lunes, 23 de septiembre de 2024

Silencio

Rosario Sánchez Infantas


¡Cómo pude olvidar que hoy es sábado! Tocan a mi puerta justo ahora que tenía claro qué hacer con el proyecto de poema.

Yelsi limpia el departamento semanalmente, bien y rápido. El problema es que, mientras trabaja, conversa conmigo o escucha música en un volumen muy alto. Algunas veces, con su estilo directo y desenfadado, al ingresar a mi vivienda y encontrarla silenciosa me ha dicho:

—Otra vez tu casa parece velorio.

Sin pedir permiso, la joven madre de unos treinta años, sintoniza en el equipo de sonido una emisora radial que trasmite música popular «alegre». Si entendemos por ello la música que acompaña las reuniones de muchas personas pobres que migraron de sus pueblos a las ciudades o son hijos de migrantes. Por empatía dejo que lo haga pensando que a lo sumo estará en casa tres horas. Imagino que ella frecuenta esas fiestas sociales y que quizás trabaje mejor escuchando dicha música. Además, así me libra de conversar. Otra semana en que fracasa mi plan de pagarle y ganar tres horas libres para escribir.

No sé por qué imagino, en cada ocasión, que va a ser diferente.

Me instalo frente al ordenador, veo una sucesión de frases cortas, encabezadas por la palabra Silencio. Luego de cinco años de ausencia tuve que escribir esas líneas porque me agobió el estado en el que encontré la otrora pequeña y apacible ciudad andina del Perú. Procedo a ejecutar mi plan previo a la interrupción: presentar en prosa los pretendidos versos:

Impúdica, irreverente, procaz y loca, la tecnología y sus nuevos parroquianos, despóticos, te cabalgan.

No resulta tan fácil. Me toma algo de tiempo: en prosa puede ser diferente el uso de los signos de puntuación.

Desprevenida golondrina, la transgresión sobre ti ha sentado sus reales. Penosamente vislumbro tus vestigios. Grillos, palomas, gorriones y nostálgicos, extraviados como yo, buscan ciegos el silencio.

«¿Problemas en el trabajo, negocio, dinero o el amor? Curamos con cuy, sapo, azufre y alumbre. Eustaquio conserva todos los conocimientos de la madre selva. Atención en el asentamiento humano…», grita la radio ofreciendo la práctica ritual de diagnóstico y sanación prehispánica, hoy en la mayoría de las veces, estafa a ingenuos.

¡En mi propia casa busco ciega el silencio! No es lo mejor, pero es lo que hay, me fuerzo a ser tolerante y concentrarme. Retomo el acomodo de Silencio, cuyo significado, cuando lo escribí y ahora, siento intensamente.

Silencio de las etéreas armonías: oración que restañaba las heridas del día; lejano tañido triste, conmoviendo humanizaba. El chirriar de los grillos daba inmensidad a la noche e inducía al recogimiento. Hipnótico murmullo del río grácil diluía premuras y penas. Concierto de pájaros y follaje, prolongaban el ser hacia el universo sabio, gentil, humilde y bueno.

«¿Dónde venderán buen trago de mañanita? ¿Dónde venderán buen trago en mi ciudad?», canturrea Yelsi la tonada ecuatoriana con aires de cumbia que trasmite la radio. «¡Paciencia! Esto va a acabar. La sigo contratando porque ella necesita el trabajo para mantener a sus tres hijos. Una vez más he priorizado sus necesidades antes que las mías», me digo suspirando. Me sobrepongo al dolor de cabeza y continúo con mi propósito:

Viejo aguacero caías, y a mí, gota a gota, mansamente me inundaba la tristeza. Ya colmada sin más, las postreras gotas de los tejados redimían e ilusionaban con un nuevo comienzo.

