jueves, 23 de octubre de 2014

Navidad

Elvira Villafuerte


Veinte años de matrimonio. Susana suspiró. Nunca hubiera imaginado que su vigésimo aniversario fuera a ser así. A sus cuarenta y dos, le parecía que una vida de ama de casa merecía una recompensa y en vez de eso, se encontraba en sesiones de terapia de pareja.

Pensativa salió del colegio, al que llegaban corriendo los últimos niños. Esquivó a tres o cuatro, cruzó la calle, subió a la camioneta y cerró la puerta, pero no arrancó; se quedó contemplando a través del parabrisas las hojas de los árboles, que caían una tras otra con el viento. Era como ver sus planes, sus sueños e ilusiones ir flotando por el aire hasta depositarse en el piso.

Hija de padres divorciados, su infancia y juventud fueron difíciles. Primero, tener que tomar una decisión, elegir con quién vivir. Ella hubiera preferido quedarse con el padre, pero le remordió la conciencia dejar sola a su mamá: fue su primer error. Cuando se presentó la oportunidad de estudiar fuera, en otra ciudad, Susana la tomó sin pensarlo dos veces; era la solución perfecta, la huida más elegante. En la universidad se sentía sola, pero al menos nadie la atosigaba todo el día con demandas imposibles, reproches injustos, chantajes sentimentales.

En el segundo semestre de la carrera conoció a David. Caballeroso, serio, con un fino sentido del humor y extremadamente inteligente, le pareció la personificación del príncipe azul. No le cupo duda de que estaban hechos el uno para el otro. Sabía que él venía saliendo de una relación tormentosa, por así llamarla; pero ¡qué importaba! Eso había sido antes. Fue su amiga, su compañera, su cómplice durante los meses en que él terminó la tesis y se tituló de ingeniero. Eran inseparables. Veinte años después, Susana sonrió entre un par de lágrimas. Indiscutiblemente, en la juventud una es más inocente.

La tarde que le mencionó a su padre, en una conversación telefónica, que estaba pensando en casarse con David, su papá montó en cólera. Por supuesto que no, le dijo; primero debía terminar sus estudios, prepararse, tener una carrera. A Susana le pareció injusto. ¿Qué tenía qué ver que estudiara soltera o casada? Pero su padre no lo vio así y le retiró todo su apoyo, empezando por el dinero. Ella recurrió a su novio, su único recurso, y él no le falló. Se casaron una hermosa mañana de septiembre. Cinco años después nació su hijo Alejandro y tras otros dos, Paola.

Susana se dedicó a sus hijos, cuidando que no les faltara el amor y cuidados que ella no recibió de su madre. Y pues sí, tenía que reconocer que descuidó un poco a David. Los niños eran tan absorbentes, él trabajaba todo el día… además, después de que nació Paola, a ella le dolía cada vez que hacían “aquello”, así que empezó a buscar pretextos para evitarlo. Le salió tan bien que David dejó de insistirle, y ella se sintió aliviada. De repente parecía que David estaba un poco lejano, pero él siempre lo atribuyó a problemas del trabajo y de salud, y ella en realidad tampoco se preocupó mucho.

Hasta que dos meses atrás, David le dijo, sin más, que deseaba el divorcio. A Susana se le cayó encima el mundo. ¿Divorcio? Pensó en sus hijos. ¿Iba ella a repetir el fracaso de sus padres, iban sus hijos a pasar por lo mismo que ella había padecido? ¡No! Imposible. Adicionalmente, ¿qué haría ella? David le comentó que no se preocupara por el dinero, que él se encargaría de que a sus hijos no les faltara nada. No, a sus hijos no, pero ¿a ella? No tenía una carrera, no había trabajado nunca. Su vida la dedicó a su familia. ¿Y estas eran las gracias que recibía? David reconocía que existía otra mujer. A Susana le daban ganas de matarlo, pero no le convenía hacerle dramas; era mejor aceptar la situación, ser paciente. En días pasados logró que en vez de un divorcio, él consintiera en asistir a terapia de pareja. Ella se esforzaba por devolverle a su matrimonio la emoción del noviazgo. Al parecer para David era muy importante el sexo, y bueno, ella estaba dispuesta a cooperar. Llevó a su marido a la consulta con el ginecólogo y le demostró que efectivamente, fue una herida infectada y mal cerrada tras el parto lo que le provocaba el dolor. No era que ella no quisiera... El médico recomendó una operación y, mientras se recuperaba, Susana hacía esfuerzos para complacer a David: ligueros, tacones, sexo oral. Cosas que en realidad ella no disfrutaba, pero en fin.

