jueves, 17 de julio de 2014

El flashover

Bérnal Blanco


(Segundo cuento de “Crónicas de un bombero”)


ERA MARTES POR la noche. Mi papá había regresado a casa temprano. Volvió tan cansado que cuando llegué de la escuela él aún dormía. No fue sino hasta las cinco que se levantó.

A esa hora, yo hacía mis tareas instalada en el escritorio de la oficina, mejor dicho, del cuarto que usamos como oficina. Es mi favorito, pues es grande y está lleno de mil cosas.

—¿Alguien ha visto a mi princesa! –bromeó él, entrando de improviso a la habitación.

—¡Hola papi! –respondí, dejando a un lado mis deberes–. Mami ya me contó que tuviste una gran aventura, ¿es cierto?

—Así es. Tu cuento de las buenas noches de hoy será muy emocionante –me dijo, levantándome de la silla con sus fuertes brazos y dándome una voltereta loca por los aires.  

—¡Yuuupi! –grité, sintiendo que mis pies casi tocaban el cielo raso.

—Pero antes tienes que terminar todas tus tareas… y cenar –me dijo, devolviéndome al suelo.

Yo sabía que iba a decir eso. 



Retomé entonces mis deberes y él fue a cuidar las plantas del jardín.

§

UN POCO MÁS tarde estaba preparada para escuchar mi cuento. Vestía mi pijama favorita de cupcakes y gatitos. Usando mi sábana había cubierto un par de sillas traídas del comedor, por lo que mis peluches y yo hacíamos molote bajo una tienda de campaña improvisada.

—Papi, estoy lista –grité, tan fuerte que con seguridad hasta los vecinos me escucharon.

—¡Voy! –respondió él, desde el garaje, alzando la voz aún más que yo.

—¡Qué familia más escandalosa! –nos regañó mami desde el comedor, mientras escribía.

Pues bien, unos minutos después mi papá entró a mi habitación.

—Aquí estoy. ¿Estás preparada?

—¡Desde hace rato! –respondí. 

Traía sus manos llenas de tierra y las limpiaba con un trapo.

—¿Tengo que meterme con todos ustedes bajo esa carpa? –me preguntó.

—No somos tantos. Y no es una carpa, es mi tienda de campaña –le respondí, con firmeza.

Se metió conmigo bajo la tienda, pero nos resultaba realmente incómodo. Entonces él sugirió que era mejor trasladarnos a la planicie. No supe qué quiso decir. En todo caso nos trasladamos a mi cama.

—Bien –dijo, sintiéndose más cómodo– te contaré la aventura de mi primer día como bombero. 

—¿Fue muy peligroso? –pregunté con intriga.

—¡Muuuy peligroso! –me confesó, hincándose al pie de mi cama y poniendo el trapo sucio en la bolsa del pantalón.

Contó que había llegado a la estación muy temprano. Mientras esperaba al jefe, sus compañeros aprovecharon para presentarse y hacerle saber del rito de iniciación.

—¿Qué es ese rito? –pregunté.

—Es una costumbre de mis compañeros. Cuando un novato llega, tiene que invitar a todos los demás a comer postre. 

—¿… y son muchos tus compañeros?

—En la estación, contándome a mí, ahora somos diez.

—¿Y qué vas a invitar?

—Ya lo tengo todo resuelto. Hablé con tu abuelita hace un rato y ella va a preparar su receta mágica de arroz con leche. Mañana mismo cumpliré mi compromiso.

—¡Hum! Yo quiero.

—Te guardaremos un poquito.

Me dijo también que recibió clases teóricas por la mañana y que por la tarde estuvo a cargo de la oficina de guardia. Después me contó de su compañero Gabriel, al que todos llaman Gabo. 

—Gabo es una matada de risa. ¡Vieras! Lleva toda la vida siendo bombero. Es un gordo bonachón y barbudo.

