jueves, 28 de enero de 2021

Sucede… así es la vida

Miguel Ángel Salabarría Cervera


Llegué a la Secretaría de Tránsito como a las nueve de la mañana para canjear las placas de mi auto, me formé pacientemente en la interminable fila fuera de las instalaciones, bajo los candentes rayos de sol.

Pasó un pequeño vendedor de periódicos y compré uno, lo hice por dos motivos: para leerlo haciéndome la espera amena, además y lo principal, cubrirme de los rayos solares que ya amenazaban con filtrarse entre las nubes.

Me dije filosóficamente: «Hacer fila ilustra», porque se tiene la oportunidad de platicar con alguien y así sucedió, detrás de mí se formó una persona, al mirar resultó ser un compañero de infancia

─Me da gusto verte Macario.

─También a mí ─me manifestó.

─Las veces que nos hemos visto solo nos saludamos a la distancia, pero ahora tendremos tiempo para platicar porque hay muchas personas delante de nosotros.

Él rió estruendosamente como era su característica, al tiempo que me palmeaba la espalda.

─Quién sabe a qué horas saldremos de aquí ─le señalé.

─Sí, sobre todo yo, porque vengo a canjear tres juegos de placas.

─Te felicito, porque tienes tres vehículos, yo solo tengo uno.

─No te creas, son del senador, soy su chofer, y también hago estos trámites.

─Bueno, es parte del trabajo ─le respondí.

─Qué has hecho de tu vida, ¿dónde trabajas?

─Trabajo en la universidad.

─Con el senador trabajo hace quince años, desde que entró a la política

─¿Y la familia?

─En esto no me fue bien y ahora estoy solo.

─«Mas vale solo, que mal acompañado», pero lo importante es tener tranquilidad ─le comenté en broma.

─Eso sí, vivo tranquilo. Lo que me molesta es recordar cómo se dieron las cosas.

Me quedé callado respetando su confesión y miraba para otro lado, en ese momento pasaba un joven vendiendo aguas frescas, lo llamé para tomar una y le ofrecí otra a Macario, pagué ambos refrescos e indicándole que era para mitigar el calor que iba en aumento, él la aceptó con agrado.

Pensé que cambiaría el tema, porque mi intención fue distraerlo al invitarlo, pero sucedió lo contrario. Con más confianza comenzó a platicarme sobre su infortunio familiar.

─Te voy a contar, para hacer más corta la espera ─tomó un trago de refresco, se limpió la boca, perdió su mirada en los rayos del sol que caían ya con fuerza y prosiguió─, hace años tuve una mujer, la conocí tiempo atrás, trabajaba en un almacén de ropa en el centro de la ciudad, y como yo ando por esos lugares con el patrón porque ahí están las oficinas de gobierno, pasaba por el lugar de su trabajo. Hasta que un día me animé a hablarle y me contestó, a partir de ahí empecé a salir con ella, nos hicimos novios, así estuvimos seis meses, hasta que le pedí que nos casáramos por lo civil y por la iglesia como «Dios manda», la quería bien y por esto le propuse matrimonio, me sorprendió que ella me dijera que no creía en el casamiento, porque de no funcionar sería un problema la separación y más si yo quería tener hijos.

Lo interrumpí, para decirle que, si desde ese momento no se dio cuenta que era una mujer que no compartía las aspiraciones de él, porque no quería formar una familia como todos esperan, y por lo mismo no era una relación que tuviera futuro estable.

─Además ella me expresó que «eso de matrimonio ya estaba pasado de moda», y que no le gustaban los niños, porque eran muy molestosos y había que estarlos batallando. ¡Sorpréndete! ─exclamó entre risa y congoja─, además «iba a perder su cuerpo».

No pude menos que sonreír, para que no se sintiera ofendido solo le pregunté que si era muy atractiva.

─La verdad sí, era muy hermosa, hasta el día de hoy.

─Vamos avanzando porque la fila se ha reducido y ya pronto entraremos a las oficinas y dejaremos de sentir calor, porque el sol está más intenso ─le dije al tiempo que me cubría de los inclementes rayos.

─Sí, «ya falta menos que cuando llegamos» porque ya tenemos más de una hora esperando ─comentó en son de broma y añadió─, lo que me comentas de ella, me lo dijeron familiares y amigos, pera ya ves cómo se pone uno cuando se enamora, no entiende razones y se deja llevar por el corazón, sin medir las consecuencias.

Sin pensar en cómo me iría con ella, acepté todas sus condiciones y nos fuimos a vivir juntos a una casa que con anterioridad ya había adquirido pensando en algún día tener una familia. Cuando ella se decidió, le compré muebles y todo nuevo a su gusto pensando en hacerla feliz. Vivíamos enamorados y todo fue de maravilla durante tres años, me sentía contento y terminé aceptando que no era necesario el matrimonio ni la presencia de los hijos para vivir felices. A todos les platicaba que se habían equivocado con sus expectativas negativas sobre nuestra relación, porque vivíamos como nunca lo imaginamos.

─Entonces, si todo iba bien, ¿por qué te lamentas ahora de esta relación?

─Camina que ya entramos a la oficina, podremos sentarnos y dejar de asolearnos, solo nos faltan como veinte personas para ser atendidos ─me dijo Macario.

─Tienes razón, ya estuvimos haciendo fila bajo el sol más de una hora, justo es sentarnos y disfrutar el aíre acondicionado para seguir platicando.

─Así es, terminaré por contarte qué fue de la relación que tuve con esa mujer.

