Lucía Yolanda Alonso Olvera
Esta mañana Sara
se levantó tarde, ha tenido unas semanas difíciles. Todos los fines de semestre
se le carga el trabajo, ya que tiene que aplicar los exámenes finales a sus
alumnos y calificarlos; además, debe leer y evaluar las investigaciones que les
ha pedido a los estudiantes que tienen baja nota, para ayudarlos a aprobar la
asignatura. Lleva más de veinte años dando clases de zoología en la universidad
y le sigue pareciendo apasionante su labor como docente, no obstante, la carga
académica es bastante pesada, ya que cada semestre tiene más estudiantes y debe
actualizar los contenidos y los métodos de enseñanza.
Le encantan estos
fines de semana que pasa con su marido y Dara, su hermosa perra Golden, en la
cabaña en el bosque lejos de la ciudad. Ya siente la llegada de la primavera, el
clima está cambiando y el sol sale más temprano. El día amaneció radiante, un
trinar de pájaros la despertó y después de prepararse una taza de café bien
cargado y una rebanada de pan integral con mermelada casera de guayaba, aún no
se decide a ir al lago para alquilar el kayak y hacer una hora de remo. Es una
actividad que le gusta y le permite, además de hacer ejercicio, reflexionar sobre
su vida y disfrutar un hermoso paisaje. Ramón se levantó temprano, se ha ido al
bosque a andar en bicicleta junto con Dara para que corra y se canse.
Por fin decide
quitarse el pijama, lavarse la cara y los dientes, ponerse el pantalón corto,
una camiseta, las sandalias, untarse bloqueador en el rostro, el cuello y los
hombros, encasquetarse el sombrero, colocarse las gafas de sol, coger su
mochila en donde lleva los guantes, la cartera, el celular y el altavoz para
escuchar música a buen volumen, mientras rema y salir contenta hacia el lago. De
camino piensa que, entre las cosas que más le gustan de venir al pueblo los
fines de semana, son el kayak, la tranquilidad de ir caminando a todas partes
sin prisa y dejar el coche estacionado, ya que en la ciudad es imposible no
usarlo y pasar horas en el inmundo tráfico diario.
Navegando por la
orilla del lago, se detiene sigilosamente a una distancia prudente para
observar a un montón de patos que están reposando en un viejo muelle. Estos
animales le gustan, los examina con detenimiento, le parecen simpáticos y
versátiles, saben volar, caminar y nadar y siempre andan en grupo.
Ahí sentada
apaciblemente en su embarcación, recuerda la última clase de zoología que impartió
este semestre sobre el comportamiento de los piqueros de Nazca. Esas aves marinas
un poco sosas y raras, que habitan cerca de las Islas Galápagos y en las costas
de Perú, Ecuador y Colombia, que cuando son adultas suelen atacar a las más
jóvenes, con las que no tienen parentesco. En la clase se discutió acerca de si
este caso es una evidencia de que, en los animales, al igual que en los seres
humanos, el abuso de menores es un comportamiento que puede ser transmitido
socialmente. Fue interesante la reflexión que hicieron los jóvenes sobre el
paralelismo entre el comportamiento animal, la xenofobia, el acoso, el rechazo
y la crueldad humana.
En ese momento se
le viene a la memoria la historia de Lena Gertrudis, una de sus mejores amigas
en la secundaria, a quien vio por última vez, hace más de dos años, en el
desayuno de las exalumnas del colegio.
Lena entró a la
escuela de monjas el último año de primaria, y desde el primer día, fue objeto
de burla, desprecio y acoso, por la mayor parte de las chicas de la clase. Y es
que Lena era una niña que tenía un nombre horrible, pasado de moda, regordeta y
cachetona, cuando en aquellos tiempos la mayor parte eran todas flacuchas. Además,
tenía un comportamiento fuera de lo normal. Era y sigue siendo una de esas
personas que dice lo que piensa, tiene pocos filtros y sobre todo es muy simple.
Tiene una risa fácil y sin dobleces, si algo no le gusta lo dice sin temor, si
le parece genial suele reírse, emocionarse y mostrar sus sentimientos, como
casi nadie lo hace. Lena es una persona que incomoda a los demás por su
franqueza, su sencillez, su forma de expresar cariño, siempre ríe y se enoja sin
recato.
A Sara le gustó
desde el primer día esa forma de ser de Lena, porque además ambas eran las más
pequeñas del grupo. Se hicieron amigas y lo que Sara nunca entendió es que ella
siguió siendo una compañera querida y aceptada, mientras que Lena sufría el
rechazo, la discriminación y la burla de las más grandes, las líderes del
grupo.
