lunes, 25 de marzo de 2024

Blindada

Lucía Yolanda Alonso Olvera


Esta mañana Sara se levantó tarde, ha tenido unas semanas difíciles. Todos los fines de semestre se le carga el trabajo, ya que tiene que aplicar los exámenes finales a sus alumnos y calificarlos; además, debe leer y evaluar las investigaciones que les ha pedido a los estudiantes que tienen baja nota, para ayudarlos a aprobar la asignatura. Lleva más de veinte años dando clases de zoología en la universidad y le sigue pareciendo apasionante su labor como docente, no obstante, la carga académica es bastante pesada, ya que cada semestre tiene más estudiantes y debe actualizar los contenidos y los métodos de enseñanza.

Le encantan estos fines de semana que pasa con su marido y Dara, su hermosa perra Golden, en la cabaña en el bosque lejos de la ciudad. Ya siente la llegada de la primavera, el clima está cambiando y el sol sale más temprano. El día amaneció radiante, un trinar de pájaros la despertó y después de prepararse una taza de café bien cargado y una rebanada de pan integral con mermelada casera de guayaba, aún no se decide a ir al lago para alquilar el kayak y hacer una hora de remo. Es una actividad que le gusta y le permite, además de hacer ejercicio, reflexionar sobre su vida y disfrutar un hermoso paisaje. Ramón se levantó temprano, se ha ido al bosque a andar en bicicleta junto con Dara para que corra y se canse. 

Por fin decide quitarse el pijama, lavarse la cara y los dientes, ponerse el pantalón corto, una camiseta, las sandalias, untarse bloqueador en el rostro, el cuello y los hombros, encasquetarse el sombrero, colocarse las gafas de sol, coger su mochila en donde lleva los guantes, la cartera, el celular y el altavoz para escuchar música a buen volumen, mientras rema y salir contenta hacia el lago. De camino piensa que, entre las cosas que más le gustan de venir al pueblo los fines de semana, son el kayak, la tranquilidad de ir caminando a todas partes sin prisa y dejar el coche estacionado, ya que en la ciudad es imposible no usarlo y pasar horas en el inmundo tráfico diario.  

Navegando por la orilla del lago, se detiene sigilosamente a una distancia prudente para observar a un montón de patos que están reposando en un viejo muelle. Estos animales le gustan, los examina con detenimiento, le parecen simpáticos y versátiles, saben volar, caminar y nadar y siempre andan en grupo.

Ahí sentada apaciblemente en su embarcación, recuerda la última clase de zoología que impartió este semestre sobre el comportamiento de los piqueros de Nazca. Esas aves marinas un poco sosas y raras, que habitan cerca de las Islas Galápagos y en las costas de Perú, Ecuador y Colombia, que cuando son adultas suelen atacar a las más jóvenes, con las que no tienen parentesco. En la clase se discutió acerca de si este caso es una evidencia de que, en los animales, al igual que en los seres humanos, el abuso de menores es un comportamiento que puede ser transmitido socialmente. Fue interesante la reflexión que hicieron los jóvenes sobre el paralelismo entre el comportamiento animal, la xenofobia, el acoso, el rechazo y la crueldad humana.

En ese momento se le viene a la memoria la historia de Lena Gertrudis, una de sus mejores amigas en la secundaria, a quien vio por última vez, hace más de dos años, en el desayuno de las exalumnas del colegio.

Lena entró a la escuela de monjas el último año de primaria, y desde el primer día, fue objeto de burla, desprecio y acoso, por la mayor parte de las chicas de la clase. Y es que Lena era una niña que tenía un nombre horrible, pasado de moda, regordeta y cachetona, cuando en aquellos tiempos la mayor parte eran todas flacuchas. Además, tenía un comportamiento fuera de lo normal. Era y sigue siendo una de esas personas que dice lo que piensa, tiene pocos filtros y sobre todo es muy simple. Tiene una risa fácil y sin dobleces, si algo no le gusta lo dice sin temor, si le parece genial suele reírse, emocionarse y mostrar sus sentimientos, como casi nadie lo hace. Lena es una persona que incomoda a los demás por su franqueza, su sencillez, su forma de expresar cariño, siempre ríe y se enoja sin recato.

A Sara le gustó desde el primer día esa forma de ser de Lena, porque además ambas eran las más pequeñas del grupo. Se hicieron amigas y lo que Sara nunca entendió es que ella siguió siendo una compañera querida y aceptada, mientras que Lena sufría el rechazo, la discriminación y la burla de las más grandes, las líderes del grupo.