Estaba decidida a recuperar y retener a su marido. Susana buscó un pañuelo, se sonó la nariz y se miró en el espejo de la visera. ¡Qué cara, Dios mío! Ya estaba bien de auto compadecerse; así no iba a solucionar nada. Arrancó la camioneta, haciendo volar un montón de hojas a su paso. Esta Navidad la pasarían con la familia de David, por mucho que a ella le costara. Cualquier cosa valía la pena.

-§-

Sentado en su oficina, David miraba por la ventana. Los árboles se sacudían con el fuerte viento, mientras que las nubes viajaban a todo correr por un cielo azul. Un rayo de sol, colándose sobre su escritorio, le estaba calcinando el brazo, por lo que se levantó a entrecerrar las persianas. Se quedó pensativo, observando las hojas arremolinarse por aquí y por allá, abandonadas en montones junto a las banquetas, acumulándose en los parabrisas de los coches estacionados. Le daban una indefinible sensación, como de tristeza.

Volvió la vista hacia el interior y la paseó por el pizarrón blanco lleno de diagramas, por los sillones de piel y la mesa, deteniéndose sin querer en las fotografías de su familia. Su esposa y sus dos hijos lo miraban con reproche (o así le pareció) desde uno de los libreros. ¿En qué se había ido a meter?  

Recordaba a la Fabiola de veintidós años atrás. Una cosita menuda y alegre, que derrochaba energía por donde quiera que iba. Le había gustado desde que la vio, y más aún cuando empezaron a convivir. Estudiaban la misma carrera, tenían gustos muy parecidos, ideas similares. Pero ella era un monumento a la indecisión: un día lo amaba con locura, al siguiente le decía que lo quería como si fuera su hermano. Bastaba que lo viera con otra para que le surgiera el amor, pero en cuanto retomaban su noviazgo, ¡zas! Empezaban los problemas, se acababa la atracción, le comenzaba a contar que se sentía muy atraída por alguien más. Era una tortura.

Después conoció a Susana, y le pareció la respuesta a sus plegarias. Una relación tranquila, donde ella lo adoraba y acompañaba a todas partes. No era la montaña rusa de su relación con Fabiola, y si bien le faltaban esos momentos cargados de adrenalina en los que se sentía en las nubes, tampoco tenía los valles cargados de angustia y celos que Fabiola le hacía pasar. Habían congeniado muy bien. Susy era dulce, tierna y cariñosa, y a él le encantaba estar con ella.

Solo que ahora que lo pensaba, probablemente lo manipuló a la perfección. Cierto que hablaron de casarse, pero él no pensaba que sería tan pronto. Apenas llevaba unos meses trabajando cuando ella le comentó a su papá que querían casarse y su suegro le puso el alto. Nada de matrimonio hasta que ella terminara la carrera. Y pues según David esa era la idea, pero de pronto se encontró a su adorada novia en la puerta de su casa, cargando maletas, llorando y sin tener adónde ir. David era quizás un tanto chapado a la antigua; cualquier otro le habría dicho que esperara, que le dijera a su papá cualquier cosa, que no lo metiera en problemas. Pero para él la única solución fue adelantar la boda. Susana no había terminado la universidad, pero bueno, para cuidar la casa no necesitaba una licenciatura. Durante diez años fueron, a decir verdad, muy felices.

Después de que nació Paola las cosas cambiaron para mal. Ciertamente ella se enfocaba en sus hijos, y al principio él vio como algo muy normal y hasta admirable tanta dedicación. Pero con el pasar de los años comenzó a sentirse solo, aislado, como un invitado en su propia casa. Al llegar del trabajo, Susana estaba con los niños, haciendo la tarea, hablando por teléfono o tomando café con las mamás de los amigos de sus hijos. David saludaba cortésmente e iba a encerrarse en su despacho, o al cuarto de televisión a ver alguna película. Para cuando los niños se dormían y todas las cosas del colegio estaban listas para el día siguiente, Susy estaba demasiado cansada para conversar. Claro que de sexo, ni hablar siquiera.

David comenzó a presentar síntomas de depresión y lo atribuyó a su trabajo. Se sentía incómodo, no dormía, tenía un sin número de problemas digestivos. Lo operaron de hemorroides, tuvo colitis, le extirparon la vesícula… ya era cliente permanente del hospital. Le recetaron antidepresivos y pastillas para dormir. Finalmente decidió cambiar de empleo y las cosas mejoraron por un tiempo.

