lunes, 29 de abril de 2024

Desenganchar

Lucía Yolanda Alonso Olvera

 

Una ligera y suave brisa cálida entra y levanta la cortina blanca de manta que cubre la ventana de su habitación. Ya son las siete y media de la mañana y se despierta adormilada. Anoche se acostó tarde, pasando la una y media. Llegó fatigada al finalizar otra semana calurosa y ajetreada. En cuanto su piel siente el aire fresco espabila y ve el reloj. ¡Qué suerte que hoy puede quedarse en la cama un poco más tarde que de costumbre para reponerse!, y qué maravilla que Luisa está en casa de las Pérez.

Se incorpora y acomoda la almohada sobre la cabecera. Tiene sed, los tragos de anoche le pasan factura. Toma el vaso de agua que deja en la mesita de noche y se lo bebe de un tirón. Mientras sigue ahí sentada puede disfrutar la hermosa danza que le ofrece la cortina al ritmo del viento que entra por la ventana. Cada vez que la tela se eleva, alcanza a ver el follaje de la imponente jacaranda que está plantada en el camellón frente a su departamento. En el quinto piso, donde vive, puede disfrutar los racimos lilas de flores de este hermoso árbol, que brotan cada primavera y le ofrecen una vista indescriptible desde sus ventanas.  Es afortunada, el departamento es luminoso, amplio y la renta no es tan cara.

Ya tiene que levantarse, debe estar a las once y media con las chicas.  ¡Hoy empiezan las vacaciones! No hay nada que desee más que irse a la playa y desengancharse de todo. Siente una inmensa alegría. En unas horas estarán de camino. De nuevo la invade ese pensamiento de cuánto le gustaría que su vida cambiara y todo fuera más sencillo.

Le van a caer de perlas estos días de sol y mar. Ha tenido unos meses durísimos con esta temporada, pero al final, el balance de la obra fue bueno. Aunque no tuvieron ningún fin de semana lleno total, el teatro tuvo un aceptable aforo y hubo una estupenda recepción del público a esta pieza, adaptada de Las Olas de Virginia Woolf.  La fiesta de clausura de anoche con el grupo estuvo animada y acordaron empezar los ensayos para estrenar una nueva obra para otoño. Su ilusión es que algún día pueda dedicarse nada más que al teatro.

No olvida lo que su padre le dijo cuando le comunicó que quería estudiar actuación: «Ojalá que no te equivoques y puedas vivir sin penurias de esa profesión».

Tiene que reconocer que no se ha muerto de hambre, gracias a que también se sacó el título de maestra de inglés y da clases toda la semana en el colegio donde cursa Luisa la primaria, con lo cual recibe un salario fijo de docente en una escuela privada de mucho prestigio. Además, hace también traducciones de libros y artículos y, cuando hay temporada de teatro, trabaja de actriz, que es su verdadera pasión y vocación. Tres trabajos para pagar las facturas de gastos mensuales para mantenerse ella y su hija. Es mucho esfuerzo y a ratos se siente exhausta, pero con todos sus ingresos logra cubrir lo básico y un poquito más: un mínimo ahorro mensual para que, quizás algún día, tenga para el enganche de un departamento propio. También alcanza para salir de vacaciones dos veces al año y algunas idas esporádicas al cine y al parque de diversiones con Luisa. Debe matarse trabajando, pero no parece, hasta ahora, haber opción en este sistema en el que estamos atrapados los humanos del siglo veintiuno.

Se fija en el reloj, ¡son las ocho y cuarto!, sale de la cama disparada. Va al baño y mientras se sienta, repasa lo que tiene que hacer para estar a las once y media en punto en casa de las Pérez.

«Lo primero: preparar un café bien cargado para agarrar fuerza y energía y mientras lo bebo hacerme un par de huevos fritos con la salsa verde y los frijoles que sobraron de la semana, así no dejaré alimentos frescos en el refrigerador. Debo llevar la barriga llena, porque serán al menos siete horas de carretera. Prepararé también unos sándwiches y me llevaré la fruta que queda para comerla en el camino.  Clara, no olvides congelar la comida que sobró esta semana: el pollo a la pimienta y el arroz y dejar la cocina limpia para que no haya plaga de hormigas al regreso. Terminar de hacer tu maleta y la de Luisa, doblar y guardar la ropa limpia que lavaste antier y que aún está colgada en el tendedero. Recuerda empacar la toalla de peces que tanto le gusta a tu hija y que está guardada en el clóset de blancos. Sacar la pelota, las cubetas y las palas de playa para hacer los castillos de arena. ¡Ay cuánta cosa!».

