miércoles, 11 de diciembre de 2013

Las aventuras del mujeriego

  (La duda que te carcome)

Dennis Armas Walter


El perdón se exige, pero no se otorga.
La Sociedad.

Eran casi las cinco de la tarde cuando Blas Rodríguez salió de la oficina junto con su amiga Melita, unos quince años menor que él. Ambos se fueron caminando en silencio por las congestionadas calles del distrito de San Isidro. El sonido del tráfico, con sus insistentes bocinazos mezclados con una que otra grosería lanzada por algún chofer frustrado, más la gente que caminaba en sentido contrario y que había que ir esquivando, hacían imposible cualquier conversación, por lo que Blas se limitaba a lanzar miradas a su amiga. Pero cada mirada lanzada recopilaba toda la información visual posible. Los ojos de Blas se movían como un par de escáneres sobre el cuerpo de ella, recogiendo cada fotón de luz que revelase su figura. Luego de escanearla con la mirada se ponía a visualizar en su mente cada porción de su anatomía.

¡Pero qué ricos senos tiene! -pensaba el hombre- ¡Parecen dos globos de agua redonditos y espachurrables! ¡Y qué caderas! ¡Qué Piernas! ¡Qué buena está esta blanquiñosa!
Otra escaneada más.
¡Qué pantorrillas! ¡Qué piel tan blanca! ¡Qué nalgas tan redondas! Cómo le permiten ir vestida con esa faldita tan corta. Al final mejor para mí ¡Pero qué ricas…!

- ¡Oye! -le llamó la atención su amiga- ¿No puedes aguantarte hasta que lleguemos? Se te van a salir los ojos de tanto mirarme. Mejor límpiate la baba y fíjate por dónde caminas o te vas a sacar la mierda.

- Pero Melita, ¡es que me traes loco! -respondió Blas riendo y moviendo los dedos de las manos como tratando de hacerle cosquillas al aire.

- Ya sé, ya sé, pero aguántate hasta que lleguemos.

- Está bien, está bien -dijo lanzándole una descarada mirada al trasero.

Los dos siguieron avanzando por la acera. La luz del ocaso se reflejaba en las ventanas de las tiendas y pintaba de amarillo los techos de las casas, las paredes de los edificios, las veredas, y a la gente misma.

Se detuvieron frente a un cruce peatonal junto con otras veinte personas. La avenida delante de ellos estaba llena de taxis ocupados que avanzaban a paso de tortuga mientras que una joven policía de tránsito asordaba a todo el mundo tocando innecesariamente su silbato.

La agente de policía giró noventa grados para tocarle el silbado a quién sabe qué cosa, y mientras Blas le miraba absorto el culo, Melita volteó a mirarlo a él.  Lo miró de pies a cabeza. Ciertamente él era mayor que ella, y en su cara mestiza ya se formaban las arrugas propias de un hombre que pasa los cuarenta, pero por lo menos no tenía una barriga desbordante y además su forma de hablar revelaba a un sujeto de buena formación, cosa muy rara en un medio dónde la población apenas domina su propio idioma.
Después de un minuto de espera la policía se dio la vuelta y detuvo el tránsito. Blas y Melita pudieron cruzar junto con el resto de la gente; avanzaron una cuadra y luego voltearon en la esquina.

Siguieron caminando hasta atravesar una pista y llegar a la vereda que circunda un parque. A Blas se le estaba haciendo larga la caminata y pensó que lo mejor hubiese sido tomar un taxi, pero con el tránsito de esa hora era más efectivo caminar que tomar cualquier carro.  Finalmente no pudo seguir resistiéndose.

- ¡No me aguanto más! -dijo cogiéndola de una mano y jalándola hacía sí.

Los dos enroscaron sus lenguas parados en medio de la calle, sin importarles ser un estorbo para los demás transeúntes. Así se quedaron por unos segundos. Blas sentía que la bragueta del pantalón le iba a reventar. Cuando besaba a Melita esta sucumbía a la pasión de inmediato; se derretía en sus brazos olvidándose del mundo circundante, su respiración se agitaba, los pezones se le endurecían, su temperatura corporal subía y su entrepierna empezaba a lubricarse.  Blas podría haberle subido la falda ahí mismo y ella hubiese puesto poca o ninguna resistencia. Jamás había conocido a una mujer que se excite tan rápidamente como ella al menor estímulo. En todo caso mejor para Blas, quien presionó a la chica contra su cuerpo sin desapegar su boca de la de ella, luego fue bajando la mano por su espalda y la cerró fuertemente sobre una de sus nalgas. Melita ni se estremeció, estaba totalmente sumergida en un éxtasis sexual y sus respiraciones ya empezaban a sonar como gemidos.

De pronto, un tono musical los sacó violentamente de su trance de placer. Blas extrajo rápidamente el celular del bolsillo de la chaqueta, mientras Melita se colocaba una mano abierta sobre el pecho tratando de relajar su respiración.

- Melita Sshhh, calladita nomás, es mi mujer -dijo Blas señalando la pantalla del teléfono.

Melita asintió con un gesto de aburrimiento y Blas contestó:

- Hola amorcito de mi vida, ¿qué pasa?