Un día, mientras comía con el jefe del departamento de Recursos Humanos, éste le hizo una sencilla prueba.

-Escribe en esta servilleta todas las cosas que te gustan y te hacen sentir bien -le dijo.

David se puso a escribir. Comer, viajar, tomar vino, dormir, hacer deporte, ir al cine, el sexo, el fútbol,  hablar con amigos, jugar juegos de computadora, estar con su familia.

-Y de todas estas cosas, ¿cuántas haces con frecuencia?

David contempló la servilleta y se le erizó el pelo. Comía y dormía, eso sí. Cuando llegaba a viajar era por razones de negocios. No iba al cine porque no tenía con quién dejar a los niños. A Susana no le gustaba el vino, ni sus amigos, por lo que los había ido perdiendo con los años. Odiaba el fútbol y no le gustaba que fuera al gimnasio porque dejaba la ropa muy sucia, así que David dejó de ir. En el momento en que encendía la computadora, ella ponía cara larga porque “no puede ser que a tu edad te gusten esas cosas”. En cuanto a estar con su familia, Susana era posesiva al grado de que no le gustaba que viera a sus hermanos, ni a sus padres; la única familia que contaba eran ella y sus hijos. Y sinceramente, tenía que hacer un esfuerzo para recordar la última vez que tuvieron relaciones sexuales. ¿Seis meses? ¿Siete? Lo peor era que en esas esporádicas ocasiones en las que Susana accedía a tener sexo, David sentía que lo hacía por obligación. Varias veces, mientras él hacía su mejor esfuerzo, le pareció que ella estaba a punto de comentarle que hacía falta pintar el techo.

A partir de entonces, sintió hacia su esposa un enojo mayúsculo; sabía que era injusto, pero no podía evitarlo. Y luego vino el encuentro casual con Fabiola. Bueno, quizás casual no era la palabra. David comenzó a buscar a sus antiguas amistades, primero a los más cercanos, después se involucró en las redes sociales. Una cosa llevó a la otra y pareció algo muy simple: una invitación entre viejos amigos a tomarse un café y hablar de los tiempos de universidad, de sus vidas, ponerse al tanto.

Con lo que no contaba era que ella estuviera sola, y sobre todo, que se disculpara con él.

-No sabes cómo lamento las cosas que te hice. Sé que estás felizmente casado y tienes unos hijos hermosos, y no es mi intención meterme en tu vida, pero sí quería decirte que estoy arrepentidísima de haberte dejado ir…

De ahí al motel no pasó mucho tiempo, y ahora se encontraba entre la espada y la pared. Al principio fue como estar de vuelta en los veinte años, el sexo era fantástico, congeniaban en tantas cosas, seguían teniendo las mismas ideas. Le pidió el divorcio a Susana, reclamándole por tantos años de abandono, le contó que había alguien más. Esperaba que ella explotara y lo corriera de la casa, pero no fue así. En lugar de eso, se mostró comprensiva, triste pero dispuesta a cambiar. Le explicó que tras nacer Paola, el sexo le provocaba molestias, y hasta lo llevó a la consulta con el médico para que viera que era verdad. Le servía de cenar sin un reproche, aunque él llegara tarde; no pedía explicaciones, cocinaba lo que a él le agradaba, incluso quitaba a sus hijos de la computadora para que él pudiera jugar. David se ahogaba de culpa.

Pero las medidas correctivas llegaban tarde, cuando él ya estaba decidido a cambiar su vida. Probablemente lo mejor sería salirse de su casa para poder pensar, tomar una decisión objetiva. Sólo que ahora Fabiola lo presionaba para que se divorciara y se casara con ella, y eso no era algo que David deseara. Para empezar no quería lidiar con su pequeño hijo ¡por Dios! Los suyos ya estaban grandes, no iba a volver a empezar con pañales y cuidados. Además, si bien esa primera vez se le escapó decirle que ella era el amor de su vida y que quería vivir a su lado, Fabiola no era ninguna niña, debería saber que nada de lo que se dice en la cama debe contar como cierto. Se la pasaba fantástico con ella, pero… después de todo, Fabiola estaba en la etapa de ventas. ¿Y si después cambiaba? ¿No sería mejor quedarse como estaba?

Qué complicación. Cualquier otro hombre se hubiera sentido feliz de tener a dos mujeres peleándose por él, pero a David le remordía la conciencia, le pesaban la docilidad y los esfuerzos de Susana, sus muestras de cariño; y lo espantaba el espíritu dominante de Fabiola. Lo que él anhelaba era la libertad, paz, tranquilidad. Aunque por otro lado, tenía que reconocer que le asustaba la soledad. Esto sí que era un tremendo lío.