Sara recuerda el colegio de monjas, esa institución que tenía y sigue teniendo mucho prestigio en la ciudad. Religiosas francesas que llegaron al país hace ya más de cien años, y abrieron una escuela para «educar a las niñas bien de la capital».

Piensa que: «El ambiente era horrible. Las monjas en clase siempre enojadas, exigiéndonos que aprendiéramos todo de memoria y regañando y agrediendo físicamente a las alumnas en los recreos. Reprimiendo para que, desde pequeñas, nos portáramos como señoritas, incitándonos a la insidia, exhibiendo las debilidades de las menos aventajadas tanto física, como intelectualmente, provocando envidias y metiéndonos en la cabeza todos esos terribles complejos de clase y prejuicios sociales. ¡Qué pésima educación!, menos mal que no me aceptaron en el bachillerato y me pude ir a la escuela mixta y laica y después entrar a la universidad pública».

Recuerda las burlas espantosas que le hacía el grupo de las mayores de la clase a Lena, cuando levantaba la mano para participar y la maestra le daba la palabra:

—¡Lenagertruda otra vez no entendió nada, maestra! —gritaba Silvia, mientras Lena se levantaba para hablar.

Entonces, Lena, volteaba la mirada hacia el grupo que lidereaba Silvia, la más guapa y la más odiosa del salón, y le hacía una mueca con la boca y ponía bizcos los ojos. Y todas estallaban de risa y Silvia se enardecía y la molestaba cada vez más, así se escalaba la rencilla día tras día, y el acoso y la crueldad se exacerbaba, conforme pasaba el año escolar.

«Lenagertruda, Lengordura, Letruda, Gertrugorda, Gordalena, Lenageta». Esos eran algunos de los sobrenombres que Silvia y su pandilla le pusieron y con los que se ensañaban a diario gritándole en el salón de clase, en el patio de recreo o en los pasillos. Y las monjas y las maestras hacían como que no escuchaban y no pasaba nada. El acoso era tácitamente aceptado por todas.

Este trato nunca le pareció bien a Sara, le incomodaba. Desde entonces decidió estudiar biología, concluyó que es mejor convivir con animales que con personas como esas compañeras. Muchas veces llegó a pensar que ese trato le afectaba más a ella que a Lena quien simplemente las ignoraba y no les contestaba. Sus reacciones eran simples ante las ofensas: levantaba los hombros, hacía algunas muecas con la boca y ponía los ojos en blanco o hacía bizcos.

La familia de Lena vivía cerca de su casa, así que una vez que se hicieron amigas y descubrieron que eran vecinas quedaban por las tardes a hacer la tarea y a jugar tenis de mesa, ya que, el padre de Lena había instalado una mesa profesional en su cochera y se organizaban buenos torneos.

  

Lena tenía cuatro hermanas y dos hermanos. Su abuela materna y su tía Angelina vivían en una casa grande, al lado del hogar de sus padres, y como era la hija mayor, desde chica la mandaron a vivir con ellas, porque en la casa familiar no había sitio para tantos hijos. La vida de Lena era diferente a la mía y a la de sus hermanos, ya que era como hija única, convivía con dos ancianas amorosas e indulgentes. Ella les daba alegría y a cambio la consentían y le permitían hacer lo que le daba la gana. Todo lo que hacía les causaba gracia.

Fue entonces cuando tuve mi primera amiga que gozaba de una habitación propia y me invitaba a quedarme a dormir. Solíamos echar el cerrojo de la puerta, charlar toda la noche sin que nadie nos molestara, fumando y tomándonos unos whiskys de una botella que Lena había extraído clandestinamente de la bodega de la abuela. Ahí le pregunté qué sentía acerca del rechazo, la burla y el acoso que vivía en la escuela, le pregunté; ¿por qué no peleaba y exigía que la trataran bien?; o pedía a sus padres que la cambiaran de colegio.

Me explicó que eso no tenía la menor importancia en su vida. No le afectaba lo que las chicas grandes pensaban de ella, ni su prejuicio hacia su nombre. Ella se llamaba Lena Gertrudis, en honor a su bisabuela alemana Gertrudis, quien no pudo escapar de la Alemania nazi y murió en un campo de concentración.  Para salvar a sus hijas, Gertrudis las llevó a casa de su hermana Lena, para que escaparan juntas a Francia y luego emigrar hacia América. Así fue como su abuela y Angelina llegaron a México con su tía Lena.

