Elena Virginia Chumpitazi Castillo
El sol abrasador caía sobre el pequeño pueblo de Las
Lomas en Piura, sofocando el ambiente y haciendo que la brisa tibia apenas se
sintiera. Emily avanzaba a duras penas por el sendero de tierra que llevaba a
la casa de su hermana, arrastrando su maleta. Hacía casi dos años desde la
última vez que vio a Nuria y fue en Lima durante la visita que les hizo a sus
padres. Desde entonces, la vida de ciudad había pasado como un vendaval de
obligaciones, trabajo y ruido, hasta que decidió que era momento de un respiro.
Mientras caminaba, sentía cómo el sudor comenzaba a
acumularse en su frente. Había tomado la decisión de no avisar, quería
sorprender a Nuria y a Eyal. Su hermana le había hablado tantas veces de la paz
del campo, del aire limpio y del tiempo que parecía detenerse en ese rincón del
mundo. Pero ahora, con el calor asfixiándola y el polvo pegándose a su piel,
Emily se preguntaba si no habría sido mejor llamar antes y pedir que alguien la
recogiera en la parada del autobús.
Entonces, lo vio. A lo lejos una figura masculina se
destacaba bajo el sol. Un hombre de piel dorada y torso desnudo trabajaba con
esfuerzo en los campos cercanos. Los músculos de su espalda y brazos se tensaban
y relajaban al compás de cada golpe que daba con la herramienta de labranza, brillando
con el sudor que se acumulaba en su piel. Emily detuvo su paso por un instante,
obligada por la curiosidad y una atracción repentina que no supo explicar. El
hombre se volvió brevemente, y entonces lo reconoció. Era Eyal, su cuñado.
Su corazón dio un vuelco. «No
debería mirarlo así», se dijo a sí misma, pero no pudo
evitarlo. Su cuerpo parecía tener vida propia, incapaz de apartar los ojos de
la imagen que se desplegaba ante ella. Su cuñado era más atractivo de lo que
recordaba. El campo, normalmente tranquilo y silencioso, ahora parecía el
escenario de una escena cargada de alta tensión.
Eyal, finalmente, se percató de su presencia y se
acercó, con una sonrisa cálida dibujada en su rostro. Su andar era pausado,
pero firme, y al llegar a ella, la saludó con la familiaridad de siempre.
—¡Emily! ¡Qué sorpresa! —exclamó mientras la abrazaba
brevemente y le daba un beso en la mejilla—. No sabíamos que vendrías. ¿Por qué
no nos avisaste?
Emily sonrió, aunque por dentro sentía emociones que
no lograba descifrar. Se había imaginado este reencuentro de manera distinta,
más ligero, más familiar. Pero ahora, el calor del sol no era lo único que la
hacía sudar.
—Quería sorprenderlos —respondió con voz dulce,
tratando de no dejar entrever lo que realmente sentía. «Es
solo mi cuñado», se recordaba, pero no podía negar
que algo en él despertaba sensaciones en su interior que no debía permitir.
Eyal, sonrió y tomó su maleta sin esfuerzo.
—Ven, vamos, Nuria se va a alegrar mucho.
El sonido de los pasos de Eyal y Emily sobre la grava resonaba mientras se dirigían al encuentro de Nuria. A lo lejos se podía ver la pequeña casa que habían convertido en su hogar. Las paredes blancas reflejaban los rayos del sol, brillando como un faro en medio del campo.
Al llegar, Nuria estaba en la cocina, absorta en la
preparación del almuerzo. Cuando oyó el sonido de la puerta, un buen
presentimiento se apoderó de ella, dejó de lado lo que hacía y salió rauda
hacia la sala.
—¡Emily! —gritó Nuria emocionada al ver a su hermana—.
¡Qué alegría verte aquí! —La abrazó con fuerza, mostrando el gran amor que
sentía por ella.
Emily correspondió al abrazo con la misma intensidad,
una sensación de paz la inundó, al tener a su hermana cerca. Por un momento,
todo el calor, la excitación y los pensamientos que había tenido en el camino
se desvanecieron. «Esto es lo que vine a buscar»,
pensó.
