Lucía Yolanda Alonso Olvera
Una ligera y suave
brisa cálida entra y levanta la cortina blanca de manta que cubre la ventana de
su habitación. Ya son las siete y media de la mañana y se despierta adormilada.
Anoche se acostó tarde, pasando la una y media. Llegó fatigada al finalizar otra
semana calurosa y ajetreada. En cuanto su piel siente el aire fresco espabila y
ve el reloj. ¡Qué suerte que hoy puede quedarse en la cama un poco más tarde
que de costumbre para reponerse!, y qué maravilla que Luisa está en casa de las
Pérez.
Se incorpora y
acomoda la almohada sobre la cabecera. Tiene sed, los tragos de anoche le pasan
factura. Toma el vaso de agua que deja en la mesita de noche y se lo bebe de un
tirón. Mientras sigue ahí sentada puede disfrutar la hermosa danza que le
ofrece la cortina al ritmo del viento que entra por la ventana. Cada vez que la
tela se eleva, alcanza a ver el follaje de la imponente jacaranda que está
plantada en el camellón frente a su departamento. En el quinto piso, donde vive,
puede disfrutar los racimos lilas de flores de este hermoso árbol, que brotan
cada primavera y le ofrecen una vista indescriptible desde sus ventanas. Es afortunada, el departamento es luminoso,
amplio y la renta no es tan cara.
Ya tiene que
levantarse, debe estar a las once y media con las chicas. ¡Hoy empiezan las vacaciones! No hay nada que
desee más que irse a la playa y desengancharse de todo. Siente una inmensa
alegría. En unas horas estarán de camino. De nuevo la invade ese pensamiento de
cuánto le gustaría que su vida cambiara y todo fuera más sencillo.
Le van a caer de
perlas estos días de sol y mar. Ha tenido unos meses durísimos con esta
temporada, pero al final, el balance de la obra fue bueno. Aunque no tuvieron
ningún fin de semana lleno total, el teatro tuvo un aceptable aforo y hubo una estupenda
recepción del público a esta pieza, adaptada de Las Olas de Virginia
Woolf. La fiesta de clausura de anoche
con el grupo estuvo animada y acordaron empezar los ensayos para estrenar una
nueva obra para otoño. Su ilusión es que algún día pueda dedicarse nada más que
al teatro.
No olvida lo que
su padre le dijo cuando le comunicó que quería estudiar actuación: «Ojalá que
no te equivoques y puedas vivir sin penurias de esa profesión».
Tiene que
reconocer que no se ha muerto de hambre, gracias a que también se sacó el
título de maestra de inglés y da clases toda la semana en el colegio donde cursa
Luisa la primaria, con lo cual recibe un salario fijo de docente en una escuela
privada de mucho prestigio. Además, hace también traducciones de libros y
artículos y, cuando hay temporada de teatro, trabaja de actriz, que es su
verdadera pasión y vocación. Tres trabajos para pagar las facturas de gastos
mensuales para mantenerse ella y su hija. Es mucho esfuerzo y a ratos se siente
exhausta, pero con todos sus ingresos logra cubrir lo básico y un poquito más: un
mínimo ahorro mensual para que, quizás algún día, tenga para el enganche de un departamento
propio. También alcanza para salir de vacaciones dos veces al año y algunas idas
esporádicas al cine y al parque de diversiones con Luisa. Debe matarse
trabajando, pero no parece, hasta ahora, haber opción en este sistema en el que
estamos atrapados los humanos del siglo veintiuno.
Se fija en el
reloj, ¡son las ocho y cuarto!, sale de la cama disparada. Va al baño y
mientras se sienta, repasa lo que tiene que hacer para estar a las once y media
en punto en casa de las Pérez.
«Lo primero: preparar
un café bien cargado para agarrar fuerza y energía y mientras lo bebo hacerme
un par de huevos fritos con la salsa verde y los frijoles que sobraron de la semana,
así no dejaré alimentos frescos en el refrigerador. Debo llevar la barriga
llena, porque serán al menos siete horas de carretera. Prepararé también unos sándwiches
y me llevaré la fruta que queda para comerla en el camino. Clara, no olvides congelar la comida que sobró
esta semana: el pollo a la pimienta y el arroz y dejar la cocina limpia para
que no haya plaga de hormigas al regreso. Terminar de hacer tu maleta y la de Luisa,
doblar y guardar la ropa limpia que lavaste antier y que aún está colgada en el
tendedero. Recuerda empacar la toalla de peces que tanto le gusta a tu hija y
que está guardada en el clóset de blancos. Sacar la pelota, las cubetas y las
palas de playa para hacer los castillos de arena. ¡Ay cuánta cosa!».
