martes, 19 de noviembre de 2013

Fai… Six

Silvia Alatorre Orozco


Durante la cuarta década del siglo veinte, el gobierno mexicano invitó a jóvenes griegos a trabajar en el estado de Sinaloa para mejorar la cosecha de aceitunas. Un gran número de ellos fueron embarcados por sus padres rumbo a ese destino,  con el fin de  alejarlos de las guerras e invasiones  que aquejan al país.

La travesía fue larga y penosa.  Al llegar al puerto de Mazatlán, el capitán del barco entregó a los oficiales mexicanos la lista de los inmigrantes. Los muchachos  esperan fuera de la oficina de migración a ser llamados para obtener su permiso migratorio; el sol es abrazador, no encuentran un techo donde cobijarse, intranquilos, sudorosos y sedientos aguardan; el chirriar que emite el viejo ventilador dentro del sofocante cuarto es ensordecedor, por lo que los chicos están alertas para escuchar su nombre. 

- ¡Dimitrio!- gritan desde dentro. 

Un joven se apresura a presentarse ante la barandilla, el empleado malhumorado lo ve con arrogancia, le habla en un idioma que el muchacho no comprende, le embadurna los pulgares con tinta, y coloca sus huellas digitales sobre el documento que le entrega, después de estos trámites, el joven se retira guardando el papel en el bolsillo de su roído pantalón, con saliva trata de limpiar sus dedos manchados más oscuros que el bozo de su bigote; se aleja y oye como llaman a los demás:

- ¡Basilio!... ¡Nicolás!... ¡Constantino! – más gritos y  nuevamente su nombre- ¡Dimitrio!

Regresa y de un empujón lo sacan.

- Tú ya pasaste… no estorbes, vete pa´fuera.

Los chicos que van saliendo de la oficina, chancean y juguetean dándose empujones mientras esperan ser llevados a las diferentes plantaciones donde trabajaran. 

En camiones de redilas los van acomodando; apretujados pero contentos tararean algunas cancioncillas y ríen, están hambrientos y cansados.

- ¡Dimitrio Petris! –lo nombra el capataz al leer su documento migratorio, y de un empellón lo sube al vehículo.

Ya entre sus compañeros, bastante desconcertado, comenta:

- Yo no soy Dimitrio Petris, mi nombre es Dimitrio Papatheodorus.

Quiere aclarar el error, pero los demás muchachos le dicen:

- Ya eres Dimitrio Petris, así dice tu papel, si hablas te regresaran al barco- por lo que  se resigna a llevar ese nombre.

Cuando su madre lo mandó rumbo a América, con gran dolor lo despidió, era el más pequeño de sus hijos; a manos de los crueles invasores habían muerto sus tres hijos mayores.

- Hijo… prométeme que regresaras… que tus descendientes conocerán  este país en el que  nuestros antepasados han luchado por su libertad- le decía mientras lo bendecía.

- Madre… lo prometo, tus ojos verán mi regreso-  le contestó.


A diferencia de otros inmigrantes, la comunidad helénica se adaptó fácilmente a la sociedad receptora; siendo gente trabajadora y alegre fueron bien recibidos; varios de ellos se casaron con mujeres sinaloenses formando sus familias en esta nueva patria.

Pasados cuatro años de su arribo, Dimitrio conoció a una joven poco agraciada, chaparrita y tímida llamada Elena. Madre soltera de una nena y con grandes problemas familiares; constantemente había sido abusada por su padrastro con la complacencia de su propia madre. A los trece años dio a luz a su hija.

- ¿Quién es el padre de esta bastarda? –a gritos le preguntaba su madre.

- Tu marido – contestó la muchachita.

Eso le valió recibir terribles maltratos, eran tan brutales los golpes que le daba su madre que perdió varios de sus dientes.

-  Bien dice mi esposo que eres una buscona, que te sales de la casa para revolcarte con los de la secundaria, –y continuo-  no te hecho a la calle porque necesito que me ayudes en los quehaceres de la casa.

En cuanto conoció a Dimitrio le pidió que se la llevara a vivir con él; el muchacho aceptó de inmediato, ya no quería vivir solo y además le enamoró la prominente nariz aguileña de Elena.

