jueves, 6 de febrero de 2014

Una experiencia en Axochiapan

Graciela Martel Arroyo


Al subir al vehículo con la finalidad de  tomar la carretera para  retornar a nuestros hogares, en forma intencional uno a uno los automóviles se alinearon. De tal manera,  que el coche en el que ella viajaba quedó en medio, siendo  custodiado por todos los demás. Marchábamos enfrente de ellos, volteando constantemente hacia atrás, para cerciorarnos de que iban tranquilos.

Abordo de nuestro auto el ambiente era de  un silencio sombrío. Al grado,  de que en ciertos  momentos  me sugestioné al ver las curvas tan cortas y peligrosas, provocando que mi piel se erizara como si presintiera que algún acontecimiento desagradable fuera a ocurrir. Nuestras bocas tenían un sabor amargo  ¡No era para menos!  Después  de haber pasado semejante susto,  realmente,  no podíamos tomar otra postura.  Además el camino era tan largo para llegar a nuestro hogar que ¡Cómo deseaba que el tiempo transcurriera rápidamente…!

No obstante, tratando de hacer un esfuerzo por distraer a mis hijos y a sus amigos,  prendí el estéreo.  

-          No mamá ¡Apágalo!   No estamos de humor-  dijo el mayor, en forma de rechazo.

-          ¡Sí, es cierto!   ¿Qué le pasó a mi amiga…?- cuestionó  la niña. 

-          Sin saber que responderle,  dije -  le hizo daño tanto sol. Pero… ya se ve mejor.

-          ¡Ya no hablemos de eso! -  interrumpió su hermano.  Y tratando de evadir  el tema,  comentó  - ¡Vamos a jugar!

-          Creo que es lo más conveniente  ¡No se preocupen su amiga  va a estar bien! Cuando lleguemos  la van a llevar al doctor- les contesté con tal seguridad que me obedecieron brindándome una sonrisa.

Debido a que a su corta edad no dimensionaron las posibles consecuencias de lo sucedido, por tal motivo,  dieron inicio a su juego. Reafirmándome con ello que estaban convencidos  de mis palabras. Entonces, ¡inhalé y exhalé! profundamente todo el aire que mi capacidad torácica pudo retener, deseaba prontamente tranquilizar mi ser. 

Mi esposo y yo estábamos en silencio. Las palabras se encontraban enclaustradas en mi mente. He de aceptar que desde el principio del trayecto existía cierto desasosiego en mi pecho ¡como si presintiera que algo malo iba a suceder!  Mejor dicho,  este presentimiento surgió desde el instante cuando mi esposo me platicó acerca de la invitación recibida.

El sábado  anterior en la madrugada,   me desperté en forma presurosa a terminar con las maletas para el viaje. Mis hijos se levantaron  un poco más tarde. Estaban tan entusiasmados, pues les encanta viajar. Alegría que demostraron durante el camino hacia Axochipan, cantando, diciendo  chistes y  burlándose  de lo más simple que ocurriese.    

Durante  el  trayecto de ida  al ver los  rostros de sus compañeros de juego, saltaron  recuerdos  que trataban de  justificar  el origen de la amistad que hemos mantenido con sus padres y con ellos. Los equipos  se encontraban integrados por niñas seleccionadas  de los diferentes clubes; debido a sus aptitudes. Manifestándose en forma positiva dicha relación, ya que ha permitido limar ciertas asperezas que se fueron creando a través del tiempo; por  los roces hasta cierto grado lógicos que se dan dentro de un torneo. Con estas actividades y con el hecho de  representar  a su pueblo se ha fomentado una situación de pertenencia y de apego a su entidad, escenario que ha unido a todo el contingente.  Tanto padres, entrenadores y jugadores trabajamos en busca de un objetivo común  ¡Poner en alto el nombre de nuestro  pueblo!