Le aflora una sonrisa al pensar en los juegos que disfrutará compartir con su hija y sus amigos en las vacaciones.

De repente le viene a la memoria aquel día que, siendo Luisa un bebé, compraron en el súper, Rogelio y ella, los juguetes de playa para cuando creciera la niña. Entonces se dice para sí misma: «Pinche Rogelio cabrón, aquí nos dejaste solas hace cinco años, te bajaste del barco y te valió madre.  ¿Cuándo desaparecerás, por fin, de mi recuerdo? Te odio, siempre fuiste un miserable de mierda y yo una tonta perdida al enamorarme de ti.»

Va a la cocina para preparar y comer el desayuno, pone música, escoge el álbum Caminando del grupo Chambao. Cada vez que se levanta de la mesa baila. La rumba flamenca le encanta y las labores domésticas son más llevaderas al ritmo de la melodía.

Una vez bañada, la casa ordenada y las maletas listas revisa que todos los aparatos estén desconectados, cierra la llave del gas, apaga y guarda el altavoz en su bolso para llevarlo a la playa y pide un úber. Son las once de la mañana, perfecta hora para salir de casa y llegar a la hora acordada con las Pérez. Antes de cerrar la puerta echa el último vistazo a su casa para admirar el hogar que tanto trabajo le ha costado construir. Desde el úber les mandará mensaje a sus padres para avisarles que ya se han ido de vacaciones y pedirles de favor darse una vuelta en la semana para regar las plantas y encender las luces, para que se vea que hay movimiento en el piso y evitar un robo.

Las Pérez son Mónica y Érika, hermanas gemelas. Mónica es madre de Diego y Érika mamá de Carla. Los tres niños son amigos y cursan el cuarto grado de primaria, y como ella es su maestra de inglés, las conoció en las reuniones de evaluación mensual de padres de familia del colegio. De inmediato congeniaron y se hicieron amigas.

Mónica y Érika andan entrando también en los cuarenta, son empresarias, divorciadas como ella y viven juntas con sus hijos en un hermoso y amplio departamento que sus padres les heredaron en vida. Las Pérez son excelentes amigas, solidarias y amorosas. Es el tercer viaje que organizan con los niños, esta vez han decidido ir a la playa La Tortuguita en la costa del Pacífico. Han alquilado una casita frente al mar y pasarán ahí siete fabulosos días. Este destino turístico ha ido creciendo desde la pandemia, ya que es un lugar paradisiaco próximo a una bella y floreciente ciudad en el interior. Hay muchos restaurantes, pequeños hoteles, algunas tiendas y agencias que ofrecen actividades ecoturísticas. Entre sus planes también está visitar Santo Tomás la ciudad que se ha puesto de moda, a una hora de la playa, en donde han abierto una nueva universidad y hace algunos años inauguraron el Centro Cultural de las Artes con muy buena fama en el país.

Después de siete horas de rotarse para conducir, han llegado al anochecer del domingo y se han instalado en una coqueta cabaña rústica construida en un peñasco y que tiene acceso a la playa a través de una escalera. En el segundo piso de la cabaña hay tres habitaciones. En la planta baja hay una cocina amplia con un salón cómodo y una terraza con vistas al mar, en donde está el comedor y las tumbonas con las sombrillas. Desde la terraza pueden bajar a la playa que es preciosa, la arena muy fina, el agua templada y las olas no son muy grandes. Esta es la mejor época del año para vacacionar, el mar está tranquilo y aún no empieza la temporada de huracanes.

El primer día de vacaciones se han levantado temprano Érika y Clara para ir al mercado a comprar frutas y verduras, así como pescado y mariscos frescos para preparar los desayunos y las cenas en la cabaña. A ambas les encanta cocinar y han decidido preparar nuevas recetas que encontraron en internet. Mónica ha pedido que, de vez en cuando, también salgan a almorzar a algunos restaurantes recomendados en la guía turística que consultó en línea y organizar varias excursiones.

