Omar Castilla Romero
Esta historia
termina en un hospital, pero comienza muy lejos al otro lado del mundo unos
meses atrás. Todos se preguntaban quien era el extranjero de la habitación tres
cero uno, que hablaba un mal castellano mezclado con palabras en inglés. Estaba
hospitalizado desde hacía una semana y la enfermera encargada de comunicar a
los pacientes con sus familiares, al verlo sin acompañantes se quedaba un rato
charlando con él.
—Buenos días
míster Kaleb.
—Good morning
miss Janet, espero que hoy tenga más tiempo, quiero contarle una historia.
—¿Y de qué se
trata?
—De cómo inició
la pandemia.
—Sí, con un
chino comiendo sopa de murciélago —respondió Janet sonriendo
con sarcasmo.
—Eso es lo que quieren hacernos creer, pero no es
así.
—Entonces, ¿cuál
es la verdad?
—La verdad —dijo
golpeando con sus dedos la baranda de la cama—, la verdad tiene capas como una
matrioska.
—¿Qué es una
matrioska? —preguntó la enfermera.
—Es esto. —Acercó
sus manos a la mesa y cogió una muñeca de madera pintada de barniz—. Hay que
tomarla por abajo si no se caerá. Son muñecas rusas que tienen dentro otras más
pequeñas, como quien dice, todo cambia según el nivel de profundidad.
—¿Cómo así?
—Para que lo
entienda debe escuchar mi historia.
—Ya casi termino
el turno y mi familia se fue a vivir al campo, así que tengo tiempo de sobra.
—Verá, a
comienzos de año el virus apareció en un mercado de…
—Claro, cuando
empezó la pandemia.
—Oh yes y
la OMS envió comisionados, entre los cuales iba yo, un empleado de bajo rango comparado
con otros que llevaban años en la organización. Al llegar a la ciudad, en el
hospital vimos la magnitud de la tragedia antes de que occidente siquiera la
imaginara, luego fuimos al mercado donde según ellos surgió la enfermedad. Explicaron
como se transmitió al ser humano desde los murciélagos, sin embargo, allí solo vendían
mariscos. Traté de hacerle ver a mis superiores tal incongruencia, pero se
hicieron los de la vista gorda. Unos días después, en las instalaciones del
laboratorio de virología de máximo nivel que almacenaba varios de los gérmenes
más peligrosos del mundo, explicaron las «rigurosas» medidas de seguridad para
prevenir el escape de estos. Noté que faltaba información sensible, la cual,
según ellos, se había perdido a causa de un virus informático. No sé si logra ver
la ironía en esto, aunque solo fue la punta del iceberg, pues era increíble la
laxitud con que los empleados entraban y salían. Entonces se hizo clara la
relación entre el germen y el laboratorio. Al llegar al hotel donde nos
hospedábamos lo comenté con mi jefe quien hizo una seña con el dedo índice en
su boca llevándome al vestíbulo en donde encendió música a todo volumen «Concuerdo
contigo—dijo—, pero no hay pruebas de algo tan delicado que puede terminar en
un desastre económico o incluso una guerra». Asentí con la cabeza respondiendo «I
understand», cuando agregó «Hay algo más. —sacó una memoria del bolsillo y
me la entregó— la información contenida aquí relaciona el patógeno actual con
muestras recolectadas en una cueva al sur del país por una viróloga llamada Wei
Liu. Hemos tratado de contactarla, pero desapareció sin dejar rastro, aunque su
investigación sigue publicada en diversas revistas de ciencia. Constátalo y quizás
podamos hacer algo». Llevé la memoria a mi aposento y la examiné en una
computadora. Los documentos revelaban que los militares ordenaron convertir el patógeno
en arma biológica, Wei Liu lideró la investigación con el objetivo de hacerlo
más contagioso, pero al percatarse del peligro, también lo volvió menos letal.
—A ver si le
entiendo —interrumpió la enfermera—, entonces el bicho sí vino de un
laboratorio.
—Exactly.
—Y gracias a lo
que hizo esta doctora, se volvió menos agresivo.
—Yes,
aunque más contagioso.
—Y ¿con qué fin lo
liberaron?
—Ahí va una
nueva matrioska. —Sacó con cuidado la muñeca contenida en la otra y dijo— No
fue el gobierno, piénselo un momento, a ellos no les convenía una situación que
paralizara el mundo en pleno apogeo de su economía. Con esto no estoy diciendo
que no tengan responsabilidad, porque sin duda la tienen al experimentar con microorganismos
peligrosos con tan malas medidas de seguridad.
—Entonces,
¿quién fue?
