viernes, 20 de febrero de 2015

Revelación

Cristina Navarrete


Habían sido amigos desde siempre, se conocieron en el jardín de niños donde ella lo defendió más de una vez de algunos compañeros que aprovechándose de su tamaño le quitaban el almuerzo.

En su primer día de escuela Lía quiso irse con su madre y lloró desconsoladamente cuando ella se marchó; él al verla tan triste, sentada en la pequeña silla de madera anaranjada en una esquina de la colorida aula infantil, se acercó para consolarla, regalándole una galleta llena de chispas de chocolate y le invito a sentarse con él.

—No llores, tu mami va a venir pronto; mientras tanto yo te acompaño. —dijo Benjamín, un frágil y delgado pequeño a quién no le había costado ningún trabajo separarse de sus padres por primera vez. Él fue la causa de que tuvieran que casarse, siempre lo culparon. Su relación era distante y las agresiones eran algo cotidiano.

Lía, mientras comía el delicioso obsequio, sonrió alegremente, secó sus lágrimas y sintió que había encontrado un amigo.

Benjamín y Lía se hicieron inseparables, su amistad se volvío profunda e incondicional, creciendo cada vez más durante los años escolares. Él encontró un refugio de paz y calidez en esa relación, pues su vida siempre estuvo llena de violencia y desamor por parte de sus padres, que ocupados siempre en su trabajo no le prestaban atención excepto para reprenderlo y golpearlo. Cuando ellos lo golpeaban que era bastante a menudo él se ocultaba en casa de Lía, su madre curaba sus heridas y le preparaba una comida caliente, así se volvió no solo un gran amigo, sino parte de la familia.

En la época de colegio se distanciaron un poco, pues él, siempre inseguro de sí mismo buscaba la manera de ser aceptado por los más populares, cosa que lograba permitiéndoles abusos, maltratos y bromas pesadas; no faltó la ocasión en que ella lo defendía y lo sacaba de problemas, como en los viejos tiempos.

—¡Suéltenlo imbéciles! ¿No se cansan de portarse como salvajes? —les grito Lía, mientras sacaba la cabeza de Benjamín del inodoro.— ¿No te agota ser la burla de estos idiotas? ¡Eso no es amistad Benja, solo te tienen de su payaso, te utilizan! —dijo mientras se alejaban.

Benjamín en silencio, la miraba defenderlo con tanta pasión, y no comprendía como alguién tan segura y fantástica como ella podía disfrutar de la compañía de un perdedor.

Aunque ya no compartían tanto tiempo como antes, la amistad se mantuvo, se escribían mensajes de texto diarios y hablaban de todo lo que les ocurría durante el día, salían a comer una vez por semana y estudiaban juntos para los exámenes.

Todo transcurría invariable hasta que llegó el momento de la graduación, de tomar nuevas decisiones. Lía siempre fue muy determinada, ya tenía bien planeado su futuro. Cuando cumplió dieciséis años empezó la búsqueda de la universidad perfecta, envió un sinnúmero de aplicaciones con sus certificados de aptitud académica y deportiva; cuando terminó esa etapa, ella había conseguido la beca para asistir a una de las más prestigiosas universidades del mundo; se iría a Salamanca a fin de mes.

—¡Benja lo logré! Estoy tan emocionada, pero me aterra alejarme de mi mami, siempre hemos estado juntas, me duele mucho dejarla sola —dijo Lía con los ojos llenos de lágrimas— ni siquiera estoy segura de poder dormir lejos de ella.

—No te preocupes, todo va a salir bien, y pronto volverás a verla —le dijo Benjamín mientras le abrazaba. —Siempre has sido muy valiente… lo lograrás.

