lunes, 8 de abril de 2024

Camino de dioses

Rosario Sánchez Infantas 


Henry no podía estar más aburrido. Llevaba dos horas sentado a la mesa del comedor, apoyaba los codos en ella, tenía la espalda encorvada, sostenía su cabeza con la mano izquierda y con la derecha pasaba, uno tras otro, videos de TikTok que iba viendo en su teléfono móvil. Ocasionalmente sonreía y en dos oportunidades había reído a carcajadas. Pero hacía un buen rato que esto último no ocurría. Comenzó a tamborilear los dedos, bostezó, echó el celular sobre la mesa, reclinó aún más la cabeza y se cubrió los ojos con ambas manos. En Huay-Huay, el pequeño poblado de la sierra central peruana, las vacaciones escolares coincidían con la época de lluvias. Le parecían muy aburridas, especialmente en tardes como esta en la que una tormenta los había dejado sin fluido eléctrico y era peligroso salir de casa. El pueblo de Henry bordeaba los dos mil habitantes y se ubicaba a tres mil novecientos metros de altitud. Era un lugar frío, entre quince grados y tres bajo cero. El distrito se extendía hacia el oeste con montañas de nieves eternas próximas a los seis mil metros de altura. Las estribaciones de este ramal de la Cordillera de los Andes de forma progresiva descendían hacia la costa.

El distrito de Huay-Huay se denomina Valle Dorado de los Andes, pues al estar cubierto de ichu o paja silvestre, esta resplandece con los rayos del sol. Matizan el paisaje uno que otro árbol nativo. En el siglo veinte se introdujo tanto el ganado ovino como el vacuno y desde hace un par de décadas se crían truchas en sus lagunas y riachuelos. La comunidad campesina era una de las pocas que se resistía a vender sus terrenos a las empresas mineras vecinas por su impacto ambiental, en la salud y en el bienestar social.

Henry disfrutaba mucho la temporada de clases. Desde que ingresó a la escuela destacó como un chico inteligente, sociable, deportista y colaborador con los adultos. Era el tipo de estudiante ideal para sus docentes. Toleraba bien las frustraciones, pero cuando estas se sobreponían, se abatía y aislaba. El segundo de cuatro hijos era el brazo derecho de sus padres, luego que Pedro, el hermano cuatro años mayor, partiera a estudiar ingeniería a la capital. El padre, en sus labores agrícolas desde la madrugada, y la madre, atendiendo el hogar y criando animales menores, agradecían que Henry ayudara a Joel y a Rosita con las tareas escolares.

Delgado, atractivo, de tez clara algo resquebrajada por la sequedad y frío ambiental, era muy popular y desenvuelto con las chicas, aunque torpe con aquella que le gustara. Después de cursar varias asignaturas de ciencias sociales con el joven profesor Armando Sifuentes, quiso ser un docente de historia. Gracias a él había vislumbrado cuánto hay por conocer, cómo muchas cosas tenían sentido conociendo el pasado y que había mucho de lo cual estar orgullosos, como peruanos. Sobre todo, aprendió de él lo que era la integridad.  Quedó muy triste luego de que, analizando la situación familiar, sus padres decidieran que acabada la secundaria le buscarían algún empleo, pues el dinero solo alcanzaba para sobrevivir y ayudar un poco a Pedro. Por ello se entretenía en las redes sociales o en los juegos descargados en el móvil; evadía así la profunda tristeza y el vacío que le producían no poder estudiar en la universidad. 

El último año académico para Henry comenzó peor aún. Armando Sifuentes no regresó a enseñar a su colegio y lo reemplazó un docente que solo trasmitía información incompleta, desactualizada y desarticulada de otros saberes. En el colegio fue evidente la desmotivación y el retraimiento social de Henry. Su intento de hacer mandados por unas monedas en el pueblo, y así ahorrar para estudiar en la universidad el próximo año, no prosperó. A su comunidad también le estaba impactando la desaceleración económica nacional y el cierre, al parecer definitivo, del centro metalúrgico vecino de La Oroya que más de medio siglo había movilizado la economía regional. Desmotivado, el muchacho vegeta en el colegio y las magras propinas que gana apoyando en su pueblo pasan a formar parte de los ingresos familiares.