—Te extrañé tanto, Nuria —dijo Emily, dejando que su
voz reflejara un gran alivio.
—Yo también te extrañé, querida. ¡Qué sorpresa tan agradable!
—respondió Nuria, llevándola hacia adentro—. Siempre tenemos la habitación
lista para ti, vamos, para que puedas ducharte y descansar un poco.
Mientras Emily se instalaba en su habitación, Eyal la
observaba desde la distancia. Había algo en su cuñada que lo descolocaba, una
presencia que había notado desde el momento en que la vio caminar bajo el sol. «Es
solo Emily, la hermana de Nuria», se repetía. Los pensamientos
fugaces de ese breve instante en el campo lo perturbaban.
En los días siguientes, Emily comenzó a disfrutar de
su estancia en el campo. La tranquilidad, el aire limpio y la naturaleza la
ayudaban a olvidar la rutina de la ciudad. Cada nuevo amanecer era un respiro
para su mente y su cuerpo. Decidió, incluso, retomar su viejo pasatiempo de
pintar, algo que había dejado de lado debido a su agitada vida laboral.
—Nuria, ¿me acompañarías al pueblo? —le pidió un día—.
Quiero comprar algunos materiales para pintar. No traje nada conmigo y tengo
ganas de crear algo mientras estoy aquí.
—Claro, te acompaño encantada —respondió Nuria, alegre
por ver a su hermana tan animada.
El pequeño pueblo, aunque modesto, era pintoresco. Las
calles de tierra, las casas bajas con techos de teja y la plaza central donde
se encontraba el minimarket daban la sensación de que el tiempo pasaba
más lento. Lorenzo, un joven bien parecido, atendía con amabilidad en este último.
Su sonrisa amplia y su cabello oscuro llamaron de inmediato la atención de
Emily.
Nuria lo conocía bien, así que no tardó en
presentarlos.
—Lorenzo, te presento a mi hermana Emily. Está de
visita con nosotros.
Él le ofreció una sonrisa cálida.
—Encantado de conocerte, Emily. —El tono de su voz era
tranquilo, pero había una chispa en sus ojos que Emily no dejó pasar
desapercibida.
A partir de ese encuentro, Emily y Lorenzo comenzaron
a verse con frecuencia. Los días se sucedían entre caminatas por los campos y
charlas bajo el cielo azul. Lorenzo, con su sonrisa sincera y su encanto
natural, pronto quedó cautivado por la belleza de Emily, quien, aunque
disfrutaba de su compañía, aún no podía sacarse de la cabeza la atracción
latente que sentía por Eyal.
Mientras Eyal trabajaba bajo el sol por la mañana,
Emily se dedicaba a pintar el hermoso paisaje que los rodeaba, aunque no podía
evitar mirarlo por segundos, los suficientes para alterar sus hormonas ante el
espectáculo que le ofrecía su cuñado.
Por otro lado, las salidas con Lorenzo se hicieron más
frecuentes. Él la hacía reír, la escuchaba y parecía ser todo lo que ella
necesitaba en ese momento. Sin embargo, cada vez que regresaba, la atracción
por Eyal se volvía insoportable.
El sol empezaba a caer, Nuria dormía una siesta, Emily
salió al jardín para despejarse. Estaba disfrutando del silencio cuando, de
repente, sintió una presencia. Al girarse, vio a Eyal, de pie en el porche,
mirándola intensamente.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó con voz profunda.
Emily asintió, aunque su corazón latía con fuerza. No
podía negar lo que sentía por él, pero sabía que ese camino era peligroso.
—Es un lugar hermoso —dijo Eyal, aunque no apartaba la
mirada de Emily.
—Sí, lo es —respondió ella, intentando mantener la
compostura.
El silencio que siguió fue bastante incómodo. Ambos
sabían que había algo entre ellos, pero ninguno se atrevía a decirlo. Sin
embargo, antes de que las cosas se intensificaran, Nuria salió al jardín.
—¡Ah, están aquí! —exclamó sin percibir nada extraño—.
Ven, Emily, vamos a preparar algo para cenar.
