miércoles, 1 de enero de 2014

El predicador

Graciela Martel Arroyo


Las llantas del autobús iban frenando lentamente, avanzando en  forma continua hacia su destino final;  la estación  del tren ligero. Las personas ansiosas de abordar dicho transporte,  se habían bajado una calle atrás, con la finalidad de evadir el tráfico. Soledad era una de las pasajeras que continuaba sentada; mientras avanzaba se entretenía  viendo el andar de la gente. Ese día se había levantado a  temprana hora. Por lo tanto,  llevaba el  tiempo suficiente para llegar a su trabajo sin  sentir esa premura con la que se viaja a diario.

De pronto, una sensación de brisa en su cara hace que voltee la mirada. Impresión de que algo sucede afuera. Busca en el entorno inmediato quedando su vista fija en la entrada de la estación principal, donde se localiza un hombre hincado en actitud de súplica, con los brazos abiertos a toda su extensión  y agitando constantemente las manos.  El pelo largo  se meneaba de acuerdo a las gesticulaciones  de sus palabras. Aunado a ello, la ropa vieja y maltratada daba una impresión de  apatía.

A través del cristal presta atención a la  gente que transita cerca de él. Unos pasan leyendo el periódico cuyas notas exuberantes y llamativas captan su atención. Otros lo ven y simulan no advertir su presencia. Aquellos observan y juzgan. Una mujer acelera su andar en condición de rechazo. Los demás que se ubican cerca,   platican  y están  riendo sin cesar;  como si su existencia fuera diáfana  y sus palabras no tuvieran repercusión.

Ante la incapacidad  de lograr ser escuchado, en un arranque de exasperación. Declara:

-  ¡Ustedes son gente sorda, ciega y muda!  Tú… ¿Por qué  me miras así?  y tú ególatra  ¡Que jamás serás capaz de hacer algo por tu país, por tu gente, por tu raza! No huyas de mí  ¡Ten miedo de la gente viva!  ¡Sí, de la gente que dice ser tu mejor amigo! -les decía eufóricamente.  ¡Los  muertos si son tus camaradas…! Escucha, que algún día me entenderás…

Soledad había atravesado la calle con precaución, acercándose lentamente. Sin dejar de observar aquéllas reacciones que magnetizaron enseguida su corazón y su mente. Se detuvo unos minutos cerca de él, con el deseo de deducir lo que manifestaba.  Sin embargo…, a una mínima parte del alegato había  puesto atención. Debido a que le dio curiosidad su aspecto de  hombre maduro. Cuya piel se encontraba marchita y  traslucida,  como si tuviera mucho tiempo sin que los rayos solares le dieran un poco de tonalidad rosada. Todo ello  expresaba  olvido  y abandono.

Recordó que cuando estaba sentada en el autobús se había hecho una percepción diferente de él. Pensó que era un pordiosero más. De esos…  que viven en la calle,  cuya vulnerabilidad los lleva a dormir en cualquier rincón o aquellos que por  alguna enfermedad se encuentran desprotegidos ante la sociedad. Llegó  a catalogarlo en ese primer momento como una persona que hablaba puras aberraciones, sin darse aún la oportunidad de escucharlo.

Pone atención a la disertación, capta que las palabras emitidas son razones de la vida, verdades dolientes o quizá calamidades previstas.  Sabe…   que es un mensaje cuyo significado es profundo. Comprende que existe en su persona una mezcla de sabiduría con experiencia.

Observa su enfado  por que la gente no le pone atención,  dejando  caer los brazos   en actitud  de derrota. Soledad se queda estática por unos segundos, cuando él gira su rostro a todos lados,  con el propósito de encontrar a alguien que se atreva a rebatir su sentir. Y la ve ahí parada, en un intento de establecer comunicación con ella le estira los brazos. Pero de antemano sabe que va existir un rechazo. El cual es confirmado cuando  con una premura desbordada Soledad retira su mirada. Enfilándose  rápidamente hacia la entrada de la estación.

Esta  acostumbrado a que nadie lo vea, lo escuche o hable con el. Baja  los brazos y comienza a incorporarse lentamente en una actitud de fracaso.  Anhelaba que alguien le regalara un espacio de su tiempo. Deseaba en todo instante el poder  recordar esa emoción  que sentía  de joven cuando   platicaba con un amigo, con un hermano o con el ser amado. ¡Ese gusto de saber que aún esta vivo! Ese día se encontraba tan cansado de hablar solo. De vivir en  ese aislamiento, cuyo yugo el mismo se había implantado. Que en un lapso de inspiración se atrevió  a tratar de  conquistar las calles con sus enseñanzas.