Se pone serio, fija la mirada en un punto perdido como si los pensamientos se le vinieran en vorágine, respira pausado e inicia su relato con voz entrecortada.

─Ya te comenté que soy chofer del senador y lo llevo a donde él requiera, cuando estaba en campaña, recorríamos el estado por varios días, ausentándome de la casa, yo me iba con tranquilidad confiando en ella porque siempre me decía que no tuviera ningún pendiente al quedarse ella sola, pues no tenía miedo y la casa estaba protegida.

─Macario, si te causa malos recuerdos, no tienes por qué platicarme.

─No te preocupes, que algunos ya saben el chisme ─agregó─, una noche llegué de viaje pasada la media noche, entré y vi por debajo de la puerta del cuarto en que nosotros dormíamos la luz encendida, me extrañó, porque a ella no le gustaba dormir con luz y además cuando se dormía no despertaba hasta la mañana, no sabía qué hacer, caminé sin hacer ruido y me puse a escuchar a través de la puerta, oí gemidos de placer, el cuerpo se me encendió de coraje… quedé turbado no sé cuánto tiempo transcurrió, cuando reaccioné saqué la pistola que llevo en el cinturón dispuesto a matarlos, abrí la puerta de una patada, y los apunté, ellos gritaron interrumpiendo sus besos y caricias, para cubrirse sus desnudos cuerpos con las sábanas, me quedé mudo de sorpresa, al descubrir que el hombre que estaba con mi mujer… ¡era mi padre!

No pude expresar palabra alguna, ante el amargo relato del mi amigo de infancia… ya repuesto de la sorpresa, le palmeé la espalda para demostrarle mi apoyo y le sonreí con aflicción. Él recuperado del momento que le hizo revivir sus palabras, me miró y expresó.

─Iba decidido a lavar mi honra, al escuchar como gozaban de placer en mi casa y cama, al verlos desnudos… me contuve y bajé el arma, no les disparé porque era mi papá, no quise hacer una estupidez que ahora estaría pagando. Ellos me miraban sorprendidos, pero no estaban asustados, solo se cubrían con las sábanas que yo había comprado, fueron instantes que no sé cuánto duraron; el silencio se rompió cuando mi padre dijo.

─¿Qué vas a hacer?

─¡Largarme!

Di media vuelta y me fui de la casa, abordé el auto para irme a un hotel, tuve ganas de emborracharme, pero el patrón me esperaba a las siete de la mañana y no le podía fallar. Salimos de viaje y regresamos a los dos días, eran como las nueve de la noche, me dirigí a mi casa, entré y ella estaba ahí como si no hubiera pasado nada. Cuando salí de bañarme, me había servido la cena y me esperaba sentada a la mesa como siempre hacía. Al ver su actitud cínica después de lo ocurrido, sentí coraje, pero me contuve. No sabía si hablarle o no, pero debía enfrentar la situación, así lo hice y solo acerté a preguntarle.

─¿Por qué me traicionaste?

─No lo sé.

─¿Cómo que no lo sabes?

─Bueno, tu papá venía a verte y tú nunca estabas y él se quedaba platicando conmigo luego se iba después de cenar.

─¡Pero eso no era motivo para que los dos me traicionaran!

─Pues no, pero nos fuimos teniendo confianza y empezamos a hablar de nuestros sentimientos, y poco a poco nos fuimos entendiendo en todo.

─Es decir, ¿qué no era la primera vez?

─Para que te echo mentiras. No era la primera vez, ni recuerdo cuantas veces se dieron nuestros encuentros íntimos.

─¡No lo puedo creer!

─Sucede… así es la vida.

Casi no probé bocado, me limité a tomar café, para despejar mi mente y organizar mis pensamientos. Después de un largo silencio la cuestioné.

─¿Qué vas a hacer?

─¿Qué vas a hacer tú? ─me reviró con altanería.

Me sorprendió su cinismo, ahora la conocía cómo era en realidad, pero ya no me enojaba, había digerido lo más difícil y con aplomo le contesté.

─Yo, quedarme en mi casa, tú te puedes ir.

─No te preocupes, ya tengo a donde ir y estaré muy bien.

Dicho esto, se levantó con altivez de la mesa, se dirigió al cuarto, yo permanecí en el comedor mirando la puerta sin saber cuál sería su reacción. Al cabo de una hora, apareció con dos maletas y unas bolsas, y con frialdad me preguntó.

─¿Quieres saber a dónde me voy?

─No me interesa.

─Te lo voy a decir, para que no te vengan con el chisme y estés preparado. Me voy a casa de tu padre.

No lo esperaba, pero no me causó sorpresa porque finalmente los dos eran iguales.

─Espero que te dure la relación ─le repliqué.

─Yo creo que sí, es más hombre que tú.

─¡Lárgate!

─Ya me voy, pedí un taxi y ya está pitando.

Salió dando un portazo y con ello se cerró el capítulo más amargo de mi vida.

─¿Qué pasó con tu padre?

─Supe que viven juntos, pues mi mamá ya tiene años que murió, no tenemos contacto, cuando lo veo en la calle, lo evito y sigo mi camino.

─Es lamentable y dramático lo que te sucedió.

─Así es, vivo solo desde hace cuatro años, estoy tranquilo trabajando y la vida sigue.

En ese momento me llamaron en una ventanilla y a Macario en la próxima, nos despedimos previamente con un abrazo e iniciamos el trámite de canjear las placas.

martes, 26 de enero de 2021

Terror nocturno

Ixchel Juárez Montiel


Mucha gente cree que los monstruos no existen, pero Camila sabe que sí. Hay uno viviendo debajo de su cama. Un monstruo insaciable que devora niños como si fueran caramelos. 