Al finalizar las labores de esta primera mañana, las tres madres han acordado tener una junta para establecer las reglas de convivencia de las vacaciones, para evitar roces y altercados. Para ello, han decidido tomarse una cerveza fría y se han acomodado en las tumbonas de la terraza.

—Vamos a pasar aquí siete estupendos días, así que mejor ponernos de acuerdo para la organización de la vida cotidiana —inicia Mónica la conversación, mientras ven a los niños jugando en la playa.

—Yo quiero empezar —agrega Érika—, ya que es la primera vez que alquilamos una casa y no tendremos servicio de hotel, y vamos a cocinar Clara y yo a diario propongo que, Mónica y los niños sean los ayudantes de cocina y nos turnemos el lavado de platos. Así las tareas serán equitativas. ¿Cómo ven?

—De acuerdo —contestan las demás.

—Tenemos dos baños completos —agrega Mónica—. Lo mejor es que uno lo usemos nosotras y el otro los chamacos.

—Aprobado.

—Yo quiero intervenir —dice Clara levantando la mano—, tengo una proposición seria, que va a implicar esfuerzo de las tres, porque cada vez que charlamos caemos en lo mismo. Quiero que en estas vacaciones no hablemos de nuestros exmaridos y eliminemos de nuestra mente todo recuerdo de esos tres impresentables que tanto daño nos han hecho. Es sano desengancharnos de nuestro pasado y esta es una excelente oportunidad para, al menos, intentarlo, ¿qué opinan? —pregunta Clara para finalizar.

Érika y Mónica se miran y emiten una sonora carcajada. Clara se siente desconcertada y va a intervenir de nuevo, cuando las hermanas Pérez dicen al unísono riendo:

—¡De acuerdo, Clarita! —Levantando ambas su cerveza.

—Brindemos por esta excelente propuesta —dice Érika—. ¡Qué casualidad!, hace unos días, mi hermana y yo, habíamos platicado sobre este tema. ¡Olvidemos de una vez a esos tres rufianes!

Chocan las tres sus botellas de cerveza y con este brindis queda sellado el acuerdo.

—Por último, les quiero confesar que tengo un presentimiento —dice Mónica muy seria—, estoy segura de que este viaje será muy significativo en nuestras vidas y determinará nuestro futuro.  

—Esto amerita otro brindis —propone Clara.

—¡Salud! —corean las tres chocando sus cervezas.

Como una gran familia, después de desayunar y arreglar un poco la cabaña, salen todos a la playa para disfrutar las olas y nadar. Hacen equipos para los concursos de castillos de arena, juegan voleibol y bádminton. Mientras los niños corren y juegan solos, ellas charlan tumbadas a la sombra debajo de la palapa. Han olvidado las tres su rutina diaria, el trabajo y las obligaciones.

Al atardecer del miércoles, deciden que a la mañana siguiente se levantarán temprano y se irán a pasar el día a Santo Tomás. Clara ha propuesto visitar el nuevo Centro Cultural de las Artes, un lugar que sus amigos del grupo de teatro le han recomendado que conozca. Además, el director del centro es Fernando Delgado, un viejo amigo de Clara, compañero de la facultad, de quien hace mucho no tiene noticias, pero que lleva dos años en este cargo y le gustaría ir a buscarlo para saludarlo. Ya verá si tiene suerte de encontrarlo.

 

Santo Tomás, una pequeña ciudad con clima cálido, con un casco antiguo muy bonito estilo colonial, tiene alrededor de seiscientos mil habitantes. Es muy próspera por estar situada en una zona ganadera y agrícola. Además, recibe mucho turismo debido a la belleza de su arquitectura, buen clima y cercanía con hermosas playas.

Al terminar de desayunar en una buena cafetería, Érika propone al grupo ir caminando hacia el Centro Cultural de las Artes para pasear un poco y ver qué posibilidades encuentran para instalar una sucursal de su cadena de tiendas de ropa que tienen en la capital, ya que su negocio está en expansión.

