martes, 24 de diciembre de 2013

Si resucita… lo mato

Silvia Alatorre Orozco


Era una fría y brumosa mañana invernal,  mientras apuntaban los primeros rayos del sol, las gotas del rocío centelleaban brillos dorados sobre la hierba y una sinfonía festiva invadía la atmósfera, era el trinar de los de pájaros en su despertar que revoloteaban sobre las ramas de los altos pinos esparciendo un fresco aroma a bosque; se podía saborear en los labios una dulce humedad; pudiera decirse que era la promesa de un buen día; cuando menos ese era el anhelo de Daniela. 

Sentada sobre una piedra y con la mirada perdida en el infinito, rememora aquella  terrible escena que a pesar de haber pasado quince años sigue vivida en  su mente.  Tal parece que vuelve a ver los cuerpos de sus padres sin vida, a orillas de la laguna; a sus  apenas catorce años, quería pensar  que estaban recostados sobre el pasto, mirando  las estrellas del amanecer pues sus ojos permanecían abiertos, sin embargo, su mirada era vidriosa y el pecho estaba manchado de sangre, de su boca escurría un espeso hilo rojo. Duque, el perro pastor, que siempre la acompañaba en sus caminatas, corría de un lado a otro ladrando con furia, de su hocico destilaba una densa baba y lanzaba lastimosos aullidos. 

Recuerda cómo se acercó a los inertes cuerpos:

- Mamá… papá… despierten… levántense… ¿porque no me escuchan? -les chillaba desesperadamente.

Sus gritos y los enfurecidos gruñidos del perro, alarmaron a doña Lupe que se encontraba dormida, llegó al lugar corriendo y casi sin resuello, -pasaba de los cuarenta- abrazaba a la niña y trataba de calmarla, la quería tanto como si fuera su madre, pues de bebé la amamantó, había sido su nodriza; quería evitar  que sufriera, pero era de tal gravedad la escena que se sentía impotente para librarla de vivir ese terrible momento. 

Fue tanto  el alboroto que se  escuchó, que los trabajadores  llegaron de inmediato al lugar; Calixto, el capataz del rancho,  se hizo cargo de la situación, llamó al padre Anselmo para que les otorgará los Santos Oleos a los difuntos y avisó a la policía.

Cuando las autoridades buscaron esclarecer el crimen, resultó complicado admitir por ciertas  las  declaraciones hechas por los presuntos testigos, pues con tal de ver sus nombres escritos en el periódico del pueblo, narraban historias diversas y falsas.

- Yo vide que eran tres julanos a caballo, los ajusticiaron a machetazos -declaraba Eustaquio.

- No eran tres, eran solo dos, desconocidos, yo vide cuando les dispararon con fusiles a los patrones -aclaraba Martin chico.

- Los bandidos violaron a la patrona, trate de defenderla y me dieron tal golpe que perdí la concencia -vociferaba el viejo caballerango.

- De lejos pude apreciar como el patrón acuchillo a la patrona y después, el mesmo se clavó el cuchillo en el pecho -manifestaba uno más. 

- Los mataron en otro lado, aquí solo los trajieron a tirar… yo mesmo ollí el  motor de un camión -tartamudeando, explicaba el sordo Simón.

Pero la policía aceptó lo dicho por el cura:

- Era de madrugada, yo venía de dar el sacramento de la comunión a un moribundo,  desde la lomita vi como un hombre amenazaba a los patrones con tremendo cuchillo y a gritos les preguntaba:

- ¿Ondes´condes las monedas de oro?... viejo cabrón, me dices o hasta´qui llegates… tú… y  tú vieja también…  habla o me los quebró  ahora mesmo -los señores callaban hasta que don Julián soltó:

- Caminaras y descansaras sobre él, pero tus malditas manos nunca lo tocarán.

- Y fue cuando, este hombre los acuchilló y desapareció despotricando mil maldiciones. Me asusté mucho y corrí a la iglesia.

Se encontraba tan absorta en esos vividos recuerdos que no percibió  los pasos de su marido acercándose a su lado, cuando él  tocó su hombro fue que ella retornó a la realidad.

- Danielita no te atormentes más. El auto nos espera… vamos... muy pronto ésta tierra será únicamente un mal recuerdo -la ayuda a incorporarse y con cariño acaricia sus frías mejillas.

A sus casi treinta  años es más atractiva que en su mocedad, chaparrita igual que su madre, y grandes ojos aceitunados como los del padre, es una chica linda, se sabe bonita y es coqueta y dulce con su marido que  la ama inmensamente. Juntos regresan a la finca, caminan por la vereda arbolada que los lleva a la gran construcción de paredes blancas, techos rojos y rodeada de verdes jardines, quieren verla una vez más antes de partir. Daniela recorre cada uno de  los grandes cuartos, de altos techos, y muros encalados; al caminar escucha el eco de sus pasos y de sus sollozos; nostálgicamente mira los pasillos que aún lucen las macetas con frondosos y verdes helechos que tanto cuidó doña Lupe, y nuevamente la invaden  infinidad de memorias; deja salir un gran suspiro; lamenta haber sido tan inexperta cuando pasó aquella horrible tragedia. En ese entonces al verse desamparada y sin saber qué hacer, le permitió al Padre Anselmo decidir por ella.