Los entrenadores convocaron como sitio de reunión el kiosco de nuestra localidad, a las seis de la mañana. Ese día había amanecido un poco frío y nublado.  No obstante, todos llegamos muy optimistas. Cerca de las seis y media horas partimos hacia nuestro  destino. Como no fue posible alquilar un autobús, nos hicimos caber en los automóviles  particulares. Durante el trayecto  sufrimos un poco por la neblina que  obstaculizaba la visión, siendo  necesario bajar la velocidad  como una medida precautoria. Las curvas, los arboles  y la humedad creaban un ambiente de zozobra por el riesgo que se corría. No obstante, la música y la chispa alegre de los niños  permitió que  todo fuera  fluyendo en forma tan armoniosa que cuando nos dimos cuenta ya habíamos entrado a la localidad de Oaxtepec.

Realizamos una parada aproximadamente de unos quince minutos. Hugo, pensaba que era conveniente  continuar  el camino,  motivo por el cual insistió en que no se perdiera más el tiempo. En el segundo trayecto íbamos un poco descorazonados por la distancia, se nos había hecho eterno  llegar a ese lugar. Habíamos atravesado casi completamente el Estado de Morelos;   a nuestro paso habían quedado Tlayacapan, Oaxtepec, Cocoyoc, Cuautla, Jantetelco, Jonacatepec  y  Tepalcingo. Aunado a ello la temperatura se elevaba cada vez más, sintiendo uno deseo inmenso de llegar y poder refrescarnos. Por tal motivo, continuamente preguntábamos a las personas que nos encontrábamos en el paso sobre ¿cuánto tiempo nos faltaba para arribar?

Un indicio de su ubicación, era que íbamos a encontrar a la entrada del poblado una laguna en la cual se reproducen carpas  ¡Cuando pasamos cerca de ella, con el solo hecho de ver el agua nos refrescamos! Nuestra mente bloqueo por segundos ese bochorno que sentíamos ante el calor. El aspecto de la localidad con sus casas de construcciones sencillas,  pero hermosas a la vista;  daban un toque regional  ¡De esos que siempre se quedan guardados en la memoria! La invitación surgió  por  la Conmemoración de la Fiestas Patrias.  En su realización se  observaba una  unión comunitaria de sus pobladores. Todo ese contexto hacia pensar  que valían  la pena  los esfuerzos realizados.  

El gran evento deportivo se realizó  al aire libre,  en la Plazuela principal, a un costado del mercado y enfrente de la iglesia.  La cancha tenía el piso de cemento, sus tableros  fijos con aros tensos. No había techo donde resguardarse,  por tal motivo,  las chicas jugaban en pleno rayo solar. Teniendo que hidratarse continuamente. El rol estaba diseñado para eliminar en forma inmediata a aquel equipo que perdiera  su encuentro;  motivo por el cual existía cierto descontento por parte de los padres de familia ya que había sido un trayecto cansado. Y  las condiciones de adaptación al clima eran agotadoras. Sin embargo,  las niñas estaban  tan motivadas que uno a uno lo fueron ganando. Como habían colocado algunas sillas alrededor de la plazuela,  la gente buscaba encontrar  la sombra de un árbol, con la finalidad de contemplar más cómodamente  los partidos. La población congregada creaba un ambiente  propicio  lleno de porras, risas, burlas, retos, etc.  

Después de varios encuentros el sol había aumentado su intensidad, para continuar viéndolos  nos sentamos a un costado de la cancha. Cerca se encontraban los padres de una chica llamada Gaby, ella tenía una fortaleza física envidiable. Siempre luchaba por la posesión de  pelota en forma intensa, con esa actitud nos transmitía ese disfrute que concebía su ser cuando jugaba. Por lógica,  tenia  un desgaste mayor al de sus compañeras, siendo titular  ya que le encantaba tomar el liderazgo del equipo.

El partido dio inició normalmente.  Después de haber transcurrido algunos minutos de juego, observé  que la ambulancia que se encontraba desde temprana hora se retiraba.  Y pensé: ¿Por qué se van si aún no termina el encuentro…? Al poco rato Gaby  se acercó  a la banca y le dijo algunas palabras a su entrenador. Deduje que le pedía que la saque  del partido,  por que cruzaba sus brazos;  esa señal que en el baloncesto significa cambio. Él la miró y meneó la cabeza  manifestando con sus movimientos su negativa a atender su solicitud. Ante dicha respuesta  tuvo que marchar a incorporarse al partido nuevamente.