Benjamín sentía un gran vacío dentro del pecho, él que le había prometido una y mil veces que nunca se separarían, que la seguiría a donde fuera, ahora veía próxima la hora de su partida y sentía que sin ella no podría sobrevivir, ni al mundo ni a su familia. Lía tan segura y determinada como siempre notaba su dolor, y lo tranquilizaba asegurándole que siempre estarían en contacto, que hablarían cada noche por video – llamada, que el tiempo pasaría muy rápido y que sin darse cuenta volverían a encontrarse.

Esa mañana el angustiado amigo se vistió y arregló rápidamente, había preparado un video con todas las aventuras vividas y una graciosa tarjeta de buen viaje. Camino al aeropuerto fue rememorando sus andanzas con Lía.

No podía olvidar que, aquel año en que sus padres no le celebraron su cumpleaños, ella usando los ahorros que guardaba celosamente para comprarse aquel libro soñadole invitó a comer y organizó un juego de paintball con todos sus amigos y amigas.

Cómo dejar pasar el recuerdo de aquel día en que su mamá se enteró que había sacado un siete, lo golpeó tanto que no podía abrir el ojo izquierdo y ella, Lía, lo atendió hasta la madrugada, no se separó de su lado ni un momento. Pero, sin duda alguna era aún más inolvidable el armonioso sonido de esa risa que inundaba de alegría el ambiente, las bromas inteligentes, las reflexiones existenciales y una indescriptible belleza escondida detrás de una actitud dura y despreocupada.

De pronto, se encontró pensando en Lía, ya no en sus aventuras, ni en los juegos de la infancia, simplemente en ella, y como se había ido introduciendo en su corazón; del porque nunca se habia sentido atraido por otra chica y de como le molestaba profundamente, aquel vecino de su amiga que siempre buscaba pretextos para visitarla. Se bajó silenciosamente del autobús, y aún no salía de su asombro, sencillamente caminaba hacia la puerta de ingreso del aeropuerto más desconcertado e inseguro que nunca.

—¡Hoy! ¡Justamente hoy! Tenías que darte cuenta de todo, de que la amas desde hace años, de que no puedes vivir sin ella. Ahora es demasiado tarde —se dijo mientras ingresaba al andén de salidas internacionales.

A la distancia la vio: su cabello largo y ondulado brillando con la luz del día, esa sonrisa cálida, sus voluptuosos labios rojos y esos maravillosos ojos azules lo hipnotizaban; a pesar de la ropa holgada, de los jeans gastados y la camiseta larga, podía distinguir la hermosa y atlética figura de mujer que hasta ayer no había notado; la chica – chico, la Lía, ella que había sido su mejor amiga, defensora y hermana de aventuras, hoy se le presentaba allí como una musa inspiradora.

—¡Hola Benja! Al fin llegaste —dijo Lía mientras lo abrazaba fuertemente— estaba preocupada, no podía entrar en la sala de pre – embarque sin despedirme de ti.

—Te traje un recuerdo —dijo Benjamín sin soltar su mano— espero que te guste, no olvides lo que prometiste.

—No seas tonto, jamás voy a olvidar nuestras promesas, eres el mejor amigo del mundo, mi hermano.

Esas palabras calaron profundamente en su corazón, no pudo responderle, sonrió en silencio, la abrazó nuevamente y se sentó junto a ella para esperar su ingreso a los filtros de seguridad. Cuando la temida llamada para ingresar llegó, ella abrazó a su madre, a la familia y amigos que fueron a despedirla, se acercó finalmente a Benjamín, lo abrazó tan fuerte que él podía sentir el nudo en su garganta y cada latido de su corazón.

—Te voy a extrañar como a nadie, no te olvides de esta panita… siempre juntos ya dijimos, cerca o lejos es lo de menos —dijo Lía con sus ojos llenos de lágrimas; soltó a Benjamín bruscamente, dio la vuelta e ingresó a la sala sin mirar atrás.

Él la miró alejarse, pero su cuerpo aún podía sentir el suave olor a sándalo y canela, sus labios imaginaban aquel beso tibio y apasionado que no pudo darle y su boca saboreaba el dulce sabor a Lía.  

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