- Danielita, ya sin tus padres y siendo mujercita, tu futuro es incierto. He pensado que lo mejor es que te cases con Calixto, el conoce el manejo del rancho y los trabajadores lo obedecen, pues le temen por  su mal carácter.

- No… no… de ninguna manera… mi niña no se casa con el “pinto” -intervino doña Lupe.

A Calixto lo apodaban el “pinto” ya que su oscura piel estaba salpicada por desagradables manchas color rosa escarlata, debido al vitíligo que padeció desde niño.

- Lupe cállate, esto no es de tu incumbencia -protestó airadamente el cura.

- ¿Qué no se da cuenta, padrecito, que Danielita aún está muy tiernita para que este viejo la haga mujer? - replicó doña Lupe y agregó- Calixto tiene más de cincuenta.

-  Te puedo jurar ante el altar de la virgen de las Remedios, que Calixto no tomará a Danielita como mujer,  será hasta el día en que ella este sazoncita. Entiende el “pinto” es el único que puede trabajar el rancho para beneficio de ella.

Y ante ese argumento doña Lupe consintió en el matrimonio, aunque a regañadientes. 

A los pocos días se llevó a cabo una discreta ceremonia religiosa en donde el párroco los unió como marido y mujer. Y efectivamente como lo tenía prometido el párroco, Calixto respetaba a la niña. Daniela seguía ocupando las mismas habitaciones que en vida de sus padres, Lupe no se separaba de ella. El hombre tomó las habitaciones que ocuparon, en vida, don Julián y su esposa, se encontraban en el otro extremo de la casa. 

En el rancho se continuó  laborando como en vida de los patrones. Sin embargo, en la finca  Calixto buscaba con ahínco  las monedas de oro, hacia escarbadero en  pisos y paredes. Estaba seguro que en algún lugar se escondía una verdadera fortuna;  producto de la venta del otro rancho que había heredado don Julián; según decían, <le pagaron en puritito oro>.

Calixto, ese hombre rudo y temido, amaba a las aves,  cuando veía a los chamacos tirándoles pedradas a los pajaritos les propinaba fuertes coscorrones mientras los regañaba:

- ¡Matar  un pájaro es matar la libertad!

Sin embargo, con los trabajadores era déspota, les exigía llamarlo “patrón”, a quien no lo nombraba así, lo obligaba hacerlo a base de fuetazos. La espalda de Lupe estaba marcada por los fuertes golpes que con frecuencia le proporcionaba.

- Que me digas patrón vieja desgraciada -le gritaba mientras la golpeaba, cosa que hacía apartado de Daniela.

- El día que calces los zapatos del Don entonces te llamaré patrón.

Calixto padecía de juanetes y tal como las hermanas de la Cenicienta, trataba de meter sus pies dentro de los zapatos sin lograrlo. Tampoco le fue posible vestir los trajes de fino casimir, pues como era ventrudo, los pantalones no le subían más allá de sus zambas rodillas. Únicamente usaba los sombreros tipo Panamá, que adornaba con una pluma de águila, pero al poco tiempo de traerlos sobre su sudorosa cabeza, estaban sebosos y manchados.

El cura recibió como pago por su intervención en el casorio varias parcelas cercanas al río, propicias para la buena siembra.

Pasados los años, la vida de Daniela se convirtió en un hastío, Calixto no le permitía ir al pueblo ni recibir amistades, y ella lo obedecía sin protestar pues consideraba que él era la autoridad en el rancho; su única amiga era  Lupe. Extrañaba al fiel Duque, varios años fue su inseparable compañero hasta el día en que amaneció envenenado, sabía que Calixto lo había matado,  pues el perro  le gruñía muy feo y le tiraba tarascadas; ella lo enterró bajo  una higuera, frente a su ventana, y por varios días le lloró desconsoladamente. 

Diariamente, Daniela se dirigía a la  laguna, ahí depositaba un ramillete de flores silvestres para sus padres. De regreso a la casona, visitaba los corrales; le gustaba el olor de la pastura con que alimentaban al ganado y beber un pocillo de leche calientita y espumosa recién ordeñada. Más de una vez se topó con Víctor, el veterinario, que llevaba el control sanitario de los animales; su marido le prohibía dirigirle la palabra, pero ella aprovechaba salir cuando el “pinto” se encontraba ocupado, excavando, en busca del mentado oro.