- ¿Me recibes con todo y Marthita?- le preguntó la mujer.

- Está bien…- le contestó.

Dimitrio al igual que su mujer era flacucho y de poca estatura. Se movía con mucha rapidez, lo cual aunado  a sus pequeños y brillantes ojos negros, trajo como consecuencia que  sus compañeros le apodaran: “ratón”. Así también lo llamaba su mujer.

- Ratón, me aburro de estar encerrada en la casa, cómprame una televisión, o llévame al cine- Elena le demandaba.

- Ya te he dicho que no puedo darte esos lujos, y menos ahora que estas embarazada, pues tendremos muchos gastos- contestaba. 

Nació un varoncito, era el vivo retrato de su padre, pequeñito y menudito; lo llamó: Dimitrio igual a él. Lo llevaría a Grecia para cumplir la promesa hecha a su madre.

Elena era una mujer ignorante, con poco sentido común, dejaba pasar la vida sin alegría ni tristeza y poco cuidadosa en la crianza de sus hijos; sin embargo, Dimitrio amaba a  su familia, deseaba darles una mejor vida, pero su salario era miserable, por lo cual en cuanto le ofrecieron un  empleo mejor remunerado lo aceptó de inmediato.

- Elena, conseguí un nuevo trabajo lejos de aquí, pronto regresaré por ustedes; aquí te dejo algunos centavos por mientras… – le dijo a su mujer y se fue.  

Ella poco curiosa ni siquiera le preguntó a donde se iba, solo le contestó:

- Aquí te espero, no tardes en volver.

El dinero se acababa, Elena no sabía cómo ganarse la vida por lo que siguió los consejos de una vecina:

- Jala pa´la frontera, allá las mujeres ganan bien.   

Cargando una caja de cartón con sus pocas pertenencias y acarreando a sus hijos, llegó a Tijuana. La contrataron en una cantina y rentó un cuarto en los suburbios de la ciudad. Por las noches dejaba solitos a sus hijos para ir a trabajar. Sin embargo, sus ingresos eran pocos, por lo que se quejaba constantemente y otra vez siguió la sugerencia de una desconocida:

- Deja ese empleo, puedes hacer más “money” chambeando en tu casa, así estarás cerca de tus muchachitos pa´cuidarlos.

- ¿Cómo que en mi casa?... ¿Qué puedo hacer aquí?- preguntó.

- Sí que eres pendeja, seguido pasan del otro lado soldaditos güeros con dólares y te pagan bien por coger. 

Y sin pensarlo más empezó a trabajar en su domicilio, se le quitó el aburrimiento y le gustó hacer dinero fácil; según ella hablaba inglés con sus clientes. Para hacerles saber el costo de sus servicios, les mencionaba:

- Fai-  y con la palma de la mano extendida mostraba cinco dedos.

A  los pocos meses se compró un radio, ya con música de fondo cobraba más:

- Six- y ahora mostraba seis dedos. 

Cuando estaba ocupada dejaba por fuera del cuarto el cochinito rojo, -una alcancía de plástico- sus hijos tenían instrucciones de no molestarla cuando vieran esa señal; les  prometía depositarles monedas para comprarles juguetes en la Navidad; pero nunca cumplió lo dicho, se le iba el dinero en medias de nylon y lociones baratas.

Para compensar el descuido en que los tenía, los domingos por la mañana se iba con ellos a la iglesia y  a la estación ferroviaria a ver pasar los trenes, pero el resto de la semana, los dejaba a la deriva.

Dimi, como lo nombraba su mamá, tenía seis años, cuando enfermó de paperas. 

- Mamá, Dimi tiene calentura y dice que le duelen los güevos-  le comentó Martita a su mamá.

- Ni le hagas caso… es que se le están formando las pelotas, eso les pasa a los hombres en el desarrollo- contestó.

Por lo que el niño no recibió cuidado médico  y quedó estéril. 