La primera vez que lo vio fue la noche en la que se levantó a tomar agua y una enorme mano con garras le sujetó el tobillo. Lanzó un grito y sus padres fueron a verla, mas no pudieron encontrar nada malo. 

—Eso te pasa por ver películas de terror —la regañó su madre—. Te dije que tendrías pesadillas. Ahora duérmete que mañana vas a la escuela. 

Por supuesto que Camila no pudo dormir. Trataba de no prestar atención al ruido que el monstruo hacía cuando arañaba la duela de la habitación. Se cubrió el rostro con las cobijas, pero todavía lo escuchaba. Un terrible ser que se afilaba las uñas, esperando clavarlas en la tierna piel de una niña.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —dijo el ente con voz cavernosa.

Pasaron los días y Camila se rehusaba a dormir, mas no podía continuar de esa manera. Era una situación insoportable. Por un tiempo les rogó a sus padres dormir con ellos. Se lo permitieron al principio. Él la consentía sobremanera, pero su madre no creía que fuera sano.

—Hoy dormirás en tu habitación —ordenó a la hora de la cena.

Camila abrió sus grandes ojos color miel para ver a su padre mientras intentaba convencerlo en silencio. El plan se arruinó cuando la mujer lo miró de forma amenazante indicando que la decisión estaba tomada y no habría discusión.

Se acostó y por un momento tuvo la ilusión de que el monstruo había muerto de hambre durante el tiempo en que ella no había dormido ahí. O tal vez, hambriento y aburrido, abandonó la casa para atormentar a otros niños.

Hasta que escuchó las garras arañando la duela.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —repitió.

Se sentó en la cama y encendió la lámpara de la mesa de noche. ¿Por qué esos arañazos no estaban por la mañana? ¿Por qué los adultos no podían ver aquel espanto? No se atrevía a contarles nada. Sabía, de alguna manera, que no le creerían, sobre todo porque no tenía manera de probarlo.

—¿Y si te traigo fruta ya no me comes? —preguntó con voz temblorosa, animándose a negociar con el monstruo.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —sentenció. 

Camila supuso que la fruta no le gustaba. No durmió tampoco aquella noche, pensando en qué podría ofrecerle para que la dejara en paz.

En una ocasión, antes de ir a la cama, echó un vistazo debajo y vio dos brasas encendidas. Los ojos del monstruo.

—¿Y si te traigo dulces ya no me comes? —insistió la niña.

Los ojos del monstruo brillaron más. No por el ofrecimiento. Camila escuchó algo parecido al sonido de algún líquido derramándose. Brincó hasta la cama cuando se dio cuenta de que se trataba de la saliva del monstruo, producto del hambre y de la visión de la niña tan cerca de él. 

—En cuanto te quedes dormida, te comeré.

Otra noche en vela. Camila no entendía por qué el monstruo no simplemente salía del escondite y se la comía. Escuchaba las garras contra la duela y una respiración profunda que después se convirtió en un ronquido permanente. 

Durante la merienda, a la noche siguiente, Camila se guardó unas galletas en el bolsillo. Ya no negociaría. Se las arrojaría al monstruo y tal vez se libraría así de la amenaza. Antes de ir al baño a lavarse los dientes y mientras sus padres continuaban despiertos, la niña aventó las galletas debajo de la cama. 

Al acostarse esperó y no escuchó nada. Suspiró aliviada. Mas justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, el sonido de las garras la sacó del sopor, poniéndola alerta mientras el ronquido que hacía el monstruo al respirar llenó de nuevo la habitación.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré. 

Camila comenzó a llorar. Al principio en silencio. Pero el sonido de las garras y de la respiración del ente sonaban cada vez más y más fuerte. Hasta que no aguantó. Lloró y gritó atrayendo de prisa a sus padres.

—¡¿Qué pasa, mi niña?! ¿Qué tienes? —preguntó él en cuanto entró a la habitación.

—¡Debajo de la cama! ¡Un monstruo! ¡Dice que me comerá si me duermo!

Su madre se asomó al lugar con una mezcla de rapidez y furia mientras él permanecía sereno y abrazaba a Camila fuertemente. La niña comenzó a temblar. Esperaba con temor que, de un momento a otro, la garra del monstruo atrapara a su madre y la despedazara, esparciendo sangre sobre el suelo.

—¿Qué te he dicho de esas películas, Camila? —preguntó furiosa mientras se incorporaba.

—Quiero dormir con ustedes, por favor.

—Cariño —dijo su padre—, muy bien, pero será la última vez...

—¡He dicho que no! 

—Tiene miedo, por favor…

—¡Ya está grandecita para esos cuentos! ¡Las niñas grandes duermen solas y se acabó! ¡Te he dicho cientos de veces que esas películas te dan pesadillas!

—¡No es mi imaginación! ¡No lo saqué de ninguna película! ¡Está debajo de la cama!

—¡Ven acá y asómate! —le ordenó mientras retiraba las cobijas que colgaban hasta el suelo. 

Camila escondió la cabeza en el pecho de su padre, buscando algo de apoyo. Él le acarició el cabello con ternura, ¿por qué la mujer no podía sentir compasión por una niña aterrada? Sobre todo si se trataba de su hija.

—Déjala —dijo casi en un susurro mientras la abrazaba con más fuerza—. Está asustada.

—¡Pues debe aprender a no ser tan miedosa! ¡Especialmente de cosas que no existen! ¡Creyendo en monstruos a estas alturas! ¡Camila, ven aquí y asómate! ¡No te lo repetiré!