Víctor era un chico alto, bien parecido, medio bizco, pero sus ojos azules eran hermosos y ese pequeño defecto proporcionaba un singular encanto a su mirada; descendiente de franceses, recién egresado de la universidad, responsable y trabajador. Sentía atracción por Daniela pero la respetaba, más por miedo a Calixto que por subordinación. Le enternecía ver la carita triste de la chica, y quería verla sonreír, algunos días intercambiaban cortas conversaciones.

Cuando doña Lupe la descubrió hablando con el joven, le advirtió que Calixto era capaz de matarla si se enteraba de ello. A Daniela eso no le preocupaba pues sabía que últimamente su marido, desde temprano, se metía en su despacho a beber  con dos o tres de los peones más jovencitos, según decía para que le cuidaran las espaldas, pero Lupe entre dientes comentaba:

- Es´pa que le cuiden el fundillo.

Era por todos sabido que a Calixto le gustaban los placeres sodomitas y no le interesaban las mujeres; Daniela lo ignoraba pero se sentía aliviada de que no la obligara a cumplir como esposa, pues le despertaba una gran repugnancia.

Calixto se embriagaba frecuentemente y sus orgias eran “el pan nuestro de cada día”. Pero una madrugada sus gritos despertaron a Daniela; los jovencitos,  que Calixto tenía  en su despacho y a los que obligaba a cometer todos los actos de perversión inimaginables, se sublevaron, y además intoxicados por el alcohol, le “echaron montón” y a botellazos le partieron la cabeza y el culo. 

Cuando Daniela llegó a la habitación, sus ojos vieron un espectáculo dantesco; esa escena la horrorizó  más que  aquel mal día en que encontró a sus padres, muertos, a orillas de la laguna.

A sus veintiocho años quedo viuda y virgen.

Por fin, estaba liberada de su carcelero. 

Al funeral del capataz, asistieron pocos trabajadores, más por consideración a la patrona que al desgraciado de Calixto. Víctor, siempre permaneció al lado de Daniela, dándole consuelo y apoyo. El padre Anselmo celebró una misa frente al féretro mientras dos peones cavaban la tumba, lejos de la casa y al lado del pozo que abastecía de agua a los bebederos para el ganado. Cuando hacían el hoyo, de pronto se escuchó que las palas golpeaban sobre una superficie dura y metálica.

- ¡Ahí está lo que tanto busco Calixto! -gritó Lupe.

Y efectivamente, ante los sorprendidos ojos de los presentes, unas vasijas atiborradas de monedas aparecieron.

- ¡Están llenas de monedas de oro! -exclamaron efusivamente los pocos asistentes.

El cura palideció y perdió el equilibrio. Pensaba en lo rico que hubieran sido, Calixto y él, si tiempo atrás ellos las hubieran hallado.

Sacaron los cantaros y el capataz fue enterrado en esa fosa, cubierto por pesadas piedras, según indicaciones de Lupe.

- Pa´que quede bien soterrado y este infeliz no pueda salir pá´juera -y añadió- porque si resucita… lo mato. 

Apenas pasado medio año del entierro de Calixto, Lupe murió de pulmonía, Daniela perdió a su otra madre; una infinita tristeza la invadió, pensaba que se encontraba completamente sola; sin embargo, no era así, Víctor no la abandonó, permaneció su lado,  no podía desampararla en estos dolorosos momentos, pues desde siempre la había amado. Por fin,  cumpliría su anhelo de casarse con ella, ahora que era una mujer libre le pidió matrimonio y ella aceptó de inmediato; desde hacía varios años se encontraba enamorada del veterinario, pero por miedo a Calixto había callado ese sentimiento.

Sabía que con Víctor tendría una vida dichosa. Ya no era la niña de catorce que ignoraba como definir su vida, ya podía decidir por ella misma. 

Era una mujer fuerte a pesar de los infortunios vividos. Sin embargo estas tierras representaban para ella: dolor, muerte y desgracia. Anhelaba irse de ahí, poner mar de por medio y dejar a un lado ese amargo pasado.

Vendió el rancho y planeo un porvenir diferente al lado de Víctor.

- Danielita, el auto nos espera…vamos… muy pronto esta tierra será únicamente un mal recuerdo. 

Daniela miró por última vez aquellos parajes y comentó:

- Mi vida está hechas de historias y  futuros…

Y rememorando aquella clásica frase de Margaret Mitchell:

- Mañana será otro día… -y agregó- pero a tu lado será el mejor -tomó fuertemente la mano de Víctor y  unidos se encaminaron al encuentro de un destino compartido.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho el cuento. Los personajes están bien logrados, sobretodo el de Calixto. Pero hay algo que no me queda muy claro: si Calixto era homosexual, ¿por qué celaba tanto a una mujer con la que se había casado solo por interés?

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