Me daba más detalles de su nuevo amigo Gabo cuando yo de nuevo, impaciente, interrumpí:

—¡Pero mami me dijo que tuviste que salir en la noche a un incendio!

—Espera. Vamos despacio –me reclamó.

Entonces, me puse de rodillas en la cama, justo en el momento que mami entraba.

—¿Cómo va la historia? –nos preguntó ella.

—Pues todavía no ha pasado nada –respondí, como reclamando–. Me puedes hacer una cola, por favor. ¡Este calor no me deja!

Mi mamá me recogió el cabello y más relajada y fresca dejé que mi papá continuara. 

—Bueno, pongan atención, porque aquí comienza lo bueno –nos dijo–.
Tomó aire y continuó.

»A las tres de la tarde atiendo una llamada. El jefe me pide activar la alarma de incendio. Mis compañeros y yo nos preparamos para salir. Yo subo al estribo de atrás de la unidad, como corresponde a todo principiante. Con mi cinturón me amarro con firmeza. Hay que ser muy cuidadoso. 

»Salimos. Sin embargo, unos minutos después comunican por la radio que los compañeros de la estación del Centro han logrado controlar la situación.»

—¿Se tuvieron que devolver entonces sin más? –preguntó mi madre. 

—Así es… y una vez en la estación mi jefe me pidió volver a mi puesto en la oficina de guardia.

§

ENSEGUIDA MI PAPÁ continuó con su historia.

»A las cinco de la tarde surge otra emergencia. Salimos de la estación y esta vez sí somos los primeros en llegar. Sin embargo, resulta ser un incendio tan pequeño que mis compañeros bajan de la unidad, desenrollan las mangueras y en menos de lo que canta un gallo apagan el conato de incendio.»

—¿Cona qué…? –pregunté, haciendo cara como cuando una dice: “¿¡qué rayos!?”.

—¡Cómo te lo explico! –se preguntó–. Mira, se trata de un fuego pequeñito.

—Un mini incendio –repliqué.

—Algo así –concluyó él.

—¡Pero mami me dijo que habías tenido una súper aventura! ¿Verdad? –pregunté, volviéndome hacia ella.

—Justo ahora empieza. Ya verás –me consoló mi mamá.

Papi se levantó y tomó posición para continuar su relato. Creo que eso de contar las cosas haciendo dibujos con las manos, moviendo la cabeza y brincando, le gusta mucho.

—Somos todo oídos –dije, incluyendo también en el auditorio a mis peluches.

»A las diez de la noche estoy solo en la oficina de guardia. En eso, suena tono de incendio y entra una notificación al computador. Al instante escucho timbrar el teléfono. Es la gente del nueve-uno-uno. Incendio confirmado.

»Activo el timbre de alarma. Mi jefe es el primero en llegar, así que le explico lo que sucede. 

»—Bien Fran –me dice– parece que la tercera será la vencida.

»—Ojalá jefe. Estoy ansioso por enfrentar el fuego.

»—Con calma, Fran. No olvides que eres un novato.

»En sólo un instante mis compañeros están preparados y en sus posiciones. Yo tomo mi puesto en el estribo, sin embargo mi jefe me da una indicación distinta.

»—Fran, ¡ven a la cabina conmigo!

»En cuanto subo a la cabina, el maquinista pone en marcha la unidad, enciende las sirenas y partimos. ¡Vieran! ¡Viajar en la cabina es increíble! Los autos y las personas deben darnos paso. La máquina alcanza una gran velocidad y tú te sientes como Batman.

»Mientras vamos de camino, el jefe me da instrucciones. Me dice que active el sistema ARAC.»

—¿El qué? –interrumpo a mi papá de nuevo. 

A estas alturas del relato ya me he puesto de pie en la cama, de la pura emoción. Escucho la explicación de mi padre:

—El sistema ARAC es, ¿¡cómo decirlo!? Bueno… es el aparato de respiración auto contenido. Tiene un tanque que el bombero se coloca en la espalda, y una máscara que le permite respirar en medio del incendio.

