Rosario Sánchez Infantas
¡Cómo pude olvidar que hoy es
sábado! Tocan a mi puerta justo ahora que tenía claro qué hacer con el proyecto
de poema.
Yelsi limpia el departamento semanalmente,
bien y rápido. El problema es que, mientras trabaja, conversa conmigo o escucha
música en un volumen muy alto. Algunas veces, con su estilo directo y
desenfadado, al ingresar a mi vivienda y encontrarla silenciosa me ha dicho:
—Otra vez tu casa parece velorio.
Sin pedir permiso, la joven madre
de unos treinta años, sintoniza en el equipo de sonido una emisora radial que
trasmite música popular «alegre».
Si entendemos por ello la música que acompaña las
reuniones de muchas personas pobres que migraron de sus pueblos a las ciudades
o son hijos de migrantes.
Por empatía dejo que lo haga pensando que a lo sumo estará en casa tres horas. Imagino
que ella frecuenta esas fiestas sociales y que quizás trabaje mejor escuchando
dicha música. Además, así me libra de conversar. Otra semana en que fracasa mi
plan de pagarle y ganar tres horas libres para escribir.
No sé por qué imagino, en cada ocasión, que va a ser
diferente.
Me instalo frente al ordenador, veo
una sucesión de frases cortas, encabezadas por la palabra Silencio.
Luego de cinco años de ausencia tuve que escribir esas líneas porque me agobió
el estado en el que encontré la otrora pequeña y apacible ciudad andina del
Perú. Procedo a ejecutar mi plan previo a la interrupción: presentar en prosa
los pretendidos versos:
Impúdica,
irreverente, procaz y loca, la tecnología y sus nuevos parroquianos,
despóticos, te cabalgan.
No resulta tan fácil. Me toma algo
de tiempo: en prosa puede ser diferente el uso de los signos de puntuación.
Desprevenida
golondrina, la transgresión sobre ti ha sentado sus reales. Penosamente
vislumbro tus vestigios. Grillos, palomas, gorriones y nostálgicos, extraviados
como yo, buscan ciegos el silencio.
«¿Problemas en el trabajo, negocio, dinero o
el amor? Curamos con cuy, sapo, azufre y alumbre. Eustaquio conserva todos los conocimientos
de la madre selva. Atención en el asentamiento humano…», grita la radio ofreciendo la práctica ritual de diagnóstico y
sanación prehispánica, hoy en la mayoría de las veces, estafa a ingenuos.
¡En mi propia casa busco ciega el
silencio! No es lo mejor, pero es
lo que hay, me fuerzo a ser tolerante y concentrarme.
Retomo el acomodo de Silencio, cuyo significado, cuando lo escribí y
ahora, siento intensamente.
Silencio de las
etéreas armonías: oración que restañaba las heridas del día; lejano tañido
triste, conmoviendo humanizaba. El chirriar de los grillos daba inmensidad a la
noche e inducía al recogimiento. Hipnótico murmullo del río grácil diluía
premuras y penas. Concierto de pájaros y follaje, prolongaban el ser hacia el
universo sabio, gentil, humilde y bueno.
«¿Dónde venderán buen trago de mañanita? ¿Dónde
venderán buen trago en mi ciudad?»,
canturrea Yelsi la tonada ecuatoriana con aires de cumbia que trasmite la
radio. «¡Paciencia! Esto va a acabar.
La sigo contratando porque ella necesita el trabajo para mantener a sus tres
hijos. Una vez más he priorizado sus necesidades antes que las mías», me digo suspirando. Me sobrepongo al dolor de cabeza y continúo con
mi propósito:
Viejo aguacero
caías, y a mí, gota a gota, mansamente me inundaba la tristeza. Ya colmada sin
más, las postreras gotas de los tejados redimían e ilusionaban con un nuevo
comienzo.
«Mi corazón se niega a amar a otro cariño.
Te llevaré como una cruz prendida a mí, es mi condena», canta con voz potente Yelsi. Me pregunto si piensa en alguien
al hacerlo, si decodifica el significado de esas palabras. ¿Quiere la música para
oír estos mensajes? ¿Escuchándola evita pensar en algo peor? ¿Se regodea con el
dolor? Su comportamiento no parece un duelo. Quizás ha asociado estas canciones
con situaciones alegres. Alguna vez me ha contado que, los fines de semana,
tiene que bailar, escuchar música y beber para afrontar con fortaleza la semana
próxima, sus dos trabajos, la atención de sus tres hijos, la pobreza «y lo peor, no tener esposo».
Releo lo escrito pretendiendo
atender al ritmo y cadencia. No puedo avanzar. «Necesito un amor que me dé
su calor y que pueda calmar mi dolor que causó tu traición. Que me haga olvidar
y me haga soñar con un mundo de felicidad», canta el artista en la radio, y
Yelsi en mi lavandería, estas letras simples cargadas de sentimiento, típicos
de la cumbia peruana, con la que bailan miles de desfavorecidos los fines de
semana. Trato de entenderla. Sé que ha sufrido traición y abandono de los
padres de sus hijos. Estas canciones «alegres», ¿son catárticas o la obnubilan para no
tener que afrontar cosas que prefiere no recordar?
No puedo concentrarme en lo mío,
apago el ordenador y decido regar el jardín.
Cuando Yelsi termina y se va
suspiro aliviada al recuperar mi estilo de vida silencioso.
Resuelvo continuar
con el propósito de darle forma a mis impresiones sobre el silencio en esta ruidosa
ciudad. Leo lo avanzado y me gusta, aunque me pregunto dónde podría incorporar
ese material. De pronto quedo pasmada. Sin hacerlo consciente tras encender la
computadora he puesto de fondo el álbum Kitaro. Greatest Hits.
Me
siento una impostora. También me inquieta saber, ¿por qué rompí el silencio?, ¿de
qué me evado?, ¿cómo, realmente, me relaciono con él?, ¿qué tema escuchaba? Karavansary,
posada de caravanas. Nada personal, pero sí humano, de humanos trashumantes.
Pero, al escuchar la música, no atendí ni al título de la canción ni a su
significado. Suspiro. ¿Qué sé del silencio?, me pregunto con desazón. Mis
neuronas vienen en mi auxilio. Recuerdo una entrevista a Pablo d'Ors, la busco
con ansia entre mis archivos y encuentro esas ideas que alguna vez debieron impactar
en mi conciencia.
Después de
todo, quizás no soy buena compañía. Dudo de la honestidad de la última sección
de mi escrito:
Grillos, palomas, gorriones
y nostálgicos, si perdonan el desorden, la tristeza y mi torpe andar, ¡conmigo
se pueden quedar!
El álbum de Kitaro ha continuado avanzando, reconozco The
light of the spirit:… «ahora
enséñame la luz que dejan todos los espíritus al partir de aquí, deja esas
señales en el mar, en el cielo, a dónde yo las pueda ver para que un día llegue
a ti»…
Angustia por el silencio sí, pero romper el silencio
con la música no es pánico solamente, puede ser una intensa inmersión en la profundidad
humana.
Grillos, palomas, gorriones y nostálgicos, conmigo se pueden quedar.
La gente pobre que describe al comienzo del escrito dotándola de cierto exotismo es el 80% de la población peruana. Por lo demás bastante ameno de leer.
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