Le aflora una
sonrisa al pensar en los juegos que disfrutará compartir con su hija y sus
amigos en las vacaciones.
De repente le
viene a la memoria aquel día que, siendo Luisa un bebé, compraron en el súper,
Rogelio y ella, los juguetes de playa para cuando creciera la niña. Entonces se
dice para sí misma: «Pinche Rogelio cabrón, aquí nos dejaste solas hace cinco
años, te bajaste del barco y te valió madre. ¿Cuándo desaparecerás, por fin, de mi recuerdo?
Te odio, siempre fuiste un miserable de mierda y yo una tonta perdida al
enamorarme de ti.»
Va a la cocina para
preparar y comer el desayuno, pone música, escoge el álbum Caminando del grupo Chambao.
Cada vez que se levanta de la mesa baila. La rumba flamenca le encanta y las
labores domésticas son más llevaderas al ritmo de la melodía.
Una vez bañada, la
casa ordenada y las maletas listas revisa que todos los aparatos estén
desconectados, cierra la llave del gas, apaga y guarda el altavoz en su bolso
para llevarlo a la playa y pide un úber. Son las once de la mañana,
perfecta hora para salir de casa y llegar a la hora acordada con las Pérez. Antes
de cerrar la puerta echa el último vistazo a su casa para admirar el hogar que
tanto trabajo le ha costado construir. Desde el úber les mandará mensaje
a sus padres para avisarles que ya se han ido de vacaciones y pedirles de favor
darse una vuelta en la semana para regar las plantas y encender las luces, para
que se vea que hay movimiento en el piso y evitar un robo.
Las Pérez son Mónica
y Érika, hermanas gemelas. Mónica es madre de Diego y Érika mamá de Carla. Los
tres niños son amigos y cursan el cuarto grado de primaria, y como ella es su
maestra de inglés, las conoció en las reuniones de evaluación mensual de padres
de familia del colegio. De inmediato congeniaron y se hicieron amigas.
Mónica y Érika andan
entrando también en los cuarenta, son empresarias, divorciadas como ella y viven
juntas con sus hijos en un hermoso y amplio departamento que sus padres les heredaron
en vida. Las Pérez son excelentes amigas, solidarias y amorosas. Es el tercer
viaje que organizan con los niños, esta vez han decidido ir a la playa La
Tortuguita en la costa del Pacífico. Han alquilado una casita frente al mar y
pasarán ahí siete fabulosos días. Este destino turístico ha ido creciendo desde
la pandemia, ya que es un lugar paradisiaco próximo a una bella y floreciente
ciudad en el interior. Hay muchos restaurantes, pequeños hoteles, algunas
tiendas y agencias que ofrecen actividades ecoturísticas. Entre sus planes
también está visitar Santo Tomás la ciudad que se ha puesto de moda, a una hora
de la playa, en donde han abierto una nueva universidad y hace algunos años inauguraron
el Centro Cultural de las Artes con muy buena fama en el país.
Después de siete
horas de rotarse para conducir, han llegado al anochecer del domingo y se han
instalado en una coqueta cabaña rústica construida en un peñasco y que tiene
acceso a la playa a través de una escalera. En el segundo piso de la cabaña hay
tres habitaciones. En la planta baja hay una cocina amplia con un salón cómodo
y una terraza con vistas al mar, en donde está el comedor y las tumbonas con
las sombrillas. Desde la terraza pueden bajar a la playa que es preciosa, la
arena muy fina, el agua templada y las olas no son muy grandes. Esta es la
mejor época del año para vacacionar, el mar está tranquilo y aún no empieza la
temporada de huracanes.
El primer día de
vacaciones se han levantado temprano Érika y Clara para ir al mercado a comprar
frutas y verduras, así como pescado y mariscos frescos para preparar los
desayunos y las cenas en la cabaña. A ambas les encanta cocinar y han decidido
preparar nuevas recetas que encontraron en internet. Mónica ha pedido que, de
vez en cuando, también salgan a almorzar a algunos restaurantes recomendados en
la guía turística que consultó en línea y organizar varias excursiones.
