miércoles, 24 de julio de 2019

Juan Solo


Javier Oyarzun


Sintió un jadeo intenso desde la oficina de gerencia. Trató de calmarse pensando en otra cosa, pero no le fue posible. Su cuerpo empezó a tiritar de rabia, lanzó un grito ensordecedor, y de un puntapié destrozó la cerradura de la puerta.

Sorprendido el jefe dejó de besar el pezón derecho de su secretaria. Ella soltó el miembro erecto del gerente, que sostenía con ambas manos. Las paredes del despacho estaban decoradas con fotos familiares, diplomas y artículos deportivos.

El hombre infiel pedía la presencia de los guardias a viva voz. La mujer trataba de detener al joven, pero este no reaccionaba. Enceguecido de ira desprendió un palo de golf desde el tabique que lo sostenía y acertó un certero golpe en la cabeza de su jefe, quien cayó desvanecido al piso.

La sangre salía a borbotones de la cabeza y manchaba la alfombra verde pistacho que decoraba la oficina. La amante lloraba sentada en una esquina alejada del cuerpo del que había sido su pareja furtiva. El joven permaneció inmóvil absorto en sus pensamientos.

Desde pequeño, fue un niño demasiado tranquilo, no lloraba mucho. Comenzó a hablar cerca de los dos años, si bien reaccionaba a los estímulos externos, no les daba mayor importancia. No le agradaba la compañía de otros infantes, prefería estar tardes enteras armando puzles o coloreando figuras. Aprendió a leer rápido, desde ese instante, los libros comenzaron a ser su refugio. Sacaba muy buenas notas, y muchas veces sus razonamientos dejaban perplejos a sus profesores, por la profundidad de sus análisis.

Practicaba deportes por obligación en las clases del colegio, su desempeño era deficiente, le parecía absurdo correr detrás de una pelota para meter goles o encestar tiros. La despreocupación por su entorno le trajo problemas en la adolescencia. Fue calificado de pedante y cerebrito por sus compañeros, que comenzaron a hostigarlo. Siempre reaccionó con tranquilidad ante los ataques. Hasta que un día, un compañero rompió uno de sus libros, lo que le valió una fractura del tabique nasal, desde ese momento nadie lo molestó más.

Las clases de computación fueron un gran hito en su vida, a poco empezar, se obsesionó con el lenguaje de las máquinas. Comenzó a desarrollar complejos programas, su notebook fue su compañero inseparable. En la universidad sacó adelante su carrera de ingeniería informática con facilidad, sus calificaciones fueron de excelencia. Al principio le costó encontrar trabajo, a pesar de sus aptitudes, no tenía ningún amigo que lo recomendara. Sus entrevistas laborales fueron poco satisfactorias, debido a sus nulas habilidades sociales.

Samanta siempre fue una niña encantadora, por ser la menor de cuatro hermanos, hasta ese momento, recibió el cariño y cuidados de toda su familia. Risueña y muy sociable, en el colegio siempre fue elegida reina por su belleza y simpatía. Comprensiva y cariñosa, le gustaban mucho los perros, a los cuales rescataba de la calle y cuidaba en el hogar a regañadientes de su padre.

Ya adolescente nació su último hermano bajo la condición de síndrome de Down; su amor y entereza la traspasó al cuidado del más pequeño de la familia, desde ese momento averiguó todo al respecto en internet y ayudó al resto a sobrellevarlo. Su barrio no era de los mejores, cuando creció evitaba juntarse con los vecinos, rechazando a todos los pretendientes del sector, no quería quedar embarazada como varias de sus amigas de infancia. Soñaba con estudiar psicología o educación diferencial para ayudar a su hermano, pero la pésima condición económica de su familia, la hizo optar por secretariado.

A Tomás nunca le faltó nada, estudió en los mejores colegios y como muchos de su generación se recibió de ingeniero comercial de la universidad católica. Estuvo de novio desde los catorce años con su actual señora, con la cual se casó apenas se tituló. Parecían una pareja perfecta ante los ojos de todos. Su luna de miel duro dos años; recorrieron el sudeste asiático, China, Japón, Australia y casi toda América.

Al regresar con la ayuda de su familia instaló un holding de empresas que logró ser uno de los más importantes del país. Siempre fue muy competitivo, lo demostraba en el trabajo y en los deportes. Los practicaba todos los fines de semana, para mantener un buen estado físico.

Ya a sus cuarenta años y con tres hijos a cuestas, su mujer dejó de ser la perfección que él necesitaba, sus encuentros sexuales se fueron distanciando, dando paso a un excesivo culto por su figura. Su libido despertó cuando esa bella muchacha de curvas pronunciadas entró a su oficina para su entrevista, quedó embobado, poco le importaron su experiencia laboral y sus capacidades, la contrató de inmediato.