También me explicó que su nombre era motivo de orgullo, como su abuela y Angelina le repetían a menudo. Muchas veces las tres charlaban acerca del dolor y la penuria que pasó su bisabuela antes de morir, y de la tía Lena al dejar a su hermana en ese infierno. Estaban convencidas de que ningún sufrimiento, preocupación o desilusión que ella pudiera pasar ahora, podía ser comparado con la historia de ambas mujeres, de quien había heredado el nombre y también la fortaleza.

Entonces entendí que Lena tenía un blindaje emocional, comprendí que su abuela y su tía Angelina le daban esa seguridad afectiva que ninguna niña podía tener a esa edad, y que esa historia familiar, aunada a las libertades y privilegios que gozaba con ellas, la hacían fuerte en ese hostil mundo exterior que era la escuela.

Con el tiempo, llegué a pensar que los padres de Lena les habían «regalado» a su hija mayor (o sea, a Lena), a ese par de ancianas, en recompensa por su trágica historia de vida, al haber quedado huérfanas y en el exilio desde pequeñas.

 

Al acercarse al viejo muelle, provocó que los patos levantaran el vuelo en bandada ofreciéndole un maravilloso espectáculo, para que un poco más adelante, se echaran un chapuzón en el agua y salieran a navegar de nuevo reunidos. Le gusta ver cómo nadan y flotan estos animales y cómo se desplazan tan rápidamente, mientras ella tiene que esforzarse con los remos, y muchas veces contra el viento para hacer su paseo.

Dejó de pensar en la historia de Lena, y disfrutó el resto del trayecto en el lago. Se sentía cada vez más acalorada por el ejercicio a pleno sol del mediodía. Para olvidar el cansancio decidió escuchar, a todo volumen, el disco Friday Night in San Francisco de Al Di Meola, John Mc Laughin y Paco de Lucía. Este concierto lo pone a menudo, para sincronizar cada remada con el ritmo de la melodía y atravesar el lago enfrascándose en la música.

Llegó a casa muerta de hambre. Ramón y Dara habían regresado antes de su paseo en bicicleta y él ya tenía la comida caliente y la mesa puesta. Charlaron acerca de sus respectivas mañanas deportivas, degustaron un buen vino tinto con un delicioso espagueti a la boloñesa. Sara le contó las reflexiones que hubo en el salón de clase sobre el comportamiento de los animales y la similitud con el caso de Lena en el colegio. Ramón le sugirió llamarla y comentaron que hacía mucho que no se reunía con ella.

Por la tarde, ya cansada, se sentó un rato en la terraza de la cabaña para terminar de calificar los exámenes de los alumnos y subir a la plataforma digital las evaluaciones finales. Tuvo que interrumpir esta tarea cuando empezó a anochecer y sintió una ráfaga de aire frío. Decidió apagar la computadora, meterse, servir dos copas de mezcal y tumbarse en el sillón del salón a leer su novela junto a su marido para tomar un merecido descanso, como les gusta hacer los sábados por la noche.

Antes de abrir el libro, se volvió a acordar de Lena y decidió asomarse desde su teléfono celular a su perfil de Facebook. Hacía tiempo que no echaba un vistazo a la red social.

Observó las últimas fotos que Lena subió recientemente a su muro, en donde aparece con una sonrisa radiante acompañada de su hija y sus dos nietas. En la fotografía se ven dos preciosas niñas pequeñas de entre tres y cinco años, sentadas en las piernas de su abuela en un mullido sillón, mientras la hija de Lena sale sentada en el suelo al lado de los juguetes de las niñas. Reconoce al fondo el bodegón que pintó la tía Angelina y que estuvo colgado en la sala de la casa de la abuela.

Revisa el chat de Facebook y ve que Lena está conectada, decide escribirle un mensaje:

—Hola Leni, acabo de asomarme a tu muro y vi tu foto con tu hija y tus nietas. ¡Qué bien te ves! Están hermosas esas chamacas, han crecido mucho. Tu hija también se ve radiante.

De inmediato llega la respuesta de Lena:

—Hola Sara, ¡qué gusto que me escribes!, ¿cómo estás? Mis nietas son una maravilla, no te imaginas las alegrías que me dan y lo bonito que es ser abuela. Mi hija está contenta, pero agotada, porque las niñas son muy despiertas y exigen mucha atención. Estoy bien, ahí la llevo. Sigo trabajando y eso me ayuda. No paran de llegar casos al despacho, y a veces no nos damos abasto.

