miércoles, 30 de marzo de 2011

El filántropo

Gianfranco Mercanti

Desde niño Teófilo mostró una gran sensibilidad frente al dolor ajeno. A los cinco años tuvo una gran impresión cuando su madre lo llevó por primera vez a una iglesia en Huaraz: Frente a la gran escultura del Cristo en el altar empezó a gritar y llorar desconsoladamente.
-Por qué no lo bajan, por qué no lo curan – clamaba mientras la gente lo miraba con curiosidad.
-Es que así murió por nosotros hijito, ya no llores que sino el curita nos va a botar –le decía su madre al oído, tratando de calmarlo mientras le secaba las lágrimas tiernamente.
Fue luego del terremoto del año mil novecientos setenta, cuando contaba con doce años de edad, que definió su vocación. Diariamente veía muchos médicos venidos de todo el mundo que trabajaban sin descanso atendiendo a los centenares de víctimas del sismo y el aluvión. Decidió que él tenía que ser como aquellos galenos que daban los mejor de sí, aún en las más difíciles condiciones.
Sabía que sus padres, pequeños agricultores, no tendrían los medios para pagar los largos años de estudio que impone la carrera de medicina. Por ello, se dedicó a estudiar con ahínco para lograr acceder a una de las codiciadas vacantes en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ahí, aún cursando los primeros ciclos le tocó atender e incluso esconder estudiantes heridos a quienes ni siquiera conocía, y que por lo demás desaparecían tan pronto podían ponerse en pié.
Años después, como médico en la asistencia pública de la Av. Grau, con sus escasos recursos compraba las suturas o los anestésicos para pacientes graves, muy pobres, que eran dejados en las puertas del lugar. En realidad, sentía una gran satisfacción de ayudarlos a mitigar sus males. Alguno de ellos, como el ¨Cojo Mame¨ regresaba días después a agradecerle y dejarle algún dinero en el bolsillo de su delantal.
Si bien no lo dejaba traslucir, Teófilo se angustiaba mucho al ver cuántos ancianos con enfermedades terminales, abandonados a su suerte, pasaban las últimas horas de sus vidas retorciéndose de dolor en los fríos pasillos de la emergencia. Se las ingeniaba para conseguirles una dosis de analgésicos que calme por algún tiempo su suplicio, y trataba de consolarse pensando que Jesús, siendo hijo de Dios, también sufrió largamente en la cruz.
O quizá han sido personas malvadas, que pasaron su vida haciendo daño, y son merecedores del dolor y el abandono. Qué tan malos pueden ser que ni en su agonía los pueden perdonar. No interesan a nadie, la ciencia tampoco puede sanarlos. Viven su purgatorio antes de partir…
A diferencia de otros médicos, Teófilo trataba de escoger los turnos de madrugada los fines de semana, para atender y reconfortar a estas personas, muchas de ellas morían apaciblemente tomadas de su mano. Se comentaba entre el personal de la asistencia que de seguro muchos morían creyendo, en su agonía, que se trataba del hijo, del hermano, o del ser querido al que esperaban antes abandonar su lucha con la muerte.
El director de la asistencia empezó a corroborar que, las estadísticas históricas, que nunca se había tomado el trabajo de leer, evidenciaban una sorprendente mortandad en los turnos de madrugada, y especialmente en aquellos en los que estaba de guardia Teófilo. Consideró entonces, varias hipótesis que pudieran explicar dicha coincidencia, pasando  varios meses en estas cavilaciones.
Una noche de invierno, Teófilo asistía al sufrimiento interminable de un hombre cuyas vísceras estaban totalmente tomadas por el cáncer, pero cuya fortaleza física lo mantenía vivo hacía días. La morfina ya no calmaba sus terribles dolores. Había empezado a aplicarle una inyección cuando tres policías vestidos de civil, acompañados de un fiscal lo detuvieron, le quitaron la inyección -que fue cuidadosamente depositada en una bolsa plástica- y se lo llevaron esposado, ante la sorpresa y protesta de sus colegas presentes.
Al día siguiente RPP Noticias narraba lo sucedido: ¨El médico asesino Teófilo Leyva fue detenido el día de ayer siendo las cuatro y diez de la madrugada en la Asistencia Pública de Grau, en circunstancias en que se disponía a quitar la vida a un paciente aplicándole una sobredosis de insulina, la Fiscalía tiene pruebas que dicho sujeto, bajo la misma modalidad, habría dado muerte a más de cincuenta pacientes en dicho nosocomio, tratándose pues de un peligroso asesino en serie…¨
Tres años después, la Corte Suprema de Justicia de la República declaró no haber nulidad en el fallo que condenó a Teófilo Leyva Meza a veinticinco años de pena privativa de la libertad, al haber atentado contra la vida de treinta y siete  personas, con alevosía, puesto que las víctimas no estaban en condición de defenderse.

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