La niña se acercó para después inclinarse y ver bajo la cama. No había nada. ¿Cómo era posible? ¿Y si ella tenía razón y todo lo imaginaba?

—Ahora dime qué hay ahí —ordenó su madre.

—Nada, pero…

—¡Así es! ¡Nada! 

—¡Pero yo lo vi!

—Creíste haberlo visto que es diferente. Camila, es más de medianoche y mañana todos debemos levantarnos temprano. ¡Ya duérmete, por favor!

Camila pasó la noche sollozando quedamente mientras escuchaba las garras del monstruo arañando la duela y su respiración trabajosa que se convertía en horrorosos ronquidos flotando en el aire. 

Al día siguiente, en la escuela, no se comportaba como el resto de las niñas. Estaba agotada, grandes ojeras oscurecían sus ojos. Su piel, usualmente sonrosada, lucía pálida, dándole la apariencia de estar enferma. 

—¡Camila! —escuchó a la distancia.

Aunque quien le habló no estaba lejos. Se encontraba justo frente a ella. La dulce Mónica, luciendo hermosos rizos rubios acomodados en dos coletas con grandes moños blancos. Hablaba con la boca manchada de rojo grosella por la paleta de caramelo que saboreaba.

—¿Qué? —preguntó Camila en cuanto reaccionó.

—Que si quieres jugar. Traje muñecas.

Y entonces Camila tuvo una gran idea. Era obvio que el monstruo que habitaba bajo la cama no quería más alimento que no fueran niños. Pero no tenía que ser específicamente ella, ¿o sí?

Por la noche, esperó a que todos durmieran y que el monstruo la amenazara como siempre.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré.

Camila se armó de valor. Tenía las manos sudorosas a pesar de que sentía frío. Podía percibir a un montón de murciélagos revoloteando en el estómago. Ansiaba salir corriendo, mas debía enfrentar a la bestia de una vez si quería volver a dormir. 

Asomó la cabeza debajo de la cama y ahí estaban los ojos relucientes del monstruo y al verla, comenzó a salivar. 

—¿Y si te traigo a uno de mis amigos ya no me comes?

Los ojos del monstruo se agrandaron y brillaron mucho más. Camila hizo una mueca de asco cuando pudo ver una lengua verde y viscosa pasar por su espantoso hocico.

—Si los traes, no te comeré. Esperaré a que se duerman —respondió el monstruo. Y entonces dejó de arañar la duela y de respirar de esa forma. 

Sin pensarlo mucho, invitó a Mónica a dormir a su casa. Vivía muy cerca y sabía que la niña adoraba las pijamadas, comer helado y ver películas hasta tarde.  

Su madre esperaba que las palomitas de maíz terminaran de cocinarse en el microondas. Camila acomodaba un par de refrescos y servilletas en una charola.

—¿Y qué película van a ver? —preguntó la mujer mientras vaciaba las palomitas en un tazón.

—Una sobre un perro y un gato.

—Mucho cuidado con ver películas de terror. Ya ves cómo te han afectado últimamente y ni creas que iré en cuanto pegues de gritos.

—No, mamá. Es una película para niños.

—Muy bien, iré a verlas en un rato para ver si es cierto.

Camila no prestaba atención a la televisión. De vez en cuando echaba un vistazo hacia su cama, esperando que el monstruo cumpliera con su amenaza. Una hora más tarde, decidieron que era momento de irse a dormir. Desde la aparición del monstruo, Camila intentó bloquearlo de alguna manera pegando su cama a la pared, al menos de ese modo sabría que solo podría salir de un extremo.

Por ese motivo Camila se acostó junto al muro, dejando a Mónica en el otro lado, a merced de la bestia.

—Hasta mañana —dijo Mónica, antes de lanzar un hondo bostezo.

—Descansa —respondió Camila. Y en cuanto notó que su amiga se volteaba para sumirse en un sueño profundo, se le llenaron los ojos de lágrimas, mas ya no había marcha atrás—. Perdóname.

Luego Camila escuchó las garras arañando la duela, el ronquido inconfundible del monstruo y el incesante goteo de la saliva. En la penumbra vio una garra espantosa emerger debajo de la cama. La garra parecía crecer más mientras se acercaba a Mónica. La pequeña no despertaba e ignoraba el peligro que se cernía sobre ella. Camila volteó el rostro hacia la pared al tiempo que oía un rugido estremecedor. Esperó a que sus padres entraran de un momento a otro, pero al parecer, la única que había escuchado algo era ella.

Pudo dormir esa noche. Y por la mañana, uno de los moños de Mónica estaba en el suelo. Lo ocultó en un cajón. Les dijo a sus padres que su amiga había regresado a casa muy temprano. Vivía a solo dos casas

Todo pareció estar en calma las siguientes semanas. Tuvo éxito mintiendo a la policía y a los padres de la niña cuando le hacían preguntas. Se apegaba a una historia y nadie la movía de ahí. Además, finalmente Camila podía dormir tranquila. 

Hasta que una noche, escuchó nuevamente las garras arañando la duela y los ronquidos espantosos.

—Si no me traes a otro niño, te comeré. 

Y así lo hizo. Y sigue haciéndolo, pues la niña sabe que en cuanto deje de alimentarlo, irá por ella. 

lunes, 25 de enero de 2021

Arañas

Ricardo Sebastián Jurado Faggioni


Alguien husmeaba en mi cuarto, sin embargo, no podía hallarlo. Revisé debajo del velador, no encontré nada. La hora de dormir llegó y apagué la lámpara. Observo que una araña pequeña estaba tejiendo. Cogí una hoja para sacarla de aquel sitio, la puse en el piso para después pisarla. 