—Bueno, no importa, sigue –digo, arrepentida de haber hecho la pregunta.

»Mientras avanzamos, a lo lejos, diviso el humo que sube. “¡Oh Dios! ¡Qué gran incendio!”, me digo a mí mismo. Nos acercamos más y más. La adrenalina sube. Todos mis sentidos están alertas. Sudo. Quiero entrar al incendio, demostrar de qué soy capaz, que mis compañeros sepan lo valiente que soy.

»Por fin llegamos al incendio. La cabina se llena de un gran resplandor. Nos acercamos tanto que alcanzo a sentir el calor a través del parabrisas. Hay muchos vecinos y todos corren sin control de un lado para otro. 

»Me impresiona mucho el incendio. No me percato que he quedado solo en la cabina. Desde afuera mi jefe me grita que me asegure bien el ARAC y que baje. Los segundos pasan. Me coloco la máscara y trato de aspirar… ¡pero no puedo! El aire no sale. Siento que me ahogo dentro de la máscara. Reviso todo de nuevo. Los segundos siguen pasando; mi jefe se impacienta.

»—¿Qué pasa Fran? –me pregunta, metiendo su cabeza por la ventana.

»Le explico que no me funciona el ARAC y que probablemente el tanque de aire esté vacío. Abre la puerta, entra a la cabina y revisa. Pasan más segundos. Descubre que yo no he abierto la llave del aire. “¡Oh no, qué vergüenza! ¡Qué novatada! Justo lo que quiero evitar”, pienso. 

Unos segundos después bajo de la cabina y me les uno. ¡Wow! Logro apreciar el incendio en toda su magnitud. ¡Es majestuoso! Las llamas parecen como escupidas por grandes dragones; imagino una gran lucha de esas bestias, resoplando fuego por aquí y por allá; fuego que al desvanecerse en lo alto se convierte en humo negro que se va a las nubes.



»No han pasado más de dos minutos desde que llegamos.

»Nos reunimos alrededor del jefe. Él, como comandante de la emergencia, nos da instrucciones.

»—El incendio en la bodega está apenas iniciando –nos grita—. Pero hay más de diez casas ardiendo en la alameda. Esto no está fácil. Los de la Estación Norte vienen de camino. Mientras llegan, vayamos avanzando. Todos, excepto Fran, entren con el tendido lateral a la alameda.

»—Pero jefe… —le reclamo.

»—Es sumamente peligroso, Fran. Nos ayudas más quedándote aquí.

»Mis compañeros siguen las indicaciones. En ese momento se acerca una señora, con cara de mucha preocupación.

»—Oficial, oficial –llama a mi jefe–. Creemos que un señor está encerrado en la bodega. No lo hemos visto por ningún lado y él trabaja de guarda ahí adentro.

»El Comandante confirma que el fuego dentro de la bodega no es intenso aún. Entonces me dice:

»—Fran, voy a entrar a la bodega a investigar. Tú quédate ayudando al maquinista. No te muevas de aquí.

»—¡Pero jefe, no parece peligroso! ¡Déjeme ayudarle!

»—¡No! Hoy es tu primer día. Por ahora, sólo observa desde aquí.

»Me da coraje lo que mi jefe dice. Yo sé que puedo ser útil. 

»Él avanza a la puerta de la bodega, pero no puede entrar. Pienso que requiere ayuda. Busco un hacha en el compartimiento de herramientas de la unidad y corro hacia él.

»—Jefe, tome, ayúdese con esto.

»—Gracias, Fran. Ahora, vuelve con el maquinista. Yo iré solo.

»El jefe logra forzar la puerta y entra. Pero yo, en vez de retroceder, entro tras él sin que se entere. Cuando estoy adentro, me doy cuenta que el fuego se ha dispersado. Adentro hay muchos muebles viejos y cajas amontonadas. Algunas de ellas ya han empezado a arder. En una esquina, al fondo, observo unas escaleras que conducen a una especie de mezzanine. “Si hay alguien atrapado, el único lugar donde puede estar es en ese mezzanine”, –pienso.