- Hola -respondió su esposa-, ¿ya saliste del trabajo?

- Acabo de salir en este preciso momento, ¿quieres que compre algo?

- Ah, sí, para eso te llamaba, mira, ya no hay huevos ni azúcar en la casa, si pasas por el supermercado compras pues.

- No te preocupes cariño, yo compro todo lo que tú quieras.

- Ya mi amor, gracias. Ya nos vemos en la casa.

- ¡Amorcito, una cosa! -se apresuró Blas.

- ¿Sí, qué pasa?

- Quizá llegue un poco tarde, David me ha pedido que pase a su casa.

- Oh…, muy bien pues, pero no te demores.

- No, mi amor.

- Bueno, ya nos vemos, chau.

- Chau.

Apenas cortó la llamada Blas se contactó con su amigo.

- ¿Aló? -contestó David.

- ¡Código rosa! ¡Código rosa! -exclamó dándole la espalda a Melita, quien estuvo a punto de soltar una carcajada.

David, al otro lado de la línea, se quedó callado por un par de segundos, finalmente preguntó:

- ¿Melita otra vez?

- Sí.

- Muy bien, suerte.

Blas colgó el teléfono y lo volvió a guardar en el bolsillo de su casaca.

- Tienes un alcahuete bien entrenado -le comentó la mujer de veintisiete años.

Blas sonrió y se fue caminando junto con su amante.


Faltaba poco para las seis de la tarde cuando finalmente llegaron a su destino: El hotel Luna.

Los dos entraron despreocupadamente, era muy poco probable que alguien conocido los viera, pero por si acaso Melita siempre ingresaba acomodándose el pelo sobre la frente.

A Blas el administrador ya lo conocía, era un chino de mediana edad que siempre le daba la misma habitación, aunque no siempre lo veía llegar con la misma mujer. 

Los dos subieron al segundo piso del hotel por unas escaleras de un solo descanso que desembocaban frente a la puerta de una habitación, pero esa no era la suya.  Su cuarto se hallaba más a la derecha, al final del oscuro corredor, cerca de una ventana entreabierta que daba a la calle. Mientras caminaban hacia allá Melita empezó a desabotonarse la blusa.

- ¿Qué haces? -le preguntó divertidamente Blas.

- Tú apúrate y abre la puerta -le respondió ella con voz agitada.

Cuando abrió la puerta Melita ya estaba en sostén. Ambos entraron raudamente a la habitación. La chica lanzó al suelo su blusa y cartera y se abalanzó sobre un sorprendió Blas.

Tal vez el beso que le di en la calle la ha recalentado -pensó él mientras sus lenguas se enroscaban nuevamente.

El hombre trató de desabrocharle el sostén, pero ella lo apartó de inmediato:

- Deja, yo lo hago, es más rápido -le dijo sacándose ella misma el sostén.

- Muy bien.

- ¡No te quedes ahí parado, quítate la ropa! -le ordenó la chica mientras deslizaba su pequeña falda hasta los tobillos y la pateaba lejos.

Los se despojaron de sus ropas casi sacudiéndoselas de encima, y cuando quedaron completamente desnudos se apretaron el uno contra el otro besándose y acariciándose violentamente. Luego se lanzaron juntos a la cama, entrelazándose como dos serpientes en celo.

Melita se hallaba rebotando sobre la pelvis de Blas cuando el celular de este empezó a sonar de nuevo.

- ¡Melita, Melita! -le gritó él.

Pero la chica seguía rebotando como una pelota de hule y no parecía escuchar que la llamaban.

- ¡Oye Melita, detente!

Nada.

- ¡Melita! ¡Mi celular! ¡Está sonando! ¡Seguro que es mi esposa, necesito contestar!

Pero la joven mujer estaba a punto de tener su primer orgasmo y ni un terremoto la detendría. Él empezó a balancearse de un lado a otro para sacársela de encima, pero lo único que logró fue hacerle sentir más placer. Mientras tanto el celular seguía sonando. Blas se sentía atrapado; pensó en darse la vuelta para botarla, pero eso la podría hacer caer por el borde de la cama y se terminaría golpeando. Finalmente Melita emitió una mezcla de alarido y llanto que anunciaba la explosión de placer que estaba experimentando.

- ¡¡Qué rico es el adulterio carajo!! -proclamó al mundo exhausta y sudorosa.

- ¡Cállate la boca, loca! ¡Y sácate de encima que me está llamando mi mujer!

Se escucharon risas desde la otra habitación.

Melita se paró y caminó desnuda hasta el baño, pero antes de entrar Blas le hizo una señal con el dedo para que se mantenga en silencio. Ella asintió.

- ¿Hola Bárbara, qué pasa? -contestó él nerviosamente.

Efectivamente era su esposa quien llamaba.

- ¿Por qué no contestabas?

Blas tenía que pensar en una excusa, y rápido.

- Lo que pasa linda es que el carro estaba tan lleno que no podía alcanzar el celular, así es que tuve que bajarme, creo que mejor tomaré un taxi porque el tráfico está insoportable.

- ¿Estás en la calle?

- Sí, sí, sí, estoy en la calle, me tuve que bajar del carro.