Cuando Juan Olmedo dio su entrevista de trabajo, estuvo a punto de ser rechazado otra vez, el psicólogo de la empresa lo consideraba no apto. Samanta al verlo con la mirada perdida, vio en él la viva imagen de su hermano. Intercedió ante su jefe y se le brindó la oportunidad de dar una prueba técnica, la cual aprobó de manera sobresaliente. A partir de ese momento pasó a ser miembro de la empresa.

El joven aunque recibía un sueldo muy por debajo de lo que ofrecía el mercado, realizaba un trabajo de excelencia, respondiendo a todos los requerimientos tecnológicos de la empresa, si era necesario se quedaba hasta altas horas de la madrugada. Nunca faltaba, llegaba primero que todos y era de los últimos que se iba, estaba siempre metido en su computador solucionando problemas. No conversaba con nadie, tampoco llamaba mucho la atención, todos eran más bien indiferentes con él, lo consideraban raro.

Samanta en una oportunidad lo llamó para que revisara su computador, mientras trabajaba le preguntó: «¿Cómo te sientes en la empresa?», este, ensimismado en su trabajo, ni siquiera le contestó. Desde ese momento se obsesionó con él, debía ayudarlo. Empezó a averiguar con sus compañeras cómo se comportaba con los demás. Consultó en internet cuál podría ser su problema. Su plan empezó a resultar, el joven ya le contestaba algunos monosílabos y comenzaba a ser más amable, al menos con ella. Logró sentarse con él, en el casino de la empresa, y que este le contara algunos detalles de su familia.

Pronto el joven inventaba excusas para pasar por donde se encontraba Samanta, para así verla e intercambiar pequeñas frases. Poco a poco empezó a soltarse con los demás, aunque sus respuestas se notaban forzadas y expresaban un poco de incomodidad, el joven hacía un esfuerzo extraordinario para tratar de encajar dentro de la empresa. Se veía diferente, cambió las poleras por costosas camisas y los jean por pantalones de vestir. Utilizó perfumes por primera vez, rasuró su barba y engominó su pelo. Desde el pasillo permanecía de pie por largos minutos mirando a Samanta.

Le empezó a comprar caros obsequios a la secretaria de gerencia, esta los recibía sin ocultar su incomodidad. La actitud de Juan hacia ella, le empezaba a preocupar. Su jefe ya la estaba cortejando hacía un tiempo, había inventado un sinnúmero de excusas para rechazarlo, pero en realidad le gustaba, y quizás sería su única oportunidad para subir de estatus. Juntó fuerzas y en el almuerzo del miércoles decidió confrontar a Juan, le explicó que se encontraba muy halagada con su galantería, pero que estaba enamorada de otro y prefería dejárselo claro.

El joven no contestó nada y volvió a su hermetismo anterior, dejó de usar perfume y volvió a dejarse crecer su barba.

Las siguientes semanas fueron de ensueño para Samanta, la relación con su jefe marchaba viento en popa, muy pronto dejaron de ser prudentes y lo que todo el mundo sospechaba, fue evidente.

En ese fatídico día, Juan arreglaba la conexión a internet de una de las ejecutivas. Samanta fue llamada al despacho del gerente, al entrar giró la manilla y cerró con  seguro. Las persianas de la oficina bajaron para buscar privacidad. El cuchicheo creció por los alrededores. La respiración de Juan se aceleró y un fuerte dolor de cabeza lo invadió súbitamente. Cerró sus ojos para tranquilizarse, pero las risas solapadas de los funcionarios ahí presentes lo sacaron de control.

Apretó los puños con fuerza causándose daño con unos conectores rj45 que tenía en su palma, temblores involuntarios sacudieron su cuerpo, su mente viajó a su adolescencia, las risas burlescas del recuerdo se confundieron con las que escuchaba en ese momento, volvió a ser el joven de quien todos se mofaban.

Con muy bajo volumen de voz, casi como un mantra, repitió una y otra vez: «No quise matarlo fue un accidente», la única mujer que amó lloraba desconsolada en el suelo, el hombre que le dio una oportunidad de trabajo yacía sin vida. Era su culpa, su madre, a quien había hecho sufrir toda su vida, quedaría devastada.

Llegaron los guardias a la oficina,  dos de ellos inmovilizaron a Juan, quien no opuso ninguna resistencia, dos más se abalanzaron a ver al gerente que yacía sobre la alfombra de la oficina. Al joven lo llevaron a una bodega para que esperara ahí la llegada de carabineros. Tomás era tapado con una lona, después de que constataron sus signos vitales. Samanta se desahogaba en el hombro de una compañera de trabajo.

En una pequeña celda de aislamiento Juan miraba la blanca muralla que sería su compañera por largos años. En alguna iglesia de la parte alta de la capital, Tomás era velado por sus familiares y amigos. En el último banco, lejos de las miradas de los demás, con un vestido negro y lentes oscuros Samanta lloraba por lo que había perdido.

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