Emily se levantó al instante, agradeciendo la
interrupción. «Esto tiene que parar»,
pensó.
Emily seguía viéndose con Lorenzo, pero su atracción
por Eyal continuaba creciendo. Una tarde, Lorenzo la llevó a una cena
romántica, preparada con todo detalle. Él era dulce y atento, y aunque Emily lo
apreciaba profundamente, cada vez que cerraba los ojos, aparecía la figura de
Eyal.
Al despedirse esa noche, Lorenzo la abrazó con fuerza,
mientras Emily intentaba ahogar la culpa que la consumía. Sabía que no podía
seguir así, pero no encontraba la manera de romper ese triángulo emocional en
el que se había quedado atrapada.
Una tarde, mientras Nuria estaba en el pueblo haciendo
compras, Emily y Eyal se encontraron nuevamente a solas en el porche. Esta vez,
sus deseos más salvajes danzaban en el aire, envolviendo sus cuerpos en una
atracción innegable, como si el destino los hubiese tejido con hilos
invisibles. Eyal se acercó a ella con una mirada cargada de intenciones, una
chispa en sus ojos que no permitía lugar a dudas.
—No podemos seguir así, Eyal —susurró Emily, aunque no
se movía.
—No quiero seguir resistiéndome, Emily. Lo que siento
por ti es más fuerte de lo que puedo controlar —respondió él, acercándose cada
vez más.
Sin pensarlo Emily se dejó llevar y en un instante,
ambos se encontraron en un beso lleno de pasión. Fue un momento de desahogo,
pero lo que no sabían era que alguien los observaba.
Nuria, quien regresaba antes de lo previsto, los vio
desde el camino. Sintió como si le arrancaran el corazón por pedazos. No podía
creer lo que estaba mirando.
Empezó a caminar hacia la casa escondiéndose tras los
arbustos, un sentimiento de desesperación y dolor se apoderó de ella. Fue directamente
a la cocina, con manos temblorosas tomó un cuchillo y llena de ira y tristeza,
se dirigió hacia el porche donde Emily y Eyal seguían envueltos en su
momentánea pasión.
Sin que ninguno de los dos lo viera venir, Nuria se
lanzó sobre ellos. Primero fue Eyal, a quien apuñaló en el abdomen con un grito
desgarrador. Emily se apartó horrorizada, incapaz de procesar lo que estaba
ocurriendo.
—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! —gritó Nuria, con el rostro
deformado por el llanto y la ira.
Emily intentó acercarse para calmarla, pero Nuria
fuera de sí, la empujó y levantó el cuchillo de nuevo. Esta vez fue Lorenzo,
quien había venido a buscar a Emily, el que llegó a tiempo para detener el
ataque. Agarró a Nuria por los brazos, intentando quitarle el cuchillo mientras
ella seguía gritando.
—¡Me traicionaste, me traicionaron los dos!
Eyal, herido y sangrando, cayó al suelo, con la mirada
perdida, mientras Lorenzo lograba arrebatarle el cuchillo a Nuria. Emily, en
estado de shock, no podía moverse. Todo su mundo se había derrumbado en
cuestión de segundos.
El caos que siguió a los eventos de esa tarde fue
devastador. Eyal fue llevado al hospital en estado crítico, Nuria destrozada
por lo que había hecho, fue arrestada por intento de homicidio. La pequeña
comunidad rural quedó conmocionada.
Emily aun procesando lo ocurrido, iba tomando
conciencia de que nada volvería a ser como antes. No solo había perdido a su
hermana, sino también a Lorenzo, sabía que, aunque él había actuado
heroicamente, no podría perdonarle la traición.
Eyal sobrevivió. Nuria fue condenada a varios años de
prisión. La traición y el ataque extinguieron su gran amor.
Emily dejó el pueblo poco después del juicio. Las semanas
siguientes estuvieron llenas de soledad y de un hondo remordimiento. En lo más
profundo sabía que era el precio a pagar por haber caído en la vorágine de sus instintos.
Ahora solo podía concentrarse en reconstruir su vida, aunque eso le tomara el
resto de sus días.