Yadira Sandoval Rodríguez
Son las13:00 horas, el calor es intenso, y
las gotas de sudor escurren por sus cuerpos. La bodega pertenece al Gobierno,
lo utilizan para guardar cosas. Ramón, Julio y César tienen dos horas para almacenar
todos los archivos comprometedores y quemarlos. El partido que gobierna el Estado
está por perder, las estadísticas le han dado el triunfo a la oposición. Si
esos papeles caen en manos de otras personas, algunos políticos tendrán que ir
a la cárcel. En el almacén se ven papeles tirados por todas partes, otros en
cajas, algunos muebles de oficina: sillas, mesas, archiveros; utensilios de
limpieza, mamparas y varios volantes de campaña política.
—Dice el jefe que le ofrecieron treinta
mil dólares, así que la paga será buena —indicó Ramón.
—Con ese dinero me iré con mi morrita a
Cancún —expresó Julio.
—¿Con cuál de todas, Julio? —preguntó
César.
—Nos fue bien con esta administración, lamentablemente
está por terminar —dice Julio—. Yo ofrecía morritas a los funcionarios y los
muy locos daban el doble por las más chiquitas.
—¿Y qué piensas a hacer con el dinero de
este jale? —pregunta Ramón.
—Me quiero ir a Tijuana, dicen que allá está
llegando mucho ruco extranjero, varias putitas me quieren seguir. Ya saben, yo
no obligo a nadie, ellas solitas se acercan al negocio —dice Julio.
—Está cabrón, Julio, yo solo le hago de chofer
a los corruptos, pero ese negocio que tú tienes, le saco, tengo dos hijas y no
me gustaría que anduvieran en eso —dice Ramón.
Ramón y César le dicen: «Eres maniaco».
Mientras acercan los documentos y forman con ellos una pirámide.
—¿Cuántos archivos son, Ramón? —pregunta
César.
—Cinco toneladas —contesta Ramón.
—Y todavía la gente sigue creyendo en
estos licenciados —dice Julio.
—¿Cuántos más nos falta por trasladar?
—pregunta Julio.
—Estos son los últimos —contesta Ramón.
Julio no aguanta el calor, le pide a Ramón
permiso para salir a fumar un cigarro; al momento de prender el cigarrillo,
mira el techo de la bodega, y ve que el transformador del aire acondicionado
está haciendo cortocircuito, entra corriendo para avisarles a sus compañeros,
cuando de repente los archivos almacenados en cajas estaban ardiendo por el
fuego, son las 14:30 horas. Los tres se miran, buscan alguna forma de parar el
incendio, al no lograrlo salen de la bodega por los gritos continuos de la
guardería: «¡Los niños se están quemando!». Ramón, César y Julio no lo podían
creer y se preguntan: «¿Qué hacemos, cabrones?». Ramón les dice a los dos que
tienen que ayudar a las maestras a sacar a los niños. César se queda paralizado,
no podía reaccionar sabía que allí había muchos infantes, y las maestras no
podían ayudar por el estado de pánico en el que se encuentran; empieza a
llorar; Ramón le da una cachetada y le dice: «Despierta, imbécil». Julio trata
de meterse para sacar a los niños, pero no lo logra porque el edificio está en
llamas. Los vecinos empiezan a llegar, varios jóvenes también conocidos como Los
Pandilleros de la Colonia, al ver a Ramón y a Julio auxiliar a las maestras, se
ofrecieron para abrir tres boquetes en la pared. Julio brinda su carro, un
joven se sube a él hace reversa y con fuerza se va contra la pared, Julio le
grita que más fuerte, el joven se quita la pañoleta de la frente por la
desesperación, se santigua, suelta un grito al mismo tiempo que golpea de nuevo
el parapeto, este logra tumbar algunos blocks,
Julio le grita: «¡Primo, ya lo tenemos, golpea otra vez!». El joven acelera con
más velocidad, logra a hacer un hoyo en la pared, Ramón, Julio y algunas
maestras, se meten, empiezan a sacar a los niños, algunos, con sus brazos
ardiendo, la piel cayéndose, unos llorando del dolor, otros por sus papás, unos
sin piernitas, sin manitas, César estaba impactado, se alejó del lugar. Ramón y
Julio se quedaron ahí ayudando. Las ambulancias llegan, los bomberos también, se
abre otro boquete para sacar más niños.
Los hospitales de varios Estados dan apoyo
de hospitalización, Estados Unidos se comunica con el gobernador para trasladar
en helicópteros a los infantes, debido a que el país no tiene el área de
quemaduras de alta magnitud. Los padres de familia llegan uno por uno; al ver
el lugar en llamas se desmayan, otros entran en estados de histeria por la
impotencia de no poder sacar a sus hijos de la guardería, los cuerpos
policiacos los detienen, los padres le responden con gritos de desesperación,
ellos saben que aún no se han rescatados a sus hijos: «Hermano, ahí adentro
está mi angelito, déjame salvarlo, por el amor de Dios, o, déjame morir a su
lado», los policías les dicen que no. Los paramédicos no se dan abasto, se
comunican con la escuela de enfermería y medicina de la universidad. Los estudiantes
suben a los autobuses de la escuela con maletines de primeros auxilios, tanques
de oxígeno y varias botellas con agua.