- Qué raro, no suena como si estuvieras en la calle…

Una oleada de pánico se apoderó de Blas. Sin pensarlo dos veces salió disparado de la habitación, se colocó junto a la ventana que daba a la calle y cuidadosamente la abrió un poco más.

- Sí, sí estoy en calle -repitió Blas parado en el pasillo junto a la ventana.

El truco pareció funcionar, pues su esposa podía escuchar los ruidos de fondo del exterior. Blas se tapaba el pene con la mano libre y ocultaba su culo contra la pared, rezando para que nadie saliera de  las habitaciones contiguas.

- Bueno -dijo Bárbara-, si el tráfico está infernal entonces mejor toma un taxi.

- Sí linda, sí, eso haré, eso haré -respondió mirando con angustia las puertas del corredor una por una.

- ¡Ay, pero vas a gastar mucho! -le recordó su mujer.

- ¡No importa mi amor, no importa!, la cuestión es llegar a casa.

- Bueno pues, está bien.

- Sí, sí.

- Ya, está bien, entonces nos vemos en la casa.

- Sí, sí,  allá nos vemos, chau -dijo Blas con el dedo en el botón de colgar.

- ¡Ah! Oye, otra cosa…

Blas resopló mirando al techo.

- ¿Qué pasa? -dijo casi entre dientes.

- Me dijiste que vas a pasar por la casa de David, ¿no? ¿Te vas a demorar mucho ahí?

Blas miraba la puerta abierta de su habitación deseando poder entrar, pero no podía apartarse de la ventana, sería muy sospechoso que los ruidos de la calle cesen de un momento a otro; y para colmo Melita ni se asomaba como para que él le pidiese una toalla o alguna otra prenda.

¿Se habrá puesto a cagar? -pensó él.

De pronto se le ocurrió que si fingía tomar un taxi podría regresar a la privacidad de su habitación sin que resulte sospechoso que los ruidos de la calle desaparezcan.

- No, no me voy a demorar, no te preocupes linda, mira yo… ¡Uy!  ¡Uy! ¡Ahí viene un taxi, ahí viene un taxi! -dijo estirando el cuello y la mano como si en realidad estuviera en la calle tratando de tomar uno- Espera un rato, mi amor, voy a preguntarle al señor cuánto me cobra.

- Ok.

Blas sostuvo el teléfono contra su espalda y se inclinó ante la ventana imaginaria de un taxi imaginario.

- Señor, cuánto me cobra a la cuadra doce de la avenida San Borja -le preguntó al aire- ¿Cómo dice? ¿Quince soles? Nooo, Muuucho. Doce pues, ¿qué le parece? ¿Sí? ¿Está bien? Bueno.

Luego volvió a ponerse el celular en la oreja.

- Linda, tengo que colgar para subir al taxi.

- Pero tengo algo más que decirte -replicó su esposa.

- No te preocupes, yo te vuelvo a llamar apenas suba, sí, sí, no te preocupes, yo te llamo, yo te llamo.

Y colgó.

A Bárbara le pareció extraño que su marido tuviese que colgar el teléfono para subir al taxi. Seguramente está cargando algún paquete y necesita tener una mano libre -pensó inocentemente.

Blas se apresuró hacia su habitación al mismo tiempo que daba un último vistazo a las puertas del corredor, y su mirada se cruzó con un par de ojitos femeninos que se asomaban por uno de los umbrales, tal vez sintiendo curiosidad por saber quién era el que estaba tomando un taxi en medio del pasillo del hotel. Avergonzadísimo se metió a su cuarto y cerró la puerta detrás de él.

Melita acababa de salir del baño y lo miraba con cara de ¿qué mierda hacías afuera calato?

- ¡¿Dónde te habías metido?! ¡¿Qué tanto hacías en el baño?! -le preguntó él.

La joven abrió la boca para contestar.

- No importa, no importa -le dijo Blas apresurado-. Tengo que llamar a mi mujer, así es que ya sabes, ¡Shhh! calladita nomás.

Una vez más la chica puso cara de aburrida y asintió de mala gana.

- ¿Aló? -contestó Bárbara.

- Hola mi amor. ¿Ves?, te estoy llamando como te lo prometí, dime, ¿qué era lo que querías decirme?

- Ah… yo ya iba saliendo.

- ¿Ya estás yendo a la casa?

- No, a la casa no.

- ¿Cómo? ¿A dónde te vas entonces?

- Mis compañeras y yo vamos a ir a tomar algo por ahí.

- A tomar algo por ahí… -repitió Blas mientras Melita se volteaba y agachaba mostrándole su hermoso trasero en forma de durazno.

- Sí, vamos a ir a un restaurante que queda cerca, no te preocupes -le informó su esposa por el auricular.

- Cerca ¿eh?

- Sí amor, no me voy a ir muy lejos, es un local que está a unas cuadras de mi trabajo, vamos a estar un rato nada más y luego me voy para la casa.
Mientras Blas hablaba con su mujer, su amante seguía de espaldas a él, agachada con las manos apoyadas sobre las rodillas y moviendo el trasero de un lado a otro, volteando la mirada de tanto en tanto para verle la cara de cojudo que ponía cuando ella le hacía eso.