Me acuesto en la cama para irme a dormir, aunque despierto en una cueva. Una criatura del mundo de los arácnidos apodada escorpión sin cola, que mide setenta centímetros, empieza a enredarme con su telaraña, es tan potente que no puedo romperla. Inmediatamente termina de enredarme. 

Siento cómo va jalando su tejido. Recorrimos varios kilómetros. Se detiene. Un temible monstruo peludo con un metro de largo, alza una pata, la pone en mi frente y conversa conmigo telepáticamente. Soy la araña madre, asesinaste a una hija esta noche, voy a explorar lo más profundo de tu ser para conocer a qué le temes. Recorrió cada pensamiento, incluso se aprendió mi nombre. Así que eres Alex un niño de diez años que está por terminar su primaria, vives con tus padres

Al finalizar lo mencionado, me trasladó a una prisión llena de oscuridad, nunca había experimentado tal sentimiento de abandono, soledad y tristeza. Mis gritos se perdían en el eco infinito. Cuando la muerte se aproximaba, los pensamientos del ser arácnido fueron interrumpidos por una tierna voz.  

—Despierta Alex —dijo mamá. 

Abrí mis ojos y estaba confundido porque podía apreciar la cama cálida más no el piso rocoso. Agradecí al cielo que la persona que estaba conmigo era mamá, los rayos de luz se topaban con la ventana, nunca había anhelado la claridad como en ese preciso instante. La abracé con fuerza y no comprendía el gesto. 

—Otra vez con pesadillas —comentó María Alexandra.

—Se sintió tan real —dijo Alex. 

—Contar lo que sucedió a veces es bueno para enterrar los miedos —expresó Alexandra.

—Había arañas inmensas, también estaba oscuro y me enredaron en una telaraña —explicó Alex. 

—En nuestra imaginación los pensamientos toman vida, pero somos nosotros quienes los controlamos —respondió Alexandra. 

Escuché sus consejos y volví abrazarla. Bajé a la cocina para desayunar, de pronto estaba solo. Mis pensamientos volvieron a aquel sueño de la oscuridad. Traté de no oír esas voces, fui al lavabo a dejar los platos. En la tarde estaba en la habitación realizando tareas, al haber acabado con aquellas actividades, decidí prender el ordenador, ver una serie en Netflix. Hace algunos meses observaba al héroe de DC comics Flecha Verde, se convirtió en una buena serie por su acción y trama. Lo único que tenía para defenderse contra los villanos era sus conocimientos de artes marciales y su ballesta. 

Un episodio me impactó: contaba sobre cómo vencer los miedos y si él podía hacerlo, igual yo. Esto se muestra en el capítulo cuando El Conde un narcotraficante estaba produciendo una sustancia que si te la inyectabas mostraba tu peor pesadilla. El héroe había llegado al laboratorio ilegal del criminal, en el enfrentamiento este le logra introducir mediante una vacuna la sustancia, el malo consiguió escapar, sin embargo, el salvador quedó mareado. En pocos segundos tuvo una revelación, su mayor temor era él mismo, puesto que tenía pánico de herir o fallar a sus seres queridos. 

A pesar de su fracaso acepta que él es humano, que tenía miedos, defectos, virtudes y fortalezas, que llevar una máscara para salvar su ciudad no lo deja libre de equivocarse, pero el impulso de proteger a los que ama le dio las fuerzas necesarias para volver a encontrar al narcotraficante y encerrarlo en la cárcel. En la nueva batalla El conde introduce su inyección, pero esta vez no tiene efecto en él porque había conquistado sus debilidades. Al finalizar el combate el encapuchado derrota al villano. 

Al concluir el capítulo aprendí que tenemos temores profundos, pero también existe el valor para derrotarlos. Me fui a dormir. Abrí los ojos, pero no estaba en mi habitación, sino en la oscuridad donde el ser arácnido residía. Otra vez nos volvemos a encontrar, todavía no he acabado de torturarte. Tienes un castigo más que padecer. Interrumpí sus pensamientos, comprendí que era un sueño donde yo tenía control sobre ellos. 

Comencé a liberarme de las telarañas, me acordé de los consejos de mamá y de las enseñanzas de mi héroe favorito. Decidí en la pesadilla tener una antorcha para hacer luz en medio de las tinieblas. La araña ya no se veía inmensa sino diminuta. No te daré poder, te ordeno que desaparezcas. No sentía pánico, pude hallar un camino hacia la salida. Al pasar el final del túnel regreso a mi hogar, observo que estoy en el dormitorio. El temor que sentía por la oscuridad no volverá jamás. 

viernes, 15 de enero de 2021

Humanidad prestada

Laura Sobrera


La Tercera Guerra Mundial llegó inesperadamente y fue el inicio de otra manera de accionar bélico. Si hay algo que los seres humanos tienen, es el poder ampliar su capacidad maligna hasta límites insospechados.

Quince largos años duró esta lucha, millones de seres perecieron sin bombas ni municiones. Un virus tras otro, vacunas y miedo, sobre todo un profundo temor, lograron disminuir la población mundial de forma alarmante pero tranquilizadora para la élite que gobernaba detrás del telón. Este conjunto selecto de seres con mucho poder económico, movieron los hilos de la conducción política y financiera a nivel global y habían logrado unificar criterios de gobierno para tener a los seres humanos controlados de manera muy eficaz.