El pequeño Dimitrio recorría las calles sin rumbo fijo, al pasar por la panadería pegaba su carita sucia a la vidriera, dejándola embadurnada de mocos y saliva, la empleada se condolía del chiquillo y le regala algunos biscochos, que después compartía con su hermanita, cinco años mayor que él. Ninguno de los dos asistía a la escuela por lo que las monjas se ocuparon de llevarlos a estudiar; a Elena no le pareció que estas religiosas se entrometieran en su vida, porque ya tenía planes para la chiquilla, por lo que constantemente le repetía:

- En cuanto cumplas los trece te vienes a ayudarme con los clientes, son hartos y ya me estoy cansando.

Pero como sus hijos aún eran pequeños, no comprendían a que se dedicaba su madre, por lo que la niña movía su cabecita en señal de aprobación. Cuando le preguntan a su madre quienes eran  los hombres que recibía, su respuesta era:

-Son sus tíos, me dan dólares para que ustedes coman- y agregaba-  tienen que respetarlos.

Por lo que más de una vez besaron las manos a esos fulanos agradeciendo que visitaran a su madre.

Pasados los doce, Martha se enteró  de las actividades de su mamá y le pareció vergonzoso, no quería llevar esa vida por lo que una mañana muy temprano, cuando aún Elena dormía, salió de la casa llevando con ella a su hermano y se refugió con  las monjitas. Por la tarde  Elena fue a buscarlos pero ellos no quisieron regresar a su lado. Ante su insistencia por recuperarlos, las religiosas la amenazaron con acusarla ante la policía por el mal cuidado que les daba. Temerosa de ir a la cárcel los dejó ahí y  no volvió por ellos. Cómo era muy devota de la virgen de Los Remedios, en la parroquia junto a esa imagen colocó un par de angelitos de barro representando a sus hijos y le rezaba para que los cuidara y protegiera.

Por mediación de las monjas, un matrimonio ya mayor tomó a los niños a su custodia: les darían casa, comida y estudios; con la condición de que la niña auxiliara a la mujer en el quehacer doméstico y el chamaco trabajara con el hombre en su negocio, una librería de libros usados. Su vida cambio totalmente, recibían cariño y disciplina. A Dimi le resultaba difícil pasar las tardes encerrado en la tienda, por lo que encontró refugió en la lectura y se apasionó por leer sobre la mitología griega; se sabía hijo de griego y no entienda porque lo había abandonado; cuando le preguntó a Elena por él, ella le contestó.

- Nos dejó y nunca más supe de él, por eso nos venimos a Tijuana.

Pero un día, Martita le aclaró  que eso era mentira.  

- El quedó de regresar pero mi mamá no lo esperó.

- Quiero saber sobre mi padre… cuéntame más cosas- le pidió a su hermana.

- No es mucho lo que recuerdo de esos tiempos, pero tengo presente que con una tiza de carbón dibujaba en la pared un garabato al que nombraba Corfú, rodeado de mar, y que su apellido no era Petris, decía que se lo cambiaron al llegar a México, mencionaba uno muy complicado, agregaba que nos llevaría para allá pues le había prometido a su madre regresar llevando a su familia.

Dimi no olvidaba la cadena de mentiras y desamparos que envolvieron su niñez. Era un chico solitario y desconfiado; tenía la obsesión de encontrar a su padre, suponía que a su lado tendría sosiego; desconocía que  él había muerto de tifoidea a los pocos meses de que se fue de la casa.

Para satisfacción de sus mentores, los muchachos estudiaban y cumplían con sus deberes. Ocasionalmente Elena los visitaba pero Dimi era verdaderamente arisco con ella. 

Terminando el bachillerato él se mudó a la capital para continuar sus estudios; ahí la comunidad helénica era numerosa y esperaba obtener información sobre el paradero de su padre, desgraciadamente nadie le dio razón alguna. 

Inscrito en la universidad, estudiaba con ahínco, por las tardes trabajaba para solventar sus gastos. La comunicación con su hermana era frecuente, por lo que estaba enterado de la mala salud que últimamente aquejaba a su madre, ésta había sido contagiada de sífilis, y aunque atendía a algunos clientes, sus ingresos eran reducidos, por lo que precisaba que sus hijos la ayudaran para que cubrir sus gastos médicos. Dimi mandaba dinero, pero le aclaró a Martha que no deseaba tener trato alguno con su mamá. 

