martes, 16 de septiembre de 2014

El corazón de Kaori

Karina Bendezú


Kaori llegaba después de la escuela a visitar a doña Zelmira, dueña del restaurante más rico del pueblo, la amable señora la recibía siempre con una deliciosa mazamorra típica del lugar.  La niña de ascendencia japonesa tenía los cabellos tan negros como el carbón pero suaves y finos como la misma seda. Kaori de siete años, era risueña y sociable, a quién todos conocían después de vivir varios meses en el pueblo. Kaori pasaba mucho tiempo donde Zelmira, se sentía a gusto allí, su padre andaba algo nervioso y evitaba verlo. De camino a casa, Kaori aprovecha el buen tiempo para ir a la laguna, a pasear y refrescar sus pies en el agua, el día estaba soleado y el reflejo de la luz del sol iluminaba el paraje de un color verdoso que la encandilaba. En la quietud de la tarde, de improviso, se oye el canto de aves que se acercan, a su vez, caen cientos de hojas secas de los árboles encima de Kaori, en ese instante, la niña sintió un extraño presentimiento que la afligiría horas después, Kaori decide volver a casa cuanto antes.

El padre de Kaori, Makoto, recordaba el día que emprendía el viaje hacia tierras cálidas, dejando atrás el cemento y la vida urbana. La familia de Kaori, viviría ahora en plena sierra, cerca de lagunas de aguas cristalinas vertidas por cascadas que caían desde lo alto de las montañas. A medida que avanzaban, se abrían paso hacia un paisaje rodeado por una vasta y variada vegetación, circundada por empinadas y rocosas cimas que se imponían ante ellos. Makoto era un prestigioso profesor de ciencias y obtenía un nuevo puesto de trabajo en una escuela ecológica en la zona central. Ingeniero agrónomo él, enseñaría a niños y jóvenes estudiantes a tratar los frutos de la tierra y sus animales, prepararlos para una vida sustentable y en armonía con el medio ambiente. Toda la familia lo acompañaba, su esposa Yukiko, su pequeña hija Kaori y Aki que aún se encontraba en el vientre de su madre. Para el profesor Makoto y su paciente esposa Yukiko la vida en el campo les traería paz y armonía a sus nuevas vidas. Luego de varios intentos por quedar embarazada, la señora Yukiko esperaba a su segundo hijo. Yukiko dio la buena noticia a Makoto y juntos fueron a ver al doctor. Efectivamente, estaban esperando otro hijo, un nuevo ser que llevaba un mes y medio de vida en el vientre de la madre. La mudanza y el cambio de clima asentarían a Yukiko y al bebé, pensaba Makoto mientras manejaba por la carretera, él haría todo lo posible para mantenerlos bien cuidados y protegidos.

En medio del campo, Yukiko con ocho meses de embarazo, se encontraba en la extensa huerta de la nueva casa cultivando sus frutos en la fértil tierra. Yukiko y su marido eran unos apasionados de la jardinería, sembraban repollos, lechugas, espinacas, zanahorias y tomates. El algodón y las flores, en especial las orquídeas, eran sus preferidas cuidándolas con mucho cariño. La brisa del viento empezó a correr, Yukiko de pronto, se preguntó por su hija. En ese instante, Kaori se le acerca cariñosamente por detrás, Yukiko gira el torso y le da un dulce beso en la mejilla.

-¡La brisa del viento te trajo hasta mí! ¿Dónde te habías metido Kaori? - le pregunta su madre.

-¡Estuve en lo de Zelmira mami! –responde la pequeña.

-¡Ah! ¡Estuviste probando su deliciosa mazamorra!

-¿Cómo sabes mami?

-¡Tienes restos de mazamorra en tu bigote!

Ambas se miraron y rieron.

-Es momento de entrar a la casa –se levanta Yukiko y continua -está empezando a refrescar, vamos que preparo algo rico y calientito para comer.

La nueva residencia de los Tanaka era una típica casa campestre, rodeada de arboleda y extensos jardines de flores multicolores, la huerta y una extensa galería de cerámicos bermellón que corría por la casona, decorada con plantas y bancas coloniales abrigadas con mullidos y suaves cojines. Sus techos estaban cubiertos por típicas tejas rojas que los protegían de las intensas lluvias. En el interior de la residencia se hallaba una enorme y cálida chimenea que calentaba los días y las noches frías durante el otoño e invierno. Las paredes de la casa estaban revestidas en su mayoría por ladrillos que se veían a simple vista y el amplio salón contaba con confortables muebles de madera que invitaban a tomar una apacible siesta después de las suculentas comidas que preparaba Yukiko.

