martes, 2 de noviembre de 2021

Ricardo Sebastián Jurado Faggioni


El hospital psiquiátrico quedaba lejos de la ciudad. La enfermera Fátima trabajaba en él desde que inició su función. Los pacientes con problemas mentales eran llevados por los familiares. Héctor, el dueño del local, tiene sesenta años. 

Al ser privado a los parientes se les dificultaba pagarlo. Héctor al ver que le faltaba ingresos empezó a estresarse. Estaba sentado en una silla de madera haciendo números en su libro de contabilidad, al terminar decide llamar a un amigo que le podría ayudar a ganar dinero. Rafael le explica que puede vender órganos en el mercado negro, pero tenía que ser cauteloso para que no hubiera sospechas. 

Revisó la lista de los pacientes, mencionaba cuántas veces los conocidos iban a visitarlos.  Decidió ir por Roberto, a él un objeto pesado le cayó en la cabeza, después del golpe perdió la memoria. Llamó a los enfermeros para que lo llevaran a su oficina porque nadie se preocupaba por él. Se sintió desorientado, no sabía qué hacía en ese lugar. Los cuatro salieron de aquel sitio para dirigirse al quirófano. Las paredes eran azules, la camilla era cómoda y de color negro. Los practicantes estaban vestidos con un mantel blanco. Se habían puesto guantes para empezar la operación.  

A Roberto le inyectaron anestesia para que no sintiera dolor. Por desgracia no sobrevivió, ocultar el cadáver sería un problema. Héctor ordenó a los guardias de seguridad ingresar a los dormitorios a los enfermos que se encontraban en el patio. Cargaron el cuerpo para echarlo al lago. Sin mirar atrás regresaron para limpiarse y continuar con sus actividades. 

Héctor guardó las partes extraídas del cuerpo recién operado en un frasco para dejarlo en el frigorífico. Cerró la puerta para dirigirse a su oficina. La venta lo ayudaría a alejarse de las deudas que tenía, solo esperaba la llamada del amigo. Fátima estaba contando a las personas que se hospedaban en el hospital. En la habitación 205 faltaba un paciente. Se preocupó debido a que no era su tiempo libre y debía de mantenerse en el dormitorio debido a que afuera se podía lastimar. 

Escribió el nombre del dueño del cuarto. Se dirigió a la oficina de Héctor para avisarle, él le comentó que posiblemente se había escapado u oculto en alguna parte. Los guardias se encargarían de encontrarlo. A Fátima le preocupó la falta de interés en hallarlo. Sin mencionar ninguna palabra abrió la puerta y se fue. A medida que iban pasando los días, los antiguos que cumplían el tratamiento podían visitar a sus familiares, pero esta ley fue borrada, Héctor deseaba obtener control sobre ellos para que de esta manera pudiera avanzar con las operaciones.

Los días pasaban y no había señales de Roberto. Esa sensación de que algo malo podía haberle ocurrido no la dejaba tranquila. Llamó a su mejor amigo, que se había convertido en detective. Él se llama Carlos una persona carismática, astuta e inteligente para resolver casos. Acordaron verse en un bar conocido en la ciudad, cuando llegaron se sorprendieron, puesto que ninguno de los dos había cambiado. Fátima se mantenía elegante y en forma como en la época universitaria, Carlos había perdido la musculatura, pero estaba delgado. 

—¡Me alegro que hayas venido! —dijo Fátima. 

—Siempre estoy dispuesto a ayudar a mis amigos —contestó Carlos. 

—Te comento, estoy sospechando que mi jefe Héctor no me quiere decir ciertos temas. 

—¿Podrías ser específica? 

—En esta semana desapareció un paciente que se llama Roberto, le cuestioné que había pasado y no tomó cartas sobre el asunto. 

—Necesitamos evidencia, debes sacar pruebas, estarías dispuesta a arriesgar tu vida. 

—Haré lo posible para obtener imágenes sobre las operaciones secretas que hacen.
 
—Las fotos sobre los pacientes sometidos a operaciones ilegales servirán para empezar la investigación.

El viaje al hospital tomaba dos horas. La entrada era como los cuentos de hadas, se podía observar montañas, el jardín estaba lleno de flores, había un lago cerca. A veces los enfermeros iban a alimentar a los patos. Tenía áreas para que los pacientes vayan a descansar. Era un sitio ideal. Llegó en el momento preciso para comenzar el turno, hizo las revisiones de las personas hospedadas como era de costumbre. Luego revisaría que se tomarán las medicinas y el resto de la jornada lo iba a dedicar para descubrir la verdad. 

Juan, un anciano con alzhéimer, olvidaba fragmentos importantes de su vida. Había escuchado el rumor que las personas en el hospital desaparecen. Buscó a Fátima hasta que la encontró en un dormitorio contando las medicinas que estaba en un velador. 

—Señorita tengo que contarle un secreto —dijo Juan. 

—Vamos a un lugar privado para conversar. 

Se quedó mirando al vacío por algunos minutos hasta que una fuerza superior lo hizo articular. Encontré a Roberto en el lago, me perdí el día anterior y los guardias de seguridad me golpearon para que no hablara. Ella le alzó la camiseta, observó los morados en el cuerpo y sacó el celular para tomarle fotos. 

Su corazonada le daba la razón sobre los hechos que estaban sucediendo, fue al lago que estaba a algunas cuadras. Inspeccionó el sitio, pero no halló lo que buscaba, sin embargo, había guardias vigilando la zona. También tomó fotos para poderle mostrar a su amigo. Regresó al hospital y vio como otros enfermeros se estaban llevando a una señora. Los siguió en silencio, hasta que se detuvieron en el quirófano. Después de varias horas salieron. Entró para observar lo que habían hecho, no podía creer lo que estaba al frente de ella. La paz que le estaban ofreciendo a los pacientes se había esfumado. Se apresuró para capturar la escena con el teléfono y luego escapó.

No volvería a caminar en el valle de la muerte. Las fotos que tenía se las pasó a Carlos para que pudiera detener a Héctor por homicidio. La noticia conmovió a la sociedad.

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