Sara recuerda el
colegio de monjas, esa institución que tenía y sigue teniendo mucho prestigio
en la ciudad. Religiosas francesas que llegaron al país hace ya más de cien
años, y abrieron una escuela para «educar a las niñas bien de la capital».
Piensa que: «El
ambiente era horrible. Las monjas en clase siempre enojadas, exigiéndonos que
aprendiéramos todo de memoria y regañando y agrediendo físicamente a las
alumnas en los recreos. Reprimiendo para que, desde pequeñas, nos portáramos como
señoritas, incitándonos a la insidia, exhibiendo las debilidades de las menos
aventajadas tanto física, como intelectualmente, provocando envidias y metiéndonos
en la cabeza todos esos terribles complejos de clase y prejuicios sociales. ¡Qué
pésima educación!, menos mal que no me aceptaron en el bachillerato y me pude
ir a la escuela mixta y laica y después entrar a la universidad pública».
Recuerda las
burlas espantosas que le hacía el grupo de las mayores de la clase a Lena,
cuando levantaba la mano para participar y la maestra le daba la palabra:
—¡Lenagertruda otra
vez no entendió nada, maestra! —gritaba Silvia, mientras Lena se levantaba para
hablar.
Entonces, Lena, volteaba
la mirada hacia el grupo que lidereaba Silvia, la más guapa y la más odiosa del
salón, y le hacía una mueca con la boca y ponía bizcos los ojos. Y todas estallaban
de risa y Silvia se enardecía y la molestaba cada vez más, así se escalaba la
rencilla día tras día, y el acoso y la crueldad se exacerbaba, conforme pasaba el
año escolar.
«Lenagertruda, Lengordura,
Letruda, Gertrugorda, Gordalena, Lenageta». Esos eran algunos de los
sobrenombres que Silvia y su pandilla le pusieron y con los que se ensañaban a
diario gritándole en el salón de clase, en el patio de recreo o en los
pasillos. Y las monjas y las maestras hacían como que no escuchaban y no pasaba
nada. El acoso era tácitamente aceptado por todas.
Este trato nunca le
pareció bien a Sara, le incomodaba. Desde entonces decidió estudiar biología,
concluyó que es mejor convivir con animales que con personas como esas
compañeras. Muchas veces llegó a pensar que ese trato le afectaba más a ella que
a Lena quien simplemente las ignoraba y no les contestaba. Sus reacciones eran
simples ante las ofensas: levantaba los hombros, hacía algunas muecas con la
boca y ponía los ojos en blanco o hacía bizcos.
La familia de Lena
vivía cerca de su casa, así que una vez que se hicieron amigas y descubrieron que
eran vecinas quedaban por las tardes a hacer la tarea y a jugar tenis de mesa, ya
que, el padre de Lena había instalado una mesa profesional en su cochera y se
organizaban buenos torneos.
Lena tenía cuatro
hermanas y dos hermanos. Su abuela materna y su tía Angelina vivían en una casa
grande, al lado del hogar de sus padres, y como era la hija mayor, desde chica la
mandaron a vivir con ellas, porque en la casa familiar no había sitio para
tantos hijos. La vida de Lena era diferente a la mía y a la de sus hermanos, ya
que era como hija única, convivía con dos ancianas amorosas e indulgentes. Ella
les daba alegría y a cambio la consentían y le permitían hacer lo que le daba
la gana. Todo lo que hacía les causaba gracia.
Fue entonces
cuando tuve mi primera amiga que gozaba de una habitación propia y me invitaba
a quedarme a dormir. Solíamos echar el cerrojo de la puerta, charlar toda la
noche sin que nadie nos molestara, fumando y tomándonos unos whiskys de
una botella que Lena había extraído clandestinamente de la bodega de la abuela.
Ahí le pregunté qué sentía acerca del rechazo, la burla y el acoso que vivía en
la escuela, le pregunté; ¿por qué no peleaba y exigía que la trataran bien?; o pedía
a sus padres que la cambiaran de colegio.
Me explicó que eso
no tenía la menor importancia en su vida. No le afectaba lo que las chicas
grandes pensaban de ella, ni su prejuicio hacia su nombre. Ella se llamaba Lena
Gertrudis, en honor a su bisabuela alemana Gertrudis, quien no pudo escapar de
la Alemania nazi y murió en un campo de concentración. Para salvar a sus hijas, Gertrudis las llevó a
casa de su hermana Lena, para que escaparan juntas a Francia y luego emigrar
hacia América. Así fue como su abuela y Angelina llegaron a México con su tía
Lena.