Mientras,  Soledad con el corazón sobrecogido por la angustia que sentía por haber reaccionado de esa forma, aceleraba el paso atropellando a la gente de su alrededor. Y unos minutos después ya sentada en el vagón se encuentra inerte. Sabe que va rodeada de pasajeros, pero su mente la lleva absorta en una lucha interna por  argumentar  su actuar. La respuesta a la pregunta del ¿Por qué reaccione de esa forma?  Era reiterada y engañosamente justificada en que tenía la premura de llegar temprano a su sitio laboral. Pero en el fondo sabía que esa no era la realidad. Reflexiona en que quizá el problema que tenía ese hombre era en  la forma tan directa en la que desea transmitir sus enseñanzas. Ya que su  ímpetu provocaba  que la gente se consternara,  y a ella le había sucedido los mismo.

La rutina diaria del trabajo  permitió que en forma temporal dejara de lado el acontecimiento matutino. Pero…,  una vez de vuelta a casa reflexionaba sobre aquel individuo, cuestionándose: ¿Qué hay en su pasado?,  para actuar así ¿Por qué en forma contradictoria por un lado su apariencia refleja a un ser pulcro, y por otro se observa que existe abandono? ¿Qué acontecimiento tan doloroso ha vivido?  Reflexión cual película corría  una y otra vez por su mente.

Soledad era una mujer madura  y desolada. Había establecido un hogar muchos años atrás;  el cual sucumbió por no poder engendrar hijos. Después de años de tratamientos continuos,  decide separarse de su esposo. Debido a que el entorno familiar ante esa carencia, se había convertido en una lucha de poder y  de egos que la hacían vivir en la infelicidad. En los últimos años se habían  volcado en una irrupción de ofensas y desaires tan aniquiladores que de no haberse divorciado quizá ella  hubiese sucumbido.

Cuando sucede el divorcio, suponía que no iba a ser un proceso tan doloroso. Sin embargo,  la separación le permitió descubrir que su esposo se había convertido en su “mundo ideal”  “en su razón de ser”.  Lo adoraba  tanto,  que no podía concebir su existencia sin que el estuviera a su lado. Pero el daño generado era tan destructivo… que sabia perfectamente  que por no poder engendrar un hijo su esposo la veía con recelo.  Y que jamás lograrían superarlo.

Por eso cuando por fin logró  separarse de su cónyuge -pensó:

- “Soy la mujer mas afortunada del mundo. Tengo la oportunidad de rehacer mi vida junto a  un hombre que me acepte como mis defectos”  –en forma alegre.

No obstante, con el transcurrir de los días se dio cuenta de que le hacia falta la presencia de su ser amado. Lloraba intensamente por esa separación. Aunque, sabia perfectamente que era lo mejor para ambos. Todos esos sentimientos los guardo en su corazón. Con el paso del tiempo esos rencores la fueron agriando. Se convirtió en una mujer cuyo carácter  amargo alejaba a las personas que por alguna u otra situación tenían trato con ella.

El acontecimiento matutino la llevo a reflexionar  en ¿Porqué juzgarlo?  Si existía cierta similitud entre ambos. También sufrió  situaciones en su vida donde se había sentido relegada.  Anhelo más que nunca el poder volver a encontrárselo.  Y sin saber cómo  nombrarle  decidió llamarlo “El Predicador”.

A partir de esa fecha,  se levantaba a temprana hora para abordar el tren ligero, a la misma hora de aquel inesperado día, con el objetivo de volverle a encontrar. Durante algunas semanas repitió dicho proceder sin lograr nuevamente verle. Cansada de ello decide  regresar a su rutina diaria.

Dentro de las actividades laborales se encuentra la entrega semanal de documentación en las oficinas ubicadas en la zona sur de la capital. La jefa del piso le encomienda realizar de dicha diligencia, Soledad en forma molesta cumple con el cometido. Una vez entregado el trabajo, sale del edificio, enfrente se encuentra  una pequeña plazuela la  cual tiene que atravesar, mientras lo realiza observa a un hombre con los brazos abiertos,  agitándolos con desesperación e intentando ser escuchado por los ahí presentes. Al percatarse que era la misma persona que había encontrado en la entrada del tren ligero,  sin meditar se sentó en una de las bancas cercanas y escucho con detenimiento cada una de sus palabras emitidas. Al término no corrió cuando volvió a dirigir sus brazos hacia ella. Con una inhalación profunda le sostuvo la mirada, haciéndole sentir  el reconocimiento a sus palabras.