»—Jefe, ¿usted cree que allí en el mezzanine esté el señor? –le grito.

»—Fran, ¿qué haces aquí? Vuelve con el maquinista, te dije que iré solo –me repite.

»Él avanza. Mis ganas de ver qué pasa allí adentro son muy grandes. Así que espero, en silencio. Mi jefe avanza entre los muebles y las cajas. El humo no me deja ver bien, pero sí observo que una estantería alta empieza a desprenderse. Entonces grito:

»—¡Jefe, cuidado!

»El jefe mira hacia arriba, observa el peligro y, por puro instinto, salta hacia atrás. La estructura cae pesadamente a sus pies.

»—Gracias Fran, esta te la debo –me responde, como olvidando la orden que previamente me había dado.

»Él continúa avanzando. Llega hasta el pie de las escaleras y las revisa. El mezzanine tiene tres grandes ventanales. En uno de ellos el cristal está roto y desde adentro emana una gran cantidad de humo. El jefe me grita de nuevo:

»—Fran, te necesito, ¿puedes venir?

»“Por fin me llama” –pienso–. Entonces avanzo rapidísimo. Llego ante él y le pregunto qué debo hacer.

»—Fran, pon mucha atención. Primero, necesito que observes todo alrededor; tienes que estar muy atento y avisarme si ves que un flashover está por estallar. En este momento el fuego no es muy fuerte, pero la temperatura está subiendo. Segundo, necesito que estés a mi lado siempre; vamos a subir las escaleras. ¿De acuerdo?

»Él empieza a subir, pero teme que las escaleras colapsen por el fuego que hay bajo ellas. Entonces cambia de opinión.»

—¿Colapsen? –pregunté a mi papá. 

—Sí, colapsar es derrumbarse –me explicó él, suspendiendo su relato.

—Está bien, mejor continúa –se me iban a salir los ojos de la emoción.

»Entonces mi jefe me pide salir y conseguir una escalera de ganchos.

»—A la orden, jefe –le digo.

»Salgo corriendo. Pido al maquinista ayuda para bajar la escalera de la unidad. La coloco en mi hombro y regreso. Se me hace muy complicado avanzar, pero lo logro. El jefe viene a mi encuentro.

»—Aquí está –le grito, al toparlo en medio de la bodega. 

»Me percato del ruido que hace el incendio: es como si una multitud caminara, rápidamente, sobre muchas hojas secas.

»—Bien hecho Fran, apurémonos.

»Instalamos la escalera y mi jefe sube. Quiebra con su martillo otro de los cristales, retira bien los vidrios que quedan pegados al marco del ventanal y salta hacia adentro. Segundos después lo veo asomarse. Desde arriba me grita:

»—Tenemos un adulto mayor inconsciente. Vamos a necesitar a alguien más que nos ayude. Es pesado.

»—¿Qué hago, jefe? –pregunto, muy desconcertado.

»—¡Que salgas y busques ayuda, carajo! –me grita, fuertísimo.»

En este punto, volví a interrumpir a mi papá.

—Papi, ¿él te regañó? –pregunté extrañada.

—No sé si fue un regaño. Pero sí me habló con mucha autoridad.

Él retomó la historia.

»Reacciono y salgo corriendo lo más rápido que puedo.

»—Antonio –le grito al maquinista al llegar– necesitamos ayuda. Hay que sacar al señor que está desmayado y pesa mucho.

»—Entiendo, voy por alguno de los otros. Mientras tanto, quédate aquí. Estás a cargo de la máquina.

»Antonio corre a buscar ayuda. Dos minutos después, que yo siento como si fueran horas, Gabriel y Antonio están a mi lado.