El Centro Cultural de las Artes de Santo Tomás es un moderno edificio que está en las afueras de la ciudad, a media hora a pie desde el centro. Tiene una arquitectura fantástica con muchos espacios abiertos. Alberga las escuelas de teatro, de artes plásticas y la de danza contemporánea, hay un auditorio, una sala de cine, un teatro y un museo de arte moderno. El edificio está rodeado de jardines donde hay varias fuentes y una plazoleta central en donde hay un foro al aire libre con múltiples usos. Cuando llegan al sitio encuentran una exposición de carteles antiguos de art nouveau y en el foro están programadas algunas funciones de teatro y danza los fines de semana por las tardes. Acuerdan que el sábado se organizarán para venir a comer a la ciudad y luego asistirán a la función de teatro.   

—Qué maravilla de lugar, Clarita —comenta Érika mientras pasean por el recinto buscando la entrada del museo—, ¡deberías ir a buscar a tu amigo el director y pedirle chamba!

No acaba de hablar Érika, cuando Clara ve a lo lejos que se acerca caminando de frente Fernando Delgado, su amigo, el director del centro.

—No lo puedo creer… ¡Clara Rodríguez!, he estado acordándome de ti estos días. ¡Qué alegría verte! —exclama Fernando al aproximarse a Clara para darle un abrazo y un beso.

—¡Qué sorpresa querido Fernando!, estaba pensando en ir a buscarte a tu oficina —exclama Clara al abrazarlo—. Estamos de vacaciones en La Tortuguita y hoy decidimos venir a pasar el día a Santo Tomás. Te presento a mi pandilla. Mis amigas Érika y Mónica, mi hija Luisa y este par de chicos son Diego y Carla.

—Mucho gusto y bienvenidas —contesta Fernando, dándoles la mano a las mujeres y pasando la mano sobre la cabeza de los niños de forma amistosa para saludarlos.

—Qué bonito está el centro, que maravilla y que privilegio que te hagas cargo de esta institución —apunta Érika.

—Pues sí, me siento muy afortunado de estar aquí, ¿ya conocieron los jardines y visitaron el museo?

—Sí, ya paseamos por los jardines que están espectaculares. Estamos buscando la entrada al museo —responde Mónica.

—Pues vamos yendo, las encamino, que voy rumbo a mi oficina que está al lado del museo —dice Fernando.

Van circulando en grupo, Fernando se acerca a Clara para invitarla a que vaya con él a su oficina mientras los demás visitan el museo, le comenta que le gustaría platicar con ella.  

La oficina de Fernando Delgado es amplia con un gran ventanal hacia uno de los jardines que rodean el centro, Clara se siente sorprendida de lo agradable del lugar y de la calidez de su amigo.

—Esta semana pensé en llamarte y de pronto te apareces —dice Fernando, indicándole que tome asiento en uno de los mullidos sillones tipo Bauhaus que hay en su oficina.

—¡Ay, no te lo creo! ¿Y para qué me querías contactar? —contesta incrédula al sentarse.

—¡Es en serio! ¿Quieres agua? —le ofrece su amigo, mientras empieza a servirla en un vaso, de la jarra de cristal que tiene en el escritorio.

—Sí, muchas gracias. Hace bastante calor y tengo sed —contesta tomando el vaso que le entrega Fernando.

—Aunque no te lo creas, te he seguido la pista. Supe que formaste parte del elenco de Las Olas, de Woolf y que te fue muy bien en la temporada. Algunos colegas me contaron que fuiste la más ovacionada. Entonces pensé en buscarte para invitarte a dirigir la escuela de teatro del centro, ya que Alberto Martí, el actual director, se va en el mes de julio porque lo han invitado a arrancar un proyecto en Austin, Texas. Esta vez quiero contar con una excelente colaboradora como tú, brillante y apasionada actriz con experiencia en el escenario y que hable muy bien inglés. Desde la pandemia han venido a vivir a Santo Tomás muchos extranjeros y el centro resulta atractivo para numerosos estudiantes de Canadá y Estados Unidos.

—¡No me lo puedo creer! ¿Me estás ofreciendo trabajo? ¿Para dirigir la escuela de teatro de esta institución? —exclama Clara estupefacta.

