberlo perdido lo atormentaba un poco, pero al menos lo había conocido. Pasó días de encierro y  poca productividad, sentía que su don  se había marchado.  Una noche, todo fluyó como de costumbre y estuvo acompañado de los seres que tanto amaba. Caminó por verdes parajes y cabalgó en corceles blancos, como el caballero de un prestigioso ejército, pero herido por una mortal flecha, no pudo despertar jamás de ese cuento.

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