jueves, 20 de junio de 2013

La pared

Violeta Paputsakis


Hace unos días había enterrado a su padre y hoy estaba ahí, en esa habitación pequeña y ordenada, con sus paredes blancas y sus austeros adornos. Un lugar que se había quedado en el tiempo, con tantos recuerdos de infancia, con frustraciones, con enojos, pero también con buenos momentos. Ésos que cuando uno ha sufrido cuestan en llegar y en el segundo que al fin lo hacen se requiere esfuerzo para retenerlos en la mente aunque sea por unos minutos, para que no se escapen rápidamente. Y mientras están ahí desmenuzarlos, rememorar palabras, olores, gestos, movimientos. Algunos huyen, se esconden, entonces entre recuerdos y sueños de lo que hubiese sido lindo que suceda, se vuelven a construir. Y ya recreado el momento, uno se regodea, deja la escena de ese niño que fue como en suspenso y el adulto de hoy hace un recorrido intentando sentir en el ahora ese mágico y maravilloso instante. Ahí está, en algún tiempo existió, no fue una ilusión, dice a sus adentros.

En ese magnífico proceso estaba Dorian, sentado en la cama que había visto contadas veces en los últimos veinte años. Él ya se había ido, partió con sus enojos, sus pesares y sus sueños sin cumplir, intentaba evocarlo con amor pero le costaba mucho. Su padre fue siempre una persona extremadamente exigente y dura, eran escasos los recuerdos –como el que había trabajado hasta hace instantes- que le dejaban la boca con un sabor dulce, generalmente lo que sucedía era que llegaba a su mente algún mal momento que le hizo vivir y eso era suficiente para evitar continuar rememorándolo. Hoy era inevitable, estaba en su mundo, en el lugar que hasta hace días lo había rodeado, su habitación, su casa.

Quién hubiera dicho que podría morir. A sus setenta y siete años, en las pocas oportunidades que se cruzó con él y de los comentarios que recibió de alguna tía, estaba bastante bien. Se levantaba temprano, leía los diarios, renegaba por los vecinos que dejaban la basura en su vereda o los niños que hacían ruido en la calle al jugar, veía la televisión con un volumen altísimo. Estaba bastante sordo pobre, recordó Dorian.

Visitaba la tumba de mamá todos los meses el mismo día, no la fecha en que había fallecido sino el ocho, el día en que se habían puesto de novios hace más de cincuenta años. Dorian lo descubrió charlando con un guardia del cementerio, recordó que habló muy mal de su padre antes de eso, decía que no tenía ni el respeto suficiente para acudir a la tumba de su esposa, después de todo el tiempo que ella tuvo que soportarlo. Pero entendió lo errado que estaba una mañana en la que regresaba de visitarla, era un nuevo aniversario de su fallecimiento, el cuarto ya, se cruzó en el camino de vuelta con un hombre más joven que él, un guardia del lugar, Dorian lo saludó en forma educada y se disponía a seguir su paso cuando el chico le dijo:

-Se nota que esa mujer era muy amada, es el espacio más concurrido aquí.

Dorian se sobresaltó, él sólo iba una vez al año o en alguna fecha especial como un cumpleaños, si lo recordaba, y creyó que se trataba de una broma de mal gusto o un reclamo hacia él.

–Por qué lo dice -replicó de forma brusca.

–Un señor mayor la visita todos los meses -continuó tranquilo el guardia- en la misma fecha, el ocho, después del segundo año comencé a tomar en cuenta el día. Trae flores y vuelve poco tiempo después a limpiar el espacio, sacando las marchitas.

Dorian nunca había caído en la cuenta que la tumba de su mamá siempre estaba impecable, varias veces él le trajo flores pero nunca había limpiado el lugar ni retirado las secas, pensó que de eso se deberían ocupar en el cementerio. Por la descripción que le hizo el guardia se dio cuenta que era su padre, no podía ser nadie más. Sintió en ese momento que el mundo se le caía encima, le costaba creer que esa persona de la que él se había alejado en cuanto llegó a la adultez y a la que consideraba llena de tantos defectos, podía ser capaz de tanto amor. Sabía que quería a su madre, también fue testigo de innumerables discusiones y había visto llorar a su mamá muchas veces, incluso cuando partió de casa le ofreció irse con él, Sonia nunca quiso y Dorian jamás la entendió. En ese instante todo tomó otro sentido.

Tantos momentos y sentimientos encontrados en una única persona, incontables cosas que no le pudo decir y hoy ya no está, ya no es posible. Recorrió la habitación con su mirada una vez más, vio los pocos objetos que lo rodeaban, fijó la vista cerca de él y observó la mesa de luz con un libro a medio leer, dos pares de anteojos al costado y una lamparita, recordó como le gustaba a su padre leer y le llamó la atención que a su edad lo continuase haciendo, tomó el libro en sus manos sin mirar siquiera el título y lo abrió en el lugar en el que estaba marcado. Comenzó a recorrer con la mirada un párrafo cualquiera, “Cuenta la leyenda la mágica y desconocida tarea que tienen los muros y las paredes de toda construcción de transmitir información al universo, permitiéndole así captar la energía de las historias que se entretejen en nuestro planeta”.

Dorian nunca había sido lector, no le gustaban los libros y sólo los había tomado cuando por razones de estudio era imposible evitarlo. A diferencia de su padre y quizás como una forma de rebeldía nunca había leído una novela, a pesar de las innumerables veces que Gregorio había llegado a casa con una bajo el brazo para él, éstas siempre habían quedado por ahí sin siquiera ser abiertas. En esta ocasión el relato despertó su interés así que continuó leyendo. “Si alguien comenzara a retirar sus capas con cuidado, encontraría en medio de ellas diminutos textos que cuentan las historias y los sentimientos que inundan el lugar. Este fenómeno se debe a que cada vez que hablamos nuestras cuerdas vocales emiten ondas que tienen que ir a parar a algún lugar, por qué no entonces, a las paredes, el espacio que casi siempre está presente a nuestro alrededor”. A esta altura a Dorian el escrito le parecía una estupidez pero no pudo evitar continuar leyendo para cerciorarse de ello. “Pero tampoco es tan simple conocer una historia, una vida o un mensaje a través de las paredes, éstas transmiten al universo cada cierto tiempo, volviéndose a quedar vacías para poder recibir nueva información. Quizás puedan mantenerse allí por dos o tres días sólo algunas palabras, esas que a veces llegan a hacer mella entre los pliegues del cemento y otros materiales, por la fuerza, la frecuencia, el amor o el dolor con que son dichas, si no es así, probablemente desaparezcan en horas, yéndose sin retorno al universo”. A esta altura Dorian sin saber por qué estaba molesto, cerró el libro con brusquedad y lo volvió a dejar en su lugar.

Decidió iniciar el trabajo para el que estaba ahí lo más rápido posible, tenía que ordenar todo el lugar, guardar los objetos en cajas para donarlos a alguna organización de beneficencia, asilo o una entidad similar, no quería quedarse con nada y al ser hijo único podía tomar esa determinación con total libertad. Se propuso esfumar todas las ideas, recuerdos y emociones que le venían a la cabeza, era un hombre adulto que dejó todo eso atrás, había logrado vivir y sobreponerse a muchos dolores de la infancia y la adolescencia y hoy era un padre de familia con una esposa y dos hijos a los que amaba mucho.

Sin duda volver a la que fue su casa despertó en su interior muchos sentimientos, pero no podía dejar que las emociones lo invadan. Había enterrado a su madre hace cinco años y a su padre hace sólo dos días, sin saber por qué, esto último lo afectó más de la cuenta y la tarea que tenía ahora por delante lo había sensibilizado. Se enojó consigo mismo, armó una de las cajas que tenía acomodadas a un costado de la habitación y comenzó a tirar dentro de ella lo que encontró más cerca sin importarle ordenarlas o catalogarlas, como había decidido hacer unas horas antes. También resolvió que, en cuanto desocupara todo el lugar, iba a iniciar los papeles para venderlo, dejando el proceso a cargo de alguna inmobiliaria y listo, no quería volver a pisar ese sitio. Él ya tenía su propia casa y no deseaba hacerse cargo de ésta, los recuerdos al recorrerla eran demasiado fuertes, más de lo que se imaginó alguna vez.

Cuando su esposa quiso pedir permiso en el trabajo para ayudarlo en la tarea, se opuso con firmeza, le aclaró que era algo que debía hacer él y que seguramente no le llevaría mucho tiempo. Por lo que sé papá conservaba muy pocas cosas, así que estaré de vuelta para almorzar, no te preocupes. Rememoraba la conversación mientras lanzaba sin control cosas en la caja. Hace dos horas que estaba en el lugar sin avanzar, tenía que recuperar el tiempo perdido. Así llenó una segunda y tercera caja de cachivaches, sábanas, zapatos viejos, adornos antiguos y ropa que sacó del placar y tiró sin ningún cuidado.

En un momento miró debajo de la cama, vio unas pantuflas, las sacó con rapidez y cuando estaba a punto de arrojarlas en la tercera caja se detuvo en seco y se quedó contemplándolas, eran muy viejas, estaban rotas y descoloridas, de repente una lágrima se deslizó por su mejilla. ¿Podía ser posible que esas malditas pantuflas tuvieran más de veinte años? Y sí, eran iguales a las que él le había regalado en su cumpleaños, el último que pasó en esa casa.

Al principio no deseaba comprarle nada pero su mamá insistió, esa semana no se llevaron tan mal y faltaba poco para irse a vivir solo. Había conseguido trabajo hace unos meses y estaba ahorrando el dinero que le permitiese alquilar una habitación en alguna pensión, qué más da, dijo, y salió al centro a buscar un obsequio. Recordó que Sonia se había estado quejando porque Gregorio arruinaba sus zapatos al usarlos pisando el talón, como si fueran pantuflas, así que le compró un par. Encontró ese raro modelo, le gustaron mucho porque llevaban unas líneas modernas en color manzana y rojo sobre un fondo negro, cuando su padre abrió el regalo se sorprendió, le agradeció, pero las dejó a un costado sin darle importancia. Unos meses después Dorian partió del hogar familiar, hasta ese día nunca lo vio usarlas y pensó que las había tirado o archivado en algún armario donde se dejan las cosas que a uno no le interesan. Ahora estaban ahí, en sus manos, viejas, rotas y gastadas, con los colores casi perdidos por los años de uso, con hilachas por todos lados y con un remiendo en uno de los costados. Las lagrimas rodaban sin parar por sus mejillas y caían al piso silenciosamente, estaba desconcertado, sus emociones y recuerdos chocaban entre sí, todo lo que creía su realidad era ahora un conjunto de imágenes confusas, borrosas, no entendía qué le estaba pasando.

Se sentó nuevamente en la cama, tomó su rostro entre las manos y lloró y lloró por un largo rato. Repentinamente llegaron varios buenos momentos junto a su padre que hace largo tiempo no recordaba, un cumpleaños de pequeño en el que le había hecho cosquillas hasta hacerse pis, una tarde de campo en la que estuvieron jugando sin parar, una noche en la que durmió con él porque estaba asustado y mamá había viajado a visitar a una tía. Las lagrimas no dejaban de correr, qué pasó, se preguntó, recordó las discusiones, no una en particular, más bien los gritos, los gestos y el rostro de su padre, un rostro lleno de bronca, rememoró los años posteriores a su partida de casa, veía a su madre de vez en cuando y a su padre sólo cuando la acercaba a ella hasta su vivienda y él la estaba esperando tras el ventanal.

Sonia trató innumerables veces de reencontrarlos, pero no hubo caso, Dorian no quería saber nada de su padre y seguramente él tampoco de Dorian. La próxima vez que se volvieron a cruzar fue en el funeral de mamá, pero sólo unos minutos, Gregorio se retiró antes de finalizada la ceremonia y no hizo más que afirmar las ideas del joven sobre su desinterés y mal corazón.

Siempre estuvo detrás de él, exigiéndole, pidiéndole que mejore, que resalte en la escuela; en los deportes; que sólo el mejor podía ser su hijo. Las cosas que hacía siempre estaban mal o podían ser mucho mejores, lo acusaba de ser mediocre. Los últimos años de la secundaria fueron los peores, Dorian anunció una noche que no iba a seguir la universidad y que en su lugar trabajaría, su padre rompió en cólera e intentó obligarlo a continuar los estudios, argumentó que no lo dejaría partir sin un título universitario y que no soportaba que su único hijo fuese un incapaz cuando él le brindó lo mejor. Cada día era un tormento y finalmente Dorian se marchó. Ahora, siendo padre, con un hijo entrando a la adolescencia llegó a entenderlo mejor y sus palabras tomaron otro sentido. Gregorio era un hombre de oficio, nacido en una familia muy humilde que mediante el trabajo había logrado superarse, un albañil que trabajaba incansablemente por su familia.

En algún momento, su madre trató de explicar la actitud de su padre, en una de sus búsquedas de reconciliación le contó que decidieron tener un solo hijo para atenderlo de la mejor manera, lograr que pueda asistir a la universidad y sea profesional. Ése era el sueño de ambos, en esa ocasión Dorian se enojó y le recriminó que nunca le preguntaran qué era lo que él quería para su vida, que hicieran tantos planes sin mínimamente consultarle. Luego de ese episodio, su madre nunca más habló con él del tema.

Hoy estaba ahí, sentado en la cama en la que ese anciano había dormido tantas noches de su vida y donde nunca más lo haría, en ese instante entendió a Gregorio. Se preguntó también por qué su padre nunca intentó entenderlo a él, comprender que los sueños que tenía para su hijo no eran los mismos que él soñaba.

De repente levantó la vista y vio nuevamente el libro sobre la mesa de luz, recordó las palabras leídas y pensó ¿y si fuera cierto?, instantes después se vio corriendo escaleras abajo, buscó en el taller un pequeño martillo y volvió con él en sus manos sin siquiera saber para qué. Al llegar nuevamente a la habitación comenzó a golpear cuidadosamente la pared que estaba frente a la cama de su padre, el material se fue poco a poco desmoronando, llenando el dormitorio de polvo. Dorian no sabía por qué lo hacía ni qué buscaba, pero seguía afanoso en su labor con lágrimas en los ojos. De repente se quedó quieto, dejó de golpear con una mano y retirar los restos con la otra. Un instante que pareció un siglo, un silencio que inundaba absolutamente todo y un cuerpo que inesperadamente cae de rodillas al piso llorando desconsolada y ruidosamente. En el espacio ahora destruido de la pared se lee claramente, como tallado en el cemento, Te amo Dorian, perdoname.

3 comentarios:

  1. Es emocionante leer algo que sucede muy a menudo...

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  2. El inicio se tarda un poco describiendo los recuerdos agradables y me desvía un poco la atención, despues de eso esta mas interesante,relató de la vida real, interesante y conmovedor. Felicidades

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  3. El inicio se tarda un poco describiendo los recuerdos agradables y me desvía un poco la atención, despues de eso esta mas interesante,relató de la vida real, interesante y conmovedor. Felicidades

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