viernes, 5 de septiembre de 2014

Cumpliré mi palabra

Frank Oviedo Carmona


Era primavera del dos mil cinco, Amanda, madre de Nicol y Renzo, se había ido a trabajar; no sin antes advertir a su hijo que cuide a su hermana y  no estén peleando como el perro y el gato.  Había una diferencia de edades considerable entre los hermanos; él tenía veintidós años, de mediana estatura, atlético, algo bronceado y corte de pelo como los cantantes de reguetón; mientras que Nicol, solo diez, era delgaducha, de cabello largo y unos tremendos ojos marrones.

El día estaba soleado y brillante, una suave brisa acariciaba el rostro de los dos hermanos  que jugaban lanzando un bumerán de esquina a esquina en el jardín de su casa. Estaba ubicada en una calle angosta; era de color ocre con ventanas rectangulares de madera pintadas de negro; rodeada de árboles y con una enredadera de buganvilias amarillas que trepaban por  el primer piso sostenidas por una calamina. De lejos se veía como una franja amarilla, mientras que al lado izquierdo estaba la cochera.  Allí jugaba  Renzo  con su hermanita Nicol.  Luego de pasar un buen tiempo juntos, Renzo le dijo que se iba a su  habitación, pero no lo hizo,  porque  quería salir a dar un paseo en el auto de su mamá, creyendo que Nicol no se daría cuenta.  Sin embargo  no fue así  ella lo vio y se puso delante del auto.

-Dijiste a mamá que me cuidarías –le reclamó con el rostro triste.

-¡Sal del  medio de la pista y déjame pasar, nunca me dejas en paz ni un segundo! –le gritó.

Nicol lo quedó mirando fijamente. 

 -Sino me llevas le diré a mamá  que  tomaste su auto y me dejaste sola –muy triste  le respondió  con las manos hacia atrás; luego  inclinó el rostro a un lado. 

-Ya sube, siempre tienes que molestarme, te dejaré en la casa de tu amiga Lizet   –le dijo Renzo arrancando el auto.

Nicol se puso triste y no habló hasta que el carro avanzó  unos minutos, pensaba que su hermano no la quería y que deseaba dejarla.

-¿Qué te pasa? –le preguntó Renzo dándole una palmada en el hombro. 

-No me quieres, deseas dejarme, quieres hacer tu vida sin mí, solo porque yo soy una niña y no te gusta estar conmigo y si jugamos,  lo haces porque mamá te lo ordena –Nicol hablaba sollozando y cubriendo  su rostro con sus manos.

Renzo con el rostro pensativo, detuvo el auto y se estacionó a un lado de la carretera; y la tomó de los hombros con mucha delicadeza, -mírame le dijo.

-No, no digas eso, yo te quiero mucho y nunca te dejaré ni permitiré que nada te pase, peleamos porque eres muy pesada y no me dejas ni un segundo, pero eres mi hermana y te amo.

 -¡Me has entendido! -exclamó su hermano. Ella con un movimiento de cabeza dijo que sí, ambos se rieron y de nuevo tomaron su camino en el auto.  Iban muy alegres, de rato en rato Renzo le daba un golpecito en su pierna para que Nicol se ría y ella le respondía con varios golpes fuertes. ¡Basta Nicol, no seas tosca, deja de golpearme, no ves que estoy conduciendo! Se quedaron en silencio. –Siempre te protegeré hermanita, es una promesa. –¿Está bien? -lo dijo con tono de voz suave.

-¿No me abandonarás así como papá  lo hizo? –insistió ella.

-Ya te dije Nicol, es una promesa y la cumpliré. ¿Ves como eres de pesada? –se lo dijo haciéndole cosquillas en su estómago. 

Ambos  rieron y siguieron el camino  donde su amiga Lizet; iban jugando y cantando cuando de pronto Renzo es cegado por una luz que no le permitió  ver el camino.  Hizo un giro brusco a la derecha, chocando con un auto que pasaba a mucha velocidad quedando el auto, en donde viajaban, volteado; ambos hermanos, inconscientes.

Unas horas después, llegaron la policía y una ambulancia para darles los primeros auxilios. 