«Mi corazón se niega a amar a otro cariño. Te llevaré como una cruz prendida a mí, es mi condena», canta con voz potente Yelsi. Me pregunto si piensa en alguien al hacerlo, si decodifica el significado de esas palabras. ¿Quiere la música para oír estos mensajes? ¿Escuchándola evita pensar en algo peor? ¿Se regodea con el dolor? Su comportamiento no parece un duelo. Quizás ha asociado estas canciones con situaciones alegres. Alguna vez me ha contado que, los fines de semana, tiene que bailar, escuchar música y beber para afrontar con fortaleza la semana próxima, sus dos trabajos, la atención de sus tres hijos, la pobreza «y lo peor, no tener esposo». 

Releo lo escrito pretendiendo atender al ritmo y cadencia. No puedo avanzar. «Necesito un amor que me dé su calor y que pueda calmar mi dolor que causó tu traición. Que me haga olvidar y me haga soñar con un mundo de felicidad», canta el artista en la radio, y Yelsi en mi lavandería, estas letras simples cargadas de sentimiento, típicos de la cumbia peruana, con la que bailan miles de desfavorecidos los fines de semana. Trato de entenderla. Sé que ha sufrido traición y abandono de los padres de sus hijos. Estas canciones «alegres», ¿son catárticas o la obnubilan para no tener que afrontar cosas que prefiere no recordar?

No puedo concentrarme en lo mío, apago el ordenador y decido regar el jardín. 

Cuando Yelsi termina y se va suspiro aliviada al recuperar mi estilo de vida silencioso. 

Resuelvo continuar con el propósito de darle forma a mis impresiones sobre el silencio en esta ruidosa ciudad. Leo lo avanzado y me gusta, aunque me pregunto dónde podría incorporar ese material. De pronto quedo pasmada. Sin hacerlo consciente tras encender la computadora he puesto de fondo el álbum Kitaro. Greatest Hits.

Me siento una impostora. También me inquieta saber, ¿por qué rompí el silencio?, ¿de qué me evado?, ¿cómo, realmente, me relaciono con él?, ¿qué tema escuchaba? Karavansary, posada de caravanas. Nada personal, pero sí humano, de humanos trashumantes. Pero, al escuchar la música, no atendí ni al título de la canción ni a su significado. Suspiro. ¿Qué sé del silencio?, me pregunto con desazón. Mis neuronas vienen en mi auxilio. Recuerdo una entrevista a Pablo d'Ors, la busco con ansia entre mis archivos y encuentro esas ideas que alguna vez debieron impactar en mi conciencia.


«El silencio es, fundamentalmente, una nostalgia, un pánico y una revelación, en ese orden. Decimos apreciarlo y buscarlo; generalmente inaccesible, su ausencia nos genera nostalgia. Si nos atrevemos a hacer silencio, tenemos miedo de estar con nosotros mismos, pues en el silencio interior surgen nuestros fantasmas. Si se supera el pánico, entonces se va descubriendo la identidad propia: quiénes somos y a qué estamos llamados. Este es el único camino para tener una vida decente.», señalan mis apuntes.

Después de todo, quizás no soy buena compañía. Dudo de la honestidad de la última sección de mi escrito:   

Grillos, palomas, gorriones y nostálgicos, si perdonan el desorden, la tristeza y mi torpe andar, ¡conmigo se pueden quedar!

El álbum de Kitaro ha continuado avanzando, reconozco The light of the spirit: «ahora enséñame la luz que dejan todos los espíritus al partir de aquí, deja esas señales en el mar, en el cielo, a dónde yo las pueda ver para que un día llegue a ti»…

Angustia por el silencio sí, pero romper el silencio con la música no es pánico solamente, puede ser una intensa inmersión en la profundidad humana.

Grillos, palomas, gorriones y nostálgicos, conmigo se pueden quedar.

1 comentario:

  1. La gente pobre que describe al comienzo del escrito dotándola de cierto exotismo es el 80% de la población peruana. Por lo demás bastante ameno de leer.

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