—Sí, ¿por qué te sorprendes?, te conozco bien, estudiamos juntos en la universidad y sé de tu impecable trayectoria y lo ordenada y trabajadora que eres. Esta semana pensé en llamarte y de pronto te apareces.  Es como si te hubiera enviado una señal telepática y la recibiste.  Mira, sé que tienes tu vida armada en la capital, sin embargo, en Santo Tomás se vive muy bien, la ciudad es pequeña, todo está cerca, hay dos buenas escuelas para que estudie tu hija y el salario no está mal, son alrededor de cuarenta mil al mes, ya te mandará el administrador el monto exacto a tu correo esta semana, otra ventaja es que aquí todo es más barato que en cualquier gran ciudad. Además, cada año montamos dos obras de teatro con los alumnos de la escuela, que presentamos en el auditorio y las hemos llevado a otras ciudades y todas han sido muy exitosas. También estoy planeando armar un nuevo taller experimental de teatro para montar alguna obra extraordinaria el año próximo. ¿Cómo te suena la propuesta, querida Clara?

—No me puedo creer que me estés ofreciendo este trabajo, es genial, te agradezco mucho que me consideres. Pero en este momento no te puedo dar una respuesta, tengo que pensarlo. ¡Estoy aquí de vacaciones!, no me esperaba algo así. Tengo mi vida en la capital. Luisa está muy contenta en su escuela, además es muy cercana a sus abuelos, venirnos a vivir acá es una decisión que no puedo tomar sola, debo hablar con mi hija y pensar muy bien si quiero hacerme cargo de este proyecto, porque es un compromiso muy grande —concluye Clara.

—Lo entiendo. No es una decisión fácil salirse de la gran ciudad, a nosotros como familia nos fue difícil, pero no nos arrepentimos, tenemos mejor calidad de vida, mis hijos están muy bien, vamos casi todos los fines de semana al mar porque hay varias playas cercanas muy bonitas y la escuela de los niños es muy buena y están muy contentos. Mi mujer también está feliz, recién abrió su negocio, montó una cafetería en el centro y todo indica que va por buen rumbo —afirma Fernando animado—. Obvio no espero que hoy aceptes este ofrecimiento, sé lo que implica, pero me gustaría que lo pensaras y que a más tardar a fin de mes me llames para decirme que te vienes a ayudarme con la escuela y empecemos a trabajar juntos para fines de agosto, ya que el próximo curso empieza a mediados de septiembre.

—Te agradezco mucho esta oferta, estoy muy asombrada y te prometo que tomaré una decisión a la brevedad y te llamaré —dice Clara nerviosa, mientras se levanta para despedirse de su amigo—. Tengo que alcanzar a mis amigas, que estoy segura de que ya habrán salido del museo. Me ha dado un gusto enorme haberte encontrado. ¡Ay, Fernando, me voy emocionada y perpleja!

—Querida amiga, espero que cuanto antes me des una buena noticia. Te acompaño a la puerta. Mira ya salieron del museo y están en el jardín —dice Fernando señalando al grupo por la ventana.

Clara camina como si flotara, no se puede reponer de la sorpresa, percibe un nudo en el estómago. Está confundida. Por un lado, contenta porque su amigo está convencido de que puede hacerse cargo de asumir semejante reto y por otro, no sabe si quiere cambiar radicalmente su vida y venirse con su hija a este lugar, experimenta muchas emociones encontradas: le da miedo, le da alegría y se siente nerviosa. Tal vez esto pasó por desear tanto un cambio repentino en su vida.

Va despacio pensando y observa a Luisa que, en cuanto la ve, echa la carrera para abrazarla. Con ella en los brazos regresa la calma y le dice al oído:

—Mi niña bonita, te tengo una sorpresa, ¡tú y yo vamos a tener que platicar mucho y deberemos tomar una decisión muy importante!

De la mano de su hija se acerca a sus amigas. Siente de nuevo el nudo en el estómago. Entonces recuerda la última estrofa de la canción que venían tarareando esta mañana en el coche de camino a Santo Tomás:  

«Que mi camino se encuentre iluminado

y la negrura no enturbie el corazón,

discernimiento al escoger entre los frutos,

decisión para subir otro escalón.

Vivir el presente hacia el futuro,

guardar el pasado en el arcón,

trabajar por el cambio de conciencia

y dibujar en el aire una canción».  

1 comentario:

  1. Excelente historia, llena de esperanza y optimismo que a muchas que tenemos historias semejantes, nos ilusiona. Felicidades Yolanda Alonso.

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