Dimitrio se graduó con honores, por lo que  le fue fácil conseguir una plaza como catedrático en la universidad.  Disfrutaba la cercanía con los alumnos, los chicos eran alegres y juguetones como a él le hubiera gustado ser; sin embargo, como ya peinaba canas guardaba cierta distancia, no quería alternar con demasía por temor a que le perdieran el respeto. Aún seguía soltero, sus relaciones con las mujeres eran cortas e inestables; no pretendía comprometerse y mucho menos procrear hijos por lo que practicaba el “coitus interruptos” pues desconocía que no era apto para engendrar.

Pili, una de sus alumnas, le despertaba verdadera fascinación, con su carita aniñada, grandes ojos color miel, mejillas sonrojadas y pelo castaño ensortijado, parecía ser una chiquilla ingenua y boba; los estudiantes la llamaban “colita de rana”;  no se destacaba por ser buena estudiante, sin embargo, los resultados en los exámenes eran excelentes, tenía la habilidad de trampear y engañar a los maestros, los compañeros le ayudaban en estas marrullerías a cambio de favores sexuales; el profesor Dimitrio desconocía esa verdad, para él la joven era la encarnación de la pureza. Fantaseaba en que podría ser la madre de sus hijos, pero al volver a la realidad se avergonzaba de soñar en semejante aberración.

Una noche, al terminar la clase, se retiraron los alumnos, únicamente quedó dentro del salón la joven estudiante; ésta se aproximó al maestro so pretexto de hacerle algunas preguntas sobre la materia de estudio, el examen final estaba próximo y no quería reprobarlo; él se encontraba embelesado de tenerla frente a él. Una fuerte tormenta azotaba el campus, los cristales se cimbraban con el estruendo de las descargas eléctricas, de súbito se cortó la electricidad quedando a oscuras el recinto. Pili mostró miedo y temor ante ese suceso por lo que él  trató de calmarla, abrazándola y acariciando su pelo con delicadeza mientras le daba palabras de tranquilidad; este era el momento esperado por la estudiante,  con sutileza, ella  toca y besa su rostro, él corresponde a las caricias; la chica le desabotona  la camisa, le quita el cinturón y le desliza el pantalón hacia el piso; tal cual si fuera una “streep tease” profesional, ella se despoja de la ropa lenta y sugestivamente, alumbrada por los intermitentes chispazos de luz, hasta presentarse totalmente desnuda ante los ojos del académico, éste queda boquiabierto al ver su níveo y bello cuerpo, estupefacto observa el núbil pubis de la niña, sin esperar más con los brazos rodea la cintura de la estudiante y sobre el frío piso caen con sus cuerpos entrelazados. Dimitrio lleva la relación sexual hasta el final y sorprendido y cautivado descubre una experiencia nueva; supone que para ella es su primera entrega. Después de esa noche repiten  los encuentros amorosos dos o tres veces más y se da cuenta que ya está perdidamente enamorado de la chica.

Por lo que cuando Pili le espetó:

- Estoy embarazada.

Abriendo grandemente sus ojos y con gran nerviosismo y alegría, el maestro gritaba:

- ¡Vamos a tener un hijo!… ¡mi niña!… ¡te amo!

- ¿Te alegra saber que espero un bebe tuyo?- preguntó la chamaca.

- Claro… claro… claro- le repetía con emoción- desde ahora viviremos juntos.

Y ella aceptó de inmediato.

Como era su costumbre, Pili mintió a sus padres para ocultar su embarazo  les informó que se iría por un tiempo becada a Francia; y ellos ocupados en sus negocios y actividades sociales no investigaron más, le abrieron una cuenta bancaría donde le  depositarían dinero para apoyarla y le desearon éxito. 