-¡Regresa!,  vamos tú puedes, no te vayas, eres joven y fuerte.  -le repetía una y otra vez el paramédico que le estaba haciendo resucitación y no lograba despertarlo.  

-¡No lo lograrás, deja de golpearle el pecho, ya está muerto!  -le gritaba  su compañero.  

-¡Cállate! ¡No me desconcentres! -le decía el paramédico y continuó, vamos regresa hijo no te vayas, tienes a tu familia que te necesita, ¡No te puedes ir! Eres muy joven y te falta mucho por vivir.

De pronto Renzo despertó tosiendo y preguntando por su hermana.

-Nicol, ¿Dónde estás? Qué  te ha pasado, ¿Dónde está mi hermana?  No te abandonaré, te lo prometí, nunca te dejaré hermana. ¡Por favor déjenme levantarme!

Repetía una y otra vez Renzo forcejeando  para zafarse de la camilla sin lograrlo, quedándose dormido sin enterarse que Nicol estaba grave y no podía despertar del sueño profundo, víctima del accidente, luego fue llevada al hospital, le hicieron una serie de exámenes, tenía contusiones, fracturas y moretones, pero aquello era lo de menos, lo peor fue que entró  en coma y los médicos le daban pocas probabilidades de vida. Amanda, la madre, estaba  inconsolable por lo ocurrido.

Seis meses después, Renzo se encontraba mirando  el patio donde jugaba con su hermana, recordando su sonrisa y carita de ángel; cuando ella lloraba y él corría a abrazarla fuerte contra su pecho. No puedo creer que mi hermana esté grave sin ninguna esperanza de vida. 

-Hijo, no puedes seguir así, culpándote por lo ocurrido, tú no pudiste hacer nada –su madre le decía tocándole el hombro. 

 –Lo siento madre, no puedo aceptar que mi hermanita no esté, la extraño a cada momento. Todos los días le pido a Dios que la regrese de ese sueño profundo y volvamos a estar como antes, yo la cuidaré  y todo será diferente –se echó a llorar inconsolablemente abrazado de su madre. Cuando de pronto llaman del hospital avisando que a Nicol le ha dado un infarto y la están perdiendo.  Salen de inmediato hacia el hospital.

Mientras tanto Nicol ya no oía  los ruidos del hospital, tampoco  dolor en el pecho, se le había bajado el ritmo cardíaco, no sentía frío ni calor. El lugar donde se encontraba ahora era un corredor grande, rodeado de tules de seda blanca con bordados de oro en la parte baja y había algunas personas conocidas por Nicol, su tío Charly hermano de su mamá y su abuelo Roger entre otros. Lentamente se acercó por aquel lugar estaba  alumbrado por una luz cálida y una especie de vapor celeste cielo había en el ambiente, podía percibir hasta el aroma de incienso hecho de flores de jazmín y  a lo lejos  una ventana grande con marcos color oro.  Difícil de describir las expresiones dulces de sus rostros y la paz que reflejaban.

-¡Abuelo Roger!  –exclamó  Nicol.  Él la miró con una sonrisa.

 -No puedes quedarte, yo le hice una promesa a tu madre que desde aquí arriba cuidaría de ustedes, los vería crecer, madurar y ser felices; tu hermano te necesita al igual que Amanda. Aun no es tiempo de que vengas, siempre los amare. 

De pronto Nicol comenzó a toser, a ver su habitación y a sentir frio.  Vio el balón de oxígeno al lado de su cama.

-¡Hermanita no te mueras por favor!, regresa, te necesito  y mi madre también, te prometo cuidarte, cumpliré mi promesa y ya no te diré que eres una pesada –entre risas y lágrimas le hablaba a Nicol que volvía en sí.

 Luego de despertar,  Nicol vio a su hermano y madre a su lado, desencajados, con sudor y lágrimas sin poder hablar –mamá, mamá te amo -susurraba Nicol.

-Hijita mía ¡Estas viva, viva! –repetía entre sollozos Amanda, abrazando a su hija. 

 Renzo no podía contener su llanto de felicidad, también abrazó a su hermanita, le dijo que la amaba  que estaría  a su lado y cuidaría de ella; sintió que moría al saber que ya no estaría a su lado, ¡Te quiero hermanita!

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