- Ya, ya amor, ok -dijo embobado, señalándole el trasero a Melita y poniendo un rostro inquisitivo como preguntando ¿ahora lo haremos por atrás?

Melita, sin dejar de menear el durazno, asintió, confirmando las expectativas de Blas, cosa que lo excitó muchísimo y ella lo notó de inmediato. Sin perder ni un segundo se abalanzó hambrienta sobre la entrepierna de su compañero y se consagró a la faena de succionar su libido.

- Bueno -dijo la esposa, totalmente inconsciente de la situación de su marido-,  eso es lo que te quería decir.

- Yaaa, está bien, nos vemos en la casa -respondió el hombre mareado de placer.

Estaba a punto de despedirse. La lengua de Melita se movía como la brocha de un artista que se niega a dejar algún espacio en blanco; cuando de pronto, Blas escuchó una voz lejana a través del auricular, una voz de varón que le hablaba a Bárbara:

- ¡Barbi! ¡Oye Barbi! Ya nos estamos yendo, ¿vas a venir?

- Sí, ya voy, espérenme un ratito -contestó notándose que había apartado el teléfono de su rostro.

Inmediatamente Blas colocó su mano libre sobre la frente de Melita y la empujó hacia atrás desenchufándose de ella.

- ¡Oye! ¡Bárbara! -gritó por el celular- ¡¿Quién es ese tipo que te dice Barbi?!  ¡¿Por qué te dice Barbi?!

Melita se paró ofuscada y se sentó en la cama con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

- ¿Qué? -replicó su esposa por el teléfono.

Blas suspiró irritado.

- Qué quién es ese tipo que te dice Barbi, ¿por qué te dice así?

- Sí ya voy, ya voy -le hablaba Bárbara a sus amigos-, espérenme un rato, sí, sí, un rato nomás, ya voy…

- ¡Bárbara!

- Bueno mi amor, ya me tengo que ir, nos vemos en la casa…

- ¡No, no, no! ¡No cuelgues!

- ¡Ay, y ahora qué pasa!

- ¿No me escuchaste? ¿Quién ese sujeto que te dice Barbi?

- Ah, él es un amigo, Tony.

- ¿Tony?

- Sí, sí, es un amigo, te dije que iba a salir con unos amigos a tomar algo por aquí, ¿cuál es el problema?

- ¿El problema? -replicó Blas mortificado- Primero me dijiste que ibas a salir con tus compañeras, ¿recuerdas?, tus compañeras, ¡y ahora resulta que vas a salir con tus amigos! ¡O sea que va a haber hombres! ¡Y uno de ellos te dice Barbi!

- Ay amor, no te entiendo muy bien, ya me tengo que ir, después te llamó…

- ¡No, no, no, pásame con ese tipo!

- Mi amor, ya se están yendo, cuando llegue a la casa te cuento cómo me fue…

- ¡Oye!

- Ya se van, ya se van, luego te hablo, chau -colgó Bárbara apurada.

- ¡Bárbara! ¡Bárbara! -vociferaba Blas por el celular, pero ya nadie le contestaba.

De inmediato volvió a marcar el número de su esposa, pero le contestó el buzón de voz, signo que su mujer acababa de apagar el teléfono.

Agitado, Blas empezó a caminar de un lado a otro de la habitación sujetando el celular con una mano y rascándose la cabeza con la otra.

Melita solo lo miraba desde la cama.

- Oye -finalmente le dijo-, estate tranquilo, ¿de qué te preocupas?

Blas se volvió hacia ella con una mueca de disgusto.

- ¿Cómo de qué me preocupo? ¡Ese sujeto, Tony, le dijo Barbi a mi esposa!

- ¿Y? -replicó la chica encogiéndose de hombros.

- ¿Cómo Y? ¡Así es como empieza… así es como empieza!

- ¿Así empieza qué cosa?

Blas dejó el celular sobre la cómoda.

- ¡Por favor Melita, no te hagas! Ya sabes a qué me refiero. Primero son “amigos”, luego agarran más confianza y cada vez más confianza, hasta que al final… -cerró los ojos y sacudió la cabeza como queriendo deshacerse de una imagen perturbadora en su mente.

La chica tenía que hacer un esfuerzo para no sonreír. La cara de su compañero, por otro lado, se había deformado en una expresión adusta.

- ¡Los hombres y las mujeres no pueden ser amigos! -sentenció Blas- ¡O se van a la cama o no hacen nada, pero no pueden ser amigos!

Melita se arrodillo sobre el colchón.

- ¿Es a eso a lo que le temes? ¿Temes que tu esposa se vaya a la cama con ese tal Tony?

- ¡Por supuesto!

La joven mujer esbozó una sonrisa irónica.

- Oye, Blas, mírame bien, ¿qué traigo puesto en este momento?

Blas la miró extrañado.

- ¡Nada! -respondió ella- Estoy desnuda. Tus estás desnudo. Estamos en la habitación de un hotel. No hemos venido a jugar ajedrez.

- Ya lo sé, ¿pero eso qué tiene que ver?