El viento comenzó a soplar todavía más fuerte y azotó las persianas. El sonido lo sacó de sus pensamientos y se apresuró a cerrar la ventana. Se acercaba ya el invierno, la Navidad, las fiestas familiares. David sintió un escalofrío. Probablemente lo mejor sería que esta Navidad la pasara en Las Vegas, con Gerardo que tenía años de decirle que fuera a visitarlo.

 -§-

En la sala de juntas de la Gerencia Regional, proyectistas, técnicos, clientes y abogados afinaban los detalles del proyecto. El ambiente estaba tenso, lleno del aroma del café y del cigarro; aunque en teoría estaba prohibido fumar dentro del edificio, en la práctica todas las salas de juntas tenían ceniceros. Cuando empezaban las negociaciones salía por la ventana la salud.

-…por otro lado, deseamos que en el contrato queden establecidas las especificaciones de los equipos y el modelo de la red que ustedes desean. Cualquier modificación posterior se hará con cargo aparte.

-Pero ingeniero, usted debe comprender que la universidad tiene un presupuesto establecido y nosotros no podemos comprometernos…

Sentada en un extremo de la mesa, Fabiola dejó que los demás continuaran con la discusión y se abstrajo pensando en David. Había sido realmente muy tonta en la universidad. Se dio cuenta años después, con su primer marido, que era un patán. David siempre fue tan paciente, tan caballeroso, chapado a la antigua pero con un cierto encanto. Mientras que Javier ¡bueno! Infeliz mantenido que jamás cooperó en lo más mínimo a los gastos de la casa, y aparte se atrevió a ponerle los cuernos. Vaya tipo. Después del divorcio conoció a Gabriel, se enamoraron, se fueron a vivir juntos, hablaron de una familia. Cuando descubrieron que Fabiola no podía embarazarse, la apoyó en su deseo de adoptar a un bebé… al menos mientras no hubo riesgo de que se los dieran. Pero en cuanto vio que la cosa iba en serio, prefirió salir corriendo y dejarla con bebé y con todo.

Pues ni quien lo necesitara. Ella sola podía mantenerse y mantener a su hijo, faltaba más. Luego, como un rayo en un día de sol, apareció David, cuando ella no lo esperaba ni en sus más lejanos sueños. Seguía siendo encantador, eso era innegable. Al verlo ese día en el café, Fabiola quiso darse de topes contra la pared por haberlo dejado escapar. En un arranque de sinceridad se lo dijo, sin imaginarse que él no era feliz en su matrimonio.

Aunque siendo totalmente sinceros, ¿acaso podía esperarse que lo fuera, casado con esa mujer tan insípida? Fabiola recordaba haber visto a Susana con David en los tiempos de su noviazgo de estudiantes. De pelo lacio, voz bajita y sin personalidad, era como el anexo de David: una mujer sin ninguna gracia. Eso sí, paciente y por lo visto más inteligente de lo que parecía. Había sabido salirse con la suya y casarse con David en cuanto él se recibió de la universidad.

Pero con los años el destino quiso que David y ella se reencontraran, y en el momento preciso. Esta vez no lo dejaría escapar. Susana podía retorcerse y hacer berrinche todo lo que quisiera, Fabiola siempre conseguía lo que quería y lo que quería era casarse con David. Sabía que a él no le gustaba mucho la perspectiva de un niño de tres años interponiéndose en su relación, pero Andrés y él parecían entenderse muy bien y sólo era cuestión de tiempo para que David se acostumbrara a la idea. Andrés era un niño tranquilo, inteligente, tierno; imposible no quererlo. Y le hacía falta un padre…

-…y eso es algo no negociable. ¿O qué dice usted, licenciada?

Fabiola regresó a la realidad a velocidad luz.

-Creo que lo mejor será que el vicerrector firme de aprobado el proyecto. Si los cambios se hacen ahora, no perderemos más que unos días, quizá un par de semanas. Pero hacerlos a mitad del desarrollo nos costaría mucho más.

-Muy bien, pues entonces que así sea.-Su jefe cerró la carpeta y la entregó a la secretaria.- ¿Les parece si nos vemos la próxima semana con avances?

Fabiola echó un vistazo por la ventana. Las ramas de los árboles se agitaban de un lado al otro con fuerza, haciendo llover una cascada de hojas secas sobre el suelo del estacionamiento.

Quizás esta Navidad podrían pasarla juntos los tres.

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