Posteriormente, observé como se estremecía su cuerpo, sus brazos se retorcían reflejado mucha tensión y la orbita de sus ojos se perdía. Su padre corrió  hacia ella, tomándola en sus brazos e impidiendo que cayera en el suelo. Su madre llegó después de él y entre los dos la acostaron. Al ser  ella enfermera pidió a la banda de guerra un bastidor y lo atravesó en su boca para impedir que se mordiera. Yo me levanté inmediatamente atrás de ellos y me incorporé a apoyarlos. Me  senté en la parte trasera de su cabeza.  Ella estaba completamente morada, su cuerpo convulsionaba, se agitaba constantemente y por un costado de sus labios se podía observar que corría un poco de sangre. Además su lengua estaba  hinchada y doblada, de tal manera que bloqueaba la entrada de aire por la boca.   Sus padres le decían:

-          Ya chiquita, ya va a pasar- acariciándola con ternura.

-          Una ambulancia  ¿Dónde está la ambulancia?  Mi niña hermosa  ¿Qué te pasa? ¿Por qué Dios?, si ella es tan sana.

-          ¡Se nos va!    ¡Se nos va!

-          ¡No, no, no… reacciona…!

El tiempo pasaba y no se reanimaba. Su cuerpo cada vez se amorataba más. Pareciese que no había nada que hacer   ¡Estábamos impávidos!  Dejando que su ser superara poco a poco la crisis.  Pero no se veía respuesta. Los segundos se volvían eternos. Los gritos y sollozos penetraban en los corazones de los ahí presentes. La incertidumbre era cada vez más creciente. Y la ambulancia no retornaba…

De repente,  sentí que en mi cuerpo penetraba una fuerza extraña y maravillosa a la vez. Recuerdo… que alce mi brazo derecho, mi cara giro como si fuera conducida en forma intencional hacia la palma de la mano la cual fui abriendo poco a poco, colocándola enfrente de mis ojos  ¡Era como si mi mano tuviera un destello especial!  No existió un razonamiento, solamente esa sensación de algo me conducía a observar mi mano con ese destello, trasladándola después al pecho de esa niña hermosa que estaba luchando con la muerte. La coloqué en su tórax  y sentí como si su cuerpo saltara ante la energía de mi mano. Oprimí suave y enérgicamente su torso. Por segundos me quede impávida viéndola detenidamente.  Después…,  comenzó a respirar  ¡Jamás olvidaré esa sensación tan majestuosa!  ¡Inmensa alegría de ver como su cuerpo reaccionaba lentamente al ingresar oxigeno  a sus pulmones, mente, venas, etcétera!   Cuando su piel dejó ese tono amoratado, sentí tranquilidad. Y  el abrir de esos ojos, aún desorbitados, tristes y dolientes;  pero que se esforzaban por  recuperar su visión ante la vida.

Después de unos minutos cuestionaba:

 - ¿Qué pasó?   ¿Por qué estoy aquí? Por…

-  Nada chiquita hermosa. Todo va a estar bien   ¡Te amo! ¡Te amo!

-  ¡Eres maravillosa!  ¡Eres mi vida!

Cada rincón de la explanada se cimbro de alegría,  al percatarse que ella había superado dicho acontecimiento. Y la voz de sus padres penetró en cada una de las almas de los ahí presente, quienes declaraban…

-          ¡Gracias Dios mío!     ¡Gracias Dios mío!  Viendo al cielo y a su hija una y otra vez. En forma tierna acariciaban su cara y la colmaba de besos. Besos con un profundo amor, con angustia, esperanza y agradecimiento a la oportunidad que la vida le brindaba. Su padre le sobaba constantemente sus piernas, sus brazos, su cuerpo como si quiera que la sangre fluyera inmediatamente a cada célula.

¡Felicidad inaudita!  Gozo de sentir que se ha librado la peor de las batallas;  era lo que emanaba de los rostros de sus padres, de su hermana, de los entrenadores,  de una servidora y de los ahí presentes.

-          ¡Quédate acostada, no intentes pararte!  ¡Mi celular! ¿Dónde está mi celular? Su hija menor corrió a buscarlo a su bolso.