Un ambiente de terror domina la ciudad, el
humo se expande en una nube densa de color negro la cual se observa desde
cualquier punto de la urbe. Ramón y Julio reciben a los estudiantes, los
dirigen con los paramédicos, preguntan si traen agua, los estudiantes de
enfermería dicen que sí. Se entregan varias botellas a los papás. A los
camiones suben los pequeños fuera de peligro, otros gritan que necesitan
carros, ya que son más de ciento cincuenta infantes, Julio se agarra la cabeza,
Ramón le dice que no se desespere. Inician a sacar los niños que han muerto.
Los paramédicos auxilian a Ramón, quien está por desmayarse, Julio le grita: «¡No,
cabrón, no me dejes solo!». Las enfermeras tratan de tranquilizarlo, este las
hace a un lado, intenta entrar para cerciorarse que no hay ningún otro niño, la
policía lo detiene: «Señor, el edificio está por caerse, se rescataron solo
veinte cuerpos». Julio no hace caso, se vuelve a meter, los policías le gritan,
a los tres minutos sale con una niña en sus brazos calcinada, cae de rodillas
al suelo y empieza a llorar. Los estudiantes lo auxilian, los policías le
quitan el cuerpo de la pequeña. Y él no quiere soltarla, se aferra con más
fuerza a ella. La gente que está de espectadora se estremece por la escena,
piensan que es el papá de la pequeña, levantan el puño derecho en señal de
silencio. Los medios de comunicación tratan de entrevistarlo, pero este le tira
el micrófono a la reportera la policía le pide que se tranquilice, un
paramédico le inyecta un sedante, se lo llevan al hospital en una ambulancia,
en el trayecto balbucea: «Es mi culpa».
Al día siguiente los medios de
comunicación nacional e internacional hablaron de lo sucedido: «Incendio en la
guardería ABC, fallecieron cuarenta y nueve niños y ciento seis resultaron
heridos, todos entre cinco meses y cinco años de edad. Varios con quemaduras de
distinta magnitud fueron intervenidos en hospitales de Estados Unidos. El
incendio inició en la bodega contigua del gobierno del Estado. Los padres de
familia piden justicia».
Julio despierta en el hospital, la enfermera
le da la orden de no levantarse y le explica su condición. Julio recuerda lo
sucedido, mira a través de la ventana, en eso llega el doctor ve su expediente,
pregunta al paciente cómo se siente, Julio responde que bien, el médico le
indica tomarse algunos medicamentos y le dice: «Su trabajo fue admirable, lo
felicito, salvó varios niños, algunos medios lo quieren entrevistar». Julio se
queda serio, y pregunta a qué hora saldrá del hospital. Ramón llega por él, las
enfermeras lo despiden con abrazos. Ramón se le queda mirando y Julio con la
mirada le responde que lo saque de ahí. Los dos han decidido no dar entrevistas
a los medios de comunicación, no quieren saber nada de lo sucedido. Ramón le
dice que su jefe no quiere contestar las llamadas, por lo tanto, ha decidido
salir de la ciudad con su familia. Julio decide lo mismo.
Pasaron doce meses, por casualidad Ramón
se encuentra con Julio, este le pregunta por César, Ramón le dice que se
suicidó al saber el número de niños fallecidos en el incendio. Julio le narra
que tuvo que esconderse en un seminario de Jalisco, que le daba pánico salir a
la calle. Le platicó que al ver a la niña calcinada causó un impacto traumático
en él. Se retiró del negocio de prostitución que tenía y decidió entregarse a
Dios: «Había noches en que no podía dormir, hermano, los rostros de todos esos
niños, me siguieron por varios meses, casi, casi me volvía loco, hasta que
conocí a una persona que me habló de Dios e inmediatamente sentí el rescate
ante mi situación. Para serte sincero intenté suicidarme, puse la pistola en mi
boca, pero no tuve el valor de hacerlo, me he llenado de valor para atestiguar
de lo que pasó: “Dicen que la guardería estaba en malas condiciones”. No te
preocupes, no hablaré de ti».
Ramón estaba asustado por lo último que
dijo Julio, hablar de lo sucedido es exponerlo, porque iniciarían las
averiguaciones, han encontrado muchas irregularidades en la guardería, las autoridades
están entretenidas en la investigación de estancias infantiles subrogadas por
el Instituto Mexicano del Seguro Social IMSS a particulares quienes tenían a
los niños en inmuebles pocos seguros. Ramón le dice a Julio:
—Primo, haz tu vida, no hay nada que hacer
con eso. Tú mismo dices que cambió tu vida, entonces aprovecha esa oportunidad.
Relájate y olvídalo, por favor.
—¿Me estás diciendo que lo olvide?
—Sí.
—No puedo dormir con tanta culpa. Necesito
sacar este dolor.
—El dolor ya pasó, no es nuestra culpa. La
guardería estaba mal, aparte por lo que veo, los papás de esos niños
desconocían las condiciones en las que estaban sus hijos. La tragedia, ellos la
ocasionaron, Julio.
—No, Ramón, fuimos nosotros y la bola de
políticos corruptos que nos enviaron a quemar los documentos.
Ramón se enoja y se va contra él: «Mira,
cabrón, tú que dices algo y yo que te hago algo».
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