Al finalizar las
labores de esta primera mañana, las tres madres han acordado tener una junta
para establecer las reglas de convivencia de las vacaciones, para evitar roces
y altercados. Para ello, han decidido tomarse una cerveza fría y se han acomodado
en las tumbonas de la terraza.
—Vamos a pasar
aquí siete estupendos días, así que mejor ponernos de acuerdo para la
organización de la vida cotidiana —inicia Mónica la conversación, mientras ven
a los niños jugando en la playa.
—Yo quiero empezar
—agrega Érika—, ya que es la primera vez que alquilamos una casa y no tendremos
servicio de hotel, y vamos a cocinar Clara y yo a diario propongo que, Mónica y
los niños sean los ayudantes de cocina y nos turnemos el lavado de platos. Así las
tareas serán equitativas. ¿Cómo ven?
—De acuerdo
—contestan las demás.
—Tenemos dos baños
completos —agrega Mónica—. Lo mejor es que uno lo usemos nosotras y el otro los
chamacos.
—Aprobado.
—Yo quiero
intervenir —dice Clara levantando la mano—, tengo una proposición seria, que va
a implicar esfuerzo de las tres, porque cada vez que charlamos caemos en lo
mismo. Quiero que en estas vacaciones no hablemos de nuestros exmaridos y
eliminemos de nuestra mente todo recuerdo de esos tres impresentables que tanto
daño nos han hecho. Es sano desengancharnos de nuestro pasado y esta es una
excelente oportunidad para, al menos, intentarlo, ¿qué opinan? —pregunta Clara
para finalizar.
Érika y Mónica se miran
y emiten una sonora carcajada. Clara se siente desconcertada y va a intervenir
de nuevo, cuando las hermanas Pérez dicen al unísono riendo:
—¡De acuerdo, Clarita!
—Levantando ambas su cerveza.
—Brindemos por
esta excelente propuesta —dice Érika—. ¡Qué casualidad!, hace unos días, mi
hermana y yo, habíamos platicado sobre este tema. ¡Olvidemos de una vez a esos
tres rufianes!
Chocan las tres
sus botellas de cerveza y con este brindis queda sellado el acuerdo.
—Por último, les
quiero confesar que tengo un presentimiento —dice Mónica muy seria—, estoy
segura de que este viaje será muy significativo en nuestras vidas y determinará
nuestro futuro.
—Esto amerita otro
brindis —propone Clara.
—¡Salud! —corean
las tres chocando sus cervezas.
Como una gran
familia, después de desayunar y arreglar un poco la cabaña, salen todos a la
playa para disfrutar las olas y nadar. Hacen equipos para los concursos de
castillos de arena, juegan voleibol y bádminton. Mientras los niños corren y
juegan solos, ellas charlan tumbadas a la sombra debajo de la palapa. Han
olvidado las tres su rutina diaria, el trabajo y las obligaciones.
Al atardecer del miércoles,
deciden que a la mañana siguiente se levantarán temprano y se irán a pasar el
día a Santo Tomás. Clara ha propuesto visitar el nuevo Centro Cultural de las
Artes, un lugar que sus amigos del grupo de teatro le han recomendado que
conozca. Además, el director del centro es Fernando Delgado, un viejo amigo de
Clara, compañero de la facultad, de quien hace mucho no tiene noticias, pero
que lleva dos años en este cargo y le gustaría ir a buscarlo para saludarlo. Ya
verá si tiene suerte de encontrarlo.
Santo Tomás, una pequeña
ciudad con clima cálido, con un casco antiguo muy bonito estilo colonial, tiene
alrededor de seiscientos mil habitantes. Es muy próspera por estar situada en
una zona ganadera y agrícola. Además, recibe mucho turismo debido a la belleza
de su arquitectura, buen clima y cercanía con hermosas playas.
Al terminar de
desayunar en una buena cafetería, Érika propone al grupo ir caminando hacia el
Centro Cultural de las Artes para pasear un poco y ver qué posibilidades
encuentran para instalar una sucursal de su cadena de tiendas de ropa que
tienen en la capital, ya que su negocio está en expansión.