El día en que Pili dio a luz, Dimitrio que era papá primerizo no “ataba ni desataba”, lo invadía una felicidad que no había conocido anteriormente. Cuando sostuvo en brazos al recién nacido enseguida lo nombró Dimitrio como él. Sin embargo su regocijo se ensombreció días más tarde cuando fue llamado a la rectoría de la universidad, para informarle que estaba despedido, era totalmente inadmisible su conducta al haber abusado de la alumna.

A pesar de la tristeza que le ocasionó ese despido, caviló que era el momento para ir a Grecia, presumía que su padre se encontraba allá y si no era así entonces podría cumplir aquella promesa en nombre de él; “¿Vivirá todavía mi abuela?”, se preguntaba.  Vendió su pequeño departamento y el auto, con ese dinero compró los pasajes y además tendría con que solventar  otros gastos.  Con gran emoción y muchas esperanzas se embarcó, llevando con él a Pili  y al pequeño Dimitrio. Al llegar a la isla de Corfú se maravilló al ver los magníficos castillos, impresionantes fortalezas venecianas y las grandiosas cúpulas doradas de las iglesias bizantinas. Le asombró enterarse de la infinidad de Petris  que habitaban en ese lugar; no fue tarea fácil encontrar un hombre viejo llamado Dimitrio Petris, era un anciano  alto y robusto, nada parecido a él, éste decía que de joven había ido a América; tenía demencia senil por lo que platicaba muy poco de su estancia en ese continente. Dimitrio pensó que por fin  había encontrado a su padre y lo llevó a vivir con él.

- Padre, este es su nieto- y le entregó al pequeño en sus brazos.

El viejo abrazaba y acariciaba al bebe, no quería separarse de él, para Pili resultaba difícil retirárselo para amantarlo.

En la  iglesia de Saint Spiridion, se realizó la ceremonia de bautizo, el anciano Dimitrio Petris abrazaba al niño, lo besaba cubriéndole la carita con su baba, cuando el pope sumergió la cabecita del bebe en el agua, el espumarajo desapareció y el niño quedó como recién bañado; mientras tanto Dimitrio, en el paroxismo de la felicidad, tomaba la mano de Pili y la ponía sobre el corazón en muestra de gratitud. De lejos una anciana observa la ceremonia.

En la vida cotidiana expresaba su amor a  Pili con flores y diciéndole palabras dulces a las que ella no correspondía, quedaba callada y con la mirada en el infinito. Una noche la sorprendió leyendo una carta que rápidamente escondió entre sus faldas, a él le extrañó ese arrebato y apoderándose del papel, leyó: 
“Colita de rana” te extraño mucho. ¿A quién se parece el niño?... ¿a ti o a mí? Regresa pronto y déjalo con el profe, de seguro quedará en buenas manos. Nosotros estamos muy jóvenes para cargar con un hijo… Federico.” 

Al verse engañado y burlado, retorna a su pensamiento aquella trágica niñez llena de mentiras.

- Todas las mujeres son igual que mi madre… unas putas- gritaba enloquecido. 

Y sin esperar más, al día siguiente embarcó a Pili rumbo América, quedándose con la criatura.

- Al diablo con las mentiras y los engaños, lárgate maldita puta, el niño es mío… mío- le gritaba a la chica mientras ella llorando, subía por la escalerilla del barco.

Aunque le causaba dolor dejar al bebe, ella se sentía liberada de esa carga pues no podía retornar a su país con la criatura.

Dimitrio, aún alterado, regresó a su casa, bajo la puerta encuentra una carta, sabe que es enviada por Martha; decide contestarle de inmediato para poner fin a este intercambio de correspondencia, -Esto se acabó, ya no estoy dispuesto a enviar más dinero- pero al leerla se entera de la muerte de su madre, queda pasmado con la noticia; recuperando el aliento observa la fotografía que viene anexa, dentro de su asombro puede identificar a su madre, un hombre desconocido, que es su padre y a dos pequeños, él y Martha. En el reverso está escrito: “La encontré entre los papeles que mi madre, por fin conocerás a tu padre, veras escrito con su puño y letra su verdadero nombre: Dimitrio Papatheodorus”. Sosteniendo en sus manos el retrato voltea a ver con desconcierto a ese viejo tan diferente al de la foto, ahora sí sabe quién es su verdadero padre.