También me explicó
que su nombre era motivo de orgullo, como su abuela y Angelina le repetían a menudo.
Muchas veces las tres charlaban acerca del dolor y la penuria que pasó su
bisabuela antes de morir, y de la tía Lena al dejar a su hermana en ese
infierno. Estaban convencidas de que ningún sufrimiento, preocupación o
desilusión que ella pudiera pasar ahora, podía ser comparado con la historia de
ambas mujeres, de quien había heredado el nombre y también la fortaleza.
Entonces entendí
que Lena tenía un blindaje emocional, comprendí que su abuela y su tía Angelina
le daban esa seguridad afectiva que ninguna niña podía tener a esa edad, y que
esa historia familiar, aunada a las libertades y privilegios que gozaba con
ellas, la hacían fuerte en ese hostil mundo exterior que era la escuela.
Con el tiempo, llegué
a pensar que los padres de Lena les habían «regalado» a su hija mayor (o sea, a
Lena), a ese par de ancianas, en recompensa por su trágica historia de vida, al
haber quedado huérfanas y en el exilio desde pequeñas.
Al acercarse al
viejo muelle, provocó que los patos levantaran el vuelo en bandada ofreciéndole
un maravilloso espectáculo, para que un poco más adelante, se echaran un
chapuzón en el agua y salieran a navegar de nuevo reunidos. Le gusta ver cómo nadan
y flotan estos animales y cómo se desplazan tan rápidamente, mientras ella tiene
que esforzarse con los remos, y muchas veces contra el viento para hacer su paseo.
Dejó de pensar en
la historia de Lena, y disfrutó el resto del trayecto en el lago. Se sentía cada
vez más acalorada por el ejercicio a pleno sol del mediodía. Para olvidar el
cansancio decidió escuchar, a todo volumen, el disco Friday Night in San
Francisco de Al Di Meola, John Mc Laughin y Paco de Lucía. Este concierto
lo pone a menudo, para sincronizar cada remada con el ritmo de la melodía y atravesar
el lago enfrascándose en la música.
Llegó a casa
muerta de hambre. Ramón y Dara habían regresado antes de su paseo en bicicleta
y él ya tenía la comida caliente y la mesa puesta. Charlaron acerca de sus
respectivas mañanas deportivas, degustaron un buen vino tinto con un delicioso
espagueti a la boloñesa. Sara le contó las reflexiones que hubo en el salón de
clase sobre el comportamiento de los animales y la similitud con el caso de
Lena en el colegio. Ramón le sugirió llamarla y comentaron que hacía mucho que
no se reunía con ella.
Por la tarde, ya
cansada, se sentó un rato en la terraza de la cabaña para terminar de calificar
los exámenes de los alumnos y subir a la plataforma digital las evaluaciones
finales. Tuvo que interrumpir esta tarea cuando empezó a anochecer y sintió una
ráfaga de aire frío. Decidió apagar la computadora, meterse, servir dos copas
de mezcal y tumbarse en el sillón del salón a leer su novela junto a su marido para
tomar un merecido descanso, como les gusta hacer los sábados por la noche.
Antes de abrir el
libro, se volvió a acordar de Lena y decidió asomarse desde su teléfono celular
a su perfil de Facebook. Hacía tiempo que no echaba un vistazo a la red social.
Observó las
últimas fotos que Lena subió recientemente a su muro, en donde aparece con una
sonrisa radiante acompañada de su hija y sus dos nietas. En la fotografía se
ven dos preciosas niñas pequeñas de entre tres y cinco años, sentadas en las
piernas de su abuela en un mullido sillón, mientras la hija de Lena sale sentada
en el suelo al lado de los juguetes de las niñas. Reconoce al fondo el bodegón
que pintó la tía Angelina y que estuvo colgado en la sala de la casa de la abuela.
Revisa el chat de
Facebook y ve que Lena está conectada, decide escribirle un mensaje:
—Hola Leni, acabo
de asomarme a tu muro y vi tu foto con tu hija y tus nietas. ¡Qué bien te ves! Están
hermosas esas chamacas, han crecido mucho. Tu hija también se ve radiante.
De inmediato llega
la respuesta de Lena:
—Hola Sara, ¡qué
gusto que me escribes!, ¿cómo estás? Mis nietas son una maravilla, no te
imaginas las alegrías que me dan y lo bonito que es ser abuela. Mi hija está
contenta, pero agotada, porque las niñas son muy despiertas y exigen mucha
atención. Estoy bien, ahí la llevo. Sigo trabajando y eso me ayuda. No paran de
llegar casos al despacho, y a veces no nos damos abasto.