Kaori llena de alegría al ver a su madre, empieza a cantar y bailar alrededor de ella.

-Kaori, ¿qué haces? –pregunta Yukiko sonriendo.

-¡Hoy vi muchos pájaros volando en círculos arriba mío, eran muchos mami, mírame! ¡pí pí pí pííí! –cantaba Kaori.

Kaori extiende sus brazos imitando el vuelo de las aves, Yukiko gira al igual que su hija imitándola en todo, ambas juegan y ríen llenas de felicidad. De repente Yukiko tropieza con Kaori. Makoto, al escuchar tanto alboroto sale de su habitación, al verlas, corre hacia Yukiko, llegando justo a tiempo para sostenerla en el aire, Yukiko estuvo a punto de caer de cara al suelo.

-¡Cuántas veces te he dicho que estés quieta Kaori! –le grita su padre.

-Estábamos jugando Makoto, no retes a Kaori –interviene la madre.

-¿Por qué llegas tarde Kaori?, anda al baño a lavarte las manos que vamos a merendar –le dice Makoto.

Kaori siente la misma extraña sensación que experimentó en el lago y con lágrimas en los ojos corre al baño entristecida, lava sus manos con agua y jabón enjuagando sus pequeñas lágrimas del rostro.

Mientras tanto, en la sala Yukiko habla con su esposo.

-¿Qué te sucede Makoto?, fue solo un tropezón, no reprendas a Kaori ella es sólo una niña y únicamente desea jugar –le dice Yukiko.

-Pero… si les pasara algo a ti y al bebé, ¡nunca me lo perdonaría! –responde Makoto seriamente. Costó tanto que quedaras embarazada…

Kaori sale del baño y se dirige al comedor donde se encontraban sus padres.

-Makoto, ahí viene Kaori, ¡tranquilízate por favor! –le pide Yukiko.

Makoto y Kaori quedaron en silencio durante toda la merienda, sin decir una sola palabra, a pesar de los intentos de Yukiko por amenizar la comida.

Los días siguientes, Kaori pasaba más tiempo en el lago del que solía pasar los otros días, jugando en la laguna de aguas transparentes donde se podía ver reflejados, el cielo y las pequeñas nubes blanquecinas que paseaban por el valle. Kaori se entretenía también alimentando a las aves oriundas del lugar como la “huallata”, algunas garzas, aves y patos silvestres, la niña les convidaba el pan que doña Zelmira tan gustosa le regalaba en el restaurante. Un día de otoño a pesar del viento y del frío, Kaori se dio un chapuzón en la laguna. El tiempo transcurrió, el aire empezó a soplar con mayor intensidad y el sol que irradiaba el valle con todo su esplendor se había ocultado. Al darse cuenta que la noche se avecinaba, Kaori se apresuró en regresar a casa.

Mientras tanto en la casona, Makoto despertaba de una apacible siesta, sale de su habitación y encuentra a Yukiko de pie en la galería, mirando hacia el horizonte.

-Yukiko, ¿qué haces afuera?, entra a la casa que hace frío –le dice Makoto.

-Aún no regresa nuestra hija, ya está por anochecer, estoy muy preocupada por ella -le dice Yukiko afligida.

-Cálmate querida, no le hace bien ni a ti ni al bebé, iré a buscarla al pueblo, debe estar con Zelmira, ¡ay, esa niña, ya me escuchará! -dice Makoto.

De repente llega Kaori a casa, descalza y con sus ropas mojadas.

-Hola mami, papi, estaba dando de comer a los pajaritos en mi mano y de pronto oscureció -dice Kaori.

-¡Niña desobediente! –le grita Makoto.

Makoto agarra a Kaori del brazo con mucha fuerza metiéndola a la casa rápidamente.

-¡Makoto, espera! -le grita Yukiko.

Yukiko detiene a Makoto y lleva a su hija al baño a quitarle las vestimentas.

-¡Estás toda mojada hija mía! ¿No ves lo tarde que es? ¡Estaba muy preocupada por ti! –le dice su madre.