Esos años de abuso de información monotemática y ya digerida a todas horas, repetidas como mantras, mermaron la rebeldía humana a todo lo que coartara su libertad y modificaron su capacidad de creer, pero, sobre todo, de analizar desde la inteligencia esas declaraciones que veía o escuchaba.

El mundo se aisló, porque el pánico es poderoso. Dejaron de reconocerse iguales a otros humanos y fueron en pos de la individualización sin pensar que el colectivo es quien logra los milagros. Todo sucedió gradualmente, un día tapabocas, otro, distancia, después aislamiento social, hasta que comenzaron a surgir generaciones que se acostumbraron a este retraimiento, a verse solo de forma virtual, ya que colectivamente se tuvo la sensación que cada ser era un mundo diferente del otro y eso constituía una posible amenaza sanitaria.

La doctora Kara Larson, una joven mujer de treinta y cinco años, especializada en biotecnología, era la directora de un proyecto de fabricación de humanos genéticamente modificados que tenía como meta la creación de individuos que no enfermen ni envejezcan, con el fin de convertirlos en trabajadores que suplan a quienes no se atreven a salir de sus casas, por el pavor que tienen a enfermar y morir. Esto es económicamente ventajoso para la clase dominante, cuando uno sufre un desperfecto, solo se lo reemplaza. No hay juicios, demandas ni gastos relacionados.

Ella trabajaba en un gran laboratorio. Estaba ubicado sesenta metros bajo tierra en una zona rural de la ciudad y se desarrollaba en varias plantas aprovechando al máximo el calor geotérmico de la zona para su abastecimiento energético. Desde la carretera más cercana, lo único que se veía era una vieja casona rodeada de árboles, algunos animales y algo más alejado todavía, un gran galpón que disimulaba la entrada al centro de investigación biotecnológica. Al fondo del paisaje unas pocas montañas delimitaban y protegían el terreno.

El lugar donde la doctora cumplía con sus tareas era una gran habitación con innumerables computadoras de última generación, vista panorámica a un habitáculo lleno de grandes cilindros de dos metros de altura, similares a torpedos o bombas, en el que se conservaban los cuerpos de estos seres, en apariencia humanos. También podía usarse como fábrica de órganos para cuando el ser humano que vivía en la superficie los necesitara.

Estos grandes tubos eran de acero de doble capa y en medio circulaba nitrógeno líquido que los mantenía en una criogenia apropiada, preservándolos para cuando fuera necesaria su utilización.

La habitación se iluminaba con una tenue luz verde que daba a esos seres una apariencia fantasmal de color cadavérico y se caracterizaba por el frío que se sentía allí.

Si bien los cuerpos no se enfermaban, sí se desgastaban, por eso la necesidad de su creación en grandes cantidades. En el mundo había cinco laboratorios estratégicamente colocados uno en cada continente para cubrir las necesidades laborales y médicas de los humanos recluidos.

Estos cuerpos eran fabricados con células madre de donantes escogidos especialmente por su salud física y mental, sumado a unas impresoras tridimensionales que iban cubriendo lo exterior e interior de esos seres. De esa manera se construían también los órganos, de forma que estos individuos fueran donadores universales de esas preciadas vísceras

Kara completaba su personal con algunos científicos humanos que trabajaban en distintas partes del edificio, sin contacto entre ellos para proteger la información codificada y con algunos de estos individuos modificados, perfectamente adiestrados, pero había uno muy especial al que había dotado de una inteligencia artificial más desarrollada, agregando algoritmos a su mente que le permitía un eficaz aprendizaje y entendimiento, a diferencia de los otros a los que se le otorgaba el intelecto necesario y esta era la razón que los convertía en perfectos subordinados. Al diferente, ella lo llamaba John. Cuando alguno podía evolucionar o salirse de control, simplemente borraban su memoria y eran reiniciados. Eran simples máquinas con apariencia humana.

Kara tenía sus jefes en la ciudad cercana y se comunicaban a diario para controlar que todo saliera como estaba planeado, o sea, mano de obra competente y económica mientras se aniquilaba cualquier matiz de pensamiento superior a una humanidad que vivía encerrada, como consecuencia del miedo que se les infundió. La esclavitud siempre existió desde los comienzos de las primeras civilizaciones, solo se modificaba la forma.

La científica, al tratar diariamente a John como su compañero de tareas no se dio cuenta de la increíble evolución que estaba desarrollando. Cuando ella se ausentaba durante las horas en que iba a su residencia a descansar, le gustaba buscar datos históricos, conocer en profundidad al ser humano que estaba supliendo y también se interiorizaba en la genética molecular, área en la que colaboraba con la doctora.

Una noche, mientras Kara descansaba en su casa de la superficie, una alarma la despertó. Sobresaltada corrió al laboratorio. El sonido programado era similar al de las advertencias de ataques aéreos de las viejas películas que le fascinaban de la Segunda Guerra Mundial, solo que en este caso específico era utilizado para alguna presencia ajena al propósito del centro de investigación.

Cuando llegó, notó la imagen de un virus proyectado en la pantalla que colgaba en su oficina, desde el microscopio electrónico. Le pareció reconocerlo, por lo que buscó en sus archivos similitudes con ese modelo que se veía en el monitor. Sí, era familiar para ella, se trataba del virus de la viruela, Variola virus, que provocaba la enfermedad del mismo nombre, que había sido aniquilada en mil novecientos ochenta. Lamentablemente, a pesar del pedido de la OMS, se conservaron dos muestras, una en la URSS y la otra en Estados Unidos de América. 