- Por fin estoy libre de las cadenas del pasado…- gritaba.

En esos momentos de confusión, ya no distingue entre la realidad o la mitología, conjetura que Pili fue poseída por Zeus tomando la forma de “Federico”, y concluye que su mujer engendró un semidiós del olimpo. 

Al amanecer se dirige al templo de Artemisa para ofrecer al pequeño ante la diosa virgen, se topa con una escultura de Medusa de cabellos ensortijados en forma de serpiente, la confunde con Pili y dejando al pequeño sobre la escalinata, a golpes destroza la cabeza de la diosa; al ruido de los porrazos aparece una mujer de edad madura, el viento sondea su enmarañado cabello, al igual que a su vestido hecho tirones, supone que se trata de una de las prostitutas sagradas encargadas de cuidar del templo.

- Hombre… ¿Por qué dañas el templo?...- le reclama bastante airada, levanta del suelo al bebé y continúa:

- ¿Quién es la madre del pequeño?- pregunta enfurecida.

-  Es ella… ella…- señala la cabeza destrozada de Medusa, y agrega.- Esta criatura es un semi-dios, lo entregare al templo para que Artemisa lo guíe al olimpo.

La mujer, que en realidad es una vagabunda, al darse cuenta de que el hombre está trastornado, pretende quedarse con el pequeño, esta y dirigiéndose a Dimitrio agrega:

- Yo lo entregaré a Artemisa, déjalo conmigo.

Dimitrio accede a su petición; pero pregunta:

- ¿Lo volveré a ver?

- Claro… claro… claro- le responde- ve en paz, el hijo de Medusa estará en el sitio que le corresponde.

En casa está el viejo; ha decidido deshacerse de él por  lo que tomándolo del brazo lo lleva de regreso al sitio en donde lo encontró la primera vez.

El sol está en el cenit cuando una anciana, la más vieja de la aldea, toca a su puerta, es la misma mujer que lo viene siguiendo desde que llegó a Corfú.

Con voz casi inaudible se dirige a él:

- ¿Dimitrio Papatheodorus?- le pregunta.
- Sí, abuela, soy ese a quien esperas.

La anciana levanta la cabeza y ve ante ella unos pequeños y brillantes ojos negros como de ratón; suspira profundamente como absorbiendo todos los recuerdos ya olvidados, y agrega:

- Mis viejos ojos ahora podrán descansar…

Ya estando solo en casa, escucha el fuerte sonido de las olas que golpean el acantilado, al igual que su mente es sacudida por  un torbellino de sentimientos y acontecimientos que asemejan esos estallidos, quiere ordenar su cabeza, pero es tal la confusión que no atina a descifrar ni aclarar sus pensamientos. Llena un vaso con “ozuo”, al darle el primer trago siente como el alcohol quema su lengua, piensa que no es momento para emborracharse; se tira en la cama y ese vendaval de imágenes y recuerdos lo agobian, pasan horas y el cansancio lo sumerge en un sueño profundo.

Por la mañana, después de beber una taza de café, más ecuánime y en condiciones para reflexionar, decide buscar ayuda para liberarse de ese caos. 

Recorre las calles de la isla, al pasar por la vivienda de la adivina, está tentado a llamar, titubea pero continúa su camino.

Por fin detiene su andar frente a  un portón, con decisión toca la campanilla, es recibido y penetra al lugar. Sentado en un mullido sillón espera a ser llamado, mira ansiosamente se abra la puerta en donde se lee una placa: 

Dr. Frida Rosenberg
Psicoanalista

1 comentario:

  1. FE DE ERRATAS:

    1) Los chicos van saliendo de la oficina […] trabajarán.
    2) –Ya eres Dimitrio Petris […] regresarán.
    3) –Hijo… prométeme que regresarás.
    4) –Bien dice mi esposo […] –y continuó-…
    5) […] no te echo a la calle…
    6) El pequeño Dimitrio […] algunos bizcochos…

    Pido disculpas a la autora de este relato si le observo la ortografía del documento, aunque las construcciones gramaticales son correctas.

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