lunes, 23 de junio de 2014

Bajo las estrellas

Karina Bendezú


Amanda esperaba que volteara a mirarla y regresara corriendo junto a ella, parada frente al hostal estaba arrepentida de haberlo castigado por tanto tiempo sin dejarse ver. La joven enamorada recordaba la última noche que estuvieron juntos, el beso apasionado y la mágica luz que irradiaron bajo las estrellas.

Amanda, era una menuda niña de ocho años, de tez blanca y cabellos castaños que vivía en el pueblo de Cocachimba, arriba en el cerro, cerca de las nubes. Cocachimba era un lugar maravilloso, rodeado por altas montañas de laderas empinadas cubiertas por un bosque húmedo, el valle estrecho y la altísima catarata, La Chorrera. Los padres de Amanda, Hilton y Gladys Tamayo, esperaban con mucho amor a su segundo hijo, Segundo. Hilton trabajaba como guía en el pueblo y Gladys se encargaba del hostal que administraban brindando alojamiento y comida para sus invitados.

Como todas las mañanas, Gladys bajaba temprano al hostal a preparar el desayuno para todos. El olor a café recién molido llegó hasta la casa de los Tamayo, en el cerro, hasta la habitación de Amanda, despertándola. La niña se cambia y baja velozmente a la hostería de sus padres. 

-¡Buenos días mami, papi! –Amanda saluda a sus padres.

-¡Buen día hijita! ¿Lista para la escuela? –sonríe Gladys.

-¡Sí, mami todo listo!

Amanda ingresa al salón comedor lleno de turistas que tomaban desayuno, les saluda con una sonrisa y se sienta a la mesa: té con leche, ensalada de frutas y pan con queso estaban servidos. Termina de comer y se dirige hacia la puerta donde su papá la esperaba. 

-¿Vamos? –pregunta Hilton.

Padre e hija caminan agarrados de la mano rumbo a la escuela, Gladys desde la puerta, los ve alejarse despidiéndose de ellos con un adiós. Los Tamayo era una familia como otras, feliz, emprendedora, viviendo en un paraíso.

Esa mañana llega al hostal una familia de la capital: el padre, la madre y su único hijo de catorce años, Bruno. La familia Gola era aventurera y quería conocer los alrededores, sobre todo La Chorrera, considerada como la fuente y dadora de vida para los lugareños. En el hostal, toman el servicio de excursión con Hilton y juntos parten por el largo camino de trocha serpenteando los cerros hacia la gran catarata. La familia Gola se abría paso en medio de la tierra, el barro y las piedras, la exuberante vegetación y los extraños y coloridos insectos que habitaban en el amazonas. Luego de dos horas y media de ardua caminata llegaron a los pies de la altísima vertiente, asombrados ante la imponente caída de sus aguas, la familia Gola la inmortaliza tomando cientos de fotografías para el recuerdo.

De regreso, la familia Gola arriba exhausta y hambrienta al hostal. Gladys, atenta a ello, los recibe con una típica y suculenta sopa. La posada de los Tamayo estaba construida de barro, adobe y piedras. Sus amplias paredes se hallaban decoradas con los tapices de la abuela de Amanda, vistiéndolas completamente. 

Sentados a la mesa, Hilton hace llamar a su adorada hija que aún no bajaba a comer. Amanda entra al salón. Los Gola se sorprenden mucho al verla pues era una niña muy bonita tanto así que su belleza resaltaba de entre todos en la habitación. 

Los Gola pararon varias noches en el hostal para recorrer los alrededores de Cocachimba, llegando así a entablar una estrecha amistad con los Tamayo. Luego de varios días, llegó el momento en que tenían que partir. Los Gola se despidieron de Hilton y Gladys y de la pequeña Amanda agradeciendo su hospitalidad y cuidados. Los Gola prometieron regresar pronto a visitarlos.

Transcurrieron años en Cocachimba y la familia Tamayo seguía administrando su preciado hostal. Segundo había crecido y ayudaba a sus padres en la hostería. Amanda, se había convertido en una hermosa mujer de veinte y un años, y así como su abuela, tejía los tapices más lindos y coloridos de la zona, diseñando paisajes, flores y plantas, plasmando  el mundo que la rodeaba. Sus bellos diseños eran pedidos por todos, locales y extranjeros, llevándose no sólo uno, sino hasta dos telares de su colección.

Amanda ocupaba sus días tejiendo, creando decenas de tapices finos y vistosos. Su padre la animaba a salir y a conocer jóvenes pues temía que su hija se quedara solterona. Amanda confiada, le respondía a su padre que no se preocupara, que en el momento menos esperado llegaría el amor. Y sin saberlo, así fue.