El Centro Cultural
de las Artes de Santo Tomás es un moderno edificio que está en las afueras de
la ciudad, a media hora a pie desde el centro. Tiene una arquitectura fantástica
con muchos espacios abiertos. Alberga las escuelas de teatro, de artes
plásticas y la de danza contemporánea, hay un auditorio, una sala de cine, un
teatro y un museo de arte moderno. El edificio está rodeado de jardines donde
hay varias fuentes y una plazoleta central en donde hay un foro al aire libre con
múltiples usos. Cuando llegan al sitio encuentran una exposición de carteles antiguos
de art nouveau y en el foro están programadas algunas funciones de
teatro y danza los fines de semana por las tardes. Acuerdan que el sábado se
organizarán para venir a comer a la ciudad y luego asistirán a la función de teatro.
—Qué maravilla de
lugar, Clarita —comenta Érika mientras pasean por el recinto buscando la
entrada del museo—, ¡deberías ir a buscar a tu amigo el director y pedirle
chamba!
No acaba de hablar
Érika, cuando Clara ve a lo lejos que se acerca caminando de frente Fernando Delgado,
su amigo, el director del centro.
—No lo puedo creer…
¡Clara Rodríguez!, he estado acordándome de ti estos días. ¡Qué alegría verte!
—exclama Fernando al aproximarse a Clara para darle un abrazo y un beso.
—¡Qué sorpresa querido
Fernando!, estaba pensando en ir a buscarte a tu oficina —exclama Clara al abrazarlo—.
Estamos de vacaciones en La Tortuguita y hoy decidimos venir a pasar el día a
Santo Tomás. Te presento a mi pandilla. Mis amigas Érika y Mónica, mi hija
Luisa y este par de chicos son Diego y Carla.
—Mucho gusto y
bienvenidas —contesta Fernando, dándoles la mano a las mujeres y pasando la
mano sobre la cabeza de los niños de forma amistosa para saludarlos.
—Qué bonito está
el centro, que maravilla y que privilegio que te hagas cargo de esta
institución —apunta Érika.
—Pues sí, me
siento muy afortunado de estar aquí, ¿ya conocieron los jardines y visitaron el
museo?
—Sí, ya paseamos
por los jardines que están espectaculares. Estamos buscando la entrada al museo
—responde Mónica.
—Pues vamos yendo,
las encamino, que voy rumbo a mi oficina que está al lado del museo —dice
Fernando.
Van circulando en
grupo, Fernando se acerca a Clara para invitarla a que vaya con él a su oficina
mientras los demás visitan el museo, le comenta que le gustaría platicar con
ella.
La oficina de
Fernando Delgado es amplia con un gran ventanal hacia uno de los jardines que
rodean el centro, Clara se siente sorprendida de lo agradable del lugar y de la
calidez de su amigo.
—Esta semana pensé
en llamarte y de pronto te apareces —dice Fernando, indicándole que tome
asiento en uno de los mullidos sillones tipo Bauhaus que hay en su oficina.
—¡Ay, no te lo
creo! ¿Y para qué me querías contactar? —contesta incrédula al sentarse.
—¡Es en serio! ¿Quieres
agua? —le ofrece su amigo, mientras empieza a servirla en un vaso, de la jarra
de cristal que tiene en el escritorio.
—Sí, muchas
gracias. Hace bastante calor y tengo sed —contesta tomando el vaso que le
entrega Fernando.
—Aunque no te lo
creas, te he seguido la pista. Supe que formaste parte del elenco de Las
Olas, de Woolf y que te fue muy bien en la temporada. Algunos colegas me
contaron que fuiste la más ovacionada. Entonces pensé en buscarte para invitarte
a dirigir la escuela de teatro del centro, ya que Alberto Martí, el actual director,
se va en el mes de julio porque lo han invitado a arrancar un proyecto en
Austin, Texas. Esta vez quiero contar con una excelente colaboradora como tú, brillante
y apasionada actriz con experiencia en el escenario y que hable muy bien
inglés. Desde la pandemia han venido a vivir a Santo Tomás muchos extranjeros y
el centro resulta atractivo para numerosos estudiantes de Canadá y Estados
Unidos.
—¡No me lo puedo
creer! ¿Me estás ofreciendo trabajo? ¿Para dirigir la escuela de teatro de esta
institución? —exclama Clara estupefacta.