—Ando atareada este fin de semestre calificando exámenes y terminando los trámites para entregar las evaluaciones finales. Disfruta a tus nietas, los niños crecen rápido. Me da gusto saber que estás contenta y disfrutando ser abuela. Hoy pensé en ti.

—Qué bueno que sigues dando clases en la universidad. Me alegra que te hayas acordado de mí. También te recuerdo, Sara. Lástima que no vivamos en la misma ciudad y es difícil vernos. ¿Por qué te acordaste de mí?

—Me acordé de tu abuela y tu tía Angelina y de esa vez que me contaste el origen de tu nombre y las razones por las que nunca te importó el rechazo de las niñas de la escuela.

—¡Guau, Sara!, ¡qué buena memoria tienes! Esas noches que te quedabas a dormir en casa tuvimos tiempo para ser las mejores amigas. Esa versión que tenía del acoso escolar ha cambiado. Ya de mayor me di cuenta de que sí me importaba y que me marcó mucho.

—¿De verdad te importaba? Siempre decías que no te afectaba que las chicas te trataran con ese desprecio y te hicieran tanta burla.

Lena deja unos minutos pasar antes de contestar.

—He entrado recientemente a terapia y he reconocido que sí me afectó. Mi abuela y mi tía Angelina con su infinito amor y protección me convencieron de que era inmune a cualquier ofensa, acoso o decepción, tan solo por llamarme Lena Gertrudis.  Ahora en la terapia he aceptado que tanto desprecio en la escuela me marcó y tuvo sus consecuencias: algunas buenas y otras no tanto. Aunque, en su momento, todo lo que dije en ese desayuno hace dos años fue verdad.  ¿Recuerdas lo que dije?

—¡Claro, como no lo voy a recordar! Nadie olvidará ese desayuno. Quedaste como una reina con esa respuesta.

—Mi vida ha estado difícil, Sara. Me divorcié el año pasado de mi segundo marido, ya te contaré la historia. Iré en menos de un mes a visitar a mi madre, te busco a ver si comemos juntas. Te mando abrazos querida, gracias por escribirme.

—No sabía nada del divorcio, lo lamento Leni. Avísame con tiempo cuando vengas y apartamos la fecha para vernos y platicar. Abrazos con cariño.

Le ha dado gusto haberla contactado. No tenía idea de su segundo divorcio, nunca le llamó para contarle. Ese Roberto con el que se casó, a Sara jamás le gustó.

De repente, rememora el desayuno de exalumnas del colegio hace dos años. Fue en el Club France en un hermoso salón que rentaron las organizadoras. Ya estaban todas sentadas a la mesa, y antes de empezar a comer, Silvia pidió tomar la palabra.  Se puso de pie y dijo:

—Me alegra que estemos aquí reunidas. Quiero aprovechar, antes de empezar a disfrutar el desayuno, para pedirle a Lena, mis más sinceras disculpas por tantas actitudes de acoso y de rechazo que tuve hacia ella. Una de mis nietas, que recién entró a la primaria, ha sido víctima de burla y maltrato y la ha pasado muy mal, y he recordado lo cruel que fui con Lena. Me siento muy culpable. Por favor discúlpame por haberte ofendido y haberte lastimado tanto —concluyó muy apenada viendo a Lena directamente a los ojos.

Luego se levantaron también Rosa, Sandra y Gabriela y las tres le pidieron disculpas por haber secundado a Silvia. Fue un momento bastante emotivo que nadie esperaba. Entonces Lena se puso de pie y dijo:

—Chicas, acepto de corazón sus disculpas, pero en verdad sus muestras de rechazo jamás tuvieron la menor importancia en aquella época de mi vida y aquí está Sara, sentada a mi lado, y quien siempre ha sido mi amiga, para atestiguarlo. Sus malos tratos y su desprecio nunca los tomé en serio. La historia de mi bisabuela y de mi abuela fue muy dolorosa, y desde pequeña mi familia me enseñó que soy una persona amada y afortunada y que ningún sufrimiento puede equivaler a lo que ellas pasaron. Sin embargo, ya de mayor reflexioné acerca del desprecio y las ofensas de las que fui objeto y decidí estudiar derecho, para defender a las personas que sufren acoso, como ahora lo padece la nieta de Silvia. Me hice abogada litigante y desde que terminé la carrera me dedico a ayudar a mujeres y hombres maltratados, generalmente por sus maridos y esposas, para lograr divorciarse. No se pueden imaginar la cantidad de casos que he resuelto. A veces pienso que ese fue mi karma y gracias a este, en mi vida profesional apoyo a víctimas de la violencia familiar. No se preocupen chicas, yo no les guardo rencor, sus actitudes me sirvieron para definir mi vocación y mi labor en la vida.