Maricela tecleo un número, sus manos temblaban como si fueran de gelatina.

-          Bueno doctora, mi hija… mi hija…- con la voz entre  cortada y con sollozos gesticulaba las palabras e ideas.

Estaba a su lado tratando de realizar mi máximo esfuerzo por ayudarla. Ella me decía que medicamento y yo corría a la farmacia a conseguirlo. Al estar en la plazuela central, no me fue tan difícil obtenerlos. Medicina que fue administrada inmediatamente por su madre.

Cuando la niña logro incorporarse, todos los ahí presentes irrumpieron en aplausos que retumbaban en todo el lugar. A la gran mayoría nos corrieron por las mejillas  lágrimas.

Después de lo acontecido no tolerábamos quedarnos un instante más ahí. Todos en completa unión recogimos prontamente nuestro equipaje y nos dispusimos a retirarnos de ese lugar. Simplemente, ya no interesó nada, solamente el trasladarnos inmediatamente a la capital para que ella recibiera la atención médica que requería.

Los adultos regresábamos preocupados,  porque su madre nos comentó que era importante impedir que el cerebro sufriera  otra  descarga, como la acontecida. Porque  si sobrevenía reiteradamente era como si se permitiera que el cerebro se  acostumbrara a ello. Y que podrían ser más constantes dichas crisis. Por lo tanto,  era fundamental impedir que en el traslado se  repitieran algo semejante.

El regreso se realizó tomando muchas medidas de seguridad, siempre atentos a cualquier  señal que proviniera del coche en donde ella era transportada. Cuando arribamos a nuestra localidad pude respirar  cierta paz. Me acerqué a platicar con sus padres para expresarles nuestro apoyo incondicional.

Reflexionaba sobre la fortaleza que una madre y un padre debe tener para enfrentar una situación tan difícil de salud de una hija.

En casa Maricela  decía:

-         Gaby,   hija ¿Cómo te sientes mamita?

-         Me duele todo mi cuerpo. Mis piernas y mis brazos como si  me hubiese  esforzado mucho.

-          Te voy hacer un poco de té para que tomes la medicina.

Salió del cuarto. Durante el incidente y el retorno de regreso a su hogar no había tenido tiempo de reflexionar lo acontecido. Fue en el instante de encontrarse sola en la cocina, cuando las lágrimas brotaron en forma de un torrente incontenible. Sabía perfectamente que tenía que ser valiente y enfrentar la situación con carácter, por ello,  apretaba fuertemente sus sentimientos con la intención de que Gaby no le escuchara. Pero  fue imposible que los demás no lo hicieran, llegando al lugar  su hija menor y su esposo. Los tres se unieron en un fuerte abrazo manifestando la unión de la familia ante la desgracia.

Cuando regresó ella estaba durmiendo,  por lo cual tuvo que despertarla suavemente.

-          Gaby, Gaby ¡Despierta tienes que tomarte la pastilla!

-          Mmmmm… me siento agotada, mejor al rato.

-          No hija  ¡Vamos… incorpórate un poco! – tomándola suavemente por la espalda le apoyó para que se sentara.

-          No… mamá me duele mucho mi quijada, me arde mi lengua,  siento como molida mi carne.

-          Si,  lo sé.  Pero debes tomarla, aunque te duela.

-          Está bien…

Esa fue la primera de las tantas noches  eternas y pesadas de su vida. Maricela se quedaba a dormir en un sofá que colocó a un costado de su cama. El gran amor que sentía por ella la llevo a luchar día a día en busca de restablecer su salud. El proceso fue largo y cansado, se requirió una serie de estudios médicos para poder determinar la causa de lo acontecido y  el tratamiento a seguir. Acatando en todo momento una a una las indicaciones que le daban los doctores especialistas en la materia.

El ambiente que se generaba en casa demostraba constantemente la incertidumbre en la que vivían todos. Existía una eterna inestabilidad, debido a la aprensión que prevalecía en sus corazones. Temor de que se fuera a presentar una crisis nuevamente;  desconfianza a que  aconteciera  en la hora, lugar o momento donde no estuvieran cerca de ella para poder auxiliarla.
A recomendación de los doctores debía llevar una vida tranquila sin presiones o sobresaltos que  pudieran incitarle a tener una recaída.  Con el objetivo de evitar a toda costa dicho acontecimiento,  se iban turnando para irla a dejar  y recoger  la entrada del plantel. Estuvieron a punto de pedir un permiso indefinido hasta que recobrara su salud, pero Gaby se opuso.