—Ando atareada
este fin de semestre calificando exámenes y terminando los trámites para
entregar las evaluaciones finales. Disfruta a tus nietas, los niños crecen
rápido. Me da gusto saber que estás contenta y disfrutando ser abuela. Hoy
pensé en ti.
—Qué bueno que
sigues dando clases en la universidad. Me alegra que te hayas acordado de mí. También
te recuerdo, Sara. Lástima que no vivamos en la misma ciudad y es difícil
vernos. ¿Por qué te acordaste de mí?
—Me acordé de tu
abuela y tu tía Angelina y de esa vez que me contaste el origen de tu nombre y
las razones por las que nunca te importó el rechazo de las niñas de la escuela.
—¡Guau, Sara!, ¡qué
buena memoria tienes! Esas noches que te quedabas a dormir en casa tuvimos
tiempo para ser las mejores amigas. Esa versión que tenía del acoso escolar ha
cambiado. Ya de mayor me di cuenta de que sí me importaba y que me marcó mucho.
—¿De verdad te
importaba? Siempre decías que no te afectaba que las chicas te trataran con ese
desprecio y te hicieran tanta burla.
Lena deja unos
minutos pasar antes de contestar.
—He entrado
recientemente a terapia y he reconocido que sí me afectó. Mi abuela y mi tía
Angelina con su infinito amor y protección me convencieron de que era inmune a
cualquier ofensa, acoso o decepción, tan solo por llamarme Lena Gertrudis. Ahora en la terapia he aceptado que tanto
desprecio en la escuela me marcó y tuvo sus consecuencias: algunas buenas y
otras no tanto. Aunque, en su momento, todo lo que dije en ese desayuno hace
dos años fue verdad. ¿Recuerdas lo que
dije?
—¡Claro, como no
lo voy a recordar! Nadie olvidará ese desayuno. Quedaste como una reina con esa
respuesta.
—Mi vida ha estado
difícil, Sara. Me divorcié el año pasado de mi segundo marido, ya te contaré la
historia. Iré en menos de un mes a visitar a mi madre, te busco a ver si
comemos juntas. Te mando abrazos querida, gracias por escribirme.
—No sabía nada del
divorcio, lo lamento Leni. Avísame con tiempo cuando vengas y apartamos la
fecha para vernos y platicar. Abrazos con cariño.
Le ha dado gusto
haberla contactado. No tenía idea de su segundo divorcio, nunca le llamó para
contarle. Ese Roberto con el que se casó, a Sara jamás le gustó.
De repente, rememora
el desayuno de exalumnas del colegio hace dos años. Fue en el Club France en un
hermoso salón que rentaron las organizadoras. Ya estaban todas sentadas a la
mesa, y antes de empezar a comer, Silvia pidió tomar la palabra. Se puso de pie y dijo:
—Me alegra que
estemos aquí reunidas. Quiero aprovechar, antes de empezar a disfrutar el
desayuno, para pedirle a Lena, mis más sinceras disculpas por tantas actitudes
de acoso y de rechazo que tuve hacia ella. Una de mis nietas, que recién entró a
la primaria, ha sido víctima de burla y maltrato y la ha pasado muy mal, y he
recordado lo cruel que fui con Lena. Me siento muy culpable. Por favor discúlpame
por haberte ofendido y haberte lastimado tanto —concluyó muy apenada viendo a
Lena directamente a los ojos.
Luego se levantaron
también Rosa, Sandra y Gabriela y las tres le pidieron disculpas por haber
secundado a Silvia. Fue un momento bastante emotivo que nadie esperaba.
Entonces Lena se puso de pie y dijo:
—Chicas, acepto de
corazón sus disculpas, pero en verdad sus muestras de rechazo jamás tuvieron la
menor importancia en aquella época de mi vida y aquí está Sara, sentada a mi
lado, y quien siempre ha sido mi amiga, para atestiguarlo. Sus malos tratos y
su desprecio nunca los tomé en serio. La historia de mi bisabuela y de mi
abuela fue muy dolorosa, y desde pequeña mi familia me enseñó que soy una
persona amada y afortunada y que ningún sufrimiento puede equivaler a lo que
ellas pasaron. Sin embargo, ya de mayor reflexioné acerca del desprecio y las
ofensas de las que fui objeto y decidí estudiar derecho, para defender a las
personas que sufren acoso, como ahora lo padece la nieta de Silvia. Me hice
abogada litigante y desde que terminé la carrera me dedico a ayudar a mujeres y
hombres maltratados, generalmente por sus maridos y esposas, para lograr divorciarse.