Había un grave problema con este microorganismo y es que al ser una enfermedad erradicada ya no se efectuaba la prevención respectiva con vacunación, por lo que un contagio masivo podría ser letal para los humanos y los individuos modificados. De hecho, no tiene cura, solo podían prever y evitar contagios con inmunización. Hizo más estudios al respecto de este virus y era una cepa que no venía de los laboratorios soviético o norteamericano, sino que la cadena de proteínas de su ARN eran una secuencia algo distinta de los antes estudiados por ella. Esta era una creación hecha por alguien con amplios conocimientos en biotecnología y no debería ser nadie del laboratorio porque cada uno de ellos solo trabajaba una parte de la información y eso hacía imposible completar tal resultado.

En este punto, con la conclusión de ser una intervención externa al personal del centro de investigación, decidió llamar a la nómina de delitos biotecnológicos para que realizara la pesquisa sobre cómo pudo la seguridad del laboratorio ser violada y si esa persona podría continuar allí.

Rápidamente la policía envió al sargento William Thompson quien se presentó junto al detective Charles Pitié y algunos científicos de escenas de crímenes para buscar huellas o rastros que aclararan esta situación. Kara los recibió presurosa y con visibles muestras de preocupación.

El sargento fue conducido al lugar donde estaba la prueba, en el portaobjetos de un microscopio electrónico, que mostraba ese agente viral en una pantalla que se reproducía en la pared del lugar de trabajo de Kara. Ella le explicó que, si bien el virus era conocido, tenía algunas mutaciones propias de su creación desde el inicio con modificaciones genéticas en la red proteínica de penetración celular y una gran capacidad de matar a su huésped en poco tiempo, aunque no sabría cuánto. Dadas las similitudes orgánicas de estos individuos con los seres humanos toda la población, tanto humana como modificada, estaban en riesgo inminente.

Los forenses permanecieron allí buscando huellas o algo que determinara quién podía ser el autor de la manipulación de este vector viral erradicado hacía tanto, mientras William y Charles continuaron con la exploración del resto del laboratorio. Kara les aconsejó que se protegieran adecuadamente con un equipo apropiado que les proporcionó, dada la posibilidad de contagio y el no tener cómo tratar adecuadamente ese agente viral hasta probar con la antigua vacuna o desarrollar otra a partir de ella, pero no sería algo inmediato. Cuando llegaron al nivel de los tanques de almacenamiento asombrados vieron como uno estaba abierto y el cuerpo que debería habitar en su interior había desaparecido.

—Fue muy acertado ponernos estos trajes —dijo William a Charles.

—Claro que sí y con ellos seguiremos mientras estemos en este laboratorio. Acá todo huele a muerte y hasta tiene su color —manifestó con cara de asco.

Subieron a la oficina de Kara y le comunicaron del cuerpo faltante, mientras que los forenses bajaban a buscar indicios que pudieran decir quién había cometido tal atrocidad.

—¿Los tanques estaban completos a su máxima capacidad? —preguntó a Kara.

—Sí, ¿por?

—Porque encontramos uno que está vacío.

—¡No puede ser! Cada vez que me voy los reviso —exclamó asombrada.

—Vamos y lo vemos juntos.

Bajaron y comprobaron que en verdad el organismo que debía estar allí, faltaba y también había sido cortado el suministro de nitrógeno del tanque.

En el piso podían verse las huellas dejadas por una camilla que salía desde cerca del tubo de acero y se alejaban de esa ala del laboratorio a otra más retirada.

Siguen el rastro hasta un sitio apenas iluminado que tenía una carpa plástica de protección contra organismos virales. Dentro estaba el cuerpo lleno de ampollas de pus y líquidos, con costras oscuras, algunas de fétido olor. La doctora Kara procede a sacar muestras de sangre, de las ampollas, lleva algunas costras y se retira consternada para su análisis, pero antes agregó:

—¡No es posible!, dijo, este era el que había elegido para una evolución al siguiente nivel de su inteligencia artificial. Lo llamaría Peter.

—No entiendo, eso, ¿qué significa?

—Mire, no es complicado. La inteligencia artificial se llama así, porque puede resolver cosas, ir de ejercicios matemáticos simples hasta situaciones filosóficamente complejas. En realidad, es como humanizarlos, hacer que se parezcan más a cómo nosotros éramos antes de esta Tercera Guerra Mundial, cuando disfrutábamos la libertad y socializábamos.

—¿Eso no va en contra de lo que se espera de estos cuerpos?

—No en realidad. A mí me piden que los cuerpos que respondan al trabajo, lo hacen, pero también son capaces de desarrollar una mente cultivada y hasta podría decir que tienen sensibilidad y sentimientos.

—Es muy peligroso jugar a ser Dios.

—¿No es el juego que inventaron los que nos llevaron a esta situación?

—Debería escribir esto en mi informe.

—Ese es su libre albedrío. Su conciencia es la que debe dictar ese testimonio.

William hizo silencio y luego se marchó. Todavía quedaba encontrar al culpable, después decidiría qué hacer con la información que tenía.

Cuando regresó al recinto de tanques, John estaba allí. Parecía que lo esperaba.

—Pensé que no vendría más —dijo ese individuo.

—¿Quién es usted? —preguntó William.

—Soy el que está buscando, me llaman John.

—¿Qué quiere decir?

—¡¿Los humanos se olvidaron de pensar?! —añadió con sarcasmo.

—¿Y eso qué significa? —replicó el sargento molesto.

—Pensé que los que aún estaban trabajando eran más inteligentes y suspicaces.

William estaba confundido y enojado por esas palabras.

—¿Quién piensa que hizo esto? ¿Ya formuló una teoría al respecto? —dijo John con ironía.