- ¡Uff! -refunfuño ella- ¡Tú le estás haciendo a tu mujer lo mismo que ahora temes que ella te haga a ti! Así es que no te quejes.

Blas se llevó la mano a la frente como si acabase de escuchar la tontería más absurda del mundo.

- Pero no es lo mismo, Melita, no es lo mismo, ¡yo soy hombre!, ¡tengo necesidades que ella no tiene!

- Si ella no tiene las mismas necesidades que tú, ¿de qué te preocupas?

- ¡De ese tipo! ¡Seguro tiene intenciones con ella!

- Bueno, ese Tony también es hombre, se supone que tiene los mismos derechos que tú, ¿cuál es el problema entonces?

Blas se sintió mortificado. Sentía que su amante estaba disfrutando de esa situación. Y no estaba equivocado.

- Óyeme bien Melita, ese tipo Tony puede meterse con la mujer que sea, no me importa, pero Bárbara es mi esposa, es una mujer casada, ¡y una mujer casada no debe hacer esas cosas! -dijo enfatizando lo último.

- Yo también soy una mujer casada -le recordó Melita-, y tú lo sabes bien, ¿quieres decir que yo no debería estar aquí contigo?

- Pero esto diferente… ¡Tú me diste pista! -fue una respuesta que sonó más a una acusación.

- ¡¿Pista?! -replicó ella llevándose una mano al pecho- ¿Qué te parezco yo? ¿Un aeropuerto?

- ¡No! Quiero decir que me diste Entrada.

La chica sabía perfectamente a qué se refería su amante, pero por joder ladeo la cabeza como si no entendiera nada.

- Ya sabes -continuó Blas- ¡Pista! ¡Entrada! Un hombre se da cuenta cuando una mujer quiere con él. Hay señales…, palabras…, lenguaje corporal que un hombre sabe interpretar en una fémina. Es como si la mujer te dijera quiero lo mismo que tú, ven y tómalo.

- ¡Aaaah…! ya veo. Yo te di entrada.

- Claro, ya entiendes.

- Bueno -dijo Melita sacando el labio inferior en señal de indiferencia-, en ese caso no tienes nada de qué preocuparte. Si tu mujer termina en la cama con ese tal Tony será porque ella le dio entrada. Todo pasa según tus reglas. ¿De qué te preocupas?

- ¡Carajo, estás con ganas de joderme! ¿No?

- ¿Por qué no simplemente admites que tú quieres ser infiel, pero no quieres que ella te haga lo mismo?

Blas se dio vuelta y se agarró la cabeza.

- No es así, tu no entiendes, no es…-luego de una pausa- ¡Está bien! ¡Lo admito! ¡Yo y solo yo -dijo golpeándose el pecho con el dedo índice-, quiero ser el único que haga esto! ¡No quiero que ella lo haga! ¡Si ella quiere estar con otro, pues que se aguante!

- Bien, muy bien -dijo ella dando un par de aplausos-, ¿ahora te sientes mejor?

- No.

- Mira Blas, ¿acaso ella te ha dado motivo para que tu desconfíes?

- A veces… ella es un poco coqueta…

- Todas las mujeres lo somos. Eso no es suficiente.

- ¡Pero me apagó el celular!

- Porque no quiere que la jodas con tus celos estúpidos.

- ¿Estúpidos? ¡Ese imbécil le dijo Barbi!

- Oye, no te hagas problemas. Que los compañeros de trabajo, hombres y mujeres, se pongan apodos y salgan a tomar algo después de la jornada es algo muy normal.

- Pero…

- ¿Por qué mejor no sales y compras un six pack de cervezas? Así nos relajamos y la seguimos pasando bien.

Blas se quedó de pie mirando el suelo. No le convenía disgustar a Melita. La podría perder.

- Ya, no seas paranoico, ¿vas a ir por las cervezas o te vas a quedar ahí parado imaginando cosas?

- Ok, está bien, ya voy, ya voy.

Blas se vistió y salió a la calle en busca de una bodega. Melita se quedó en la habitación y aprovechó para meterse en el baño y dar una nueva pujada. No obtuvo nada, pero así se aseguró de que no tendría ningún accidente sucio cuando su amante regrese y le taladre el durazno.

Mientras Melita esperaba percibió actividad afuera, en el pasillo. Se podía escuchar a la pareja del cuarto contiguo salir, y al parecer se habían encontrado de frente con otra pareja que venía subiendo. Se oyeron algunas risitas nerviosas y la puerta de la habitación  siguiente a la contigua se cerró de un portazo. Ella trataba de imaginarse a los que acababan de entrar en aquella pieza. ¿Qué edad tendrían? - se preguntaba- Si tienen menos de veinticinco pueden ser enamorados. Si tienen más de veinticinco lo más probable es que sean amantes. Pueden ser enamorados o amantes, pero nunca esposos, no, eso jamás, los esposos pertenecen a la aburrida alcoba de su casa, no a la apasionante habitación de un hotel; pertenecen a la monotonía de los problemas cotidianos, de los llantos de los niños, de los reproches mutuos, de  las discusiones por los gastos del hogar, del colegio, o de cualquier otra cosa, es como si compitieran por saber quién puede hacer más miserable al otro, claro, siempre y cuando estemos hablando de un matrimonio decente, en el que ambos cumplan la promesa que se hicieron de matar al otro de aburrimiento.