Una tarde lluviosa le avisan que su padre, al intentar cruzar una acequia, ha caído del caballo y se ha fracturado ambas piernas y tres costillas.  La operación debe realizarse en otra ciudad y el seguro universal no cubre todos los gastos que las desabastecidas farmacias estatales demandan. Al igual que hace siglos, debe esperar que yerbas tradicionales y la inmovilización suelden sus huesos. Como entonces, la comunidad campesina le da trabajo a Henry ayudando al chofer en los viajes del bus comunal. Al muchacho le alegra ayudar a su familia subiendo y bajando bultos, limpiando el carro, cobrando los pasajes y llevando la contabilidad; pero el desconsuelo al ver diluidos sus sueños sigue creciendo. En esos días se entera, por un familiar, que su Pedro ha abandonado la universidad y trabaja como obrero en una fábrica para sostener a su compañera y la hijita de ambos. 

Las autoridades de un colegio de la cercana ciudad de Canchayllo solicitan el servicio del autobús de la comunidad de Huay-Huay para un viaje de estudios, de un día, de sus estudiantes por lugares de interés de su distrito llegando hasta las inmediaciones de Pariacaca, la montaña sagrada desde tiempos preincas en el Perú.  Henry se avergüenza profundamente cuando ve que el profesor Armando es uno de los docentes que harán el viaje. El joven maestro, mientras le da un abrazo prolongado, le susurra:

—¡Eres admirable, Henry! —Y le da un nuevo significado al trabajo del muchacho y al haber abandonado sus estudios.

En el camino, el maestro y Lewis, un promotor turístico de la comunidad de Canchayllo, se van turnando al ir explicando el recorrido. 

—Muchachos, a que no sabían que los incas trazaron un camino que unía la sierra central del Tahuantinsuyo con la costa. Algunos tramos permanecen igual como hace cinco siglos, otros se han deteriorado y en algunos casos se han hecho carreteras, como esta, sobre la vía inca — señala Armando con pasión—. Imaginen, este era un paso obligado de los chasquis, correo por postas del incario. ¿Saben ustedes qué es el Pariacaca?

—¡Un nevado! —exclaman muchos chicos con entusiasmo.

—Una deidad tutelar pre hispana —afirma Henry, aunque luego se avergüenza porque él no es parte de los excursionistas.

—Ambas respuestas son correctas. Esta ruta permitía el acceso a los peregrinos de la montaña sagrada cuyo culto era uno de los más importantes del imperio incaico. Y ¿qué creen? Este accidentado ramal unía Pariacaca con otro importante centro religioso: Pachacámac. Y les cuento: los incas les daban cualidades humanas a sus deidades, estas viajaban, dialogaban, concertaban, amaban, castigaban, entonces por aquí transitaban en sus afanes los dioses, este fue un camino de dioses —explica Armando.

Las exclamaciones de sorpresa se interrumpen cuando Lewis, llama la atención sobre unas formaciones rocosas:

—Son obra de los antepasados incas que dieron a la roca forma de sus dioses: el puma, el cóndor y la serpiente.

Henry sabe que las rocas han adoptado esas imprecisas formas producto de la erosión de la lluvia y el viento.

—Aquellos animales eran sagrados para los incas, y los españoles creyeron que tenían carácter de dioses. —Media Armando Sifuentes tratando de que los chicos no se queden con el error, pero sin dejar mal al guía.

En una parada para apreciar una pequeña piscigranja, Lewis lleva al grupo por una trocha, les señala que ese es el camino real de los incas. Henry sabe que la aludida vía era parte de una red de veinticinco mil kilómetros de caminos que permitía el tránsito a grandes grupos humanos y empleaba técnicas diversas para adecuarse a la geografía tan accidentada. Además, contaba con instalaciones de servicios complementarios: hospedaje, depósitos, viviendas para los miembros del correo y los viajeros y sus animales de carga. Este angosto caminito no puede ser parte del denominado Qhapaq Ñan. 

Producto de los deshielos de las montañas próximas, conforme van ascendiendo, aprecian muchas cascadas, riachuelos y lagunas. Realizan una nueva parada al borde de una laguna que refleja el cielo azul y los montes aledaños. Diferentes aves nadan en ella.

—Chicos, observen estos juncos alrededor, sirven de refugio a múltiples aves. Estas lagunas son el hábitat, alimento y refugio de diversidad de especies de fauna silvestre, estacional y especies migratorias de Groenlandia, Canadá, Estados Unidos de América y México —señala el maestro—. Analicen lo que significa, para estas agotadas aves, encontrar las lagunas llenas de relave minero —dice tras el suspiro.