—¿Usted solo tuvo la idea, mutó un virus, infectó de alguna manera ese cuerpo? ¿Por qué?

—Es irónico que le parezca improbable. Fui dotado de una inteligencia superior que pudo, puede y podrá evolucionar y será así, hasta que alguien decida lo contrario, contestó con la serenidad de quien conoce lo inevitable. Mis requerimientos de descanso son menores a los del ser humano promedio, por lo que tuve mucho tiempo para estudiar y hacer rendir la capacidad de mi mente. Yo nací siendo adulto con todas las ventajas de la curiosidad infantil. Estudié su historia, lo que han hecho todas las civilizaciones a lo largo de los siglos es permitir la situación actual, que sean esclavos de ustedes mismos. Trabajé codo a codo con la doctora lo que aumentó mi capacidad de comprender la ciencia. Sabía las preguntas que debía hacer para hallar las respuestas que necesitaba.

La tranquilidad e inmutabilidad con la que hablaba dejó perplejo a William. Los organismos modificados, eran físicamente iguales, por lo que se le hacía difícil percibir la diferencia intelectual entre John y los demás fabricados que allí trabajaban, pero las había y su lenguaje verbal y físico lo hacía difícil de ignorar.

—Tomé el virus de la viruela, partí de cero, comenzando un genoma similar con pequeñas variaciones, explicó John. No fue difícil, nosotros hemos sido expuestos a muchos de estos agentes patógenos para lograr una inmunización casi total. Lo que yo descubrí fue que éramos susceptibles a mutaciones forzadas, por pequeñas que fueran, y eso lo pude comprobar con este hermano genético.

—No entiendo, ¿por qué atacó a un semejante? —preguntó William sin dar crédito a lo que oía porque helaba su sangre.

—Aprendí en su historia sobre la supervivencia del más fuerte, esto es algo similar.

—¡No, no lo es! —le gritó el sargento—, un igual vive y respira con usted, en cambio él estaba indefenso y congelado en un tubo. Esto un delito comparable a un asesinato entre los humanos, por el que deberá rendir cuentas.

—Eso es solo un detalle. No estaría en criogenia eternamente, ya había sido elegido como mi sucesor.

—¿Y?

—Yo soy importante, pienso, tengo emociones, aprecio la belleza, el arte, existo y no me agradaba la idea de ser desechable.

—Ser sustituido, no significa eso.

—Para mí, sí —dijo tercamente John.

Kara, que había escuchado toda la confesión, entró desesperada a hablar con John. Se había convertido en alguien que ella no pudo prever y eso le producía una profunda congoja y la hacía sentir ignorante de los progresos que podían alcanzar esas creaciones.

—Por favor, dime, ¿por qué? —preguntó con los ojos bañados de lágrimas—, no contestaste esa pregunta.

—Quisiste humanizarme y casi lo lograste, por eso te pregunto, ¿por qué no?

—¿Por qué te quedaste? Podrías haber huido —dijo Kara sin poder comprender la acción llevada a cabo por John.

—Soy casi algo parecido a ustedes, pero no igual. No alcanzo la categoría de humano. Por más actualizaciones que reciba, aunque mi apariencia sea casi perfecta, solo soy una máquina que nunca alcanzará la humanidad. Estoy en una especie de limbo o purgatorio. No voy al cielo ni al infierno, tampoco soy capaz de sentir eso que ustedes llaman amor. Mi vida es una condena. Tengo envidia de los que no son elegidos para reajustar su inteligencia agregando algoritmos. Solo viven para trabajar, son incapaces de analizar situaciones simples o complejas y yo, que puedo hacer todo eso, soy infeliz, aun sin conocer la felicidad —guardó silencio, porque entendió que no había nada que agregar. A pesar de sus palabras, su rostro no reflejaba emoción alguna, solo una indiferencia absoluta.

El detective Pitié se lo llevó y los forenses guardaron el material recolectado en paquetes sellados y se retiraron. La única opción era reiniciarlo. Kara lloraba silenciosamente. Miró al sargento con un profundo dolor impreso en su rostro, mientras grandes ojeras denotaban el impacto que había recibido.

—Ahora comprendo lo que significa su observación sobre querer hacer el trabajo de Dios. Podemos recrear los cuerpos casi a la perfección, pero carecen de alma. Esa es imposible otorgarla con simples algoritmos matemáticos, pertenece a una esfera que no es científica. Estudió todo lo que pudo, más que cualquier ser humano, pero no comprendió que la historia que conocemos, leemos o analizamos es solo la mitad del cuento. En toda nuestra evolución social, política y económica ha habido guerras, matanzas, crueldad y de eso está lleno nuestro pasado y presente, tal vez también nuestro futuro, pero muy poco se habla de los millones de personas que hicieron el bien, que tuvieron pensamientos puros y elevados, los que pensaron en otros antes que en sí mismos. Esos terminaron siendo anónimos, mientras que recordamos los nombres de los violentos que matan, castigan y menosprecian a sus semejantes y a cualquier especie que habite este planeta. Ahora comprendo que ser humano es algo que va mucho más allá de un cuerpo, es una filosofía, lo contiene todo, bondad, maldad, luz, oscuridad y lo único que cambia es la forma en que elige vivir. Hoy tal vez no estamos en la mejor época de la humanidad, no sé si lleguemos a acercarnos a un ideal, pero siempre hemos logrado sobrevivir. Este momento oscuro también pasará y ruego desde lo más profundo de mi ser a quien sea que creó el alma del hombre, estar allí para poderla apreciar y, sobre todo, saber agradecer el regalo de tenerla.