Rato después, un golpeteo la sacó de sus pensamientos. Melita se puso de pie de un salto, caminó desnuda hacia la puerta y la abrió toda. Era Blas con la cerveza, que se quedó sorprendido al verla.

- ¡Oye! ¡Cómo se te ocurre abrir la puerta estando así! ¿Y si yo hubiese sido otra persona?

- ¿Quién más va ser?

- No sé… podría haber sido el portero, el administrador, alguien que se equivocó de habitación, cualquiera… ¿Qué habrías hecho? ¿Eh?

Melita suspiró.

- Pues le hubiera preguntado qué se le ofrece. Dame -dijo tomando el paquete de cerveza con ambas manos.

Después del primer par de cervezas las cosas parecieron mejorar. Los cuerpos de ambos se entrelazaron como dos pulpos lujuriosos, estrujándose y acariciándose frenéticamente. Luego Blas le pidió que se tendiera boca abajo.

- ¡Uy! para eso voy a necesitar otra cerveza -le dijo Melita anticipando sus intenciones-, y algo de estímulo también.

Blas destapó un par de botellas más.

Los dos yacían echados de costado, cara a cara y muy pegados. Bebían, se miraban y se acariciaban las zonas más íntimas. De no ser por las inmundicias que se decían la escena podría haber sido hasta romántica.

A Melita le gustaba que le dijeran descarnadamente lo que iban a hacerle, eso la encendía, y Blas estaba más que feliz de complacerla. Con las palabras más sucias, vulgares y denigrantes  le describía todo que planeaba hacer con ella.

- ¡Cuando salgas de aquí -le decía- ya no tendrás ninguna dignidad, serás una perra asquerosa, una mujer inmunda, sucia y llena de vergüenza!

- Ten piedad por favor -jadeaba ella.

- ¡Las putas no merecen piedad! ¡Perra cochina, no eres más que un juguete, un pedazo de carne, rica carne, carne de zorra! ¡Mira nomás lo mucho que te maquillas!

Melita sentía que nuevamente se hallaban en sintonía. Cuando Blas le dio un par de nalgadas supo que ya estaba lista. Se dio vuelta y se puso a gatas sobre el colchón, bajó el pecho y elevó el trasero.

- Ya tienes el garaje abierto, papi -dijo con voz temblorosa.

Blas se paró sobre la cama y se colocó detrás de ella.

- No tengas miedo, está limpio, ya me aseguré -le dijo la chica.

Melita sintió un súbito destello de placer, como si le estuviesen introduciendo el Cielo a través de un supositorio. Abrió los ojos de par en par y su boca empezó a temblar a medida que el Cielo le entraba más. Sus manos se abrían y cerraban rítmicamente. Curvó la espalda para mayor receptividad, y sus jadeos fueron poco a poco convirtiéndose en aullidos gatunos.

Blas iba lento, al principio, luego fue acelerando cuidadosamente hasta llegar a una óptima velocidad de bombeo.

 Los dos cuerpos se movían como un motor de un solo pistón, aunque tal vez a Melita le hubiese gustado tener dos pistones a su disposición. Sus aullidos felinos resonaban en toda la estancia mezclándose con los chirridos de los pernos de la cama y con los crujidos de su madera.

Todo iba de maravilla hasta que Blas escuchó un gemido que le sonó muy familiar, pero no parecía provenir de su amante. Se detuvo en seco y agudizó los oídos.

- ¿Qué te pasa? -preguntó la chica totalmente agitada- ¿Por qué te detienes?

- ¡Shhh!

- ¡¿Qué?!

- ¡Shhh!

Blas volvió a escuchar el gemido familiar, parecía proceder de la habitación de al lado.

De inmediato se desconectó bruscamente de Melita, se bajó de la cama y se quedó mirando la pared izquierda.

- ¡Nooo, y ahora qué pasa! -protestó la chica- ¡No puedes dejarme a la mitad!

Blas se volteó hacia ella en con la estupefacción dibujada en el rostro.

- Creo que…, creo… que, escuché a mi mujer -dijo con incredulidad.

- ¡¿Qué?! Ay no, no, no, no. ¡Con eso otra vez no! ¡Por favor, olvídate de eso! Súbete y termina conmigo, anda, sube.

- Silencio -dijo Blas acerándose a la pared que los separaba del cuarto contiguo y colocó el oído sobre su superficie.

- ¡Esa habitación está vacía! -le dijo ella indignada.

- ¿Cómo sabes tú que está vacía? -le preguntó él.

- Cuando tú te fuiste a comprar las cervezas yo escuché a sus ocupantes irse.

- ¡Entonces está en la habitación que le sigue, esa que está frente a las escaleras!

Se volvió a escuchar el gemido, solo que está vez terminó en palabras que Blas no pudo distinguir, pero no necesitaba hacerlo, la voz de Bárbara era inconfundible.

- ¡Es Bárbara! ¡Es mi mujer! -dijo furioso- ¡Esa traidora infiel está en ese cuarto!

