martes, 8 de abril de 2014

Luna y Lena

Juana Ortiz Mondragón


Temerosa era aquella pequeña niña bellamente ataviada con su vestido celeste y con un moño que le combinaba. Se escondía de las sombras que se reflejaban en las paredes de su habitación, sombras provenientes de los árboles frutales del jardín, en los que solía jugar en las mañanas de verano. La pequeña niña tenía un nombre corto pero significativo, como aquella vigía de la noche: se llamaba Luna. Su cabello era largo, dorado y ondulado como las olas; sus ojos de un verde esmeralda  y  su piel blanca como la nevada. Tenía seis años y sus días transcurrían en una maravillosa escuela en la ciudad y una cómoda casa  a las afueras de esta, casa que sus padres habían remodelado sin olvidar ningún detalle: estancias amplias con ventanales que permitían la entrada de la luz, chimeneas para el invierno, afelpadas  alfombras, mullidos muebles y amplios  jardines.

Luna era tan tierna y dulce como su madre, pero en ocasiones su carácter era tan fuerte que preferían dejarla sola hasta que se calmara un poco. De día era tranquila, creativa, su imaginación no tenía límites… pero las noches le robaban la tranquilidad. Escuchaba ruidos, los pisos de madera crujían, el viento soplaba fuerte por las ventanas y ella sudaba frío. Sentía una voz  que la llamaba desde el jardín: ven, ven… ¡quiero jugar contigo! Luna se levantaba asustada y corría en busca de sus padres, llamados Antonio y María. Antonio era sicólogo y la forma de enfrentar lo que Luna vivía cada noche antes de dormir era decirle:

- Todo es producto de tu imaginación, aquí no hay nadie diferente a nosotros. Además, ¿quién querrá jugar contigo a esta hora?

María en cambio era una madre protectora y sensible. Se ponía en el lugar de su hija y pensaba que quizás para Luna era difícil enfrentar las noches y aquella voz que la invitaba  a jugar. A escondidas de Antonio hablaba con Luna, le daba muchos consejos y buscaba a hurtadillas la respuesta a lo que Luna vivía.

Al amanecer Luna se levantó sobresaltada, pudo observar que alguien había pasado toda la noche al pie de su cama y que aún estaba allí… no tenía forma, pero dejaba unas extrañas muescas en el colchón, respiraba profundamente y un olor desagradable impregnaba la habitación. Luna se quedó quieta como para evitar molestar a la presencia. Respiraba con lentitud  y su piel estaba tan blanca como las sábanas de su cama. La presencia fue tomando la forma humana de una pequeña niña, pelirroja de ojos claros, tan pálida y triste. La presencia lloraba a cántaros y sangraba. Luna no sabía qué hacer, temía acercarse a ella, consolarla, gritar a sus padres para que la socorrieran o correr. Pero no, se quedó quieta y lentamente se fue acercando a la niña y comenzó a hablarle, a preguntarle qué le pasaba. La pequeña pelirroja se llamaba Lena. Luna le preguntó que dónde vivía y la sorprendió la respuesta:

- Yo vivo aquí -contestó Lena- ésta es mi habitación.

El sol comenzó a entrar por las ventanas y los padres de Luna se levantaron aprisa; el reloj daba las ocho. Lena sintió la presencia de los adultos y despareció. Al abrir la puerta de la habitación observaron a Luna descansando plácidamente.

Al levantarse, Luna parecía estar contenta y tranquila, a pesar de aquella visita que recibió en la madrugada. Se vistió con calma, desayunó, y sus padres la llevaron a la escuela. Al salir de casa, observó que Lena estaba asomada en la ventana de su  habitación. Se sonrieron desde la lejanía. El día transcurrió con normalidad. Al volver a casa, Luna encontró de nuevo a Lena sobre su cama. Otra vez lloraba y su vestido estaba manchado de sangre. La habitación se veía desordenada, los juguetes estaban fuera de su sitio.  Al parecer Lena había estado jugando mientras Luna estaba en el colegio y  lo había revuelto todo. Los padres de Luna entraron al escucharla gritar, no pudieron entender qué había pasado. Luna les contó que alguien vivía allí, que la había visitado varias veces, que lloraba mucho y que sangraba. Antonio y  María la escucharon e intentaron comprenderla. La ayudaron a recoger el desorden y Luna les contó qué pasaba con Lena. Lena era una niña de seis años, que vivía allí hacía algún tiempo, era la única hija de una familia pudiente que fue asesinada un verano. Lena fue la última en morir,  por eso todavía estaba penando. Luna les contó que Lena estaba buscando un juguete, que eso no la dejaba descansar.

En la noche Lena volvió a visitarla, ya no lloraba pero la sangre aún le salía de la frente. Esta vez estuvieron más tranquilas, conversaron y Lena le contó dónde estaba la muñeca, que la necesitaba para poder ir a encontrarse con sus padres. Luna se levantó a buscarla en silencio para no despertar a nadie; fueron juntas al desván y buscaron de arriba abajo. En el rincón más recóndito brillaba una bella muñeca de trapo, de cabellos rojos como Lena. Lena sonrió y dejó de sangrar. Bajaron juntas a la habitación y se acostaron un rato hasta que Luna se quedó dormida.


Al amanecer, Luna se despertó al sentir la brisa fría. Lena estaba dándole un beso de despedida en la frente. Sonreía,  abrazando su muñeca. Luna estaba tranquila, nunca más volvió a sentir nada extraño. Solo la luz brillaba para ella y su familia.

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