—En ese momento
no lo sabía, sin embargo, unos días después detecté que me seguían personas
vestidas de civil y una tarde dirigiéndome al hotel, me desvié por una calle
desierta, como lo eran todas en aquel tiempo. El frío entumecía mis manos a
pesar de los guantes, a usted se le haría difícil imaginar el invierno de aquel
lugar. Al doblar una esquina, una pareja me hacía señas desde un viejo edificio
y por instinto entré. Usaban tapabocas negros y llevaban abrigos que, aunque viejos,
estaban pulcros. La mujer dijo «Si quieres vivir no te muevas» y así lo hice. Después
de pasar mis perseguidores les pregunté quiénes eran y ella respondió «Los que
te vigilan son de la guardia maltusiana, yo soy Mei Li y mi compañero se llama
Yu Zhou», «¿Guardia maltusiana?» indagué sorprendido, «A su tiempo te hablaré
de ello, ahora necesito los archivos», «¿Qué archivos?» pregunté, «Bien sabes
cuáles» respondió Mei Li. Metí mi mano en el bolsillo del abrigo y saqué la
memoria a la vez que dije «Ni siquiera sé si son las personas correctas para
confiar», «Somos la única gente en quien puedes hacerlo» contestó ella quien era
de mediana estatura, tenía un cuerpo esbelto y cabello largo, negro azabache.
Yu Zhou en cambio era alto y de complexión robusta, a pesar de lo cual mostraba
movimientos ágiles, pero lo mas característico era que nunca hablaba. Me
ofreció un cigarrillo y lo acepté para mitigar la punzante sensación de miedo
combinada con el frío.
Nos subimos a
una furgoneta donde me hablaron de la guardia maltusiana, una sociedad secreta
obsesionada en controlar la sobrepoblación. Habían trazado un complejo plan
para reducir la humanidad a quinientas mil almas, cifra que según ellos
permitiría un equilibrio con el ecosistema.
—Bueno, eso no
está mal —interrumpió Janet—, somos muchos y el planeta no aguanta.
—Oh it’s
true, but… ellos no planean hacerlo mediante el control de la natalidad
sino a través del exterminio, ¿no le suena familiar?
—Como hacía el
régimen nazi.
—Yees, y
mire cómo terminaron las cosas. El caso es que tienen un plan claro.
Infiltraron el laboratorio, dejando una minúscula bomba programada para hacer
estallar uno de los recipientes donde se almacenaba el virus sin que los
protocolos de seguridad lo detectaran, este se esparció y contagió al personal que
luego lo transmitió a sus allegados. Así empezó todo.
—Pero es una
conducta suicida, ¿acaso no pensaron qué también se podían infectar?
—Hicieron un mal
cálculo, pensando que el germen era más letal, menos contagioso y más
predecible, lo que les hubiera permitido saber cuando ocultarse y por cuanto
tiempo. Por otro lado, ellos están dispuestos aceptar la muerte de algunos de
los suyos con tal de evitar el colapso del mundo.
—¿Y por qué no
hicieron visible todo lo que sabían?
—Porque nadie
nos habría creído. Solo teníamos documentos sin otra prueba, así que fuimos a recolectar
evidencia. Cuando llegamos a la caverna, el ejército no nos dejó cruzar por ser
área restringida, entonces activamos el plan B y con ayuda de un guía local atravesamos
la selva ingresando por otra entrada para tomar las muestras de murciélagos,
cosa que hicimos con algún grado de dificultad. Al salir nos descubrieron y tuvimos
que dividirnos, el guía y Yu Zhou por un lado, y Mei Li y yo por otro. Como la
muestra y la memoria estaban en mis manos, Yu Zhou se dejó ver adrede y fue la
única vez que lo oí hablar. El ejército lo persiguió y capturó, a la vez que nosotros
escapamos. Tuve la intención de devolverme, pero Mei Li me tomó del brazo y dijo
«si nos atrapan, su sacrificio será en vano». No volvimos a la furgoneta,
porque de seguro ya la habían detectado, en cambio huimos a pie hasta un pueblo
cercano donde un camión transportador de cerdos nos dio un aventón a otro poblado,
consiguiendo allí un auto en el que viajamos a Shanghái. Fue un viaje largo y
aproveché para conocer un poco la vida de mi acompañante. Había crecido en un
orfanato y solo recordaba de forma vaga la infancia con sus papás quienes probablemente
la abandonaron para criar un hijo varón, en un tiempo en el que solo se permitía
un descendiente. Sufrió penurias y malos tratos, pero desde temprana edad su
aguda inteligencia se hizo notoria y un día una pareja la adoptó cambiando su
vida. Cultivaron su inteligencia y ese camino la llevó al punto donde estaba
ahora.