- Mierda con  este sujeto -suspiró Melita-. Oye…

- ¡Estoy seguro que es ella! -decía Blas con la oreja pegada a la pared- ¡Le reconozco la voz!  

Melita, disgustadísima, abandonó la humillante postura en la que estaba y se sentó en la cama.

- ¡Escúchame Blas! ¡Oye!

- ¡Qué!

- ¡Despega la oreja de la pared y escúchame!

- ¡Estoy seguro que es Bárbara!

- ¡Por mi madre! Aunque tu mujer te estuviera engañando, cosa que dudo mucho, ¿Cuáles son las probabilidades de que haya escogido este hotel en particular?

Se volvieron a escuchar las voces distantes y alegres de un hombre y una mujer. Blas paró la oreja. Esta vez no había dudas.

- ¡Es Bárbara, estoy seguro! -dijo corriendo hacia sus ropas tiradas en el suelo.

Melita se puso de pie mientras Blas recogía apresurado su calzoncillo. El convencimiento de su amante empezaba a convencerla a ella también.

- Bueno Blas -dijo con los brazos cruzados-, vas a ir hasta esa habitación, vas a tocar la puerta, ¿y qué vas a hacer?

- ¡La quiero sorprender en el acto! -respondió el hombre subiéndose la ropa interior de un jalón.

- Ya. Muy bien. ¿Y qué le vas a decir cuando te pregunte qué haces tú acá?
Blas se detuvo en seco. No había pensado en eso.

- No puedo creerlo -dijo la chica llevándose una mano a los ojos.

- Yo… yo… le diré que…

- Por Dios.

- ¡Ya sé! ¡Le diré que la seguí! ¡Eso es! ¡La seguí!

- Para que eso resulte creíble ella debió de haber tenido una conducta sospechosa y repetitiva durante las últimas semanas. No es normal que un marido se ponga a seguir a su mujer sin que ella le haya dado motivo. ¿Te ha dado ella algún motivo para que la estés siguiendo?

- ¿Motivo? Bueno… en realidad no… -dijo Blas moviendo los ojos de un lado a otro, buscando en su memoria algo que pudiese justificar un seguimiento-, no pues, motivo no me ha dado… ¡Pero no importa, un marido tiene todo el derecho de seguir a su mujer para saber lo que hace!

- ¡Me lleva! -replicó Melita golpeándose la frente con la palma de la mano- ¿No te parece muy extraño? Justo hoy tú decides seguirla sin ninguna razón y justo hoy a ella se le ocurre meterse a un hotel con otro hombre.  ¡Qué coincidencia! Si ella no es idiota entonces se va a dar cuenta que tú también estás aquí con alguien más.

- ¡Bueno entonces qué le digo! -exclamó agitando los brazos como un colibrí.

La chica inhaló y exhaló con indiferencia, mientras que Blas seguía pensado en una excusa que explique su presencia en el hotel.

- ¡Ya sé! ¡Ya sé! Le diré que pasaba por aquí y la vi entrar -dijo con una mueca estúpida hacia Melita como esperando su aprobación. Pero la cara de la chica se lo dijo todo.

- Blas…

- ¿Qué?

- ¡¿Eres imbécil, dime?! ¡¿Tienes otro pene en el cerebro?! ¿Tú piensas que ella va a creer que tú simplemente estabas pasando por aquí, todo inocente, cuando de repente, ¡oh casualidad!, ves a tu mujer entrando a un hotel con otro?  Además ya le has dicho que te ibas a la casa de tu amigo David, ¿o acaso lo olvidas?

- Carajo, es cierto. ¡Pero tengo que hacer algo! ¡Esto no se puede quedar así!

Blas empezó a caminar de un lado a otro pensando en una solución. Hasta se había olvidado de vestirse, solo tenía puestos los calzoncillos. El hecho de no poder sorprender a su mujer sin delatarse él mismo lo carcomía por dentro.

- Tal vez te has confundido -le comentó la chica.

- ¡No, no, no y no! Ella está ahí, lo sé, he oído su voz.

- Muchas voces se parecen…

Melita ya estaba cansada del asunto, pero Blas seguía paseándose por el cuarto como león enjaulado.

- ¡Ya lo tengo! -exclamó el hombre- Melita, anda tú y…

- ¡Olvídalo! A mí déjame fuera de esto.

- ¡Entonces dime qué hago! Cada vez que se me ocurre algo tú no haces otra cosa más que ver los defectos. ¡Dame una solución!

- Yo solo estoy evitando que metas la pata.

   - ¡Bah!

- ¡Esta bien! -rezongó la chica-, mira, dile que un amigo tuyo la vio entrar aquí, te avisó por celular y tú viniste enseguida aprovechando que ya estabas en un taxi.

A Blas se le iluminó el rostro.

- ¡Eso es! ¡Eso es! ¡Es perfecto, perfecto! ¡Todo encaja! ¡Melita, eres una zorra astuta!

Pero Melita no se sentía de humor para cumplidos. Sentía que estaba ayudando a que una mujer sea castigada por el mismo pecado que ella estaba cometiendo. Inmediatamente se arrepintió de su sugerencia, pero ya era demasiado tarde.

