jueves, 6 de febrero de 2014

Sueño fatal

Nelly Jácome Villalva


Con la mirada perdida en un vademécum pesado, difícil de manejar, decidió levantar la cabeza y seguir buscando respuestas en la ventana que tenía al frente. Qué divertidas se veían las muchachas que pasaban jugueteando alegremente de regreso a sus casas, mientras José Luis tenía que seguir memorizándose no sé qué nombres que a lo mejor nunca le servirían, iba a estar el día de mañana frente a su examen con la mente en  blanco, como estos últimos meses que no ha logrado encontrar tranquilidad ni concentración. –¡Qué locura, cuántas palabras hay en este libro y ninguna en mi cabeza! –se decía sarcásticamente en tanto a su alrededor surgía un olor peculiar que lo obligó a levantarse; fue oportuna la parada porque se estaba incendiando su cocina, había olvidado apagarla,  la olla hace rato que se había secado y comenzaba a quemarse. Lentamente, se acercó a la cocina, la apagó, como empezó a toser fuertemente abrió la ventana y miró los maceteros que la bordeaban, entonces se percató que una de las plantas, la menta, estaba agonizante, pero eso no era importante, comió algo improvisado como cena y retornó a su escritorio, -bueno, ahora nuevamente al martirio, ¡qué aburrido! tengo que seguir estudiando –pensaba con rabia en tanto el sueño le invadía de a poco.  

Una alarma estridente suena sin parar, José Luis se encontraba profundamente dormido. Con toda la pereza mañanera se dirigió a tomar un baño, el agua le caía sin sentir que se mojaba, se vistió, desayunó, tomó sus libros y salió a la universidad sin mucho entusiasmo, después de todo sabía lo que pasaría, pues se quedó dormido, no terminó de estudiar, ¡tenía que haberle pasado a él, vaya forma de empezar las clases!

Una vez en la universidad, decidió mirar desde un arbusto a sus compañeros que ingresaban para dar la prueba, se dio media vuelta y empezó a caminar con la mente en blanco, mientras veía como otros universitarios iban apresurados a sus clases. José Luis pensaba cómo podría terminar con su martirio, se imaginó que decretaron un paro estudiantil, de esos que su madre alguna vez le había contado que se daban cuando era estudiante, así no tendría clases, o mejor si entrara algún terrorista armado a su universidad, gritara a todo pulmón en tono amenazante y que nadie pudiera hacer nada. Conforme se le ocurrían ideas más escabrosas, iba dibujando una sonrisa, luego con su última idea estalló en risotadas que llamaron la atención de quienes se encontraban cerca. 

Cansado de seguir caminando, decidió sentarse en una de las bancas cerca de la facultad,  ubicada bajo el ciprés grande del patio central, y ahí se quedó dormido, sin que haya contabilizado cuánto tiempo transcurrió.

Sobresaltado arrojó sus libros al piso, los recogió rápidamente esperando que nadie lo haya visto, que nadie se burlara de su torpeza, corrió por el pasillo que lo llevaba a las aulas, y al ver que salía su profesor de Farmacología, nerviosamente sin pensarlo dos veces, tomó la decisión de acercase por detrás, sin darle tiempo a nada le introdujo un cuchillo por la espalda, sintió como entraba con dificultad, en tanto algo caliente, espeso se deslizaba  por su mano, sacó el arma y la introdujo nuevamente cerca de donde la ubicó la primera vez, le invadía una gran euforia mientras sacaba y volvía a clavar el cuchillo en su víctima, no contó las veces que lo hizo, hasta que el cuerpo ya sin vida cayó a sus pies. -¡Ya no tendré que dar esa estúpida prueba! –dijo con los ojos desorbitados, arrastrando el cuerpo hacia una bodega que había cerca y recogiendo sus cosas se alejó del lugar. 

Presuroso se fue a la facultad. Al llegar vio a sus compañeros relajados, riéndose, ajenos a todo lo que afuera había sucedido. Nervioso aún, pensaba en librarse del cuerpo antes de que lo encuentren, sin pérdida de tiempo salió a comprar fósforos y dos velas en la tienda cercana, al regresar se dirigió a la bodega de su facultad,  encontró un poco de laca que la amontonó con unos papeles, cortó un pedazo de la cortina, todo lo ubicó en un basurero junto al cadáver, encendió algunos fósforos, cogió el pedazo de cortina y logró encenderlo; al ver que iba tomando cuerpo el fuego, salió hacia el baño en donde se deshizo de su mochila, el fuego se estaba extendiendo con rapidez por algunas aulas, los gritos ensordecedores de estudiantes, profesores, no lo dejaban concentrarse para escoger el mejor camino para correr y salir del lugar. El fuego increíblemente iba creciendo, adueñándose de las aulas cercanas, y en medio de la confusión no se dio cuenta que había tomado camino hacia la bodega, fue muy tarde para arrepentirse, José Luis ya se retorcía del dolor que le provocaban las llamas alrededor suyo, pero nadie lo escuchó, en todo el ambiente reinaba la angustia y el desconcierto, en ese momento llegaba el profesor de Farmacología, quien con insistencia llamaba a los bomberos.

Luego de apagar el fuego, en el informe se indicó que había perecido un estudiante que se encontraba en una de las bodegas de la facultad de medicina y había daños materiales en las aulas colindantes, el profesor de Farmacología fue interrogado por la policía, la cual investigaba sobre los acontecimientos,  él les había indicado que por un problema personal no alcanzó a llegar a clases, donde sus estudiantes lo esperaban para dar una prueba y que precisamente el muchacho que había muerto era uno de sus alumnos y todos lamentaron mucho haber perdido a su compañero en un incendio inexplicable.



La alarma seguía sonando mientras el reloj estaba bajo la cama de José Luis, al fin despertó angustiado con su cuerpo totalmente empapado en sudor, se levantó y fue a mirarse en el espejo –¡Estoy vivo, estoy vivo! –repetía incesante en tanto regresaba a su cama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario