miércoles, 20 de octubre de 2010

La chica sentada

Rocío Vallejos

-Hay cosas en esta vida, que asombran hasta al más sabio.  Pero todo tiene un sentido, sólo hay que saber encontrarlo.
Siempre tomé en cuenta esa máxima de mi padre, que como cantaleta me la repetía todo el tiempo.  Era la constante de mi vida.  La aplicaba desde el colegio, con los cursos más somníferos hasta recibir algún inmerecido premio, siendo un estudiante de medicina.  Siempre mantuvo mi mente abierta a todo lo que aprendía y a todo lo que veía.
De alguna manera eso me impulsó y refrenó.  Me hizo bien y me hizo mal.  Nunca pensé si tenía razón o no.  Era como algo escrito en cemento.  No se borra.  Pero también entendí que no todos piensan así. Es más, me atrevería a decir que no todos piensan. Para algunos la tierra es redonda porque alguien lo dijo.  Les hubiera dado lo mismo si les hubieran dicho que era cuadrada y que estaba sobre una gran tortuga.  Pocos se preguntaban el por qué de las cosas.  Era difícil a veces, convivir con personas comunes y corrientes, sobre todo si eran amigos.
Cierto día, hace de esto algunos años, me encontré en una situación en dónde esa máxima sí tuvo mucho sentido.  Sentí asombro.  Yo era una de esas personas que cuestionaba todo y le buscaba el por qué.  Ese día admiré a mi padre. Ese día lo vi como a un ser humano muy sabio.  Ese día creo que lo amé por primera vez.
Los hechos ocurrieron más o menos así:
Estaba con mis amigos en un ¨Pub¨ que es como una discoteca, pero mucho menos ruidosa y te permite conversar.  Lo que celebrábamos no lo recuerdo ahora, pero sí recuerdo que bebimos y fumamos hasta que la madrugada y la ausencia de otras personas, nos aconsejó que nos fuéramos cada uno a su casa.  Estaba exhausto de la larga jornada, la agradable conversación y el extenuante sonsonete de la música, a muy alto volumen, que se necesita para amenizar este tipo de lugares. 
No partí solo, me acompañaban mis entrañables compinches, Mariano y Julio, personas que como yo, aprovechan los sábados para agotarse y liberarse de todo el ¨estrés¨ acumulado en la semana.  El auto designado para esta salida en esa noche, fue el de Julio.  Así que amaneciendo nos subimos los tres, aún riéndonos de las buenas bromas que nos gastamos en la reunión.  No habíamos avanzado mucho en el trayecto camino a casa de Mariano, quién era el primero en bajarse en esa ocasión, cuando vimos sentada sobre la vereda, a una chica.  Tenía el mentón sobre el pecho, el cabello ondulado le caía sobre los hombros cosa que no nos permitía ver su cara, tenía las piernas dobladas a un lado, pero estaba curiosamente derecha.
-¡Estuvo también de fiesta!, dijo Mariano. 
-¡Pero con malas amistades!, acotó Julio, ¡Parece que la dejaron tirada justo en medio de la calle, como se dice!
Yo que estaba entrando en brazos de Morfeo, entreabrí los ojos y vi la silueta de esta muchacha y me pareció estar viendo la escultura Danesa de ¨La Sirenita¨, porque estaba sentada más o menos de la misma forma.
-¡Vamos a tener que echarle una mano!, les dije a mis amigos, ¡Porque cualquier cosa puede pasarle!
-¡Si tenía que pasarle algo, me dijo Mariano mirándome fijamente, ya le pasó!  ¿Desde que hora estará esta pobre chica tirada allí?
Estacionamos el carro, casi al lado de la chica y nos bajamos con cautela, mirando hacia todos los lados, porque los tres sabíamos que a veces, las buenas intenciones nos convierten en presas.
El primero en acercarse fue Mariano, quién se quedó estático, mirándola.
¡Debe ser linda!, pensé, ¡Jamás había visto a Mariano mirar así a una chica!  Julio que seguramente pensó lo mismo que yo, en dos zancadas estuvo al lado de Mariano y puso la misma expresión que él.  Yo que estaba a una pequeña distancia de ellos me detuve a mirarla y entonces entendí las expresiones de Mariano y Julio.  ¡La chica era verdaderamente hermosa! ¡Lástima!, pensé, ¡Siendo tan bella y no saber cuidarse!  Me pareció que era como ver la “Gioconda” de Leonardo, en un basurero.
Mariano se acercó y le tocó un hombro, suavemente, como para que se despertara sin alterarse.  La muchacha no respondió.  Julio y yo nos miramos.  
-¡Creo que está muerta!, dijo Julio, ¡Y creo que mejor nos vamos!
-Tu Alejandro, me dijo Mariano, eres casi doctor aquí. ¡Al menos tómale el pulso! ¡Dinos si está viva, borracha o drogada!
Una cosa es estudiar en un local cerrado con vivos, revisando o cortando a muertos y otra muy diferente es encontrarse con una mujer tan bella y tan quieta y tener que tomarle el pulso para saber si está viva o muerta.  El corazón me latía rápidamente, no ante la posibilidad de tocar un ser muerto, sino ante la imposibilidad de hacer algo para ayudar, y sobre todo, por no notar ninguna alteración física que me pudiera anticipar por qué estaba muerta. No pude evitar fijarme en su vestido oscuro, parecía tan antiguo.  Tan de otra época.  ¿Puede ser que haya estado en una fiesta de disfraces?
Puse dos dedos en su cuello bajo, a la altura de la arteria y no noté pulsación de sangre.  ¡No tenía pulso!  ¡Definitivamente estaba muerta!  Pero aún estaba tibia.  No tenía ni dos horas de muerta.
-¡No tiene pulso –les dije- está muerta!
Los tres nos miramos.
-¡Hay que irnos!, dijimos los tres interrumpiéndonos.
¡Pero también hay que llamar a la policía!, les dije.
Me imaginé en la comisaría, esposado, tratando de explicar lo inexplicable. 
Nos subimos al carro muy asustados.  Nuestro miedo era evidente por el silencio en el que íbamos.  A mí el cansancio se me fue y estoy seguro que Julio y Mariano recobraron la sobriedad.
Sólo unos metros más abajo, en la esquina, vi un teléfono público y le pedí a julio que parara.  Tenía que llamar y pedir ayuda.
-¡Voy a llamar a la policía de ese teléfono!- les dije. -¡Creo que es lo mínimo que podemos hacer por esa chica!-
Marqué el 105 y les dije que había una mujer muerta en la Av. 28 de julio. Les dije que quise ayudarla pensando que estaba herida, pero como no respondió cuando le toqué varias veces el hombro, asumí que estaba muerta y que bajo las circunstancias era mejor que ellos fueran, porque eran los más capacitados para atender una situación como esa.  Asumí que yo había actuado sólo para no poner en aprietos a mis amigos.
Al otro lado de la línea, el policía que me respondió me hizo una pregunta que me sorprendió.
-¿La persona en cuestión, está frente a la casa Nº 2293 de la Av. 28 de Julio?
-No sé exactamente, le respondí.  Pero déjeme ver, estoy en la esquina de la 21 con la 22 de la 28 de Julio y ella está a sólo unos metros. -Sí le dije, está en la cuadra 22, pero no sé si frente al número que usted me ha dicho.  ¿Ya estuvieron por aquí?, pregunté, asombrado.  ¿Se trata de una broma?
-Ojalá, así fuera señor, me respondió.  Cada cierto tiempo, en un amanecer del domingo, más o menos a esta misma hora, recibimos una llamada como la suya, por lo general de jóvenes que han estado celebrando y nos informan de una muchacha que está sentada en la vereda, casi todos sólo la ven y nos llaman, dan como referencia que tiene cabello largo, que está vestida con un traje antiguo de color oscuro y que está como dormida.  Siempre enviamos una patrulla, pero cuando esta llega, siempre reporta que no hay ninguna mujer sentada.  Tenemos una patrulla cerca de esa dirección y demora en llegar menos de cinco minutos.  No sé ni cuántas veces hemos enviado patrullas.  Como es nuestra obligación en este momento voy a reportar lo que me informa. La patrulla llegará en menos de cinco minutos. Usted es una de las pocas personas que se han parado para ver si la reportada, se encuentra bien.
Cuando oí lo de sentada, vestida de oscuro y de estilo antiguo, sentí el galope de mi corazón y la respiración entrecortada.  Yo sólo había mencionado una persona muerta.  No di ningún tipo de detalle.
Un sentimiento, de miedo, que nunca más he tenido, me invadió. Sentí el vello de mi nuca levantarse.  Volví a mirar hacia el bulto que estaba a sólo a unos metros y que acababa de ver, y para mi sorpresa, ya no había nada. 
Colgué el teléfono sin decir otra palabra y regresé al carro realmente asustado.
Mariano y Julio me miraron y se miraron entre ellos.
-¿Qué te dijo la policía, preguntó Mariano?
-Hermano, me dijo Julio, estás más pálido que yo, y eso que es el primer muerto que veo.
-La policía está por venir. Parece que otras personas le avisaron antes que nosotros.  Creo que mejor nos vamos, les dije, y cerré los ojos para que no notaran mi terror.
Jamás, les comenté a Mariano y a Julio lo que me dijo el policía que respondió a mi llamada. Sólo sé que la cantaleta de mi papá encajaba exactamente en lo sucedido y yo sólo tenía que encontrarle el sentido, pero algo en mi interior me gritó que hay preguntas que es mejor no hacer.  Hay sentidos que es mejor no encontrar.
Tengo el constante sentimiento que debo hallar el sentido de esa visión. De alguna forma presiento que si lo encuentro, esa chica sentada podrá descansar.  No me atrevo a buscarlo.  Sé que todos somos cobardes ante algo.  Esta es mi cobardía.  Nunca he vuelto a pasar por la Av. 28 de julio, prefiero mil veces dar una vuelta de media hora, para ubicar el camino a mi casa, que enfrentarme a  la posibilidad de ver cara a cara, de nuevo, a esa chica sentada.

4 comentarios:

  1. hola Rocío me gustó mucho el cuento. Las apariciones siempre son inspiradoras.
    un abrazo
    Nita

    ResponderEliminar
  2. Gracias Nita. Si puedes hacerme comentarios en contra te agradeceré mucho, no es que sea masoquista, lo que pasa es que quiero aprender lo más que pueda y que mejor manera que de lectores.
    Un gran saludo,
    Rocio

    ResponderEliminar
  3. Rocío, teniendo en cuenta lo que le dices a Ana, intenté encontrar un defecto pero no pude, será que soy solo una lectora y no una crítica, pero simplemente me gusta, me hizo recordar las historias de aparecidos que escuchaba cuando era niña.

    saludos

    Marlene

    ResponderEliminar
  4. Me gusta tu estilo, me parece espontáneo, los párrafos y diálogos bien armados. Si me pides una sugerencia te diría que puedes enriquecer mas el escenario.
    Saludos
    Gianfranco

    ResponderEliminar