»—¡Vamos Fran, llévame donde está el jefe! –me dice Gabriel, y volviéndose grita al maquinista:– Antonio, continúas al mando de la máquina, pero ayúdanos si te llamamos.

»Gabo y yo entramos a la bodega. El fuego es mayor aún. Avanzamos hasta la escalera. Gabo sube. Un minuto después él y mi jefe tratan con mucha dificultad de bajar al señor. No les resulta fácil.

»—Fran, cuida que la escalera no se mueva y recuerda mis instrucciones –me insiste el jefe.

»El descenso es complicado. La temperatura sube mucho. De repente, mientras ellos bajan, me parece como si el humo bajo el cielo raso empezara a arder. Se encienden grandes lenguas de fuego que luego se esfuman. El espectáculo es maravilloso y olvido que esos son los signos precisos del inicio de un flashover.

»Gabriel logra llegar al piso. Alza su cabeza y observa lo que ocurre. Se alarma. Grita.

»—¡Lenguas de fuego! ¡Corramos! ¡Viene el flashover!

»—Muévanse rápido –grita también mi jefe.

»Él salta desde el tercer escalón, yo les ayudo tomando a nuestro paciente de la cintura y corremos.  Yo corro y corro; nunca en mi vida corrí con tanta fuerza. 

»Segundos antes de salir de la bodega, las lenguas de fuego envuelven el cielo raso y justo al cruzar el umbral de la puerta una gran explosión cubre todo el interior de la bodega. Cada caja y cada mueble empiezan a arder, creando el fuego más rojo e intenso que jamás imaginé.

»Salimos justo a tiempo. 

»De inmediato mis compañeros atienden al paciente y minutos después los amigos paramédicos lo trasladan al hospital. 

»Pero no hay tiempo que perder, así que volvemos a la acción. Yo ayudo a Gabo, actuando como colero. Los refuerzos del Escuadrón Norte llegan y luego se nos unen más unidades extintoras. A las dos de la mañana, cuatro horas después de haber llegado al lugar, logramos controlar el incendio por completo.»

§

»MIENTRAS REGRESAMOS, TODOS hacemos silencio. Estamos exhaustos, sucios y malolientes. Al llegar a la estación mi jefe me llama:

»—Fran, pasa a mi oficina. Tengo que hablar contigo.

»Voy a su despacho y lo encuentro de pie tras su escritorio. Me pide tomar asiento y me dice:

»—Francisco, debo ser muy sincero contigo. Tengo que decirte que hoy no actuaste como se espera de un bombero.

» Él hace una pausa y luego continúa. Yo guardo silencio.

»—Nosotros somos bomberos, no superhéroes. Enfrentamos peligro todos los días y nuestras armas deben ser la precaución y la disciplina. Yo nunca he perdido a ningún bombero a mi cargo y no quiero que tú seas el primero.

»—Creo que me dejé llevar por los impulsos –atino a decir, mientras me pongo de pie.

»—En parte sí ¬–dice, caminando hacia mí– pero lo que más me preocupa es que no atendiste a mis instrucciones. Primero te di la orden de quedarte afuera de la bodega… y no lo hiciste. Luego te pedí estar atento a todo lo que sucedía… y no nos avisaste cuando inició el flashover.

»Yo respiro profundo y reflexiono.

»—Tenga por seguro, jefe, que pondré todo mi empeño para nunca volver a pasar por alto una orden de mi superior y para que jamás se me escape otro flashover en mi vida.

»—¿Te doy un consejo? –me dice, tomándome del hombro.

»—Claro.

»—Cuando estés cumpliendo con tu deber, en medio del peligro, recuerda a tu esposa y a tu hija… y que ellas siempre esperan verte regresar a casa. Eso te ayudará a ser muy cuidadoso y disciplinado.

»De nuevo, cabizbajo, guardo silencio.

»—Bien. Ahora regresa al trabajo. Estarás a cargo de la oficina de guardia el resto de la madrugada.