Se van prestando unos pocos binoculares para avistar, en un roquedal cercano, a unas vizcachas acicalándose mientras toman el sol.

—Hace tres millones de años los camélidos sudamericanos han habitado esos parajes: guanacos, vicuñas, llamas y alpacas; pequeños venados, vizcachas, zorrinos. Cada vez menos se avistan gatos, pumas y zorros andinos. En la puna árida solo prosperan los cactus y las suculentas.

El maestro va describiendo la antigüedad de las diferentes formaciones geológicas, el guía muestra una pequeña cascada que se asemeja a una sirena y le atribuye importancia religiosa para los incas; Armando de manera sutil trata de enmendar las incoherencias. Se detienen un momento para mostrar el camino hacia un cañón rocoso de creciente atractivo turístico. Henry compara los muchos atractivos de Canchayllo con los nulos de su pueblo; pero se enternece cuando recuerda el esfuerzo de algunos de sus paisanos por darle un carácter atractivo a su feria dominical y difundirla en otros poblados. Visto así, incluso le conmueve el esfuerzo con el que Lewis pretende convencer a sus oyentes de que la pequeña laguna en forma de corazón otorga éxito en las relaciones de pareja y «Les aseguro que esta costumbre viene desde los incas». Le parece incorrecto, pero bien intencionado para crear atractivos turísticos. Piensa que quizás se pueda hacer algo semejante para promocionar a su pueblo.

Por la noche al regresar a Huay-Huay, luego de dejar en su localidad a los escolares, ven que, debido a lluvias intensas en las partes altas del valle, ha crecido el río y está dañando las jaulas artesanales de crianza de truchas. Observar el esfuerzo denodado de algunos pobladores dentro de las gélidas aguas para proteger sus instalaciones lo hace sentirse parte de esta comunidad. Esa noche no duerme dando forma a proyectos que la ayuden. Saca en claro que debe convocar a los muchachos del colegio para dar nuevos significados a lugares, recursos, procesos, comportamientos y así ayudar en lo económico y en el bienestar general de su pueblo. Amanecía cuando llama por teléfono al profesor Armando pidiéndole ayuda con el director del colegio de Huay-Huay a fin de contar con la participación de los chicos de los últimos años. Este convence a la autoridad de implementar el aprendizaje basado en proyectos comprometiéndose a asesorar a docentes y estudiantes.  

A partir de entonces veinte equipos de escolares van resignificando la comunidad. Los roquedales más escarpados ahora podían ser espacios de escalado en roca y descenso en rapel, las instalaciones de piscicultura serían centros de prácticas de los futuros ingenieros acuícolas, el chaco de vicuñas dentro de un plan de turismo vivencial puede ser muy interesante, los ingenieros zootecnistas realizarían sus investigaciones en los criaderos de camélidos u ovinos. El centro arqueológico de Tasapata, los tramos reconocibles del Qhapaq Ñan y los abrigos rocosos deben ser valorados como ancestrales y sagrados, además de ser objeto de estudios de las escuelas de antropología.

Las ideas bullen y algunas se desbordan:

—El festival de la trucha.

—Se puede implementar un observatorio de aves en las inmediaciones de las lagunas, yo lo vi en los Pantanos de Villa.

—Podemos organizar en el municipio un museo con los fósiles que todos hemos ido encontrando en las canteras.

—Debemos volver a llamar por su nombre nativo, makirwa o titanca, a las puyas de Raimondi y hacer circuitos guiados a nuestros bosques.

—Podemos envasar y vender, en los principales centros turísticos del país, agua sagrada de los manantiales incas, Made in Valle Dorado de los Andes.

—Se pueden alquilar las ruinas del centro metalúrgico colonial de Callapampa para filmar películas de terror pues son tétricas y debieron sufrir mucho nuestros paisanos allí.

Este aniversario del pueblo ha sido muy atareado. El estudiante de Ciencias Geográficas e Históricas, Henry Carhuamaca Surichaqui, se sienta a descansar y sonríe mientras los participantes en el Tercer Festival de escalada Valle Dorado de los Andes, en la carrera de canotaje y en experiencias de turismo vivencial, así como los asistentes al Primer Congreso Internacional en Cosmovisión Andina y los pobladores en general hacen un fin de fiesta en la plaza del pueblo.

El sol, como hace siglos, transita el camino de dioses rumbo al mar.

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