Blas se terminó de vestir lo más rápido que pudo, salió por la puerta y corrió hacia la habitación donde él creía se hallaba su esposa.

- ¡Bárbara! ¡Bárbara! ¡Abre ahora mismo! ¡Ya sé que estás ahí adentro! -gritaba aporreando la puerta -¡Bárbara!

- Aquí no hay ninguna Bárbara -dijo una voz masculina proveniente del interior del cuarto.

- ¡Maldito imbécil! ¡Estás ahí con mi mujer! ¡Abre la puerta! ¡Qué la abras te digo!

El administrador del hotel subió hasta el descanso de la escalera y empezó a increpar a Blas:

- ¡Eh!, oiga, no glite, no glite. Malo pala mi negocio.

Blas se volvió hacia la escalera.

- ¡Cállate chino de mierda! ¡Aquí se están tirando a mi mujer!

Y continuó aporreando la puerta.

- Le digo que aquí no hay ninguna Bárbara -insistió la voz dentro de la habitación.

- ¡Abre!

- ¡No!

- ¡Cómo que no! ¡Mi esposa está adentro!

Blas empezó a embestir la puerta con el hombro intentando traérsela abajo.

- ¡No, no hacel eso! -decía el administrador- ¡Va a lompel puelta, no hacel eso pol favol!

Pero a Blas no le importaban las suplicas del dueño, seguía embistiendo la puerta como si se tratase de un ariete humano, mas la chapa de acero no cedía.

- ¡Hey! ¡Loco de mielda! -le gritaba el administrador- ¡Voy a llamal policía, le advielto, si tú no dejal de golpeal puelta yo llamal policía! ¡Hey!

En vista que sus embestidas no causaban ningún daño a Blas no le quedó otra alternativa que seguir aporreando con la mano.

- ¡Bárbara, abre la maldita puerta! ¡Soy tu esposo! ¡Cómo es posible que me hagas esto! ¡Bárbara!

- ¡Que aquí no hay ninguna Bárbara! -le volvieron a decir desde el interior.
Pero Blas no se iba a dejar engañar.

- ¡Bárbara! ¡Sé muy bien que estás ahí adentro, te estado escuchando desde la otra habitación!

Instantáneamente Blas dejó de aporrear la puerta, se llevó ambas manos a la boca y apretó los ojos con fuerza.

¡Mierda, ya la cagué! -pensó- ¡Ya la cagué, ya la cagué!

Se quedó parado frente a la puerta cerrada por unos segundos, mientras el dueño maldecía en chino mandarín.

No pasaba nada. Todo era silencio. Los demás huéspedes habían escuchado el escándalo, pero no se animaban a salir ni por curiosidad, pero ya se imaginaban cual era la situación.

Blas esperaba que Bárbara saliera diciendo ¡Cómo es eso que me oíste desde la otra habitación! ¿Con quién estás? Pero nadie salía.

¿Me habré equivocado? ¿Era realmente su voz? ¿Y si Melita tenía razón?-empezaba a dudar.

 Se fue corriendo hasta su propio cuarto mientras el chino, teléfono en mano, lo seguía con una mirada enfadada. Entró y cerró la puerta detrás de él.

Ahí encontró a Melita ya vestida y mirándolo con una cara de Eres un grandísimo idiota.

- Melita -le dijo preocupadísimo.

- Sí -afirmó ella.

- Ya la fregué.

- Sí, lo oí todo.

- ¿Y ahora qué hago?

- ¿Qué qué vas a hacer? Pues irte, es lo que vas a hacer. Tenemos que irnos antes que venga la policía.

- ¿Pero y mi mujer?

La chica resopló mirando al techo.

- Mira Blas, si tu esposa es la que está adentro de esa habitación, entonces no va a salir, porque mientras ella no se deje ver va a poder negarlo todo; y si no se trata de tu mujer y tú te has equivocado, pues tampoco va a salir; después del susto que le has dado se va a quedar ahí por un buen rato. En todo caso no puedes estar seguro.

Estás últimas palabras resonaron en la cabeza de Blas.

- Ahora vámonos, toma -lo apuró ella extendiéndole su celular.

Ambos salieron de la habitación en dirección a las escaleras. Blas dio una última mirada hacia la puerta que guardaba el misterio.

- ¡Camina! -lo atizó Melita.

- ¡Y no volvel nunca más! -dijo el dueño antes de que ambos salieran.


Cuando Blas llegó a su departamento su esposa aún no había llegado. Se echó en la cama y se puso a pensar. Minutos después llegó su mujer.

- Hola mi amor, ¿cómo te fue con David? -le preguntó Bárbara.

- Eh… bien, bien, ¿y a ti, cómo te fue?

- Ah, me fue fabuloso con mis amigas, pero déjame tomar un baño que estoy muerta.

Después de que su esposa se encerrara en el baño, Blas se jaló los cabellos y pensó:

¡¿Bárbara, eras o no eras tú la mujer del hotel?! ¡¿Eras o no eras?! ¡¿Cómo preguntártelo?! ¡¿Cómo?! ¡Me lleva!

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