Una tarde, Amanda caminó hasta la plaza y se sentó a descansar en la yerba sobre uno de sus tapices. Cada día llegaban al pueblo de Cocachimba decenas de turistas atraídos por La Chorrera y la belleza de sus paisajes. De pronto, Amanda ve entre tantos foráneos a un muchacho que llama particularmente su atención. Lo observa alejarse y sonríe de emoción, sonrojándose. Llevada por sus fantasías, Amanda se recuesta sobre la suave manta y cierra los ojos profundamente. 

De repente, el frío se hizo sentir y Amanda despierta sorprendida al ver lo tarde que era, se había quedado dormida soñando con el joven recién llegado, levanta sus cosas y regresa rápidamente al hostal. 

Hilton ve llegar a su hija que la esperaba ansiosamente. 

-¡Dónde te habías metido!- pregunta Hilton.

-¡Ay, papi! me quedé dormida en la yerba, sobre mi manta, estaba tan lindo el día… –contesta Amanda  omitiendo la verdadera razón.

-¡Mira quién vino a visitarnos después de tantos años! –exclama Hilton.

Su padre entusiasmado la agarra de la mano y la lleva hacia el comedor. De golpe, Amanda se detiene. Era el mismo joven de la plaza sentado en la silla del hostal. El muchacho al verla, queda impactado ante su belleza, se levanta torpemente, se acerca a saludarla y le extiende  su mano.

-Hola Amanda -saluda el joven.

Amanda le queda mirando, inmóvil.

-Eras muy pequeña hija mía –interviene Hilton. ¿Recuerdas a aquella familia tan agradable, los Gola? Pues bien, ¿a quién te recuerda este joven?

Amanda logra recordar, aquel joven era el niño Bruno. Ella, sonríe. El tiempo había pasado, el joven Bruno se había convertido en un hombre muy apuesto, de cabellos castaños y de grandes ojos color miel.

-Hola Bruno –contestó por fin Amanda.

Bruno le extiende su mano nuevamente y enseguida Amanda corresponde el saludo. En ese instante,  el contacto de sus manos agitó sus corazones soltándose rápidamente.

Sentados a la mesa, compartieron la cena mientras Bruno les contaba de su maravillosa vida en la ciudad y sus logros como arquitecto. La noche acaeció y los Tamayo se retiraron a descansar. Amanda permaneció en el salón levantando los trastes mientras su familia se despedía de Bruno. Los dos jóvenes quedaron solos. 

Amanda que escuchó atentamente los relatos de Bruno, le preguntó curiosa.

-¿Bruno, por qué después de tanto tiempo regresas a Cocachimba?

-Este lugar me trae recuerdos maravillosos, pienso instalarme aquí por un tiempo. Deseo construir una casa y quizás quedarme a vivir en ella, quien sabe...

Amanda sentía algo extraño en su tono de voz y se animó a preguntar.

-¿Te sucede algo Bruno? 

Bruno no respondió. Se levantó de la silla y se disculpó con la joven.

-Estoy muy cansado Amanda, he tenido un viaje muy largo, será mejor que vaya a mi habitación.

Bruno, sale del salón pero no sin antes dirigirse a la joven nuevamente.

-Amanda.

-Sí.

-Me gustaría que me acompañaras mañana a recorrer el pueblo.

Amanda asintió con la cabeza. 

La bella joven terminó de acomodar la mesa y se quedó en el comedor pensando en Bruno. Ella presentía algo, se preguntaba por qué un joven exitoso de pronto quería alejarse de todo y vivir aquí, solo, lejos de su familia. 

A la mañana siguiente, ambos jóvenes salieron a caminar por el pueblo. Recordaron la primera vez que se conocieron y los juegos que compartieron mientras Bruno, permanecía en el hostal. El pueblo había crecido y a Bruno le dio gusto ver su progreso. Amanda le enseñaba cada rincón de Cocachimba contando sus pequeñas historias, los logros de su gente, cómo cuidaban la tierra y sus frutos y la unión que existía entre sus pobladores. Bruno firme con la idea de vivir allí, rápidamente se contactó con los lugareños y compró un espacio de tierra para construir su vivienda. Poco a poco empezó a levantar su casa, Bruno estaba muy emocionado pero por momentos se le veía triste y abatido. Amanda lo notaba. La pareja de jóvenes pasaba más tiempo junta, llegándose a conocer aun más.