—Sí, ¿por qué te
sorprendes?, te conozco bien, estudiamos juntos en la universidad y sé de tu impecable
trayectoria y lo ordenada y trabajadora que eres. Esta semana pensé en llamarte
y de pronto te apareces. Es como si te
hubiera enviado una señal telepática y la recibiste. Mira, sé que tienes tu vida armada en la
capital, sin embargo, en Santo Tomás se vive muy bien, la ciudad es pequeña,
todo está cerca, hay dos buenas escuelas para que estudie tu hija y el salario no
está mal, son alrededor de cuarenta mil al mes, ya te mandará el administrador
el monto exacto a tu correo esta semana, otra ventaja es que aquí todo es más
barato que en cualquier gran ciudad. Además, cada año montamos dos obras de
teatro con los alumnos de la escuela, que presentamos en el auditorio y las
hemos llevado a otras ciudades y todas han sido muy exitosas. También estoy planeando
armar un nuevo taller experimental de teatro para montar alguna obra
extraordinaria el año próximo. ¿Cómo te suena la propuesta, querida Clara?
—No me puedo creer
que me estés ofreciendo este trabajo, es genial, te agradezco mucho que me
consideres. Pero en este momento no te puedo dar una respuesta, tengo que
pensarlo. ¡Estoy aquí de vacaciones!, no me esperaba algo así. Tengo mi vida en
la capital. Luisa está muy contenta en su escuela, además es muy cercana a sus
abuelos, venirnos a vivir acá es una decisión que no puedo tomar sola, debo
hablar con mi hija y pensar muy bien si quiero hacerme cargo de este proyecto,
porque es un compromiso muy grande —concluye Clara.
—Lo entiendo. No
es una decisión fácil salirse de la gran ciudad, a nosotros como familia nos
fue difícil, pero no nos arrepentimos, tenemos mejor calidad de vida, mis hijos
están muy bien, vamos casi todos los fines de semana al mar porque hay varias
playas cercanas muy bonitas y la escuela de los niños es muy buena y están muy
contentos. Mi mujer también está feliz, recién abrió su negocio, montó una
cafetería en el centro y todo indica que va por buen rumbo —afirma Fernando
animado—. Obvio no espero que hoy aceptes este ofrecimiento, sé lo que implica,
pero me gustaría que lo pensaras y que a más tardar a fin de mes me llames para
decirme que te vienes a ayudarme con la escuela y empecemos a trabajar juntos
para fines de agosto, ya que el próximo curso empieza a mediados de septiembre.
—Te agradezco
mucho esta oferta, estoy muy asombrada y te prometo que tomaré una decisión a
la brevedad y te llamaré —dice Clara nerviosa, mientras se levanta para
despedirse de su amigo—. Tengo que alcanzar a mis amigas, que estoy segura de
que ya habrán salido del museo. Me ha dado un gusto enorme haberte encontrado.
¡Ay, Fernando, me voy emocionada y perpleja!
—Querida amiga,
espero que cuanto antes me des una buena noticia. Te acompaño a la puerta. Mira
ya salieron del museo y están en el jardín —dice Fernando señalando al grupo
por la ventana.
Clara camina como
si flotara, no se puede reponer de la sorpresa, percibe un nudo en el estómago.
Está confundida. Por un lado, contenta porque su amigo está convencido de que
puede hacerse cargo de asumir semejante reto y por otro, no sabe si quiere cambiar
radicalmente su vida y venirse con su hija a este lugar, experimenta muchas
emociones encontradas: le da miedo, le da alegría y se siente nerviosa. Tal vez
esto pasó por desear tanto un cambio repentino en su vida.
Va despacio
pensando y observa a Luisa que, en cuanto la ve, echa la carrera para abrazarla.
Con ella en los brazos regresa la calma y le dice al oído:
—Mi niña bonita,
te tengo una sorpresa, ¡tú y yo vamos a tener que platicar mucho y deberemos tomar
una decisión muy importante!
De la mano de su
hija se acerca a sus amigas. Siente de nuevo el nudo en el estómago. Entonces recuerda
la última estrofa de la canción que venían tarareando esta mañana en el
coche de camino a Santo Tomás:
«Que mi camino se
encuentre iluminado
y la negrura no
enturbie el corazón,
discernimiento al
escoger entre los frutos,
decisión para
subir otro escalón.
Vivir el presente
hacia el futuro,
guardar el pasado
en el arcón,
trabajar por el
cambio de conciencia
y dibujar en el
aire una canción».
Excelente historia, llena de esperanza y optimismo que a muchas que tenemos historias semejantes, nos ilusiona. Felicidades Yolanda Alonso.
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