Cada semana se quedaba adrede a escucharle. El sermón  era elocuente para su oído;  poco a poco se fue modificando  la concepción que tenia de la vida. En unas semanas ese entretenimiento se convirtió en un torrente de sentimientos que le condujeron a sentir destellos de felicidad. Sus pensamientos fueron completamente ocupados con la figura y las creencias del predicador. De esta manera fue aumentando el anhelo verlo y escucharlo día a día.

Sus miradas se  cruzaban todos los  viernes. Él siempre la veía sentada en la misma banca y ella gozaba  observando a ese hombre  que tanto le fascinaba. El Predicador se sentía satisfecho porque después de algún  tiempo de esfuerzo por fin se deleitaba con la presencia de una  compañera. Aunque,  en su relación aun no  se cruzaran palabras, ella  escuchaba,  asentía con su mirada, con su cabeza y con su figura.  A partir de ese acercamiento no volvió a dejar caer sus brazos en señal  de derrota. Ahora los elevaba al cielo  con un mayor entusiasmo y agradecimiento, en un gesto de triunfo.

Cierto día, cuando estaba  escuchando  lo que decía, él volvió a repetir las palabras:

-  Los muertos son mis amigos.- decía en forma segura.

 Soledad,  no pudo esperar más tiempo y en forma espontanea se levanto de la banca y lo cuestiono:

-  ¿Cómo puedes creer eso? ¿Cómo puedes pretender que un muerto sea tu amigo?

-  ¡Si, mis amigos son los muertos!  Durante los años que he  existido,  la vida me ha enfrentado a ese dolor  que se tiene cuando se ha perdido a  un ser amado. De pensar en  que hubo instantes donde rechace en forma rotunda su compañía por miedo de enfrentar  mi realidad, me da coraje de haber desperdiciado ese tiempo. Ahora los hago participes de mis sentimientos en un sentido positivo. Mis períodos de soledad son compartidos con ellos. Me socorren al escuchar mis suplicas,  mis angustias o deseos.  En situaciones de necesidad aclamo su ayuda y protección. Jamás se enfadan si dentro de mis palabras les he ofendido. Pero también trato de dirigirles mensajes de agradecimiento cuando ha pasado la tempestad o en  los instantes de felicidad.

Yo tuve una esposa… la ame con todo mí ser. Hace aproximadamente cinco años murió después de tener una enfermedad dolorosa. Pasé por una depresión severa;  no acepte  lo que la vida me imponía. Pero un día  cuando comprendí que su esencia era mi dulce compañía,   decidí cambiar la actitud;   a partir de esa fecha  ella continua presente en cada uno de los actos que realizo. Me ilumina con su apariencia, al estar siempre en mi corazón  y me da fuerzas para seguir adelante. Nunca será una sombra negativa en mi vida. Es un afluente de inspiración, cuyo afecto perdurará en mi conciencia haciendo que conviva con ella cual si estuviera viva.

También debes de considerar que no necesariamente debe fallecer la persona, que mis palabras se refieren a aquella gente que por causa del destino se han olvidado o retirado de tu compañía.

Te puedo asegurar que en  la mayoría de las relaciones humanas la gente insiste en hacerse daño. Vicios destructivamente aniquiladores que van mermando ese poder tan maravilloso  de imaginación y creación.

Una vez oído el argumento del Predicador,  Soledad con una contemplación se despidió. En el transcurso de la semana meditó en el contenido del mensaje. Enfrentar sus sentimientos era algo que durante años había evadido, prefería seguir sumida en los rencores que aceptar la realidad y tratar de superarla. Aunado a ello,   no tenía contacto alguno con su familia cercana   y al estar sus padres ya  fallecidos  se acrecentaba más su aislamiento.