Una noche, Amanda salió a caminar llevando otra de sus mantas, ella solía contemplar las estrellas en el firmamento, así que caminó hasta el pie del valle y extendió el telar sobre su vasto jardín. Las noches en Cocachimba eran frescas, al contrario de sus mañanas y tardes, momento en que Amanda paseaba hasta La Chorrera sin ser vista para sentir las gotas de agua rosear su piel, mojándola, y bañarse luego en la poza formada por las aguas que caían estrepitosamente. 

Sumida en sus pensamientos y contemplando el cielo estrellado, se le acerca Bruno.

-Una linda noche, ¿verdad? –pregunta el joven.

Bruno se queda de pie y levanta la mirada al cielo. 

-¡Este lugar es realmente mágico! –exclama Bruno maravillado.

-Así es. Disfruto vivir aquí, no hay un lugar mejor como Cocachimba –contesta Amanda.

Con permiso de Amanda, Bruno se sienta junto a ella, sobre el tapiz, elogiando la labor de su telar. Ambos jóvenes se quedan en silencio escuchando desde allí el sonido enérgico de  La Chorrera. Amanda aprovecha la ocasión y le cuenta la leyenda que encierra la catarata.

-“Cuenta la leyenda que a los pies de La Chorrera, habita una hermosa mujer mitad humana y mitad pez, con su belleza enamora a los jóvenes que se acercan a verla y se los lleva a su morada para nunca más volver” –termina Amanda.

-¡Yo conozco a esa sirena y estoy embrujado por su belleza! –le dice Bruno sonriendo.

De pronto, las luces del pueblo se apagan pudiendo ver en la oscuridad miles de estrellas. El frío endurece y Bruno le ofrece su abrigo, ella lo acepta, al acercárse, Bruno siente el aroma a flores silvestres emanar del cuerpo de Amanda, en ese instante y por primera vez, ambos se unen con un beso dulce y apasionado, sellando su amor para siempre.

Amanda se despierta enamoradísima recordando el beso de la noche anterior. Se levanta y lo primero que piensa hacer es bajar a ver a Bruno al hostal y contarles a sus padres de su amor por él. Esa misma mañana, una señorita de la ciudad llega al hostal de la familia Tamayo preguntando por Bruno. Hilton hace llamar al joven mientras Segundo la instala en una de las habitaciones. Bruno llega al salón y sorprendido ve a su ex-novia esperándolo. Ambos jóvenes se alejan para conversar en privado.

Amanda llega al hostal preguntando por Bruno, su hermano Segundo la lleva con él. Al entrar al salón, Amanda ve a una señorita elegante besar los labios de su amado. Aturdida y sin entender, la joven sale velozmente de allí. Bruno al verla, corre tras ella, pero Amanda se pierde entre la maleza, por detrás del hostal. Segundo observa la escena y les cuenta lo sucedido a sus padres.

Los padres de Amanda, preocupados por el incidente, hablan con Bruno.

-Todo fue un mal entendido don Hilton y doña Gladys. La señorita que vino a buscarme es mi ex-novia. Yo estoy enamorado de su hija.

Amanda pasó el día encerrada en su casa arriba en la montaña, tejiendo tapices, sin querer ver a Bruno, sin bajar al hostal. No podía borrar de su mente aquel beso de la joven. ¿Por qué Bruno la había engañado sin decirle que estaba comprometido? Confesarle desde un principio la verdad, antes de continuar, antes de ilusionarla, besarla y tomarla en sus brazos. 

Bruno le pide a Segundo que interceda por él contándole a Amanda lo ocurrido, la verdad y que lo perdonara por no contarle su pasado reciente. Aún así, Amanda se negaba a recibirlo.

Los días pasaron sin poder verla, sin hablar con ella. Habiendo agotado todos sus recursos de reconciliación, triste y desolado, Bruno decide regresar a la ciudad, no existía motivo alguno para quedarse más tiempo allí. El joven a su pesar, se despide de los Tamayo y sube al auto que lo llevaría al aeropuerto. 

El chofer enciende el motor. 

Segundo, al saber de la partida de Bruno, sube a darle la noticia a su hermana y a tratar de convencerla que recapacite. Amanda termina de escuchar a su hermano y baja velozmente al hostal en busca de Bruno, pero él ya no está allí. La joven ve un auto alejarse, avanza y grita: ¡Bruno! Amanda se queda de pie bajo la lluvia que empezaba a caer. Bruno escucha su nombre, le pide al chofer parar inmediatamente, baja del auto y corre de regreso.

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