Cuando llegamos
a Shanghái nos alojamos en un apartamento y de inmediato ella instaló un
laboratorio improvisado para procesar la muestra, generando una sustancia
ambarina que almacenó en un dije de cristal. Me lo entregó y dijo «Pude aislar
material genético compatible con el virus en un noventa y nueve por ciento».
Titubé asustado por lo que ella sonrió y agregó «Tranquilo, puedes ponértelo. Está
inactivo y solo lo libera un complejo proceso oculto en un archivo de la
memoria». Esa noche me enteré de que viajaría a Europa para llevar las pruebas
a un periodista, quien iba a divulgar la verdad. A partir de ahí viví una
intensa travesía perseguido por la guardia maltusiana.
—Hay algo que no
entiendo, si todo está relacionado con el germen, ¿por qué corren rumores acerca
de la vacuna?
—Easy, because…
ellos no esperaban que apareciera una tan pronto truncando sus planes, así que esparcieron
rumores para que la gente no se vacunara. No contaron con que la doctora Wei
Liu mientras modificaba el microorganismo, avanzaba en una cura, quizás como
una forma de resarcir el daño ocasionado con su trabajo.
—Aquí supongo
que se acaban las muñecas rusas.
—Aún no. La
noche antes de partir de Shanghái tomé un par de copas con Mei Li, luego de lo
cual me dio a beber una infusión de yerbas ancestrales que entremezcló la
realidad y el mundo onírico. Era como si me conectara con ella y todas las
cosas alrededor. Tuve la sensación, además, de que detrás de todo había algo oscuro
que nos manipulaba.
—¿Algo cómo qué?
—Como si nos manejaran
igual que a fichas de ajedrez en un tablero de negras noches y blancos días,
donde la raza humana se mueve en una batalla decisiva.
—Muy poética esa
frase.
—Es de Borges quien
a su vez la tomó de Omar Khayaham, un poeta persa.
—Ah, veo. En
todo caso, eso se lo pudo producir ese menjurje.
—¿Ese qué?, no conozco
la palabra.
—La bebida que le
prepararon.
—Oh yes, pienso
lo mismo, porque demoré días sintiendo como si levitara, aunque después tuve fiebre
y descubrí que estaba infectado.
—Espere un
momento, ¿quiere decir que viajó hasta acá teniendo síntomas?
—Antes de juzgarme,
por favor déjeme terminar la historia.
—Disculpe
—añadió Janet—, se ha vuelto común indagar qué hizo cada persona antes de
enfermarse para después señalarlo.
—No se preocupe,
la irresponsabilidad y la culpa son inherentes a la cultura latinoamericana. En
fin, al llegar a Europa llamé al periodista contándole mi historia, luego de lo
cual hubo un silencio sepulcral, al punto que indagué si seguía allí. Él
respondió «Continúe» y al final solicitó evidencia, que fue a buscar unos días
después a Italia.
—¿Y en dónde
publicó el artículo resultante?
—Nunca lo hizo. Empezó
a corroborar la información y al poco tiempo descubrió que lo vigilaban,
sospechando que algo grave ocurría. Luego me llamó diciendo que saldría en un
vuelo a este país.
—O sea que él
también está aquí. ¿Y dónde se encuentra ahora?
—Esa es la
última matrioska. —Quitó la parte superior de la muñeca hallándose dentro otra—. Lo tiene justo en frente.
—¿Usted?, pero
¿por qué no lo dijo antes?
—La forma de relatarle
esta historia la leí en un cuento de Borges y me gustó. No me llamo Kaleb, mi
verdadero nombre es Omar Fauceth.
—Vaya, esta vez fue
Omar quien tomó algo de Borges entonces.
—Yes,
aunque guardando las proporciones. Borges es uno de los grandes genios del
siglo veinte y pensaba en el tiempo como algo cíclico. Lo he contado de esta
manera porque no quería revelar mi identidad, pero ya no importa, pronto
vendrán por mí y estoy cansado de huir.
Janet no dijo nada y se marchó a casa pensativa. Al día siguiente
encontró la habitación tres cero uno ocupada por un nuevo paciente. Le dijeron
que el extranjero había sido trasladado a otro hospital. En la
mesa aún estaba la matrioska con la última muñeca sin abrir, se acercó y retiró
la tapa superior, encontrando dentro la memoria y el dije de cristal que guardó
en su bolsillo. Unos días más tarde empezó a notar que también la seguían.
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