Su divorcio pasó a formar parte de un segundo duelo. Sabía que ese acontecimiento era el más destructivo de su existencia. Motivado porque al estar su ex esposo  aún vivo y sosteniendo una relación con otra pareja;  provocaba que sus evocaciones giraran entorno a esa situación que le generaba demasiado resentimiento. Deseaba que él regresara a su lado, que fuera partícipe de su vida. Y sino era así…,  entonces que fuera infeliz,  como ella lo era.  La irritaba tanto no lograr su objetivo que trastrabillaba entre los bordes de la locura y la sensatez. La ira  la dejaba inerte y la aniquilaba en vida.
Sabe  que necesita en forma angustiosa apaciguar  su espíritu,  y que para ello requiere de una actitud completamente diferente a la que durante años ha asumido. La cabeza duele, el corazón sangra ante las heridas profundas y crecientes, pero ese espacio de éxtasis agraviante la lleva a la búsqueda de un proceso de vida incomparable. Su mente repetía una y otra vez: los muertos son mis amigos;   de día y de noche. Hasta que transformó ese pesar en una oportunidad de dar un giro a su vida e iniciar una etapa en donde  la soledad deja de ser su fatídica compañía.

Su corazón pretende que sea por fin perdonado el ser amado. Sabe de antemano,  que nunca podrá desearle la muerte. Momento existente y diáfano en su alma cuando resuelve ubicar el apasionado amor en baúl de recuerdos. Nostalgia al dejar el pasado y  galanteo ante la libertad de su alma. Gesto coqueto,  porque sabe que esa persona que en años fue vital en su existencia ha pasado a ser considerado como uno de sus mejores amigos. Que debe perdonar y dejar  que su alma lo ubique como aquel amor ya muerto; pero cuyo recuerdo le sirve de inspiración para aprovechar la oportunidad de ser nuevamente feliz.

El proceso fue largo y la espera del Predicador igual. Debido a que Soledad no se había presentado en semanas a escucharle. Sin embargo, ¡Él sabía que iba a regresar! Ese día se levantó a temprana hora,  sintiendo en el pecho una sensación de agrado al respirar; en forma interna agradecido a la vida por la nueva ocasión que le brindaba. Si,  se consideraba premiado por el hecho de respirar diferente y  tener la emoción de un futuro más promisorio.

Soledad llegó al trabajo con una sonrisa que permitía ver su dentadura imperfecta acompañada de cierta luminosidad en el rostro; al grado de consternar a sus compañeros. Ellos que por años habían recibido  una mueca grotesca acompañada con un susurro forzado de saludo;  quienes inmediatamente habían notado el cambio. Por la tarde,  ansiaba el momento de trasladarse a aquella plazuela donde viernes a viernes se daba la oportunidad de escuchar  al Predicador, ¡Si, aquel hombre que había penetrado en sus pensamientos! Además de ser el causante de que reviviera la sensación de estar  ilusionada.

Cuando por fin llegó, el Predicador de lejos observo su andar, cuya melodía  prorrumpida por  su taconeo era diferente a aquel sonido triste de la primera vez de su encuentro. Los pasos cortos y rápidos o la carrera de una mujer asustadiza que ante lo ignorado o quizá repudiado por su aspecto  huye de la estación, ha quedado en el pasado.

Cuando vuelven a encontrar su mirada, se observa entre la misma la  complicidad surgida ante las ideas. Continuando con una sonrisa picara que permite brotar la comprensión  existente entre ambos, percepción de  pasión y de deseos de libertad ante la vida.

No fue necesario emitir en esos segundos un discurso,  solamente la contemplación hablo hasta llegar al alma… En esta ocasión Soledad no se sentó en la banca de siempre a escuchar el discurso. Al contrario,  se coloco a un costado de él. Haciéndole sentir con esa actitud que compartían juntos aquel momento.  Durante ese tiempo observo los modos que tomaban las personas, la simulación ante la realidad de la vida… al fingir que leen, que no ven, que llevan prisa, que se espantan, que observan y juzgan, que manifiestan condición de rechazo.

En este momento la del arranque de exasperación fue ella…. Al interrumpirlo y decir:

-   Yo también fui una de ustedes tan sorda, ciega y muda como lo son ahora. Era tan ególatra  que durante años he vivido ensimismada en mis propios pensamientos. Sin darme la oportunidad de romper con todos aquellos preceptos que me ahogaban.

¡Escucha, reflexiona y vive! ¡Date la oportunidad de respirar un aire alentador!

El Predicador estaba perplejo ante lo que observaba. Jamás imagino que el don de la palabra hubiese trascendido hasta el grado de tener a su lado a una persona  que compartiera con él los deseos de ayudar al prójimo.

En forma lenta,  estiro sus manos hacia Soledad. Ella las tomo suavemente y él se incorporó, diciéndole…

-  Jure manifestarme de rodillas hasta que encontrara a mi paso alguien a quien mis palabras la transformaran. A partir de hoy,  mi discurso sigue…

¡Pero lo brindaré de pie, porque doy por hecho que lo he logrado!


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