No se pueden imaginar la cantidad de casos que he resuelto. A veces pienso que
ese fue mi karma y gracias a este, en mi vida profesional apoyo a víctimas de
la violencia familiar. No se preocupen chicas, yo no les guardo rencor, sus
actitudes me sirvieron para definir mi vocación y mi labor en la vida.
Cuando terminó de
hablar, se hizo un silencio sepulcral, hasta que alguien gritó:
—¡Salud por Lena
Gertrudis y que viva la paz y la armonía!
Todas levantaron el
vaso de jugo de naranja, que ya estaba servido en las mesas, brindaron y se
distendió el ambiente.
Está satisfecha y
feliz con los resultados del semestre que concluyó. Todos los alumnos aprobaron
la materia con buenas notas, algunos tuvieron que presentar trabajos de
investigación que le costó calificar, pero hubo tres muy interesantes sobre
comportamiento animal. Asimismo, las evaluaciones que hicieron los alumnos de
su curso fueron muy positivas. La Secretaría Académica de la facultad le ha
autorizado los ajustes que presentó al programa de su asignatura y que empezará
a impartir el siguiente semestre. Ha incluido dos nuevos apartados para tratar
temas relacionados con la bioética. Los chicos manifestaron interés por seguir
aprendiendo y debatir sobre los conflictos de valores en la conducta de los
animales, así como las implicaciones bioéticas en el empleo de animales en la
experimentación e investigación. Será un nuevo reto académico para Sara abordar
estos aspectos en su cátedra.
Está preparando
todo para irse de vacaciones a Australia con su marido. Van a visitar a Emma,
su hija, quien está cursando el doctorado en neurociencia, en Melbourne. Ambos
se sienten emocionados por el reencuentro, ya que hace un año que no la ven. Lo
que le pesa del viaje es dejar a Dara en la pensión de perros, porque estarán
un mes sin ella. Desde que Emma se fue de casa, Dara pasó a ser la consentida. De
nuevo piensa que le gustaría ser abuela, como Lena, pero ella fue madre mucho
tiempo después que la mayoría de sus compañeras de la escuela, y su hija aún es
joven y ni siquiera tiene novio.
Antes de su
partida, tuvo ocasión de comer con Lena y se pusieron al tanto de sus vidas.
Su amiga le contó
que terminó divorciándose de su segundo marido, después de siete años de
casados, y lo peor fue que el motivo resultó ser el mismo por el que se
divorció del padre de sus hijos. Otra vez fue víctima de mentiras y traición y
acabó descubriendo que este hombre tenía otra mujer desde hacía algunos años.
Lena le confesó que pensaba que su karma no tenía fin y que ella vino a este
mundo para ser repudiada en todas las etapas de su vida.
Pero lo que más le
sorprende a Sara, es que ella jamás se da por vencida, siempre se repone y se
plantea nuevos proyectos. Es una mujer con un blindaje emocional espectacular. Ahora
se ha propuesto abrir un centro de capacitación sobre temas de derechos humanos
y erradicación de la violencia para que las escuelas envíen a sus docentes a formarse
y eviten que se siga reproduciendo esta cadena de rechazo, maltrato, daño y
sufrimiento psicológico desde la educación primaria. Le propuso a Sara que le
ayude en esta titánica tarea.
Sara se comprometió a auxiliarla en cuanto vuelva de sus vacaciones en Australia, para revisar la estructura y los programas de los cursos y la apoyará también en la selección de la planta docente para el centro. Se despidieron ilusionadas porque este proyecto será una buena oportunidad para acercarse, refrescar su amistad y trabajar juntas por una buena causa.
Hola Yolanda, me gustó y disfruté mucho tu cuento. Me gustaron los vuelcos que le das a la narrativa. Me llegó al corazón. Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias por leerlo y poner tu comentario
ResponderEliminarHola Yola!! Me gustó mucho tu cuento, como lo narras y detallas!! Felicidades, creo que tienes una gran vocación de escritora! Lo que si no capté fué alguna similitud en particular con lo que yo recuerdo de la escuela o con alguna persona en especial !!!
ResponderEliminarGracias por leerlo Ale!
EliminarYolita me gusto mucho leerte u encuentro algunos recuerdos de tu vida de cierta manera en la vida de Sara como lo cuentas describes muy bien las situaciones de cada personaje que hace que uno se interese en lo que está viviendo Felicidades!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo querida tía Teli
ResponderEliminar