»—Pierda cuidado, jefe. Yo me encargo.

»—Francisco –me llama mientras voy saliendo de su oficina–, aparte de esos errores, demostraste mucho valor allí adentro en la bodega. Sin tu ayuda, Gabo y yo no hubiésemos podido rescatar al señor.

»Le doy las gracias nuevamente y vuelvo con mis compañeros. Gabriel me ve llegar y nota que algo me sucede.

»—Fran, ¿qué pasa? –me pregunta al entrar.

»Entonces le cuento mi conversación con el jefe.

»—Tranquilo –me dice–. Esta noche te demostraste a ti mismo que con toda seguridad llegarás a ser un gran bombero.

»—¿Tú crees Gabo?

»—Sí. Te lo aseguro. Pero debes ser paciente y aprender poco a poco. 

»—Eres un gran tipo –le respondo y nos damos un fuerte apretón de manos.»



§

—¿QUÉ HICISTE DESPUÉS? –le pregunté a mi papá. La verdad, no se me ocurrió otro comentario más apropiado.

—Regresé al centro de comunicaciones, donde pasé el resto de la madrugada pendiente del teléfono y pensando mucho en todo lo sucedido.

—Yo creo, papi, que lo que hiciste estuvo muy bien –le dije, tratando de reanimarlo.

—Sí, Abril. Pero debí ser más cuidadoso y estar muy atento a lo que sucedía en la bodega. Puse en riesgo a mis compañeros –en sus ojos había un brillo de tristeza.

—Esa cosa del flash no sé qué, ¿es de verdad tan peligrosa? –pregunté.

—Mucho. Es un fenómeno del fuego y ocurre en lugares cerrados como la bodega donde estuvimos. Las llamas se hacen cada vez más grandes y la temperatura sube. Cuando el lugar se pone muy caliente, aparecen como lenguas de fuego en lo alto. Eso indica que una gran explosión está por ocurrir.  En el momento que la explosión ocurre, todo lo que hay dentro del lugar se prende en llamas. A eso es a lo que llamamos el flashover. Es tan peligroso que no puede ser soportado por un ser humano, ni siquiera teniendo el traje de bombero puesto.

—¿Qué habría pasado si Gabo no se da cuenta?

—Probablemente nos habríamos lastimado mucho y con seguridad habríamos perdido a nuestro paciente.

—¡Te fijas! ¡Eso pasa por no estar atento! –le dije, como regañándolo, pero con ternura.

—Sí, lo sé. Y me arrepiento de haber actuado de esa manera. Me consuela que lo sucedido se debiera a una causa noble. Hoy don Abelardo está al lado de su familia, sano y salvo. 

—¿Quién es don Abelardo? –le pregunté.

—Es el señor que rescatamos. Hoy, al amanecer, llamé al hospital para averiguar por él y entonces supe su nombre. Ya le dieron de alta.

—Tal vez un día puedas visitarlo. Estará muy agradecido contigo.

—Yo solo cumplía con la misión de todo bombero. ¿Recuerdas que te dije el otro día que la primera prioridad de los bomberos es ayudar a las personas?

—Sí, me lo dijiste.

—Pues bien, esa es la misión que estoy orgulloso de cumplir ahora. Yo lo hago con entusiasmo y las personas no tienen por qué agradecérmelo…

Me quedé pensando en silencio en lo que dijo. Mientras tanto me enrollé en las sábanas y no me salieron más palabras. A mami tampoco.

Me dieron el beso de las buenas noches, apagaron la luz y salieron calladitos.

§

EN LA OSCURIDAD de mi habitación imaginé a mi papá en la bodega, ayudando a sus compañeros a rescatar a don Abelardo. Los vi envueltos en llamas, escapando del hermoso, pero temido flashover. 

«Es probable que Rubí lo haya visto todo –pensé–. Ella me puede ayudar a buscar a don Abelardo. Estoy segura que él querría darle las gracias a mi papá.»

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