Cuando terminó de hablar, se hizo un silencio sepulcral, hasta que alguien gritó:

—¡Salud por Lena Gertrudis y que viva la paz y la armonía!

Todas levantaron el vaso de jugo de naranja, que ya estaba servido en las mesas, brindaron y se distendió el ambiente.

 

Está satisfecha y feliz con los resultados del semestre que concluyó. Todos los alumnos aprobaron la materia con buenas notas, algunos tuvieron que presentar trabajos de investigación que le costó calificar, pero hubo tres muy interesantes sobre comportamiento animal. Asimismo, las evaluaciones que hicieron los alumnos de su curso fueron muy positivas. La Secretaría Académica de la facultad le ha autorizado los ajustes que presentó al programa de su asignatura y que empezará a impartir el siguiente semestre. Ha incluido dos nuevos apartados para tratar temas relacionados con la bioética. Los chicos manifestaron interés por seguir aprendiendo y debatir sobre los conflictos de valores en la conducta de los animales, así como las implicaciones bioéticas en el empleo de animales en la experimentación e investigación. Será un nuevo reto académico para Sara abordar estos aspectos en su cátedra.

Está preparando todo para irse de vacaciones a Australia con su marido. Van a visitar a Emma, su hija, quien está cursando el doctorado en neurociencia, en Melbourne. Ambos se sienten emocionados por el reencuentro, ya que hace un año que no la ven. Lo que le pesa del viaje es dejar a Dara en la pensión de perros, porque estarán un mes sin ella. Desde que Emma se fue de casa, Dara pasó a ser la consentida. De nuevo piensa que le gustaría ser abuela, como Lena, pero ella fue madre mucho tiempo después que la mayoría de sus compañeras de la escuela, y su hija aún es joven y ni siquiera tiene novio.

Antes de su partida, tuvo ocasión de comer con Lena y se pusieron al tanto de sus vidas.

Su amiga le contó que terminó divorciándose de su segundo marido, después de siete años de casados, y lo peor fue que el motivo resultó ser el mismo por el que se divorció del padre de sus hijos. Otra vez fue víctima de mentiras y traición y acabó descubriendo que este hombre tenía otra mujer desde hacía algunos años. Lena le confesó que pensaba que su karma no tenía fin y que ella vino a este mundo para ser repudiada en todas las etapas de su vida.

Pero lo que más le sorprende a Sara, es que ella jamás se da por vencida, siempre se repone y se plantea nuevos proyectos. Es una mujer con un blindaje emocional espectacular. Ahora se ha propuesto abrir un centro de capacitación sobre temas de derechos humanos y erradicación de la violencia para que las escuelas envíen a sus docentes a formarse y eviten que se siga reproduciendo esta cadena de rechazo, maltrato, daño y sufrimiento psicológico desde la educación primaria. Le propuso a Sara que le ayude en esta titánica tarea.

Sara se comprometió a auxiliarla en cuanto vuelva de sus vacaciones en Australia, para revisar la estructura y los programas de los cursos y la apoyará también en la selección de la planta docente para el centro. Se despidieron ilusionadas porque este proyecto será una buena oportunidad para acercarse, refrescar su amistad y trabajar juntas por una buena causa.

6 comentarios:

  1. Hola Yolanda, me gustó y disfruté mucho tu cuento. Me gustaron los vuelcos que le das a la narrativa. Me llegó al corazón. Enhorabuena!

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  2. Gracias por leerlo y poner tu comentario

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  3. Hola Yola!! Me gustó mucho tu cuento, como lo narras y detallas!! Felicidades, creo que tienes una gran vocación de escritora! Lo que si no capté fué alguna similitud en particular con lo que yo recuerdo de la escuela o con alguna persona en especial !!!

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  4. Yolita me gusto mucho leerte u encuentro algunos recuerdos de tu vida de cierta manera en la vida de Sara como lo cuentas describes muy bien las situaciones de cada personaje que hace que uno se interese en lo que está viviendo Felicidades!!!

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  5. Muchas gracias por leerlo querida tía Teli

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