viernes, 2 de enero de 2015

Perdida en el bosque

Frank Oviedo Carmona


Era una noche cálida, alumbrada por la luz de la luna;  Daniela terminaba las labores domésticas en su casa  y su esposo Roberto trabajaba en una refinería de agua en un pueblo al sur de Irlanda. Habían decidido dejar sus quehaceres para dar un paseo en el bosque que estaba a tres horas en carro; querían hacerlo de todas maneras, aun sabiendo que quedaba lejos y era peligroso llevar a su  hija de cuatro años llamada Celeste.  Les habían contado que al caer la tarde, quizás podrían  ver a las criaturas mágicas que habitaban ahí, ya que de día era imposible porque los duendes, elfos y  hadas le temen a los humanos y suelen cubrirse con hojas para que no los encuentren.

 En este bosque, a comparación de otros,  no se había  utilizado excavadora, sierra eléctrica, o alguna otra maquinaria; solamente los guardianes  del lugar recogían  las hojas y hierbas muertas y alguna rama que ya estaba seca. Todo se hacía manualmente, por eso lucía  intacto, frondoso y rebosante de salud.  El  suelo era tupido de hierbas donde crecían toda clase de árboles, tan altos que en algunos lugares el sol no llegaba a tocar la tierra; las flores eran de variados colores que alegraban la vista a quien pasara por ahí;  había animales como el zorro, el búho o el erizo; frutos como arándanos, uvas, frambuesas, árboles de sauco, moras, entre otros; y criaturas fantásticas que con mucha suerte se les podía  ver de noche.

Una vez que Roberto, su esposa y Celeste llegaron al bosque,  siguieron un camino largo de tierra, rodeada de árboles de distintos tamaños, flores que ante ellos abrían sus botones como gesto de saludo.  Roberto no podía creer lo que veía a pesar que su esposa en varias ocasiones se lo había descrito.   

Celeste era una niña  despierta,  miraba por todos lados por los sonidos dulces de distintas aves que escuchaba, aromas de flores y frutos; ella comenzó a moverse para que su papá la soltara de sus brazos, y él, como tampoco soportaba cargarla más tiempo por el peso, decidió  dejarla jugar cerca de él.

De pronto  una densa niebla se deslizó  con rapidez por los árboles, la luna se ocultó y quedo todo en tinieblas; cuando Roberto  quiso alcanzar a Celeste,  ya no podía distinguir por dónde estaba su hija, solo escuchaba que lo llamaba ¡Papá, papá!  Pero no lograba verla, insistieron hasta altas horas de la noche. Sus padres no entendían cómo había desaparecido tan rápido su hija; al cabo de varias horas de búsqueda;  Daniela gritaba desconsoladamente ¡Dónde estás Hija! ¡Dónde estás!,   por favor dios mío ayúdame a encontrarla, no quiero  vivir sin ella ¡Qué  voy hacer sin ti hijita!

Roberto tomó del hombro a Daniela y la acercó hacia su pecho y él  apoyó su mentón en la cabeza de ella sollozando; diciéndole con la voz quebrada; la encontraremos, te juro que moveré cielo y tierra.

Durante muchos días  fue buscada con ayuda de amigos del pueblo, sin tener  éxito.

Mientras tanto, bosque adentro, estaba Lucero. Era un hada  gordita, vestida con una larga túnica verde que arrastraba por el suelo, gorro dorado, nariz y orejas en punta,  ojos verdes y labios rojos.  

Su amiga Estrella, también hada, traía un traje color púrpura, de rostro rosado y aspecto risueño. Ellas se encontraban recolectando hierbas medicinales para intercambiar por alimentos en un mercado que era atendido por hadas mayores y duendes. Cuando de pronto, muy a lo lejos  Estrella, la más risueña le pareció ver moverse algo  y  dijo:

—Hay algo extraño en ese montículo de hierbas.

—¡Vamos a ver qué es! —dijo  Lucero.

—¡Mira Estrella, parece una niña humana, quizás se perdió o cayó y se quedó dormida! —exclamó.

—¡Qué bella  es! —sonrió Estrella.

—Yo no la veo bella, toda sucia y ese pelo horrible, tan largo —  respondió   Lucero.

—La bañaré y verás cómo te va a gustar. ¡Es muy dulce su rostro!   —exclamó Estrella emocionada, y prosiguió — ¿Y si nos la quedamos?

—¿Qué, quedárnosla? —preguntó  Lucero, haciendo un gesto, como diciendo, no es mala idea, pero no quería que su amiga se enterara que ella también quería a la niña.

—Ya veremos qué se puede hacer.  ¿Por qué  quieres quedarte con la niña? Solo nos traerá problemas y tendríamos  una boca más que alimentar —preguntó  Lucero.

—Sería como nuestra hija, jugaríamos con ella y cuando crezca nos ayudaría a recolectar hierbas e ir al mercado a intercambiarlas por alimentos u otras cosas —le respondió.

Ambas se quedaron pensativas sobre qué decisión tomar; ellas tenían claro que no podían tener hijos.

—Decidido, nos la quedaremos. Pero, ¿cómo  haremos para que no tenga recuerdos de su pasado? —preguntó  Lucero.