En casa constantemente era monitoreada; si dejaba de hacer ruido  inmediatamente tenía  a alguien asomándose a su cuarto  y  observando si se encontraba bien.  Tuvieron que limitarse de presionarla en sus estudios. De llamarle con dureza la atención por algún comportamiento en el que no estuvieran del todo de acuerdo. Cada gesto inusual era motivo de alerta, debido a la susceptibilidad existente de desencadenar otro suceso semejante. Completamente se había modificado la rutina diaria de la familia.

Durante un tiempo no se le vio en el gimnasio de baloncesto. Pero…, semanas después se presentó  a apoyar a su hermana, las compañeras de juego corrieron inmediatamente a abrazarla. Después de las muestras de cariño se dispuso a sentarse  en la tribuna más lejana;  como si quisiera aislarse un poco de la cancha.

Se limitaba a observar nostálgicamente como sus amigas practicaban su deporte favorito.  En varias ocasiones cuestionó  a sus padres…

-        ¡Déjenme jugar un poco! Si me siento mal me salgo   ¿Verdad que si me van a dejar…? Por favor,  se los suplico. Que no entienden que es como si no me dejaran respirar…

Recibiendo como respuesta:

-          ¡No!  ¡Sabes perfectamente que no se puede!  

Su juventud y deseos de disfrutar  su existencia como ella anhelaba hacerlo, la llevo a revelarse e inconformarse ante sus padres del  porqué la vida la trataba así.

Sus comentarios y el ver el sufrimiento de su hija provocaban que frecuentemente Maricela sollozara en silencio, buscando un horario o rincón adecuado en donde elevar plegarias por la salud de su hija. Era un choque interno en su ser, por un lado quería revelarse ante lo que la vida le estaba imponiendo a su retoño,  y por el otro tenía que actuar con fortaleza ante ella. Esa situación la imposibilitaba de dejarse vencer. Sus crisis tenían que ser momentáneas, después de ello, limpiarse la cara y enfrentar  los obstáculos con decisión.

El proceso fue largo, la espera para la familia eterna y el compromiso de sus padres completamente lleno de amor.

Después de ese prolongado periodo, por fin el médico había anunciado la conveniencia de efectuar nuevamente otra serie de estudios con el objeto de confirmar que su estado de salud había mejorado y poder darla  de alta. Los resultados serían entregados una semana después de su realización.

Antes de la cita la familia se había unido fraternalmente. La incertidumbre que sentían no les había permitido conciliar el sueño e incluso en algunos se habían presentado pesadillas.  Ese día a temprana hora se dispusieron a trasladarse al hospital. Cuando el doctor anunció que los resultados habían sido satisfactorios y que  se descartaba la posibilidad de una nueva recaída, los rostros y las lágrimas de festejo se unieron en un lecho amoroso insuperable ¡Se había librado la peor de las batallas que hasta ese momento la vida les había deparado!

Ese día, me encontraba laborando en mi centro de trabajo, cuando el celular sonó…

-          Bueno.

-        ¡Hola!  Te llamo para decirte que  ¡Mi hija  ha sido dada de alta!  El doctor me acaba de informar ¡Que se ha superado el problema! - era la voz de Maricela quien  entre sollozos y dicha me informaba.

-       Maricela  ¡Que feliz me siento! Por tu hija y por ti. Por tú familia  ¡Abrázala! Dale unos besos de mi parte. Vete a festejar  ¡Sean felices…!

Al siguiente sábado, Gaby entró corriendo a la duela de la cancha de basquetbol,  portaba con gusto el  uniforme del equipo y con un balón en las manos;  dispuesta a jugar.

La cara recobraba aquella sonrisa que iluminaba el espacio por su belleza y alegría…

En las gradas sus padres y una servidora observábamos su comportamiento;   felices, pero aún temerosos…  de lo que pudiese suceder.

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