Yukiko baña a su hija con agua caliente para quitarle el frío, la arropa y la acuesta en la cama suavemente.

-Ya regreso pequeña, te prepararé una rica sopa caliente –la anima su mamá.

Al rato, Yukiko llega con la sopa y ve el rostro de Kaori pálido, empapado, la niña estaba toda traspirada. Inmediatamente Yukiko llama a Makoto.

-¿Qué te sucede Yukiko? –pregunta Makoto.

-¡Kaori está volando en fiebre! –contesta Yukiko.

-Papi… perdón… los pájaros… mis amigos… bailo… canto…–delira Kaori.

Makoto al escuchar delirar a su pequeña hija se da cuenta de lo duro que fue con ella.

Inmediatamente, Yukiko le cambia el pijama a Kaori y la cobija nuevamente, trata de animarla, pero la niña no mejoraba, la fiebre aumenta y su estado empeoraba. Makoto llama al consultorio del doctor, allí le informan que el médico estaba atendiendo a un paciente al otro lado del pueblo, a dos horas de viaje, Makoto decide salir él mismo en busca del doctor y traerlo cuanto antes.

La espera hacía larga para Yukiko, los minutos corrían… en eso, llegaron Makoto y el doctor, ambos entraron al cuarto de la niña donde Yukiko se hallaba junto a ella, Yukiko no se había despegado ni un solo instante de Kaori. El doctor Rodríguez observa a la niña e inmediatamente le da indicaciones a Yukiko para bajar la fiebre: agua helada, paños fríos y agua fresca para que Kaori beba, evitando así una posible deshidratación. Makoto esperaba afuera ayudando a traer lo que pedía el doctor. Unas horas más tarde, la fiebre de Kaori empezó a descender.

-¡La niña se pondrá bien! -exclama el médico a los Tanaka.

-¡Gracias doctor Rodríguez por lo que ha hecho! –agradecen Makoto y Yukiko aliviados.

Makoto lleva a Rodríguez al pueblo; de regreso, Makoto se aproxima junto a Yukiko y la pequeña Kaori.

-Yukiko, ve a descansar por favor, yo me quedaré toda la noche cuidando de Kaori –le pide Makoto.

Yukiko se despide de Kaori con un beso en la frente y sale del cuarto algo cansada de tanto trajín. Makoto la acompaña unos minutos al cuarto y la abraza fuertemente.

-¡Es mi culpa Yukiko, he sido tan duro con Kaori y mira lo que ha sucedido, ustedes tres son lo más importante que tengo en la vida!

-Makoto, nuestra pequeña es fuerte y el doctor hizo una buena labor, nuestra pequeña ya se está recuperando –le tranquiliza Yukiko.

Al día siguiente, Kaori despierta con el reflejo del sol que entraba por la ventana, calentando su rostro, sorprendida, ve a su padre dormido junto a ella. Kaori acaricia dulcemente la cabeza de Makoto, despertándolo.

-¡Mi dulce niña estas bien, ya despertaste! –sonríe su padre.

Makoto la llena de besos haciéndola reír. En ese instante, Yukiko entra a la habitación y al verlos juntos se acerca a ellos abrazándolos llena de alegría, de repente, Yukiko aprieta fuertemente el brazo de Makoto.

-Es hora de ir a ver al doctor –dice Yukiko.

-¡Pero, mi amor! ¡Kaori está bien, como si nada le hubiera pasado, mírala! –contesta Makoto.

-Sí Makoto, es verdad, pero no es por ella que lo digo, es porque ya viene el bebé.

Makoto atónito se levanta de un salto y corre velozmente a preparar todo para partir al hospital cuanto antes.

Unas horas después, en el hospital, el doctor Rodríguez se acerca hacia Makoto y Kaori que aguardaban en la sala de espera.

-¡No me imaginaba verlos tan pronto! -bromea Rodríguez.

-Doctor, ¿cómo están?, ¿salió todo bien?, ¿Yukiko y mi hijo? –lo llena de preguntas el profesor Makoto.

-¡Felicidades profesor Makoto, tiene un hijo hermoso y sano, su esposa y el bebé los están esperando! ¡Kaori, tu hermanito salió tan fuerte como tú! –le sonríe el doctor.

Padre e hija se miran tiernamente y agarrados de la mano, entran a la habitación a conocer al bebé.

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