—Fácil amiga, prepararé un encantamiento —ambas a la vez soltaron una carcajada, manos a la obra entonces.

Para el encantamiento  necesitaban polvo de hadas y unas hierbas medicinales que recolectaron en el camino. Una vez  que tuvieron los ingredientes, con la niña en brazos, se fueron rumbo a su casa ubicada en lo alto de una torre de piedra brillante,  desde ahí podían ver todo lo que sucedía.  Cuando llegaron, recostaron a la niña en un canasto, prepararon la pócima y se la dieron a beber. Fueron pasando  días y las hadas jugaban con  Celeste en el bosque enseñándole a reconocer los tipos de hierbas y todo lo que habitaba en el lugar, para que cuando crezca pueda andar libremente.

Pasaron trece años, Estrella y Lucero se encontraban mirando a Celeste desde lo alto de su casa; ella jugaba con sus amigos Elfos y  duendes, ya se había convertido en  una joven muy guapa; de piel blanca y abundante cabellera castaña y ondulada. Tenía  ojos color miel y pecas en las mejillas. Vestía ropa larga que ella misma confeccionaba.  

—¡Qué  grande está! Es toda una señorita, que rápido ha pasado el tiempo —afirmó  Estrella.

­—Sí, es toda una señorita —repitió Lucero y qué hábil es, conoce a la perfección cada  planta y tipos de flores del bosque.

Al instante Estrella la llamó para que suba a merendar.

—¿Puedo jugar un rato con mis amigos? —preguntó Celeste.

­—Claro que sí —le respondió Estrella.

 A Celeste le gustaba jugar con sus dos mejores amigos elfo y el duende Pelón. Los elfos  eran altos, delgados, de rostro pálido y siempre usaban una capa negra; su amigo Pelón era un duende de color verde, de rostro arrugado y traje azul. Mientras la acompañaban de regreso a casa, Celeste les comentó que últimamente tenía sueños raros.

—Una sombra de mujer miraba con dulzura a una niña y se le acercaba a cogerla de la cuna —les dijo.

—Quizás estas recordando algo de tu niñez —dijo Pelón.

Celeste no respondió y se quedó pensando en la respuesta.

Nunca había pensado en su niñez ni de dónde había venido y por qué las hadas la habían cuidado con tanto amor.

—¿En qué piensas? —preguntó Pelón.

Ella no respondió la pregunta, cambió de tema y le dijo.

—Últimamente  escucho ruidos que no logro distinguir que es;  quizás sea la destrucción del bosque tal cual lo predijo el Maestro.

­—¿Qué Maestro? —preguntó Pelón.

—Cuenta una leyenda que hace cientos de años, existió un personaje que conocía desde sus inicios al bosque, era una persona muy sabia que  podía predecir y prevenir catástrofes —le respondió.

—¡Sí, yo también  he escuchado ruidos extraños! —dijo  Pelón.

Mientras tanto Elfo y su compañero andaban muy callados y pensativos.

—¡Hoy no han hablado nada! — exclamó  Celeste.

—Pensaba en qué podemos hacer, el Maestro predijo que el bosque sería destruido por los humanos para ampliar las carreteras y hacer más viviendas —dijo uno de los elfos.

  —Los humanos son egoístas, envidiosos, malos y solo les interesa ganar dinero; pero no todos, tú no eres así, eres nuestra amiga y te queremos.

—Celeste sonrió —pero  también hay humanos de buen corazón que buscan la paz y la unión familiar.

—¿Por qué no vamos donde  las hadas, ellas deben saber todo lo que ocurre y tener la solución?  —pregunto Pelón.

Enseguida Celeste y sus tres amigos regresaron donde Estrella y Lucero a preguntarle sobre predicciones del maestro sobre el bosque y qué  se podía hacer para evitar su destrucción.

—Vayan a seguir jugando ya pensaremos en  algo —dijo Estrella.

—Sí, pensaremos en algo — repitió Lucero.

—Tenemos que revertir el encantamiento que le hicimos a Celeste —dijo Estrella.

—Pero no nos recordará — respondió  Lucero —y yo me he encariñado con ella.

—Yo también pero es lo mejor, además apareceremos de día algunas veces, para que los niños nos vean y de esa forma evitaremos la destrucción del bosque —dijo Estrella.

—Y,  ¡Qué hay de Celeste! ¡Ya no la veremos! —exclamó.

—Claro que sí, la entregaremos a sus padres y  se darán cuenta que somos reales.

Y de esa forma lo hicieron las hadas; una vez hecho el encantamiento, regresaron en el tiempo y entregaron a la niña a sus padres. Ellos   no podían creer que habían recuperado a su hija; Daniela la abrazo, lleno de beso y abrazos; Roberto se arrodillo, le dijo que la amaba, es maravilloso volverte a ver, estos días hemos sufrido como nunca, pero eso no importa ya estás aquí, en casa. Después de los saludos y abrazos los padres quedaron muy agradecidos, prometieron traer a Celeste con  otros amiguitos para que jueguen y hacer conocido  el bosque y  de  las  criaturas mágicas que habitaban.

Y con el tiempo se hizo conocido en toda Irlanda.

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